LAS NOCIONES DE CAUSALIDAD DE LA TEORÍA DE LA COMPLEJIDAD: SU POSIBLE APLICACIÓN EN EL ESTUDIO

DE LA HISTORIA ARGENTINA DEL PERÍODO DE LA ORGANIZACIÓN NACIONAL

 

(THE NOTIONS OF CAUSALITY OF THE COMPLEXITY THEORY: TS POSSIBLE APPLICATION IN THE STUDY OF ARGENTINE HISTORY IN THE PERIOD OF NATIONAL ORGANIZATION)

                                                                   

Walter Eduardo Carrizo

Profesorado en Historia del Instituto de Estudios Superiores “Prof. Juan Manuel Chavarría”, Sede Sur: Av. Manuel Pedraza y Los Regionales, San Fernando del Valle de Catamarca/Argentina. waltereduardo345@gmail.com

 

Resumen: En el presente artículo se analizan las nociones de causalidad propuestas por la Teoría de la Complejidad (TC) y se reflexiona sobre su posible aplicación al estudio de la historia argentina del período de la organización nacional. También se discuten los inconvenientes de la causalidad estructuralista, así como los de su consecuencia: la interpretación lineal. Además, se examinan algunas propuestas para superar esto en el ámbito académico, donde se lleva a cabo la transposición didáctica del conocimiento histórico. Se pretende recuperar la propuesta de Anthony Giddens, con la esperanza de enriquecerla con las nociones de causalidad sugeridas por Edgar Morin. 

 

Abstract: The article analyzes the notions of causality proposed by the Complexity Theory (TC) and reflects on its possible application to the study of Argentine history during the period of national organization. The drawbacks of structuralist causality are also discussed, as well as those of its consequence: linear interpretation. In addition, some proposals are examined to overcome this in the academic field, where the didactic transposition of historical knowledge is carried out. The intention is to recover Anthony Giddens´ proposal, hoping to enrich it with the notions of causality proposed by Edgar Morin.

 

Palabras clave: Teoría de la Complejidad, Causalidad estructuralista, Interpretación lineal, Causalidad retroactiva/recursiva, Transposición didáctica.

 

Key words: Complexity Theory, Structuralist causality, Linear interpretation, Retroactive/recursive causality, Didactic transposition.

 

 

RECIBIDO: abril de 2022                                                                      ACEPTADO: julio de 2022

 

 

Introducción

 

Como explica el pensador David Benjamín Castillo Murillo, cuando se aborda el principio de causalidad tratando de determinar cuál ha sido su función en la investigación histórica, emerge la dificultad lógica de establecer sí son los sujetos que activa y libremente dejan sus huellas en la historia, o son las estructuras las que se imponen. Y si damos un vistazo a las historiografías dominantes durante el siglo XX, veremos cómo; las distintas corrientes oscilaron pendularmente desde un polo al otro, sin llegar a encontrar una solución a este dilema[1]. Incluso, en el interior de uno de los grandes paradigmas historiográficos del siglo XX -Escuela de los Annales-, Castillo Murillo encuentra esta oscilación.

     De hecho, al menos en sus dos primeras generaciones, Annales se habría inclinado hacia una causalidad estructural que la llevó a imaginar a los sujetos históricos directamente condicionados por las estructuras imperantes y; luego, a partir de su tercera generación, Castillo Murillo percibe un esfuerzo inusitado para revivir a los sujetos como participantes activos de los procesos históricos. Si bien, desde las últimas décadas del siglo XX viene consolidándose la tendencia que busca equilibrar el peso entre sujetos históricos activos y estructuras imperantes. Creo que, más allá de sí, se resalta el papel del sujeto; o si se destaca el papel de la estructura. Inevitablemente, se estará adoptando una interpretación lineal; que inexorablemente terminará por perturbar nuestra interpretación sobre el proceso histórico.

     Reconociendo este desplazamiento pendular de la causalidad en el mundo de la historiografía, con el presente escrito pretendo colaborar con la propuesta de síntesis y de aproximación de los extremos sujeto-estructura, que planteó Anthony Giddens. Para lograr esto, introduciré una reflexión a partir del principio de causalidad que plantea la TC. Analizando su posible aplicación en el ámbito de las universidades e instituciones. Hago esto porque, deseo abrirme al abordaje de una realidad histórica que nos muestra la presencia de sujetos históricos condicionados y condicionantes, insertos en procesos históricos signados tanto por lo predecible como por lo impredecible[2].

     Si bien, no pretendo repasar de manera exhaustiva la TC, me anima tomar de ella, algunas nociones cuya centralidad podrían resultar provechosas a la hora de reflexionar sobre lo anteriormente expuesto[3]. Y para dar inicio a esta reflexión: I) Expondré la noción de causalidad promovida por los intelectuales que desarrollaron la TC. II) Repasaré la causalidad estructural y sus implicancias en el quehacer historiográfico argentino. III) Analizaré la causalidad retroactiva/recursiva y su eficacia al momento de estudiar y reflexionar sobre fenómenos complejos, de la historia de nuestro país. IV) Trasladaré los planteos de la TC a la esfera de la enseñanza de la historia[4]; con la intención de repensar, de manera crítica y reflexiva, el modo en el que se intentó y se intentan explicar, algunos acontecimientos del período indicado; con especial referencia a la historia de Catamarca y del NOA. Ámbito donde llevo a cabo mi práctica docente, que dio origen a gran parte de los planteos e inquietudes que aquí expongo.

 

Avatares de la causalidad

     En 1895 llegó a la Argentina Camilo Meyer, un doctor en leyes y licenciado en matemáticas de origen francés. Este había estudiado en el Liceo de Nancy, donde fue condiscípulo y amigo dilecto del famoso matemático Henri Poincaré[5]; cuyas investigaciones ayudaron a emerger los conceptos de caos y de contingencia con los que, años después, se puso en jaque al sistema newtoniano. Poincaré realizó investigaciones pioneras sobre el conocido problemas de los tres cuerpos y sobre las ecuaciones con las cuales representarlos, mostrando que en el marco de esos sistemas dinámicos no existía una relación clara entre variables independientes y dependientes; pues, todo depende de todo.

     Ocurrió que, a finales de 1800 y como parte de las celebraciones por su sexagésimo cumpleaños, el rey de Suecia Óscar II anunció una competición matemática con la intención de determinar la estabilidad del sistema solar. Henri Poincaré participó de este concurso y ganó el premio, aunque no logró resolver exitosamente el problema. Como explica Daniel García-Paso, el rey había convocado al evento bajo un modelo que postulaba la oposición entre dos cuerpos: uno que ejerce la fuerza y otro que la recibe. Todo esto, ligado, obviamente, a la concepción mecánica de los sistemas cerrados, que hasta ese momento nadie cuestionaba.

     No obstante, con sus planteos, Poincaré puso en duda la infalibilidad de este modelo, ligado a la figura de Sir Isaac Newton. Poincaré sostuvo que, en un sistema que solo contenga dos cuerpos -tales como el Sol y la Tierra o la Tierra y la Luna-, las ecuaciones newtonianas podían resolver predicciones con exactitud. Sin embargo, cuando se agrega un tercer elemento -por ejemplo, los efectos del Sol en el sistema Tierra-Luna- las ecuaciones lineales se tornan poco efectivas. Así, a partir de aquel concurso regio, quienes enfrentan este desafío, saben que para poder comprender el problema de los tres cuerpos, se hace necesario no solo una nueva geometría, sino también un enfoque no lineal[6], inspirado en un principio de causalidad alternativo.

     Sin embargo, tuvieron que pasar varias décadas para que el asunto se aclarara. De hecho, durante mucho tiempo, la idea de causa siguió asociada a la noción de lo mismo. Así, por ejemplo, se continuó pensando que “una misma causa produce, en circunstancias idénticas, un mismo efecto” o que “si preparamos dos sistemas idénticos de la misma manera, obtendremos el mismo comportamiento”[7]; en otras palabras, se deducía que a iguales causas, idénticos efectos. Y esta interpretación de matriz newtoniana, sobre el comportamiento de los fenómenos, alcanzó preponderancia y naturalización en vastos sectores del mundo académico.

     De hecho, durante todo el siglo XX, hasta “los científicos sociales adoptaron la visión newtoniana de fenómenos lineales y, por tanto, predecibles, aun cuando la ciencia natural la estaba abandonando”[8]. E incluso en el ámbito de la historia, se asumió el riesgo de creer que si las circunstancias hubieran sido ligeramente diferentes -por ejemplo, si la pólvora del cañón que impulsó el proyectil hubiese estado más seca, si tal prócer hubiera decidido llevar una vestimenta y no otra- la situación que se historiza no habría sido modificada en lo esencial. Y así, se dejó de lado todo hecho contingente, reduciendo la idea de causa a una afirmación despojada de cualquier elemento fortuito; sucede o sucedió lo que debía suceder, punto[9].

     Si bien, no pretendo desarrollar aquí, minuciosamente, el modelo causal clásico. Vale recordar que según este, cuando se pretende explicar que A es causa de B, no solo se presupone que hay una teoría dentro de la cual se pueden formular las dos situaciones -que pasarán a convertirse en A´ y B´- sino que, además, de ambas representaciones, B´ es deducible de A´. Y esta relación, que se da en el ámbito abstracto de la teoría, es atribuida a la relación que existe entre los fenómenos en el mundo real. No obstante, es justamente este vínculo lineal entre causa y efecto, el que fue y es cuestionado. Primero, como resultado de las reflexiones de Henri Poincaré. Luego, como consecuencia del formalismo de la mecánica cuántica[10], en la década de 1920; y finalmente, por los postulados de la TC, en 1970.

     En un principio, los hallazgos de Poincaré atrajeron poca atención, “debido a que se carecía de los medios para resolver muchas de las complejas ecuaciones que estos problemas planteaban”[11]. Sin embargo, con el desarrollo de los ordenadores, máquinas digitales que procesan datos, esta situación cambió. Y el resultado fue el surgimiento de las nuevas ciencias del caos y la complejidad. Que señalaron la urgente necesidad de contar con un nuevo principio de causalidad; que, como ya se dijo, no fue fácil de conseguir.

     En efecto, el propio Camilo Meyer, amigo de Henri Poincaré que se radicó en Argentina a fines de 1800, que conocía y dominaba las matemáticas y la física moderna; se mantuvo escéptico y no aceptó los descubrimientos de la ciencia de fines del siglo XIX[12]. No obstante, tras su muerte, aquellas se apartaron cada vez más del determinismo riguroso, para refugiarse bajo el amparo de la probabilidad y de un nuevo principio de causalidad que ejerció y ejerce influencia, tanto en ciencias naturales como en ciencias sociales. Y todo esto, de la mano de pensadores y científicos adalides de la TC, entre los que se destacan el físico ruso Ilya Prigogine, su colega, el argentino Rolando García y el historiador y especialista en bioantropología, el francés Edgar Morin. Quien propone, nada más y nada menos que, una renovación del principio de causalidad, planteando una alternativa que, según mi parecer, permite comprender fenómenos complejos de la historia argentina.

     A la causalidad lineal o causalidad clásica, de causa/efecto -que plantea que un proceso genera un resultado que puede analizarse a través de lo que lo ha causado- a la que ya me referí; Morin le añade un modelo de causalidad retroactivo/recursivo[13]; y de este modo, sugiere la imagen de repetición donde efectos y causas resultan necesarios para el proceso que los genera.

     Así, con esta noción de causalidad retroactiva/recursiva invita a tomar en cuenta los resultados que forjan condiciones diferenciales para su re-producción retro-alimentada. Señalando que existen procesos que dependen de sus efectos. Y estas ideas, que forman parte del corpus teórico del paradigma de la complejidad, están siendo aplicadas a una diversidad de proyectos de investigación sobre temas tan diversos como el territorio[14], la violencia[15], etc.

     Sin embargo, antes de continuar, deseo insistir en este punto: la causalidad retroactiva/recursiva propone que, en algunas ocasiones, el producto o fenómeno es estimulante y productor de aquello que lo produjo; y según Morin, estas propiedades se encuentran presentes en toda organización compleja. Ilustra este punto de vista afirmando que así como la sociedad resulta producida por la interacción entre los individuos. Una vez generada, esta retroactúa para producirlos mediante la educación, el lenguaje u otra institución semejante. Con esta idea aparentemente trivial y sencilla, Morin da un golpe letal a la interpretación lineal; pues ayuda a comprender que todo lo que es producido re-entra sobre aquello que lo ha producido, en un bucle causal en sí mismo auto-constitutivo[16]. Y esta concepción -según García Raso- está ayudando a disipar la relación causa/efecto, ya vetusta.

     Todo esto, podría, impactar sobre la interpretación lineal de los procesos históricos. En el sentido de que, brinda aportes que favorecen la deconstrucción de un tipo de interpretación que se estructuró bajo un modelo rígido y lineal, comparable, quizás, con la concepción newtoniana que imperó durante todo el siglo XIX. Si bien la TC plantea la existencia de un nuevo orden -al que Edward Lorenz relacionó con la presencia de atractores extraños-[17], este nuevo orden contempla la posibilidad de encontrar hechos y fenómenos azarosos e impredecibles, anteriormente no tenidos en cuenta. Ciertamente, estamos ante una nueva perspectiva, respaldada por la TC[18], que facilita el abordaje de hechos del pasado, reconociendo su complejidad constitutiva. Habilitando de esta manera, la reflexión y el replanteo de nuestro modelo de causación histórica.

 

La causalidad estructural y sus implicancias

Les decía, siguiendo a Castillo Murillo, que la implementación del principio de causalidad en el ámbito de las distintas corrientes historiográficas describe un vaivén que se desplaza de un sujeto que activa y libremente deja su huella en la historia, a una estructura que lo constriñe y condiciona todo. Y este movimiento oscilante, también se dio en el interior de la Escuela de los Annales, paradigma historiográfico que influyó en todo el globo, particularmente, en algunos historiadores de nuestro país. Por lo que, en este apartado, quisiera tratar concretamente, las consecuencias que resultan de la aplicación de la causalidad estructural braudeliana, en el ámbito de la historia argentina.

     Cuando se analizan los reproches que Annales le hiciera a la historiografía historicista resaltan, entre otros, aquellos que apuntan a su falta de rigurosidad conceptual y a su creencia de que, el único tipo de explicación al que puede aspirar la historia es la explicación por narración[19]; como si se tratara de la única manera de dar sentido al pasado[20]. No obstante, la Escuela de los Annales, que construyó su edificio teórico, cuestionando a la historiografía decimonónica, hoy, también es cuestionada.

     En efecto, el maestro Fenand Braudel, autor de El mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, comenzó su gran obra, con una amplia descripción de las características físicas del mediterráneo, telón de fondo de las actividades humanas. Y en este paisaje, los sujetos surgen como elementos secundarios del proceso histórico. Condicionados en gran medida por factores climáticos y geográficos, e incapaces de liberarse de lo que Braudel identificó como estructura de larga duración[21]. En su relato, el individuo como sujeto histórico fue presentado como una entidad pasiva. Enlazado a una vida determinada por factores exógenos; parte de un colectivo, condicionado y anónimo.

     No obstante, a pesar de la hegemonía de la historia estructural braudeliana, en el interior de la Escuela Annales se desató una intensa reacción que llevó a proponer una revisión crítica que reanimó la esperanza de alcanzar la meta de un sujeto histórico activo[22]. Y con la historia de las mentalidades -movimiento encabezado por Jacques Le Goff y George Duby- se buscó lograr el renacer de los sujetos históricos. En este sentido, para el historiador argentino y representante de la tradición de Annales, Antonio Pérez Amuchástegui, la idea de mentalidad abrió amplios y fructíferos campos para el mejor discernimiento de nuestra realidad histórica[23].

     En el marco de estos replanteos. El filósofo y antropólogo francés Paul Ricoeur, al intentar responder a la pregunta de si es la voluntad del sujeto la que se impone; o sí, es la estructura la que lo hace, consideró que, “ambas perspectivas se complementan y ofrecen una opción frente a las posturas que tienden a reducir a su mínima expresión el papel del sujeto en la constitución de la sociedad”[24]. Y en esta misma sintonía, el sociólogo inglés Anthony Giddens, preocupado por la eliminación del sujeto, planteó un enfoque intencionalista centrado en el actor. Señalando que existen muchas fuerzas sociales que pueden condicionar a los actores, pero, según su opinión, eso no impide que estos a su vez puedan en algún momento transformar el sistema que los oprime. De esta manera, Giddens cuestionó la tesis del descentramiento del sujeto y en su lugar planteó la idea de un sujeto condicionado, pero al mismo tiempo creador de las estructuras sociales que lo rodean, contienen y condicionan.

     Así, colaboró y colabora para desarrollar una síntesis que, a decir de Castillo Murillo, luce como la más equilibrada. Y hoy, los historiadores recurren a este instrumental teórico que deambula -en palabras de Eduardo Míguez-, en el ámbito académico argentino[25]. Colaborando a ampliar las diferencias teóricas entre, los que se juegan por resaltar la preeminencia del sujeto histórico. Los que destacan la preeminencia de las estructuras imperantes. Y los que adoptan la teoría de la estructuración de Anthony Giddens, proponiendo una síntesis entre estructura y acción; en un intento por superar este dualismo[26].

     Así, desde la década de 1960 la teoría y la investigación histórica, por tantos años “disociadas”, ingresaron a un periodo de “transparente” reconciliación. Dicho acercamiento se manifestó de la mano de investigadores que dedicaron años de trabajo intelectual para dilucidar, de manera clara, coherente y ajustada a teoría, la historia social argentina.

     Este cambio de enfoque, tendría en nuestro país, dos canales difusores: la cátedra de Introducción a la Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires -dirigida por el ya nombrado Antonio Pérez Amuchástegui- y el Centro de Estudio de Historia Social organizado por José Luis Romero[27]. Desde allí, se insistió en la necesidad de sustituir la narración por el análisis de un problema. Proponiendo historizar todos los ámbitos de la actividad humana, articulando abiertamente con otras disciplinas de las que se tomó prestado distintos modelos teóricos. Y en un intento por emular a los fundadores de Annales, se rechazó los postulados de la Filosofía Especulativa y, al hacerlo, se produjo una aproximaron, desde el punto de vista teórico, a aquellos que han intentado desembarazarse del enfoque teleológico[28], y de la concepción burguesa del progreso constante; ambos, principios sustanciales de la Filosofía de la Historia de Immanuel Kant y Federico Hegel. 

     Annales y sus principios, también ejercieron influencia sobre otro historiador argentino: Tulio Halperín Donghi, quien no solo coincidió con el espacio formativo coordinado por Romero, sino que además asimiló directamente estas ideas de Braudel, con quien compartió su trabajo intelectual. Y así, distanciándose de las “perspectivas teleológicas de la revolución-mito”[29], celebrada tanto por la historiografía nacionalista como por la revisionista; intentó dar sentido a una historia argentina problema

     Sin embargo, a pesar del amplio y profundo andamiaje teórico-conceptual del “principal exponente argentino de la influencia de Braudel”[30] encontré, en algunos de sus trabajos, más paradigmáticos evidencias de una interpretación lineal desinhibida, según la cual, la participación activa de los sujetos claudica, ante el peso de una estructura -en este caso, ilustrada, liberal y porteña-, que habría, supuestamente, encauzado a todo el país. 

     Concretamente, en su Revolución y guerra[31], obra emblemática publicada en 1972, es factible advertir cómo este autor afirma que la élite urbana y criolla de Buenos Aires fue, prácticamente, la única heredera del pensamiento ilustrado rioplatense. Y no limitándose a estudiar y explicar las primeras décadas del siglo XIX, intentó dilucidar las del siguiente. De este modo, para Donghi, la Revolución de Mayo de 1810 “comienza como una aventura estrictamente personal de algunos porteños”[32] y con esto, los hombres y mujeres del interior son presentados como sujetos históricos pasivos.

     De hecho, Donghi afirma que si bien no faltan observadores pesimistas que deploran la calidad de muchos miembros del grupo políticamente dirigente, cree que este es más nutrido en Buenos Aires, y hace hincapié en la “escasez de hombres ilustrados que aqueja a La Rioja”; y “la reducida clase ilustrada santiagueña”[33].

     Desliza, así, la idea de que en las ciudades del interior, la población ilustrada, era muy reducida y que en muy pocas habría existido la cantidad suficiente de hombres preparados para responder a las necesidades de gobierno. Al mismo tiempo, remarca la pobreza y la escasez de población en la mayoría de ellas. Señalando una diferencia radical entre los centros que contaban con una tradición administrativa y los que carecían de ella.

     Halperín analizó braudelianamente el espacio geográfico, la economía, la sociedad y algunos aspectos culturales[34]. Y esto lo llevó a esbozar conclusiones clausurantes, que en mi opinión “inhiben el conflicto por los usos del pasado”[35] motor fundamental de la controversia y de la reescritura historiográfica. Por lo que me veo obligado a enfrentar el desafío de encontrar un modelo de interpretación alternativo.

 

La causalidad retroactiva/recursiva

Creo que, en la última década, en ciencias sociales, se dio un incremento de publicaciones dirigidas a inspeccionar o examinar las interpretaciones lineales. E intuyo que en el ámbito de la investigación sobre nuestro pasado, se está afincando la idea sobre la no linealidad de los procesos históricos. Si bien, no cuento ni con testimonios de historiadores que se confiesan seguidores y adherentes directos de esto; aun así, considero haber identificado indicios conceptuales[36] que señalan su presencia en el ámbito académico[37].

     Detecto, una lógica analítica diferente que si bien puede considerarse aporte ocasional, llama poderosamente mi atención; y me invita a relacionar esto con la causalidad promovida por la TC. En este sentido, pienso que, moderadamente, está ingresando al universo de la investigación histórica, un modelo de interpretación no lineal, menos estructuralista; que se abre a la posibilidad de abordar fenómenos complejos, en clave retroactiva/recursiva. Haciendo posible estudiar acontecimientos donde, claramente, la causa actúa sobre el efecto y el efecto sobre la causa[38].

     Precisamente, pude encontrar investigadores que sostienen que “en la práctica política rioplatense del siglo XIX, no hubo un proceso lineal ni una imposición nítida de una tradición sobre otra; sino la existencia heterogénea de un cúmulo de prácticas utilizadas por los actores políticos”[39]. E incluso, se viene insistiendo en la necesidad de abandonar la idea sobre la “construcción automática y unilineal de la unificación nacional como producto de un poder central”; proponiendo “un enfoque histórico basado en una matriz dinámica de procesos más largos de negociación y de conflicto, entre los centros y las periferias”[40].

     En este sentido, Roberto Schmit plantea que, si tomamos en cuenta que después de Caseros, el general Justo José de Urquiza proclamó el fin de la tiranía, la necesidad de la unidad nacional y el inicio de la fusión de las fuerzas políticas; podremos percibir a la Confederación Argentina, como un experimento institucional y político; que inauguró la época de la centralización nacional. Y al mismo tiempo, este planteo nos ayuda a suspender la clausura halperiniana, apoyada en su interpretación lineal que insinuó que la élite rioplatense fue la única heredera del pensamiento ilustrado de aquella época.

     Ciertamente, frente al Congreso Nacional de 1853, esta interpretación queda al descubierto. Pues hombres otrora enemigos se sentaron a trabajar y negociar, aceitando una red de relaciones que permitió unificar un personal diverso; que ya había tenido una experiencia previa en los Estados provinciales. De allí que, algunos historiadores, hablen de “un nuevo consenso liberal” entre los grupos dirigentes de Buenos Aires y del interior. Por lo que deduzco que, no solo los porteños tenían experiencia en la administración pública; también los “provincianos” contaban con la suya.

     Para seguir considerando la necesidad de contar con un nuevo modelo de interpretación, quisiera traer a colación, un acontecimiento particular de la historia argentina: la Batalla de Pavón. Pues, según Beatriz Bragoni, es un acontecimiento que suele presentarse como clave para aquellas historiografías confeccionadas desde el interior; que insisten en considerar a este enfrentamiento como un hecho que terminó por malograr la unidad nacional[41]. Pavón habría, supuestamente, permitido imponer, en clave liberal y porteña, un modelo de país y un modelo de nación que fue a contrapelo de las tradiciones vigentes, sobre todo, en el interior de la Confederación.

     Un claro ejemplo de esta visión, la encontramos en el historiador Norberto Galasso, quien afirma que Pavón es la gran derrota nacional y no Caseros. Según su opinión, “allí se cierra la posibilidad de la organización en un sentido nacional y se abre el camino al proyecto oligárquico probritánico”[42]. Esta perspectiva respecto a la postergación de la “unidad nacional”, afirma Bragoni, suele ir acompañada de otra convención no menos importante que oculta el fenómeno de la centralización del poder a nivel local, y que consiste en atribuirle mayor responsabilidad a la élite porteña. Y con este planteo, Bragoni, consciente o inconscientemente[43], está señalando la necesidad acuciosa de contar con un nuevo modelo de interpretación -no lineal- que permita abordar y explicar fenómenos históricos complejos.

     Ahora bien, si nos trasladamos a la Catamarca de aquella época, nos vemos obligados a recordar que, en los años posteriores al “triunfo” de Bartolomé Mitre en la Batalla Pavón; hasta que asume la presidencia, Domingo F. Sarmiento; a nivel local, sobreviene un período complejo, en el que, casi sin interrupción, se suceden asonadas, destituciones, reposiciones de gobernadores, intervenciones y luchas armadas. Se trata de un periodo tan complejo, que el historiador Ramón R. Olmos lo llamó: La noche de los siete años[44]. No obstante, detrás de esta elegante y poética nominación, es posible ver el desconcierto de un historiador que se topó con un acontecimiento que lo perturbó; y ante la imposibilidad de amoldarlo al corsé de su interpretación lineal, terminó por decorarlo poéticamente.

     Digo esto porque, se trata de un acontecimiento histórico menos lineal de lo que ha pretendido instalar el modelo historiográfico decimonónico. Pues, La noche de los siete años, podría adjudicarse a la tensión y choques de voluntades de poder -para decirlo en palabras de Friedrich Nietzsche-, de la élite porteña -más sus aliados del clan Taboada- y las del caudillo riojano Chacho Peñaloza -más su lugarteniente Felipe Varela-. Quienes, disputándose la hegemonía regional, dirimieron sus diferencias en territorio catamarqueño. Y a todo esto se sumó, obviamente, los intereses de los hombres y mujeres de la élite local que tuvieron, en todo este proceso, una participación activa. Todos ellos fueron, sin lugar a dudas, condicionados por Mitre, pero, al mismo tiempo, condicionaron de alguna manera, los designios del gobierno nacional.

     Se puede percibir una relación retroactiva/recursiva, donde la realidad política que fue producida por la interacción de individuos con deseos de poder, una vez producida; retroactuó sobre estos y los produjo como nuevos sujetos políticos. Estaríamos ante un proceso extremadamente complejo que no se explica, si no se descarta previamente, toda interpretación lineal. Pues, evidentemente, el Estado Nacional no fue producto de las progresivas “penetraciones en las provincias, sino que el proceso de centralización del poder, resultó tributario de dos dinámicas convergentes: la provincial y la nacional”[45]. Por lo que invito a que se les reconozca a estos sujetos históricos locales, una participación activa en todo este proceso histórico.

     Aceptando esta idea, se puede entender que los catamarqueños de aquel entonces, formaron parte de lo que el epistemólogo argentino Rolando García definió como un sistema complejo. Es decir, un sistema o fragmento de la realidad, no descomponible. Un sistema dinámico que no puede ser estudiado y explicado por separado, pues sus partes están totalmente relacionadas. Como expreso Henri Poincaré a fines de 1800, no se puede estudiar y explicar el funcionamiento de un sistema, sin tomar en cuenta todas sus partes, pues todo depende de todo.

     En este sentido, no podremos esclarecer fenómenos históricos complejos, apelando a la simple interpretación lineal de causa y efecto; menos aún, recurriendo a simples y elegantes alegorías. Ciertamente, estos acontecimientos demandan para su elucidación un principio de causalidad distinto. Que nos lleve a esbozar una interpretación no lineal, inspirada en la concepción causal retroactiva/recursiva que propone Morin. Pues, a decir de este pensador, una visión simplificada y lineal resulta fácilmente mutilante. En efecto, una personalidad tan sorprendente como la de Eulalia Ares que en 1862 comandó la revolución de las mujeres de Catamarca, hecho que dio inicio a La noche de los siete años. No puede explicarse, si apelamos, a una interpretación lineal de los procesos históricos. 

     Ciertamente, desde Ramón R. Olmos, hasta nuestros días, diferentes historiadores han intentado abordar y explicar el accionar político de Eulalia, sin llegar a una explicación convincente. Por lo que a continuación presento, en formato de cuadro, las explicaciones que dieran diferentes autores.

 

Los autores consultados

 

Autor

Explicación

En 1992, se reeditó el libro Historia de Catamarca de Ramón R. Olmos. En esta obra, dice lo siguiente: “A los siete días de haber sido nombrado gobernador titular D. Moisés Omil, se produjo un hecho curioso y único en los anales de la historia catamarqueña. El caso es que, ante la inercia de los partidarios de Correa, doña Eulalia Ares […], conjuntamente con otras damas, secundadas por D. Daniel Palacios, y con la cooperación de un grupo de 23 hombres del pueblo, hicieron una revolución en la noche del 17 al 18 de agosto. Obteniendo pleno éxito, la valerosa dama organizó la defensa de la casa de Gobierno y dispuso la captura de Omil”.

 

Así, Olmos expresa que “ante la inercia de los partidarios de Correa”, Eulalia actuó. Según su opinión, Eulalia no actuó por decisión propia, ni por iniciativa personal. Eulalia, sencillamente, cuál si fuese un objeto inanimado, actuó llevada por la “inercia” de los acontecimientos. Y de esta manera Olmos, sepultó la participación activa y consciente de Eulalia, en aquel proceso.

En ese mismo año, el historiador Armando R. Bazán publicó El noroeste y la argentina contemporánea, obra en la que expresó: “Omil creyó tener motivos para quedarse tranquilo en el sillón. El nuevo hombre fuerte nunca imaginó que el sexo débil lo voltearía. Eulalia Ares […], mujer de notable carácter, logró la complicidad de un grupo de hombres del pueblo dirigidos por Daniel Palacios. Tenía agravios que vengar: su esposo, el comandante de Ancasti, había sido derrotado y tomado prisionero por el gobernador”.

De esta manera, Bazán intentó explicar el accionar de Eulalia, ligándolo a un deseo de venganza. En efecto, expresa que Eulalia actuó porque “tenía agravios que vengar”; y con esto nos ofrece la imagen de una Eulalia, dominada por las pasiones, y poco consciente de sus actos.

En 1999, Félix Luna publicó Soy Roca, donde refiriéndose a Eulalia, consideró lo siguiente: “algunas matronas eran los encubiertos puntos de confluencia de intrincados hilos políticos. Sucedía que el oficio de la vida mujeril les permitía disponer de más información que la de muchos dirigentes y por lo tanto sus opiniones eran más fundamentales y se las escuchaba con respeto”.

“Pertenecía a esta especie de mujeres poderosas y politiqueras doña Eulalia Ares […], de Catamarca: tanto ella como sus varias hermanas eran famosas por su belleza, su temible carácter y su capacidad política”.

“Sin llegar a casos tan extremos, insisto que algunas integrantes del sexo débil eran en el interior las claves de la política local”.

Félix Luna sostuvo que mujeres como Eulalia “eran en el interior la clave de la política local”; y con esto les reconoce alguna participación, algo que no muchos historiadores se atreven a reconocer.

El historiador argentino, Felipe Pigna publicó en el 2011 un libro titulado Mujeres tenían que ser, en el que sostiene que “en aquellos años convulsionados hubo una catamarqueña que al frente de un grupo de mujeres armadas tomó un cuartel y la casa de gobierno, organizó un plebiscito para elegir un nuevo gobernador y una vez electo éste, le entregó las armas. Se llamaba Eulalia Ares y había nacido en Ancasti en 1809 un poquito antes que la patria. Cuando se casó con Domingo Vildoza supo que su vida no sería tranquila y que su rol no se reduciría a criar a sus siete hijos y mantener el fuego del hogar”.

Cuando expresa que Eulalia desde el momento que se casó con Vildoza supo que su vida “no se reduciría a criar a sus siete hijos y mantener el fuego del hogar”. Da a entender que el personaje histórico Eulalia, nace como consecuencia de su matrimonio con Vildoza. Con lo que desdibuja la participación activa de Eulalia antes de su matrimonio, e incluso, en su más temprana juventud.

En el año 2019, una editorial catamarqueña, publicó una novela histórica escrita por Celia Sarquís, basada en la figura de Eulalia. Este libro, titulado “Eulalia Ares y la rebelión de las polleras, posee todos los ingredientes del relato histórico e incorpora una metafórica y lúcida perspectiva de género. […] recupera la gesta de las mujeres catamarqueñas que, enarbolando su palabra y empoderando sus polleras, hicieron una revolución”. Así versa, un fragmento del prólogo, firmado por la doctora Ivana Alochis; experta en representaciones sobre la violencia sexual presente en las noticias publicadas entre 1983 y 2013, en la prensa gráfica de Córdoba.

Una vez más, el vaivén que detectó Castillo Murillo, se manifestó. En este caso, esbozando el perfil de una Eulalia "empoderada". Sin embargo, más allá de si se resalta el papel de Eulalia como sujeto “empoderado”; o si, por el contrario, se destaca el papel de la estructura que la oprimía. Inexorablemente, estamos ante una interpretación lineal; que perturbar nuestra percepción sobre este fenómeno histórico.

 

 

Fuentes: (Ramón Rosa, Olmos, 1992, p. 200), (Armando Raúl, Bazán, 1992, p. 101), (Félix, Luna, 1999, p. 48), (Felipe, Pigna, 2011, p. 343).

 

     De la información que brinda este cuadro, podemos colegir, entre otras cosas, lo siguiente: no se puede comprender a Eulalia, ni a cualquier otro sujeto histórico, si creemos que actuó, simplemente, por la “inercia” de los acontecimientos. Tampoco podremos comprender a Eulalia, si la imaginamos como una mujer dominada por deseos de venganza. Y si por el contrario, reconocemos su participación activa; no podemos ensuciar su accionar con la idea de “complicidad”. Tampoco podremos entender a Eulalia circunscribiendo su participación activa, a partir de su matrimonio con Vildoza, pues estaríamos obviando su accionar consciente, durante todo este proceso, e incluso antes.

     Para comprender a Eulalia, debemos recurrir a un enfoque intencionalista, centrado en el actor. Esta idea, que tomo de Anthony Giddens, permite ver a Eulalia como una mujer condicionada, pero al mismo tiempo, co-creadora de las estructuras sociales que la rodearon. Y a esto, deseo enriquecerlo con la noción de causalidad retroactiva/recursiva que plantea Edgar Morin. Pues, permite estudiar fenómenos como este, donde la causa actúa sobre el efecto y el efecto sobre la causa.

     Estoy convencido de que, para elucidar acontecimientos, tan complejos; debemos reorientar nuestra interpretación hasta considerar a los distintos sujetos históricos, como productos y productores del momento histórico que les tocó vivir. Parte activa de un bucle causal[46] que los liberó de la condena de revivir, eternamente, los hechos ya acaecidos. Un bucle causal que mirado de frente, y a simple vista, parece cíclico; pero, si lo miramos de costado muestra la posibilidad de un avance en el tiempo.

 

                                                  

                                                          Bucle causal             

 

     Por todo esto, afirmo que, de seguirse aplicando el modelo de interpretación lineal, para explicar acontecimientos tan complejos, se continuará deformando la participación activa de hombres y mujeres; que terminaran siendo desdibujados, ante el peso de una estructura que supuestamente los dominan y asfixia completamente. Y con esta idea, no se hace más que entorpecer la elucidación de fenómenos complejos, que urge explicar correctamente.

 

La enseñanza de la historia y una causalidad alternativa

Después de la renovación teórica y conceptual, generada por Annales. La tarea de enseñar historia se ha encaminado, entre otras cosas, a lograr un tipo de transposición didáctica, desembarazada de la visión teleológica del proceso histórico y de la noción burguesa del progreso constante. Sin embargo, a este cambio de dial que vino a favorecer el diálogo interdisciplinario y el préstamo teórico conceptual; debo darle un giro más. Para ponerlo en sintonía con los postulados propuestos por la TC, que promueve una renovación total del principio de causalidad. Brindando “un nuevo tipo de alfabetización y, en consecuencia, un nuevo conjunto de términos para representar los procesos históricos”[47].

     Así, sugiero que la enseñanza de la historia se oriente a facilitar la comprensión de procesos históricos no lineales. Dando cuenta del enorme abanico de posibilidades que existen. Pues, si la esencia de la historia es la contingencia, deberíamos enseñar, como propone John Gaddis, que hubo vías que se siguieron y otras que no se siguieron.

     Se trata de alcanzar, una transposición didáctica desembarazada de los discursos clausurantes y flexible ante lo incierto e impredecible. ¿Cuáles son, entonces, las consecuencias para la enseñanza de la historia? Esto ayudará a abandonar la pretensión de encontrar un telos o meta en la historia. Permitiéndonos comprender que, el proceso histórico “vincula, tanto factores intencionales como no intencionales”[48]. Y esta idea es clave para mediar entre “la ya eclipsada moda estructuralista”[49] y la novedad intencionalista.

     Con este pensamiento, intento salvar la argumentación causal que fue postergada en favor del simple y poco reflexivo modelo narrativo decimonónico. ¿Qué quiero decir con esto? Coincido con quienes creen que se debería reevaluar la narración como instrumento de investigación más sofisticado que los que hasta ahora han elaborado los científicos sociales y, en verdad, la mayoría de los historiadores.

     Mi objetivo es, alcanzar una enseñanza de la historia, inspirada en un giro conceptual que ayude a comprender que los problemas de la transposición didáctica del conocimiento histórico, pueden ser resueltos (o disueltos) reformando el lenguaje; o, comprendiendo mejor el que usamos diariamente. Concretamente, se trata de des-sedimentar nuestro abanico teórico-conceptual. Que en palabras del psicólogo constructivista y especialista en transposición didáctica del conocimiento histórico, Mario Carretero; permitirá a los educandos, en un proceso dialéctico de asimilación y acomodación, reestructurar sus conocimientos. Condición sine qua non, para alcanzar un proceso de enseñanza/aprendizaje con sentido crítico.

     Sin lugar a dudas, esta comprensión requiere un cambio muy profundo de nuestra práctica docente; y hacia allí deseo orientar mi reflexión. Ya que a partir de mi experiencia -como estudiante y docente-, observo un fuerte condicionante, al momento de llevar a cabo la transposición del conocimiento histórico. Vinculado, tal vez, a la presencia de la antigua causalidad newtoniana; y a la  no menos anacrónica concepción estructural braudeliana, que inevitablemente lleva a adoptar una interpretación lineal; donde la libertad de acción de los sujetos históricos se desvanece, frente al peso de las estructuras imperantes.

     Dicha percepción lineal, rígida, objetiva y monolítica de la historia, como explica Pedro Pérez Herrero, a menudo, se confunde con el pasado.  Y por esta razón, la pregunta que me hago es ¿qué principio de causalidad está guiando la enseñanza de la historia argentina? Pensadores, como el ya mencionado Mario Carretero, promueven una transposición didáctica de la historia, menos memorística y más reflexiva. Sin embargo, no dice nada sobre los inconvenientes que se desprenden de seguir aplicando un modelo de causalidad ya vetusto.

     Afortunadamente, los planteos teóricos de Edgar Morin, son una luz en el camino. Y van a contrapelo de este pensamiento simplificador, lineal y estructural. De hecho, desde la década del 1970; viene proporcionando las teorías necesarias como para dar origen a una transformación holística del conocimiento histórico. Pues la noción de causalidad de la TC, nace intentando romper con la hegemonía de la causalidad lineal, afirmando que la causa actúa sobre el efecto y el efecto sobre la causa, siguiendo un razonamiento que permite relacionar un proceso, cuyos elementos se explican recíprocamente.

     Haciendo hincapié en que los personajes históricos fueron, al mismo tiempo, condicionados y condicionantes; deseo invitar a repensar las complicaciones surgidas al momento de interpretar fenómenos complejos, en el contexto áulico. Para iniciar a los alumnos en la reflexión sobre la interpretación unidireccional, aún dominante; que promueve un único modelo explicativo, que termina por malograr la elucidación de ciertas etapas de la historia argentina.

     En consecuencia, sugiero educar mediante un esquema dúctil que habilite el diálogo entre las distintas concepciones de causalidad (clásica/lineal, estructuralista, intencionalista y retroactiva/recursiva) que les permita a los estudiantes llegar a esbozar diferentes tipos de interpretaciones. Ayudando al docente a reconvertirse en un verdadero guía del proceso de enseñanza/aprendizaje.

     Al señalar esto, deseo resaltar el hecho de que “puede haber más de una explicación causal aceptable de determinado suceso”[50]. Pues, los fenómenos a nivel micro son, “en su mayor parte, de carácter lineal, en el sentido de que hay una relación predecible entre entrada y salida entre estímulo y respuesta”[51]. Sin embargo, todo esto cambia a nivel macro; donde los fenómenos históricos son no-lineales; lo que nos lleva a advertir que un mismo sistema puede ser simple y complejo a la vez.

     Para lograr esta meta, recurro a los fundamentos de la interpretación no lineal que propone la TC, que invita a reflexionar sobre la realidad de nuestro entorno y la complejidad de nuestro pasado. Soy de aquellos que piensan que, “las explicaciones causales del pasado están abiertas a reinterpretaciones permanentes, producto de nuestra relación cambiante con él y de los intereses diversos que estructuran nuestras preguntas históricas”[52].

 

A modo de cierre

Existen investigadores que creen que la complejidad en tanto conjunto de teorías y métodos y, en un sentido más general, como campo de estudios de la ciencia contemporánea; o, como un paradigma científico emergente; es marginal en las ciencias sociales. Como si, la epistemología y metodología de estas y las teorías contemporáneas de la complejidad, fueran dos mundos con escasos puntos de conexión[53]. Sin embargo, con el presente trabajo de reflexión, pienso haber demostrado lo equivocados que están aquellos que pretenden emitir juicios clausurantes sobre este tema.

     De hecho, de la mano de la TC, no solo es posible refutar esta idea, sino que, además, es probable elucidar un punto de unión entre ella y las disciplinas humanísticas. Un punto de contacto basado en una nueva concepción causal. Pues, está ingresando al universo de la investigación histórica, un tipo de interpretación no lineal; menos newtoniana, menos estructuralista. Que brinda la posibilidad de abordar y explicar fenómenos históricos en clave retroactiva/recursiva, donde la causa actúa sobre el efecto y el efecto sobre la causa.

     Al cierre de este artículo, deseo volver a mencionar a Camilo Meyer, personaje histórico, con el que realice la apertura de mi reflexión. Deseo volver a él, por el simple hecho de que sus dudas sobre las innovaciones de la ciencia de su época, son una muestra clara de las dificultades que enfrenta un nuevo paradigma a la hora de imponerse y ganar un lugar en el ámbito académico. De hecho, como explicó el epistemólogo norteamericano Thomas S. Kuhn, para que un nuevo paradigma sea tomado en cuenta, es necesario, previamente, que aquellos que se oponen a lo emergente, ya no estén; dando lugar a los más jóvenes que tomaran como propio lo nuevo. De hecho, si analizamos la Teoría de la Evolución y su lenta, pero firme adopción por parte de los académicos argentinos, a fines del siglo XIX. Comprobamos que, efectivamente, ésta encontró cabida, después de la muerte de Carlos Germán Burmeister, acérrimo defensor del fijismo.

     Evidentemente, cuando me propuse realizar este trabajo, no fui lo suficientemente consciente de lo difícil que sería hacer coincidir estos postulados, que nacen de la especulación filosófica posmoderna; con los principios de las corrientes historiográficas tradicionales (la llamada Historia Oficial, inaugurada por Bartolomé Mitre; la Nueva Escuela Histórica, de la que formó parte Ricardo Levene; el Revisionismo Histórico del que formó parte Carlos Ibarguren, la Historia Social, de la que formó parte Tulio Halperín Donghi y la historiografía regional de la que formó parte Armando R. Bazán), sin producir en el interior de estas, un giro conceptual, que termine por reformular el corpus teórico que las sedimenta.

     Ciertamente, es improbable llevar a cabo este giro, sin subvertir todos sus a prioris. Más aún, si tomamos en cuenta a Morin, cuando dice: “la Biología, la Sociología, la Antropología son ramas particulares de la Física; asimismo, si el concepto de Biología se agranda, se complejiza, todo aquello que es sociológico y antropológico es, entonces, biológico”[54].

     Sin lugar a dudas, el pensamiento de Morin está ligado al clima intelectual que surge en la década de 1970. Frente al cual, la división tajante de las disciplinas, propiciada por los teóricos de fines del siglo XIX, se desdibuja; ante una nueva cosmovisión, basada en una concepción específica de la naturaleza y también de los usos de la historia[55].

     Si bien, la TC coincide en algunos aspectos con la propuesta teórica de la Nueva Filosofía de la Historia, al nacer al fragor de la condición posmoderna, cuestionando la Filosofía Especulativa, exponiendo la falibilidad del conocimiento científico y la necesidad de llevar a cabo un giro conceptual, a contrapelo de la supuesta objetividad del conocimiento. Aun así, el principio de causalidad propuesto por los teóricos de la TC, no es fácilmente ajustable a lo que postula la Nueva Filosofía de la Historia; que subraya primordialmente la naturaleza constructiva y textual de la explicación histórica[56]. Ciertamente, este es un tema muy interesante, pero que excede los límites y objetivos de este sucinto artículo, por lo que postergaré su tratamiento para otra ocasión.

 



[1] David Castillo Murillo, “La causalidad histórica: la aporía entre el agente y la estructura en algunas corrientes historiográficas del siglo XX. Elementos para su discusión actual”, en Letras históricas, n.21, (2019), p. 218, http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2448-83722019000200215

[2] Lo impredecible en un proceso histórico es, la conducta acumulada, de todos esos sujetos históricos, muchas veces olvidados, y el “macroefecto que resulta de sus microrrespuestas”. John Gaddis, El paisaje de la historia. Como los historiadores representan el pasado (Barcelona: Ed. Anagrama Colección Argumentos, 2002), p. 108.

[3] Según Edgar Morin: “ningún sistema puede aislarse de manera absoluta y radical del sujeto que lo concibe ni, consiguientemente, de su entendimiento, lógica, cultura y sociedad”. Esteban Ballesteros y José Solana Ruiz, Editores, Complejidad y ciencias sociales, Univ. Internacional de Andalucía, (2013), p. 5, https://dspace.unia.es/bitstream/handle/10334/3620/2013_complejidad_978-84-7993-231-2.pdf. (Consultado en junio del 2021).

[4] Iván Valenzuela Espinoza expresa que: “Recientes innovaciones en la teoría social están abocadas a desarrollar puntos de encuentro y colaboración con la teoría de la complejidad. Por supuesto, tal aproximación conlleva una reconceptualización profunda de la noción de sistema y de diversas dinámicas y procesos asociados”. Iván Valenzuela Espinoza, “Complejidad, globalización y teoría social”, en Polis. Revista latinoamericana, Centro de Investigación, Sociedad y Políticas Públicas, (2012), p. 1, http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-65682012000100026. (Consultado en junio del 2021).

[5] Alberto Palcos, “Historia de las instituciones y la cultura”, en Ricardo Levene (Edit.), Historia argentina contemporánea, Vol. II, Segunda Sección, Historia de las instituciones y la cultura (1862-1930). (Buenos Aires: Editorial El Ateneo, 1964).

[6] Según García-Raso, una ecuación lineal puede ser, por ejemplo, la clásica V = E / T donde hallando una o dos soluciones se obtienen muchas más, sin costo extra. Las ecuaciones no lineales, por el contrario, abren diferentes soluciones continuamente saltando de un sitio a otro, requiriendo formas de mayor complejidad para su resolución. Daniel García-Raso, “La incertidumbre de pensar (en el pasado). La historia de la Teoría del Caos y su aplicación en arqueología”, en Arqueoweb Revista sobre Arqueología en Internet, 10, (2008), pp. 1-124, https://webs.ucm.es/info/arqueoweb/pdf/10/garciaraso.pdf. (Consultado en junio del 2021).

[7] Ilya Prigogine y Stengers Isabelle, Entre el tiempo y la eternidad. (Buenos Aires: Editorial Alianza Universidad, 1991), p. 84.

[8] John Gaddis, El paisaje de la historia. Como los historiadores representan el pasado (Barcelona: Ed. Anagrama, Colección Argumentos, 2002), p. 125.

[9] Ilya Prigogine y Stengers Isabelle, Entre el tiempo y la eternidad. (Buenos Aires: Editorial Alianza Universidad, 1991), p. 84.

[10] García explica que: “cuando como consecuencia del formalismo cuántico, aparecen la no localidad y la no separabilidad de los eventos, entonces sí parece derrumbase la causalidad”. Rolando García, La epistemología genética y la ciencia contemporánea (Barcelona: Ed. Gedisa, 1997), p. 128. Estas críticas, en contra de la causalidad clásica, son, en esencia, distintas a las emitidas por David Hume (1711-1776), en el siglo XVIII. Pues, en aquella época, Hume cuestionó el hecho de que la relación causal se haya concebido tradicionalmente como una conexión necesaria entre causa y efecto, de tal modo que, conocida la causa, la razón puede deducir el efecto que seguirá, y viceversa. Pero hoy, en virtud de las críticas emitidas por la TC, se está hablando de otra cosa.

[11] John Gaddis, El paisaje de la historia. Como los historiadores representan el pasado (Barcelona: Ed. Anagrama Colección Argumentos, 2002), p. 106.

[12] Alberto Palcos, “Historia de las instituciones y la cultura”, en Ricardo, Levene (Edit.), Historia argentina contemporánea, Vol. II, Segunda Sección, Historia de las instituciones y la cultura (1862-1930) (Buenos Aires: Editorial El Ateneo, 1964), p. 8.

[13] Edgar Morin, Introducción al pensamiento complejo (Barcelona: Ed. Gedisa, 1990), p. 123.

[14] R. Castro-Díaz, “Epistemología y pragmatismo en el análisis de los sistemas complejos”, en Revista latinoamericana de metodología de las ciencias sociales, vol. 7, no. 2, e026, (2017), pp. 1-15,https://www.relmecs.fahce.unlp.edu.ar/article/download/RELMECSe026/8917/19193. (Consultado en junio del 2021).

[15] Véase, Tesis de Maestría de José Alonso Andrade de Salazar, dada a conocer en Colombia, en el año 2018, bajo el título: ¿Es la violencia lineal? Linealidad y no-linealidad de la violencia, http://biblioteca.clacso.edu.ar/Colombia/kavilando/20180716043402/0.pdf . (Consultado en junio del 2021).

[16] Edgar Morin, Introducción al pensamiento complejo (Barcelona: Ed. Gedisa, 1990), p. 107.

[17] Gaddis explica que, en el seno de sistemas aparentemente caóticos, pueden coexistir, sorprendentemente, modelos de regularidad. Y de hecho, algunas “ecuaciones no lineales, cuando se las presenta en la pantalla de un ordenador, producen ‘atractores extraños’, que limitan procesos impredecibles en el seno de estructuras predecibles”. John Gaddis, El paisaje de la historia. Como los historiadores representan el pasado (Barcelona: Ed. Anagrama Colección Argumentos, 2002), p. 119.

[18] “De tres maneras extendió la teoría del caos y la complejidad estos hallazgos: esclareciendo las circunstancias en que lo predecible se hace impredecible, mostrando que los modelos pueden existir aun cuando no parezca haber ninguno y demostrando que esos modelos pueden surgir espontáneamente, sin que nadie los haya puesto. En conjunto, estos descubrimientos realzan nuestra comprensión de la diferencia entre las relaciones lineales y las no lineales, esto es, cómo los sistemas ordenados pueden convertirse en desordenados o a la inversa, se trata de cosas cuyo conocimiento es útil a los historiadores, dado que permanentemente tienen que vérselas con este tipo de circunstancias”. Ídem, p. 111.

[19] Verónica Tozzi, La historia según la nueva filosofía de la historia (Buenos Aires: Editorial Prometeo, 2009), p. 24.

[20] Hayden White, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1992), p. 142.

[21] Braudel definió estructura, de la siguiente manera: “Para nosotros, los historiadores, una estructura es indudablemente un ensamblaje, una arquitectura; pero, más aún, una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en transportar. Ciertas estructuras están dotadas de tan larga vida que se convierten en elementos estables de una infinidad de generaciones: obstruyen la historia, la entorpecen y, por tanto, determinan su transcurrir. Otras, por el contrario, se desintegran más rápidamente. Pero todas ellas, constituyen, al mismo tiempo, sostenes y obstáculos”. Fernad Braudel, La historia y las ciencias sociales (Madrid: Ed. Alianza, 1970), p. 70.

[22] David Castillo Murillo, “La causalidad histórica: la aporía entre el agente y la estructura en algunas corrientes historiográficas del siglo XX. Elementos para su discusión actual”, en Letras históricas, n.21, (2019), p. 219, http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2448-83722019000200215

[23] Antonio J. Pérez Amuchástegui, Algo más sobre la historia. Teoría y metodología de la investigación histórica (Buenos Aires: Editorial Ábaco, 1979), p. 173.

[24] David Castillo Murillo, “La causalidad histórica: la aporía entre el agente y la estructura en algunas corrientes historiográficas del siglo XX. Elementos para su discusión actual”, en Letras históricas, n.21, (2019), p. 217, http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2448-83722019000200215

[25] Míguez sostiene lo siguiente: “El historiador debe recurrir a todo el instrumental que dispone la teoría social. La teoría económica, la teoría sociológica, la teoría política, la demografía, y desde luego, la antropología. Incluyendo espacios de la teoría social que deambulan en las intersecciones de estas tradiciones disciplinarias, como la producción de Anthony Giddens”. Eduardo Míguez, “Antropología e Historia”, en Memoria americana, 20 (1), (2012), p. 132, https://xdoc.mx/documents/untitled-instituto-de-ciencias-antropologicas-5e5d6a5edf6c2. (Consultado en junio del 2021).

[26] Mariela Cambiasso, “La teoría de la estructuración de Anthony Giddens: un ensayo crítico”, VI Jornadas de Jóvenes Investigadores, Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, (2011), p. 1, https://es.passeidireto.com/f/108888695/m-21-contenido-u-1/17. (Consultado en junio del 2021).

[27] Raúl Bazán, El Noroeste y la Argentina Contemporánea (1853-1992) (Buenos Aires: Editorial Plus Ultra, 1992), p. 14.

[28] Pérez Amuchástegui comentó que: “la causación propia del comportamiento de lo histórico es teleológica, apunta a finalidades, responde a intencionalidades”. A. J. Pérez Amuchástegui, Algo más sobre la historia. Teoría y metodología de la investigación histórica (Buenos Aires: Editorial Ábaco), 1979, p. 61. O sea que, si bien, la mayoría de los herederos argentinos de Annales, intentaron desembarazarse de la concepción teleológica del proceso histórico; algunos de ellos, como Pérez Amuchástegui, continuaron sosteniéndola.

[29] Gabriel Entin, “Tulio Halperín Donghi y la revolución como exploración”, en Prisma, Revista de Historia Intelectual, 15 (15), (2011), p. 185, http://www.cedinpe.unsam.edu.ar/sites/default/files/pdfs/revista_prismas_ndeg_15.pdf. (Consultado en junio del 2021).

[30] José, Chiaramonte. “Reflexiones sobre la obra de Tulio Halperín”, en Prisma. Revista de historia intelectual, N° 23, (2019), p. 119, http://www.scielo.org.ar/pdf/prismas/v23n1/1852-0499-prismas-23-01-116.pdf. (Consultado en junio del 2021).

[31] “Revolución y Guerra es un producto de la “historia estructural”. Gabriel Di Meglio, “Algunos rasgos de la herencia halperiniana”, en Boletin del Instituto de historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, Número especial, Año (2018), p. 15, https://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/91379. (Consultado en junio del 2021).

[32] Gabriel Entin, “Tulio Halperín Donghi y la revolución como exploración”, en Prisma, Revista de Historia Intelectual, 15 (15), (2011), p. 186, http://www.cedinpe.unsam.edu.ar/sites/default/files/pdfs/revista_prismas_ndeg_15.pdf. (Consultado en junio del 2021).

[33] Tulio Halperín Donghi, Revolución y guerra: formación de una élite dirigente en la Argentina criolla (Buenos Aires: Editorial Siglo Veintiuno, 1994), p. 382.

[34] Gabriel Di Meglio, “Algunos rasgos de la herencia halperiniana”, en Boletin del Instituto de historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, Numero especial, Año (2018), p. 15, https://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/91379. (Consultado en junio del 2021).

[35]María Arabarco,Reseñas Bibliográficas. Tozzi, Verónica, La historia según la nueva filosofía de la historia”, en Páginas de Filosofía, Año XI, N° 13, (2010), p. 193, https://ridaa.unq.edu.ar/handle/20.500.11807/1771. (Consultado en junio del 2021).

[36]Hempel explicó que, en ciencias, existen términos no-observacionales; que no podemos observar a simple vista, como por ejemplo: átomo, electrón, núcleo, disociación, valencia y otros; ninguno de los cuales figura en la descripción de los datos observacionales. Sin embargo, reconocemos su presencia, gracias a segundos y terceros experimentos. Carl Hempel, La explicación científica. Estudios sobre la filosofía de la ciencia (Buenos Aires: Ed. Paidos Surcos, 2005), p. 19. Y en este caso, nos encontramos ante no-observables, cuya presencia deducimos a partir de indicios, que encontramos en los trabajos de ciertos intelectuales, expertos en historia argentina. ¿Cuáles son esos indicios? Son términos como complejidad, sistema dinámico, matriz dinámica, no linealidad y simultaneidad.

[37] Míguez manifestó lo siguiente: “Los ‘distintos tiempos’ de Braudel, las ‘estructuras sincrónicas’ del estructuralismo, los ‘desfasajes del tiempo’ de Althusser, etc., se han encargado de echar por tierra cualquier concepción simple y lineal”. Eduardo Míguez, “La investigación histórica hoy: recuperando lo pequeño”, en Revista de Historia, Universidad Nacional del Comahue, (1990), p. 8, http://revele.uncoma.edu.ar/index.php/historia/article/view/833. (Consultado en junio del 2021).

[38] ¿Podríamos relacionar, entonces, la irrupción de la idea sobre la no linealidad de los procesos históricos, con la diseminación -e, incluso, asimilación casi inconsciente- del abanico teórico-conceptual de la TC? Y si es así, ¿estaríamos ante el fenómeno que anticipó el epistemólogo argentino César Julio Lorenzano en 1982, cuando afirmó que los campos culturales, tienden al isomorfismo? En aquella oportunidad, Lorenzano planteó que los campos culturales tienden al isomorfismo, y propuso hacer -tendencialmente- de esta teoría unificada, una teoría aplicable a todo el campo cultural. César Lorenzano, El enigma del arte (Buenos Aires: Ed. Prometeo, 2008), p. 47.

[39] Roberto Schmit, “El poder político entrerriano en la encrucijada del cambio”, en Beatriz Bragoni y Eduardo Míguez, Un Nuevo Orden Político (Buenos Aires: Editorial Biblos, 2010), p. 122.

[40] Roberto Schmit (Compilador), Caudillos, política e instituciones en los orígenes de la nación argentina (Buenos Aires: Editorial de la Universidad Nacional General Sarmiento, 2015), p.162.

[41] Beatriz Bragoni y Eduardo Míguez (coordinadores), Un nuevo orden político. Provincias y Estado Nacional, 1852-1880 (Buenos Aires: Editorial Biblos, 2010), p. 30.

[42] Norberto Galasso, Felipe Varela y la lucha por la unión Latinoamérica (Buenos Aires: Ediciones Colihue, 2010), p. 32.

[43] Según Míguez “la historia nunca ha sido solo relato, y aún en las más tradicionales de las historias nacionales -Mitre, sin ir más lejos- la explicación del relato entrelaza percepciones de contextos que buscan desentrañar su lógica. Si Mitre hoy lee rancio, es, entre otras cosas, porque su sociología y su antropología -o los rudimentos conceptuales que fungían por tales- nos lo parecen, no porque estén ausentes”. Eduardo Míguez, “Antropología e Historia”, en Memoria americana 20 (1), (2012), p. 131, https://xdoc.mx/documents/untitled-instituto-de-ciencias-antropologicas-5e5d6a5edf6c2 . (Consultado en junio del 2021).

[44] Ramón Rosa Olmos, Historia de Catamarca (San Fernando del Valle de Catamarca: Editorial Sarquís, 1992), p. 197.

[45] Beatriz Bragoni y Eduardo Míguez (coordinadores), Un nuevo orden político. Provincias y Estado Nacional 1852-1880 (Buenos Aires: Editorial Biblos, 2010), p. 19.

[46] Esteban Ballesteros y José Luis Solana Ruiz comentan que: “El bucle recursivo ‘es un proceso en el que los efectos o productos al mismo tiempo son causantes y productores del proceso mismo, y en el que los estados finales son necesarios para la generación de los estados iniciales. De este modo, el proceso recursivo es un proceso que se produce/reproduce a sí mismo, evidentemente a condición de ser alimentado por una fuente, una reserva o un flujo exterior’ ”. Esteban Ballesteros y José Solana Ruiz (Editores), Complejidad y ciencias sociales. Edita: Univ. Internacional de Andalucía, (2013), p. 62, https://dspace.unia.es/bitstream/handle/10334/3620/2013_complejidad_978-84-7993-231-2.pdf. (Consultado en junio del 2021).

[47] John Gaddis, El paisaje de la historia. Como los historiadores representan el pasado. (Barcelona: Ed. Anagrama, Colección Argumentos, 2002), p. 112. Gaddis cree que lo impredecible y lo predeterminado se despliegan juntos para hacer que cada cosa sea como es.

[48] Rosa Belvedresi, “Una reevaluación de la causalidad histórica”, en Epistemología e historia de la ciencia, Selección de trabajos de las XIX Jornadas, Volumen 15, Editores: Diego Letzen y Penélope, (2009), p. 56,  https://rdu.unc.edu.ar/handle/11086/3431. (Consultado en junio del 2021).

[49] Eduardo Míguez, “Antropología e Historia”, en Memoria americana, 20 (1), (2012), p. 133, https://xdoc.mx/documents/untitled-instituto-de-ciencias-antropologicas-5e5d6a5edf6c2. (Con-sultado en junio del 2021).

[50] Rosa Belvedresi, “Una reevaluación de la causalidad histórica”, en Epistemología e historia de la ciencia, Selección de trabajos de las XIX Jornadas, Volumen 15, Editores: Diego Letzen y Penélope, (2009), p. 57, https://rdu.unc.edu.ar/handle/11086/3431. (Consultado en junio del 2021).

[51] John Gaddis, El paisaje de la historia. Como los historiadores representan el pasado. (Barcelona: Ed. Anagrama, Colección Argumentos, 2002), p.108.

[52] Rosa Belvedresi, “Una reevaluación de la causalidad histórica”, en Epistemología e historia de la ciencia, Selección de trabajos de las XIX Jornadas, Volumen 15, Editores: Diego Letzen y Penélope, (2009), p. 59, https://rdu.unc.edu.ar/handle/11086/3431. (Consultado en junio del 2021).

[53] Leonardo Rodríguez Zoya y Julio Aguirre, “Teorías de la complejidad y ciencias sociales. Nuevas Estrategias Epistemológicas y Metodológicas”, en Critical journal of social and juridical sciences, vol. 30, núm. 2, Euro-Mediterranean University Institute Roma, Italia, (2011), p. 1, https://www.redalyc.org/pdf/181/18120143010.pdf. (Consultado en junio del 2021).

[54] Edgar Morin, Introducción al pensamiento complejo (Barcelona: Ed. Gedisa, 1990), p. 62.

[55] Aitor Bolaños de Miguel, “El holocausto, la postmodernidad y las ansiedades textuales: una lectura de Hayden White”, en Práticas da história, Nº 6, (2018), p.117, https://praticasdahistoria.pt/article/download/22507/16593/87241. (Consultado en junio del 2021).

[56] Castillo Murillo manifiesta que: “La teoría de la historia basada en la lingüística estructuralista representada por Hayden White, alimentó la condición posmoderna. Y de esta manera, el lenguaje se habría de convertir en el pilar de la crítica posmoderna que anunciaba un nuevo programa para teorizar y escribir la historia. Después de esto, el sujeto como categoría quedó ‘herido de muerte’ y es visto como parte de una mistificación alienante, como señaló en su momento Derrida”. David Castillo Murillo, “La causalidad histórica: la aporía entre el agente y la estructura en algunas corrientes historiográficas del siglo XX. Elementos para su discusión actual”, en Letras históricas, n.21, (2019), p. 231, http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2448-83722019000200215