(How
to read? oriented analysis towards the use of literary elements in historical
research)
Maximiliano Vadell Cosín
Universidad
de Buenos Aires, Ciclo Básico Común. Viamonte 2932 3 D, maximilianovadellcosin@gmail.com
RECIBIDO: abril de 2021
APROBADO: junio de 2021
Resumen: Antes
del descubrimiento de yacimientos de diamantes y oro, el territorio de la
actual Sudáfrica tenía una importancia objetiva menor, estrictamente
geoestratégica para el imperio británico. El empuje colonizador durante gran
parte del siglo XIX fue ejercido predominantemente por las misiones religiosas,
cuyo objetivo no estribaba tanto en la incorporación del territorio al dominio
imperial como en la salvación de las almas de los nativos a partir del
aprendizaje de cierta habitualidad cristiana y occidental.
Mi investigación, en curso, versa
sobre las relaciones que misioneros y nativos entablaron en el marco asimétrico
de la cotidianidad de la misión de Lovedale, en el Cabo oriental. El periodo
analizado se inicia en 1880, cuando una serie de reformas produjeron cambios en
la educación nativa; y concluye con la Paz de Vereeniging, que cierra los
sueños misionales de algún tipo igualdad posible más-allá-de-la-raza al
conformar un bloque en el poder blanco.
El siguiente artículo, sin embargo,
versa sobre la visita a lecturas que pueden ser un disparador para pensar el
problema de la colonialidad desde ángulos que las fuentes no permiten
vislumbrar de modo transparente.
Me propongo, en consonancia, una
lectura de elementos de la teoría poscolonial; el marxismo freudiano y la literatura
(ejemplificado en la obra de J.M. Coetzee) con el objetivo de traer las
problemáticas presentadas por estos autores y de ese modo avanzar en la
construcción de conocimiento crítico sobre la historia de la colonización
decimonónica del continente africano.
Palabras clave: Teoría
poscolonial; J.M. Coetzee; León Rozitchner; Colonialidad
Abstract: Before the discovery of diamond and gold deposits, the
territory of present-day South Africa had less objective importance, strictly
geostrategic for the British Empire. The colonizing thrust for much of the
nineteenth century was exercised predominantly by religious missions, whose
objective was not so much in the incorporation of the territory into imperial
rule as in the salvation of the souls of the natives from the learning of a
certain Christian and Western habit.
My ongoing research is about the relationships that missionaries and
natives established in the asymmetrical framework of the daily life of the
Lovedale mission in the Eastern Cape. The analyzed period begins in 1880, when
a series of reforms produced changes in native education; and concludes with
the Peace of Vereeniging (1902), which closes missionary dreams of possible
beyond-the-race equality by forming a white bloc in power.
The following article, however, is about visiting readings that can be a
trigger to think about the problem of coloniality from angles that the sources
do not allow us to see in a transparent way.
I propose, accordingly, a reading of elements of postcolonial theory;
Freudian Marxism and literature (exemplified in the work of J.M. Coetzee) with
the aim of bringing up the problems presented by these authors and thus advance
in the construction of critical knowledge about the history of the
nineteenth-century colonization of the African continent.
Keywords:
Postcolonial theory; J.M. Coetzee; Leon Rozitchner; Coloniality
Introducción
En el curso de la
investigación para mi tesis de maestría me topé con una serie de problemas
técnicos y metodológicos que tienen que ver con las dificultades de pensar un
lugar tan lejano al sentido común latinoamericano como el África austral, tanto
en nuestro presente histórico como en el periodo que comprende mi investigación
(Fin del siglo XIX). A partir de esa dificultad fui realizando lecturas
teóricas o literarias con el objetivo de encontrar caminos que me acerquen a
ese territorio. De entre el marco teórico y narrativo visitado, la lectura de
ciertos autores enmarcados en la llamada teoría poscolonial fueron de gran
ayuda para ingresar en problemáticas propia de los sujetos coloniales o
poscoloniales (En su mayoría de origen indio, los autores poscoloniales no
pueden escindirse del espacio de la Commonwealth, mismo territorio que mi
propia investigación). Además, ciertos autores mundialmente famosos, como
Salman Rushdie o J.M Coetzee funcionaron como una guía de lectura de la
problemática colonial y sus complejidades.
Mi propuesta en el
siguiente artículo es presentar a grandes rasgos una lectura posible de los límites
y alcances de algunos postulados poscoloniales; además, me propongo visitar un
extracto de la obra literaria de Coetzee con el fin de demostrar como ciertas
temáticas coloniales visibles en las fuentes históricas pueden adquirir un
cariz interpretativo fructífero al ser vistas desde los ojos de escritores con
capacidades de lectura social extraordinarias, uno de los cuales es el escritor
sudafricano.
Lecturas: Teoría poscolonial y marxismo freudiano
De entre toda la bibliografía
posible para encarar el tema del colonialismo temprano en el África austral;
particularmente el problema del modo en que el colonialismo misional fue
llevado a cabo, cuáles fueron sus mecanismos de colonización y su estrategia;
los teóricos poscoloniales se presentan como una fuente rica en discusiones y
problematizaciones de las maneras dominantes de entender este problema en la
primera mitad del siglo XX.
Durante buena parte
del siglo pasado el origen del imperialismo se pensó, desde la izquierda
comunista, en línea con las ideas de Lenin vertidas en su famoso texto sobre el
imperialismo. En este sentido, los teóricos marxistas ligados a los partidos
comunistas europeos abogaron por una teoría economicista del imperialismo que,
al mismo tiempo, se insertaba en una historia de la humanidad progresiva.[1]
En este sentido, un texto de Ronald Robinson de la década del setenta viene a
combatir esta imagen, planteando el concepto de colaboración y su implicancia fundamental en la conquista del
continente africano[2].
Sin poder ser clasificado como poscolonial, la idea de colaboración abre una ventana para pensar, en el territorio, modos
concretos de negociación entre colonizados y colonizadores. En este sentido
también, su texto se presenta como una propuesta a historizar las relaciones
coloniales.
Siguiendo los lineamientos
de Miguel Mellino[3],
el nacimiento de la crítica poscolonial como adversativa respecto del marxismo
devino en un quiebre de dos constructos teóricos críticos claves para entender
la historia contemporánea y el presente. Así, los teóricos poscoloniales,
mayoritariamente ligados a la crítica literaria y al análisis del discurso,
sufren de cierta inactividad o pasividad política irresuelta; al mismo tiempo
que sus estudios son críticos de la modalidad que adoptó la sociedad
poscolonial; algo que una alianza teórica con el materialismo histórico podría
ayudar a saciar. En el caso de los autores que retoman las ideas de Gramsci o
Lukács, las teorías de estos están depuradas de su trasfondo materialista,
convirtiéndose en manos de los poscoloniales en críticas culturales.
El problema de la
ausencia de dialogo entre el marxismo y la teoría poscolonial está vigente y
sin perspectivas de cambio al momento. En Argentina, si bien no desde la teoría
poscolonial, lo que podemos observar son intentos de adaptar el materialismo
histórico al giro subjetivista a partir del estudio de textos de Sigmund Freud.
Me refiero a los análisis de León Rozitchner.
Este autor intenta
explicar el dominio indiscutido del capital en la esfera social a partir del
modo de configuración de la subjetividad al iniciarse su socialización.
Rozitchner[4]
renueva el concepto de complejo edipico al enfatizar la violencia y el
sufrimiento que acomete al sujeto al atravesarlo. El edipo exitoso cercena la
subjetividad, convirtiendo al sujeto en un ser predispuesto a la aceptación de
la norma. En el caso de la sociedad capitalista, el nombre del padre deviene en
sistema de normas superyoicas de adscripción a la ideología capitalista,
entendida como abstracción significante de identificación[5].
De este modo se entiende la imposibilidad de revelarse al sistema, al estar
identificado (en la acepción psicoanalítica del término) al padre castrador.
Para Omar Acha
“Es esa evidencia
de un puente conceptual interno entre fetichismo mercantil investigado críticamente
por el marxismo y el fetichismo de la subjetividad atormentada interpretado
analíticamente por el saber freudiano la que expone un escenario para la
eventual recomposición del dialogo entre marxismo y psicoanálisis” [6].
Esto nos interesa porque la teoría de
Rozitchner sobre la adquisición temprana de la propensión a ser subjetivado por
el marco de abstracciones que propone el capital también puede pensarse en el
marco del sistema colonial y la sujeción a que sometió a pueblos y
subjetividades colonizadas sin contar con cuantiosos recursos materiales. Al
mismo tiempo, esta noción adquiere valor al desentenderse de la dicotomía vacua
entre economía y subjetividad ya que “(…) la formación del fetichismo es
objetiva/subjetiva, trascendiendo los dualismos del sujeto trascendental o del
yo solipsista”[7] .
Además, la obra de
Rozitchner nos invita a indagar sobre las marcas corporales de la colonización
en los cuerpos de los sujetos colonizados. Al graficar la violencia causada por
la formación de la subjetividad[8]
podemos extrapolar su noción para intentar un análisis de la corporalidad
colonizada, con las consecuencias del proceso de sujeción mental y social que
supone cotidianamente la marca de la colonización. Es decir, una lectura de la
obra de Rozitchner es útil para repensar algunos pasajes del corpus fanoniano,
particularmente los que enfatizan las características de la corporalidad del
colonizado y de la marca de la colonización sobre su desarrollo subjetivo y su
cuerpo, particularmente el carácter espasmódico del cuerpo colonizado.
El carácter
estimulante de la conjunción entre psicoanálisis y teoría social de corte
materialista no forma parte de los intereses de los estudios poscoloniales. Si
rastreamos la genealogía de este pensamiento iríamos del propio Freud hasta
Slavoj Žižek pasando por la llamada escuela de Fráncfort.[9]
Para Mellino, el enfoque poscolonial tiene que ver con el llamado “pensamiento
sesenta y ocho”[10],
caracterizado entre otros elementos por la llamada muerte del sujeto moderno
occidental. Para Mellino, sin embargo, el pensamiento poscolonial no
necesariamente esta hermanado con el posmodernismo, más allá del prefijo pos.
La genealogía que traza el autor tiene que ver con una sinergia entre la
llamada Escuela de Birmingham y el culturalismo, junto a la obra fundadora de
dos intelectuales cuyas subjetividades son producto de la expansión colonial:
Stuart Hall y Edward Said; también, de modo problemático la obra del psiquiatra
martinico Franz Fanon. Podemos considerar que la construcción de la teoría
poscolonial es esencialmente una teoría localizada en el espacio de la
Commonwealth.
Los elementos que
nos interesa destacar del pensamiento poscolonial, más allá de las
problematizaciones pertinentes de Mellino, tienen que ver por un lado con la
deconstrucción y redefinición del concepto de cultura; en otro orden con la
problematización del cuerpo del colonizado y su carácter continente respecto de
las jerarquías y abstracciones propias del imperialismo.
Mellino rescata la noción
de traveling culture[11], la
cultura como una creación dinámica configurada a partir de la experiencia
colonial. Esto también permite observar la cultura como diferencia entre las
diferentes clases y sociedades. Babha, uno de los más influyentes pensadores
poscoloniales que realiza un acercamiento entre análisis del discurso y el
pensamiento de Lacan, va mas allá al definir la cultura del imperio como
aquella que, mientras sistematiza un sistema de diferencia, debe volver
recurrentemente sobre los eslabones más débiles de la cadena de significantes
que representa el colonialismo; según Mellino Babha ve:
“(…) en el discurso
colonial un modo de representación más bien paradojal. En la construcción ideológica
(estereotípica) del otro, afirma, el discurso colonial oscila entre lo que se
sabe y lo que se debe repetir constantemente”[12].
Es notable que, aun
reconociendo en el colonialismo un sistema de indudable opresión construido a
partir de jerarquías racializadas, Babha no se acerque en ningún momento al
marxismo. De hecho, uno de los artículos más influyentes del Lugar de la cultura está orientado a una
polémica con Fredric Jameson, quien tímidamente había intentado conjugar el
análisis marxista con el pensamiento de Lacan[13].
Dicho artículo termina por abogar hacia nociones ligadas al carácter
performatico de los nuevos movimientos sociales (es un artículo escrito durante
la década del noventa), en un movimiento
que lo acerca a Buttler y a su connacional Spivack (traductora de De la Gramatologia de Jaques Derrida al
ingles), todos cercanos a la academia norteamericana de la cual forman parte.
Según Mellino,
acercarse a un análisis del colonialismo como producción cultural de un
discurso de la diferencia (racial, sexual, etc.) sin tener en consideración el
agonismo de clase que, podemos decir, sustenta ese entramado de batallas puede
hacer caer a los poscolonialistas en la paradoja de funcionalizar un discurso
complaciente con aspectos del poder que emerge de los centros capitalistas -en
los cuales estos autores suelen trabajar. Por lo menos en los grandes nombres
del pensamiento poscolonial, la teoría sobre los modos de recepción de la
cultura imperial y su apropiación por parte de los colonizados puede hacer,
citando a Mellino:
“(…) emerge(r)
paradojas (trampas) posmodernas acerca del sujeto, de la historia, del
capitalismo, del rol de los intelectuales. Vuelve a aflorar inexorablemente un
culturalismo excesivo, por momentos ingenuo, que, en sus interpretaciones más
despolitizadas, puede llevar a considerar la mimicry como un proceso revolucionario
y la nacionalización de la banca como un producto de una visión eurocéntrica de
la historia, la lectura de novelas de Rushdie o el hecho de escuchar hip hop
como verdaderas prácticas de resistencia antiimperialista, a Lenin y a Guevara
como meras prótesis del imperialismo occidental”[14].
La conclusión de
Mellino respecto al marco teórico poscolonial es la necesidad de aplicarle una
dosis de politización a las ideas sobre el discurso y generación de sujetos
coloniales. Es decir, el aboga por una conjunción entre marxismo y
poscolonialismo, dos de las teorías más importantes del siglo XX.
La falta de algo
que podríamos llamar sustancia social en los escritos poscoloniales no debiera
ocluir aquello que supieron nombrar excepcionalmente: Una genealogía de las
intersección que, entre dos mundos a construir (el colonial-imperial y las
colonias) configuró una gama de sujetos coloniales que dieron forma a la mirada[15] sobre los
territorios coloniales y a su historia.
En el caso de
Babha, este autor nos permite comprender el nombre África como configurado a partir de elementos creados en el
exterior y en el medio. En la literatura de época o los relatos de los
viajeros. Para el autor África y
también los africanos funcionan como
un espejo deformado del saber europeo.
“El vínculo global
entre colonia y metrópoli, tan central a la ideología del imperialismo, es
articulado en las palabras emblemáticas de Kurtz: "EI Horror, el
Horror!", La ilegibilidad de estas runas conradianas ha atraído mucha
atención interpretativa, precisamente porque sus profundidades no contienen
ninguna verdad que no sea perfectamente visible en el "exterior,
envolviendo el cuento que revela sólo como una luz revela una niebla". Marlow
no se limita a reprimir la "verdad" (por multivoca y multivalente que
pueda ser); más bien pone en acción una poética de la Traducción que sitia y
sitúa la frontera entre la colonia y la metrópoli. Al Tomar el nombre de una
mujer (la Prometida) para enmascarar el "ser" demoniaco del
colonialismo, Marlow transforma la sombría geografía del desastre político (el
corazón de las tinieblas) en un melancólico memorial de amor romántico y
recuerdo histórico. Entre la verdad silenciosa de África y la mentira evidente
a la mujer metropolitana, Marlow retorna a su percepción iniciática: la
experiencia del colonialismo es el problema de vivir "en medio de lo
incomprensible"[16].
La referencia a la
literatura de Conrad nos sirve, además, para traer a cuenta la atención
prestada necesariamente a la literatura. Desde la obra pionera de Edward Said,
se abre un campo de estudios que permite conjugar problemáticamente historia y
literatura a partir de un juego de significantes que pueden reducirse a la
pregunta ¿Cómo leer? En este sentido, presentaremos un análisis de un extracto
de la obra de J. M. Coetzee, autor sudafricano empapado de referencias al
colonialismo. Para ello nos haremos eco de una afirmación de Umberto Eco[17],
sin ánimo de traer el conjunto de su teoría discursiva: Un texto no puede
comprenderse solo por sí mismo. Por lo tanto, comprender un texto literario
requiere aunque sea dar cuenta del conjunto de significantes (o
cotexto/contexto) flotantes a su alrededor. Por lo tanto, si un texto no puede
comprenderse solo por sí mismo y necesita una apertura más allá de la frontera de sus páginas; podemos considerar
que también, al leer esa frontera, que a grandes rasgos podemos definir como el
complejo de lo social, encontraremos una relación de identidad más o menos
tenue o marcada entre la apertura y el interior. Leer entonces, para un
historiador que encara una investigación, es más que la búsqueda de placer
estético o anecdótico, implica apuntar la mirada hacia zonas que pueden
funcionar como disparadores a reflexiones actualizadas sobre el problema a
tratar.
Lecturas: Cuerpo castigado, marca colonial y
narratividad imperial en J.M. Coetzee
Leer tiene el potencial de convertirse en una especie
de experiencia onírica que da acceso a un inconsciente humano común, la sede
del lenguaje y las ideas[18]
Ciertos elementos
de la literatura pueden resultar extremadamente útiles para realizar un primer
acercamiento o disparador a reflexiones sobre la naturaleza y características
del problema o tema que se quiera tratar: El mundo colonial y la colonización
misional del África austral. En el caso de los textos de Coetzee es
particularmente notable como, leído de determinada manera, puede ser un umbral
a la reflexión sobre un problema histórico.
Considero que la
pregunta útil para introducirnos en la literatura de Coetzee no es tanto como o
por que escribe sino más bien como está leyendo y desde que perspectiva. En
todos sus escritos aparece la noción de culpa y de castigo[19];
al mismo tiempo figuran dos actores sociales: los colonizados y los
colonizadores; y el repartimiento de culpas y castigos es bastante equilibrado.
En última instancia, lo que refleja su literatura es una convivencia sumamente
incomoda entre sujetos que, obligados a vivir en el mismo territorio conocen
solo esa forma de vida. Y el modo en que conviven es a partir de dosificar una
serie de daños calculados que nunca están orientados a exterminar o destruir al
agonista sino en debilitarlo y escamotearle[20]
algo de su poder. Esto no quiere decir que los dos sujetos que habitan la
literatura de Coetzee estén en igualdad de condiciones, muy por el contrario
está claro que el poder factico y simbólico está del lado de los colonizadores,
los blancos. La única posible excepción quizás sea la novela Desgracia en la que se observa un
desplazamiento del poder simbólico, metaforizado en la decisión de la
protagonista, blanca, de aceptar la violación que le propinan como una
propuesta matrimonial[21].
En este texto
trabajaremos dos novelas tempranas de la obra de Coetzee: Dukslands (Traducido al español como tierras del poniente) y Esperando
los barbaros. Nos interesa fundamentalmente observar cómo, en las ideas que
propone Coetzee en su literatura, habita una teoría de la corporalidad de los
nativos[22]
como primera piedra de un edificio colonial que impone un orden ideológico con
jerarquías humanas determinadas; y como imposición de un orden de verdad y, por
lo tanto, de toda una teoría sobre la historia de la humanidad en la que los
africanos ocuparían un lugar cercano (al límite) al mundo de la naturaleza.
Al plantearse a
Coetzee como lector de su propio lugar de nacimiento, es decir con una
perspectiva ideológica, creemos interesante rescatar la imagen que de él nos
brinda Stephen Watson[23].
El autor coloca a Coetzee en una genealogía de intelectuales sudafricanos
blancos, ideológicamente liberales, que más allá de ser de hecho los
colonizadores no quieren serlo. Los protagonistas de las novelas de Coetzee
responderían a esta subjetividad de colonizadores incomodos con su lugar de
poder. Esta afirmación se cumple en casi todos sus textos a excepción de Dukslands (al menos en la segunda parte
de la novela, que trata sobre la etapa colonial sudafricana durante el siglo
XVIII); es transparente en el caso de esperando a los barbaros, cuyo
protagonista es un funcionario de provincia arrepentido de la actitud oficial
frente a los nativos quien, al mismo tiempo, es impotente para hacer algún
cambio al punto tal de ser destituido y castigado públicamente.
Este sujeto
histórico, liberal y arrepentido, calza bastante bien con los colonizadores
misioneros quienes, luego de la conformación de la Unión Sudafricana (1910)
tras las dos guerras, quedan en desigualdad de condiciones frente al estado
colonial y ven su proyecto de educación liberal para los nativos abortado
paulatinamente. Son estos liberales a quienes Steve Biko (formado en
instituciones de este estilo) deplora justamente por sus supuestas buenas
intenciones[24].
De todos modos,
Coetzee lleva a un extremo poco conocido la culpa subjetivamente sentida por la
colonización y la opresión contra los nativos. Al punto de desplazarse a una
zona gris en la que nativos y colonizados conviven y se dañan mutuamente, en
parte también porque los sujetos colonizadores de sus novelas brindan un
espacio para la agresión contraria (un juego de culpabilidades). Una vez más Desgracia desarrolla esas nociones en su
máxima expresión.
La importancia
brindada por Coetzee en sus novelas a los cuerpos de los nativos nos da una
pista sobre el carácter público que estos tenían en el marco del estado/sistema
colonial. Pero también el cuerpo de los colonizadores sufre por las condiciones
de vida que este sistema ofrece. La importancia del cuerpo como sistema interno
es un elemento recurrente de su literatura, por ejemplo un fragmento de Dukslands:
“De la cabeza a los pies soy el súbdito
de un cuerpo en rebelión. Solamente los órganos de mi abdomen conservan su
libertad ciega: el hígado, el páncreas, las tripas y, por supuesto, el corazón,
chapoteando apiñados como octillizos no nacidos”[25].
El narrador en este
caso es un intelectual al servicio del imperio (El tema de la primera parte de
esta novela es la guerra de Vietnam). Se observa como el sujeto sufre una serie
de cambios físicos y mentales producto de obligarse a sí mismo a cumplir con el
rol asignado. El guía a su cuerpo como un autómata y al mismo tiempo el cuerpo
le pasa factura por ello:
“Pero en honor a la verdad,
solamente soy intenso porque mi voluntad está concentrada en dominar los
espasmos de las diversas partes de mi cuerpo, si es que espasmo no es una
palabra demasiado dramática. Me saca de quicio la falta de disciplina de mi
cuerpo. A menudo he deseado tener uno distinto.”[26].
Que el protagonista
de la primera parte de este texto desee otro cuerpo no es un tema menor en el
marco del estado/sistema colonial, en el que la jerarquía estaba regida por el
cuerpo, específicamente por el color de la piel (El origen). El autor hace decir a su protagonista que su cuerpo se
rebela de sí. Podemos interpretar de allí la incomodidad respecto de sí mismo,
el protagonista y también el autor.
Ciertamente, la
incomodidad de los intelectuales liberales no empieza a manifestarse hasta las
primeras décadas del siglo XX, mientras que a nosotros nos interesan los
albores del proyecto misional, hacia la década del ochenta del siglo anterior.
Para este periodo, nos sirve observar las descripciones de los sujetos
coloniales identificados con el liberalismo en el marco de su momento de
plenitud y éxito, aunque siempre temerosos de la presencia del otro
conquistador, el militar. En esperando a
los barbaros, el funcionario de provincia, protagonista de la obra, debe
confrontar con la guarnición militar que se instala en su territorio. El
funcionario ve a los nativos encarcelados:
“Los vi por última vez hace cinco
días (si es que realmente puedo decir que los vi, o acaso lo único que hice fue
echarles una ojeada de mala gana). (…) Lo mejor sería que este oscuro capítulo
de la historia del mundo acabara de una vez, que borraran a estos feos de la
faz de la tierra y nosotros juráramos empezarlo todo desde el principio (…) y,
tras dejarlos enterrados por los siglos de los siglos, volver al pueblo
amurallado llenos de nuevos propósitos, de nuevas intenciones (…)”[27].
El personaje en
cuestión se siente superior en términos morales a los militares (y a los barbaros) aunque más débil y cansado que
ellos. Lo que no quiere ver de los barbaros es en lo que el imperio los ha
convertido. Sin embargo sus intenciones son claras: construir un lugar más
justo, aunque en un futuro incierto. Esta última idea tiene una relación con la
visión misional, que consideraba que los nativos podían ser civilizados
mediante la educación y el aprendizaje de normas de conducta europeas, aunque
en un futuro muy lejano.
Esperando a los barbaros es una novela
alegórica[28]
que se plantea en una zona fantástica y por lo tanto es un espacio para
reflexionar sobre elementos de la naturaleza social en un plano ideal.
Siguiendo los lineamientos de Teresa Dovey, esta novela se presenta en un
espacio entre el pasado y el presente que permite reflexionar sobre la historia
como discurso y también como eventualidad.
En la novela vemos
como es castigado el protagonista por alojar a un bárbaro en su hogar, es
decir, por traicionar al imperio:
“Soy consciente de la causa de mi
regocijo: Mi alianza con los guardianes del imperio ha terminado, me he
colocado en la oposición, el vínculo se ha roto, soy un hombre libre. (…)¿He
disfrutado verdaderamente la libertad sin ataduras este último año (…)? Mi
libertad para hacer de la muchacha lo que me apeteciera, esposa o concubina o
hija o esclava o todas en una o ninguna, porque no tenía otra obligación con
ella que lo que se me ocurriera sentir en cada momento: desde la opresión de
semejante libertad, ¿Quién no daría la bienvenida a la liberación del
cautiverio? No hay nada heroico en mi oposición, que no se me olvide ni por un
instante”[29].
Es curioso que el protagonista siente libertad
cuando es encarcelado por los funcionarios imperiales; es porque puede dar fin
al pacto que lo convertía en un miembro del imperio, al mismo tiempo, vemos la
culpa por una esencia necesariamente imperial, ya que la relación con los
barbaros nunca deja de ser asimétrica para él. Es notable como, en las novelas
de Coetzee nunca encontramos personajes con los cuales lograr algún tipo de identificación
positiva.
El castigo al
protagonista de la novela, que encarna la figura de un tipo de colonizador (a
quien castiga el poder factico imperial y también el mismo por estar extrañado
de su propio cuerpo) es un castigo civilizado, se lo encarcela, se lo juzga y
en algún momento se lo libera. El castigo infringido a los barbaros (la
alegoría de los nativos) es totalmente distinto, en primer lugar porque es
brutal y en segundo lugar porque el castigo en la narración se identifica
explícitamente con la verdad. La verdad es algo que hay que extirpar del cuerpo
de los nativos, algo que estos esconden y que debe ser sacado mediante la
fuerza y el dolor[30]:
“(…)-No, me está malinterpretando.
Ahora hablo solo de una situación determinada, de una situación en la que
investigo para dar con la verdad, en la que tengo que presionar para
encontrarla. Al principio solo obtengo mentiras, así es, primero solo mentiras,
entones hay que presionar; después más mentiras, entonces hay que presionar
más; luego el desmoronamiento, tras este seguimos presionando, y por fin la
verdad. Así es como se obtiene la verdad. El dolor es la verdad, todo lo demás
está sujeto a duda”[31].
Para el Coronel Joll (El personaje que está
hablando) los barbaros solo pueden hablar la verdad cuando sienten dolor. Desde
el punto de vista del pensamiento misional del siglo XIX que se dedica la colonización de esta región de África, los
nativos vivían en la idolatría, por lo tanto en la mentira; y la forma de llevarlos
hacia la luz y la verdad era mediante un estricto régimen de acecho sobre su
cultura y costumbres para implantar la cultura y costumbres europeas. El
aspecto irreductible del alma infantil africana es lo que hace requerir una
maquinaria técnica y conceptual al servicio de la opresión de la vida nativa[32].
Mientras que en Esperando a los barbaros, la verdad que
los nativos tienen en su interior debe ser sacada mediante la tortura propuesta
por los colonizadores; en Dukslands la
verdad de los nativos es ese espacio irreductible que ellos conservan mientras
no entren en contacto con los colonizadores[33].
Esta novela narra el viaje de Jacobus Coetzee, familiar lejano del autor. Está
basada en un documento verídico, aunque deformado en el texto de J.M Coetzee[34]:
“Déjenme decir únicamente que los hotentotes
salvajes permanecieron de pie o sentados con una seguridad en sí mismos de la
que mis hotentotes carecían, una seguridad que resultaba agradable a la vista.
Los hotentotes ganan mucho con el contacto con la civilización, pero no se
puede negar que también pierden algo. Físicamente no son criaturas
impresionantes. Son bajos y amarillos, se arrugan pronto, sus caras tienen poca
expresividad y sus vientres son fláccidos. Si les pones ropa de cristianos, se
empiezan a encoger, se les encorvan los hombros, se les va la vista, no pueden
quedarse quietos en tu presencia, tienen que moverse de forma incesante. Ya no
les puedes sacar una respuesta verdadera a una pregunta sencilla, su único
interés es como aplacarte, y eso significa poco más que decirte lo que creen
que tú quieres oír. Nunca son los primeros en sonreír, sino que esperan a que
lo hagas tú. Se convierten en criaturas falsas. (…)[35]”.
Se dice algo similar en ambas novelas a partir
de dos nociones sobre la naturaleza humana y la idea dominante durante los
siglos XIX y parte del XX de cierta historia de la humanidad: Mientras que en
la primera cita los nativos deben ser sometidos a tortura (podemos inferir,
occidentalizados) para sacar a relucir la verdad; en la segunda cita su verdad
es eso que no es reductible. En ambos casos los nativos, y sus cuerpos,
permanecen ajenos de humanidad con la cual empatizar, son un material a
disposición de los colonizadores; el cuerpo nativo es un territorio a
conquistar por la colonización, la victoria de los colonizadores se da sobre el
cuerpo y las mentes de los nativos. Es un cuerpo natural.
En este sentido
conviene traer a colación la noción de anticonquista
de Pratt[36],
en tanto la autora se dedica a investigar a algunos celebres exploradores del
interior de África durante el siglo XVIII. El concepto de anticonquista tiene que ver con la posición de estos exploradores,
casi todos botánicos, que adoptan una posición pasiva frente a los nativos y a
la naturaleza que observan mientras, al mismo tiempo, narran una historia
natural del áfrica que visitan en la que los pueblos se confunden con la
vegetación o con disquisiciones sobre la fauna[37].
Dukslands narra una travesía por el desierto con el
objetivo de cazar elefantes, según Peter Knox Shaw, el autor distorsiona el
documento original que es la base de la novela al cegar el interés económico de
Jacobus Coetzee, preponderando el aspecto lúdico de su travesía. En la novela
el personaje es un explorador tiránico con los nativos que lo guían y ayudan en
el viaje; e incluso en los momentos en que se encuentra en una situación de
debilidad (enfermo) no pierde su actitud soberbia y de seguridad frente al
futuro, siendo en gran parte esa actitud la que le permite regresar a la
colonia, aun a costa de sus sirvientes.
“Mis hotentotes y mis bueyes me
habían servido con fidelidad. Pero el éxito de la expedición había venido de mi
propia iniciativa y de mis esfuerzos. Era yo quien planeaba el avance de cada
jornada y quien reconocía el terreno del camino. Era yo quien conservaba la
fuerza de los bueyes para que dieran lo mejor de sí mismos cuando las cosas se
ponían difíciles. Era yo quien se encargaba de que todos los hombres tuvieran
comida. Era yo quien, cuando los hombres empezaron a murmurar en aquellos
últimos días terribles antes de que llegáramos al Gran Rio, había restaurado el
orden con mano firme pero justa. Ellos me veían como a un padre. Se habrían
muerto sin mi”[38]
El personaje en cuestión puede ser leído
también como el reverso de la anticonquista.
Jacobus Coetzee es un explorador que, aun solo y desahuciado mantiene todas las
características de un conquistador. Sin duda reconoce entre naturaleza y
hombre, al menos en el sentido de querer dominar a los hombres que tiene a su
alrededor. Nunca adopta una posición pasiva.
Intentamos
explorar, en la literatura de Coetzee, pistas que nos permitan introducirnos al
estudio de la idea de colonialidad; en términos teóricos e históricos, tal como
fue vivida en su momento por colonizados y colonizadores. Para ello indagamos
sobre la idea de cuerpo del colonizado, de castigo y sobre la figura del
colonizador liberal culpable. La obra de Coetzee es particularmente rica en
estas imágenes y en otras. Dejamos de lado elementos vinculados al otro gran
tema de su literatura: La transición democrática sudafricana, ya que no está
presente en nuestra propia investigación.
Conclusión
A partir de las
lecturas de los poscoloniales, del marxismo freudiano y de la narrativa de
Coetzee pudimos distinguir una serie de elementos cuya utilización en una
investigación histórica puede resultar positiva: La cultura como diferencia y
origen; la convivencia problemática entre colonizados y colonizadores como dos
sujetos históricos destinados a permanecer juntos; las marcas físicas y
mentales que el colonialismo deja en los cuerpos y las mentes de los sujetos
que existen bajo su órbita.
Consideramos que
una apertura al análisis literario
desde la historia no solo no degrada el carácter científico del conocimiento
histórico sino que más bien se presenta como una herramienta que logra guiar la
atención hacia elementos de la vida que las fuentes clásicas del historiador no
siempre toma en cuenta.
[1] Esta historicidad planteada por los principales teóricos del comunismo europeo es contra la que se rebela Walter Benjamin en sus famosas Tesis sobre el concepto de historia. El carácter inclasificable del pensamiento benjaminiano y su poca recepción entre los teóricos poscoloniales dificulta su inclusión en este apartado.
[2] Ronald Robinson, “Bases no europeas del imperialismo
europeo: esbozo para una teoría de la
Colaboración” en Owen,
R. y B. Sutcliffe Estudios sobre la
teoría del imperialismo. (México, Era,
1978.)
[3]Miguel Mellino. La crítica poscolonial: descolonización, capitalismo y cosmopolitismo en los estudios poscoloniales (Buenos Aires. Paidós. 2008).
[4] León Rozitchner Freud y el problema del poder. (México. Folios Ediciones. 1982).
[5] Omar Acha. Encrucijadas
de marxismo y psicoanálisis: Ensayos
sobre la abstracción social
(Buenos Aires, Teseo, 2018)
[6] Acha Encrucijadas, 124
[7] Acha Encrucijadas, 41
[8] Para Rozitchner el sujeto sale del complejo de Edipo “chorreando sangre”, como en un segundo nacimiento que lo termina de forjar como sujeto social
[9] Omar Acha. Encrucijadas de marxismo y psicoanálisis, 31-51
[10] Mellino La crítica poscolonial, 62-63
[11] Mellino, La critica poscolonial, 30
[12] Mellino, La critica poscolonial, 75
[13] Homi K. Babha El lugar de la cultura. (Buenos Aires. Manantial. 1994) 257-285
[14] Homi K. Babha El lugar de la cultura,. 84
[15] Una obra relevante para comprender la importancia de
la mirada y posterior narración es Mary Louise Pratt. Ojos imperiales: Literatura de viajes y transculturación. (México,
Fondo de Cultura Económica, 2010)
Babha realiza un
análisis sobre la mirada colonial y su particularidad metonímica a partir de
articular la teoría especular de Lacan en el artículo citado (Nota 13)
[16] Babha El lugar de la cultura, 258. Fíjese la fuerza de la formación literaria del autor, no solo a partir de la lectura histórica con base en una novela, sino argumentando lo colonial como un proceso de traducción.
[17] Umberto Eco Lector In Fabula (Madrid. Lumen. 1999)
[18] J.M. Coetzee “Walter Benjamin: El Proyecto de los pasajes” en J.M Coetzee Mecanismos internos: Ensayos literarios 200-2016. (Buenos Aires. El Hilo de Ariadna. 2018.) 102
[19] Graham Huggan y Stephen Watson (eds.) Critical perspectives on J.M. Coetzee. (Nueva York. Macmillan Pres. LTD. 1996) La noción de castigo debe a la influencia de Dostoievski tanto como al contexto colonial y neocolonial en que el autor escribe.
[20] Michel De Certeau. La invención de lo cotidiano I. Las artes del hacer. (México, Instituto tecnológico y de estudios superiores de occidente. A.C. 2000)
[21]J.M Coetzee. Desgracia. (Barcelona. Mondadori. 2009)
[22] Uso la expresión nativos no como un concepto acrítico sino en el marco del colonialismo pensado como sistema estatal de explotación y también como orden de ideas.
[23] Graham y Watson (eds.) Critical perspectives on J.M. Coetzee, 22
[24] Steve Biko. I write whit I want. (Chicago. Chicago University Pres. 1987)
[25] J.M Coetzee Tierras del poniente. (Barcelona. Mondadori, 2009), 22
[26] J.M Coetzee Tierras del poniente, 19. Lo espasmódico del cuerpo nos trae reminiscencias de Franz Fanon y sus nociones sobre lo físico-espasmódico de los sueños de los nativos en el primer capítulo de Los condenados de la tierra. (Buenos Aires. Octaedro. 2003)
[27] J.M Coetzee Esperando a los barbaros. (Buenos Aires. Mondadori. 2013.), 42
[28] Graham y Watson Critical perspectives on J.M. Coetzee, 140
[29] Coetzee Esperando a los barbaros, 117.
[30] Resuena aquí la noción moderna de naturaleza como un objeto al que hay que intervenir para hacerlo hablar, experimentar con ella. En este caso las ideas sobre la operación sobre la naturaleza se extrapolan a la operación contra los nativos.
[31] Coetzee Esperando los barbaros, 15
[32] Esta afirmación queda clara en las fuentes misionales, por ejemplo en el libro: Lovedale. Missionary institution South Africa illustrated by fifty views from photographs. With introduction by James Stewart. (Edinburg, Andrew Elliot, 17 prices street. Glasgow, David Bryce and son. 1894)
[33] Así como en la cita anterior observamos una noción moderna de naturaleza como objeto de operaciones y experimentos; en este comentario podemos atisbar otra noción cercana de naturaleza como irreductibilidad y virtud inocente, propias de las obras de Montaigne o Rousseau.
[34] Graham y Watson Critical perspectives, 107-119. Peter Knox Shaw, autor del capítulo, rescata el aspecto borgeano del modo de escritura de Dukslands.
[35] Coetzee Tierras del poniente, 95
[36] Mary Louise Pratt. Ojos imperiales: Literatura de viajes y transculturación. (México, Fondo de Cultura Económica, 2010).
[37] De más está decir que esta visión es en muchos sentidos dominante en la actualidad, al menos en los grandes medios de comunicación documental.
[38] Coetzee Tierras del poniente, 92