¿Qué hemos enseñado en contextos
de aislamiento? Reflexiones sobre las tensiones en la enseñanza de la historia
situada
(What have we taught in isolation contexts?
Reflections on Tensions in the Teaching of Situated History)
facu8400@hotmail.com
Carlos D. Gunzelmann
carlosdgunzelmann@outlook.com
Miguel A. Jara
mianjara@gmail.com
Universidad
Nacional del Comahue (UNCo), Facultad de Humanidades (FaHu), República
Argentina
Resumen: En
este artículo compartimos una serie de reflexiones sobre la enseñanza de la
historia en un contexto de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO)
provocado por el COVID 19. Recuperamos experiencias situadas para ponerlas en
diálogo con aquellas tensiones que ponen en evidencia modos diversos de pensar
lo humano, la sociedad, la educación y la enseñanza de la historia en una época
de incertidumbres.
Las experiencias de enseñanza que
compartimos se inscriben en la dinámica propia de este contexto de
excepcionalidad. Revisamos lo actuado para recuperar aquello que es potente
para seguir pensando en el cambio y la innovación de la historia escolar.
Palabras claves: Pandemia;
Historia Escolar; Práctica Docente
Abstract:
In this article we share a
series of reflections on the teaching of history in a context of Preventive and
Compulsory Social Isolation (ASPO) caused by COVID 19. We recover situated
experiences to put them in dialogue with those tensions that reveal different
ways of thinking the human, society, education, and the teaching of history in
a time of uncertainties.
The teaching
experiences that we share are part of the dynamics of this context of
exceptionality. We review the actions to recover what is powerful to continue
thinking about change and innovation in school history.
Keywords: Pandemic; School History; Teaching Practice
¿Qué nos ha
pasado en este contexto de pandemia global?
El COVID 19, como
pandemia, puso en jaque a la humanidad toda. Muy pocas personas en este mundo
actual han experimentado una pandemia como la que estamos atravesando a nivel
global. Solo sabíamos de las pandemias en la historia a partir de estudiar lo
mortal que han sido, sin, quizás, dimensionar el impacto social que han tenido
en diversas comunidades, como el que estamos viviendo. A poco más de un año que
el COVID 19 trastocó las normalidades cotidianas y nos confinó a un Aislamiento
Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) en nuestro país -como en todo el mundo-
y generó un estado de incertidumbre, miedos, angustias, temores y sentimientos
encontrados, nos hallamos con diversas experiencias individuales y colectivas
que nos invitan a reflexionar sobre las condiciones humanas, las carencias y
las desigualdades con las que vivimos en este mundo global. Perplejos ante lo
que está siendo no encontramos respuestas que nos ayuden a pensar ¿cómo fue
posible que esto nos ocurriera?
El inicio del año
2020 quedará en la memoria de la humanidad toda. Desde entonces, la pandemia
del COVID 19, no ha dejado de resonar entre las personas, las familias, los
colectivos sociales, los medios de comunicación, las redes sociales y los
gobiernos. Hemos sido protagonistas de ver como nuestros propios cuerpos se
confinaban a la más profunda incertidumbre. En un escenario temeroso de lo
nuevo, también, hemos escuchado innumerables análisis, valoraciones y opiniones
que se disputan los sentidos sobre lo desconocido. Discursos que van de:
¡Quédate en casa!, ¡Seamos Ciudadanos!, ¡Mantén distancia!, ¡Higienízate!, con
cierto tono de responsabilidad social, hasta aquellos que: ¡Es una simple gripesinia!
¡No se respetan las libertades!, ¡Inyectarse lejía y exponerse al sol para
combatir el virus! ¡No hay que usar mascarillas! ¡la vacuna mata! o ¡sí a las
fiestas clandestinas! por nombrar solo algunas, demostraron que no mucho había
cambiado con relación a pensarnos como humanos y hacer un uso político
irresponsable sobre la desgracia de la gente.
El COVID 19 llegó
para quedarse y, mientras la ciencia y las y los agentes de la salud,
denodadamente buscan cómo apaciguar su impacto, el colapso sanitario y cuidar
la vida, tenemos los respiros de una curva estadística inestable. No es la
selección natural en la que encontramos respuestas o justificaciones a las
responsabilidades que nos competen, es, desde nuestra perspectiva, entender que
es una época de fragilidad de lo humanos en la diversidad y que hoy nos
interpela, pero que tiene su historicidad.
En este contexto,
reflexionar sobre una de las dimensiones sociales y culturales, como lo es la
educativa, recobra sentido en la medida que, como en otros componentes de la
realidad social dinámica, ha puesto en evidencia las carencias y las
desigualdades, pero también el compromiso por una ajustada continuidad
pedagógica desde el trabajo cotidiano de la docencia argentina.
Muy por el
contrario de los discursos mediáticos, la escuela permaneció abierta desde un
formato de conectividad y comunicación virtual impuesta por el contexto. El
estudiantado y el profesorado de los distintos niveles del sistema educativo
hemos tenido que aprender otros nuevos modos de vinculación y de conocimiento.
Nos hemos reinventado en el estar siendo, sin formación específica para atender
las demandas y los requerimientos de una educación no presencial a la que no
estábamos acostumbradas/os, ni formadas/os y, mayoritariamente, no teníamos
experiencia alguna. En muchos casos hemos realizado nuestro trabajo limitado
por las condiciones materiales de los artefactos de la cultura digital, las
disponibilidades de nuestros hogares y la simultaneidad de enseñar, aprender y
atender la cotidianidad de la vida. La enseñanza y el aprendizaje se apropió e
invadió la vida hogareña.
Nuestro sistema
educativo se vio sometido a las más diversas tensiones, disputas e
incertidumbres. Aun así, con aciertos y errores, pudo acomodarse y continuar
garantizando el derecho a la educación de niñas, niños, jóvenes y adultos de
este amplio territorio. No desconocemos que muchos y muchas, en soledad,
quedaron una vez más excluidas y excluidos de las oportunidades, porque excedió
la voluntad del profesorado; puso en evidencia la ausencia histórica de
políticas públicas de garantía de derechos a las y los más necesitados.
Nos interesa compartir experiencias situadas en la enseñanza
de la historia en este contexto. Para ello recuperamos los casos que nos
involucran como protagonistas y, además, reflejan experiencias de otras y otros
con los que hemos compartido la escuela abierta en la virtualidad.
¿Qué historias hemos enseñado?
Entre la tradición y la innovación
Pensar en las
Historias que hemos enseñado durante el año 2020, nos lleva a poner en tensión
las prácticas de enseñanzas habituales. Durante el año 2020, el aula escolar
como espacio físico en una institución educativa, se volcó hacia formas de
virtualidad, en diferentes formatos que fueron mutando con el correr de los
meses y en consonancia con las disponibilidades tecnológicas.
En los inicios de
la cuarentena, no todas las escuelas se adaptaron a la virtualidad de la misma
manera y con los mismos recursos. Desde cada institución se analizó el
potencial de los dispositivos digitales con los cuales se mantendría el vínculo
pedagógico. Las experiencias son variadas y nutridas, pero podemos dar algunos
ejemplos: algunas instituciones usaron la plataforma classroom, otras
habilitaron las clases virtuales con plataformas de estilo Zoom, otras usaron
blogs escolares para subir trabajos, otros utilizaron grupos de mensajería
instantánea entre docentes y sus respectivos cursos, publicaciones en Facebook
de las instituciones, los contactos vía mail. En fin, múltiples opciones para
múltiples realidades. En dicho contexto fue frecuente que las y los docentes
trabajaran con más de una de las modalidades señaladas, por lo que la propia
experiencia de enseñar y en nuestro caso enseñar historia, fue por demás
heterogénea con cada grupo de estudiantes. Nos hemos tenido que diversificar en
las modalidades para garantizar, en la medida de nuestras posibilidades, el
derecho del estudiantado.
Con todo esto, para
enseñar historia tuvimos que adaptarnos a cada contexto y situación de trabajo,
por lo que las narrativas de nuestras experiencias son absolutamente situadas.
Los contenidos y las formas en las que enseñamos viró en una suerte de
experimentación y mixturas. Una de las primeras tareas que realizamos a nivel
institucional, por áreas de conocimiento escolar, fue la de organizar los
contenidos mínimos o centrales que debían trabajarse en la virtualidad, y,
estos no fueron unificados en todas las escuelas en las que trabajamos. Aquí el
desafío fue sumamente importante, porque el acuerdo requirió de negociaciones
en las que las tensiones no estuvieron al margen ¿Qué deberíamos enseñar y por
qué? generó debates que nos ubicaban entre la tradición y la innovación. ¿qué
considerábamos era importante compartir con el estudiantado? puso en evidencia
la diversidad del pensamiento del profesorado, las perspectivas y los
posicionamientos políticos e ideológicos sobre ¿Qué historia enseñar en este
contexto? Pregunta que no fue fácil responder producto de la propia complejidad
del conflicto. De allí que resulte valioso recuperar la idea de Joan Pagès,
cuando sostiene que enseñar historia o ciencias sociales debería tener como
finalidad formar el pensamiento social y crítico del estudiantado para que
pueda intervención con conocimiento en el mundo que habita.[1]
Decimos que fue una
especie de experimentación porque no fuimos formados para enseñar en la
virtualidad, sumado a la casi nula experiencia de este tipo. Nos animamos a
pensar en diversidad de formas posibles, pero, la vertiginosidad e incertidumbre,
nos fue llevando a una mixtura entre lo sincrónico y lo asincrónico, entre las
“guías de trabajo” y las explicaciones para desarrollar los temas; entre las
lecturas de textos y las respuestas a las preguntas pautadas; entre las
preocupaciones por algunos grupos de estudiantes y la apatía de otros/as
tantos/as.
La mixtura de
nuestras prácticas se nutrió, con el correr del tiempo escolar, de profundas
reflexiones. Pudimos alejarnos, al menos un poco, de las lógicas de los eternos
listados de contenidos de nuestras programaciones. Realizamos ajustes ya no tan
centrados en los procesos históricos anclados a periodizaciones tradicionales,
sino sobre la organización del contenido histórico escolar a partir de temas o
problemas de relevancia que nos permitieron trabajar con otras temporalidades,
con el cambio, con la continuidad o con la simultaneidad desde una perspectiva
interdisciplinar.[2]
Optamos por aquellos controversiales, porque interesó al estudiantado desde la
empatía, el debate y la reflexión histórica de lo que planteamos
También nos
aventuramos a otros modos de abordar los contenidos. Facilitamos, al
estudiantado diversidad de dispositivos, recursos y materiales didácticos que
les permitieran comprender y explicar los problemas sociales. Fuentes
históricas, periodísticas, redes sociales, películas, documentales,
cuestionarios drive, discursos, imágenes, entre otras posibilitaron una cierta
dinámica en el desarrollo de las clases tanto sincrónicas como asincrónicas.
Por dar algunos
ejemplos podemos destacar las propuestas que se usaron para trabajar los
distintos contenidos. Este es el caso de un curso donde se abordó un contenido
frecuente de los planes de estudio como lo es la Revolución Industrial. En vez
de trabajarlo desde la forma más clásica, como el explicar y detallar los
cambios y transformaciones sociales, se optó por utilizar una película como
disparador. Al estar en nuestros hogares durante la pandemia el usar una
película se volvió un recurso atractivo y facilitador. Pero claro, como ya se
dijo, la pandemia puso en evidencia las desigualdades sociales, por lo que se
eligió una película que estuviera disponible en YouTube, por mencionar una
plataforma que no cobra suscripción, como Netflix o semejantes. También se
dejaron fragmentos claves de la película como recurso adicional para las
situaciones más limitadas de conectividad. El filme elegido fue “Las
sufragistas”[3]
película ambientada en la segunda revolución industrial, ideal para trabajar
desigualdades de género. A su vez se amplió el análisis de la película, con
material de texto y preguntas problematizadoras que pusieran en tensión
situaciones del filme con experiencias y opiniones del estudiantado sobre estos
aspectos en la vida cotidiana. Con ello se pudo abordar una parte de los
cambios y transformaciones sociales del periodo, darles una vuelta de tuerca al
contenido y problematizarlo con situaciones sociales más cercanas que invitaran
a las y los estudiantes a debatir sobre los problemas sociales.
Otro ejemplo fue el
repensar los espacios y los discursos construidos en relación a los procesos
históricos de la Historia Argentina. Críticos con la historia argentina que
hemos enseñado en más de una ocasión, reducida a lo ocurrido en espacios muy
limitados como lo es Buenos Aires, nos hemos abocado a los espacios patagónicos
y otras territorialidades. Aquí lo complejo fue repensar la historia a enseñar,
pero no limitándose a una historia regional patagónica, sino a pensar los
espacios desde otras construcciones para distanciarnos de lo que la
historiografía tradicional ha denominado “Conquista del Desierto”, un concepto
justificador y negador de la otredad. El doble desafío fue pensar y
problematizar dicho espacio no solo desde lo histórico, sino también a partir
de ponerlo en tensión con problemáticas actuales de quienes siempre lo han
habitado. ¿Qué estrategias utilizamos?
La primera fue
pensada para analizar críticamente algunas cuestiones en relación la efeméride
del 12 de octubre, trabajando a partir de una noticia publicada en el Diario
Página 12[4]
que tiene información interesante para provocar el debate con el estudiantado.
Analizamos críticamente el avance del estado nación argentino sobre los pueblos
originarios, con todo lo que ello implicó: genocidio, sometimiento, eliminación
de creencia, cosmovisiones y cultura. En un segundo momento, tensionar el
romanticismo historiográfico con el cual nos referimos al genocidio y al
sometimiento de pueblos originarios. Como tercer punto se relacionó ese avance
militar del estado, en relación con el modelo agroexportador, y la expansión de
la frontera agrícola. Por último, relacionamos estos tres elementos históricos
con problemáticas actuales que hay entre el estado y los pueblos originarios en
la región patagónica.
Para ello se trabajó
con preguntas que problematicen la situación abordada y trabajos de indagación
sobre otras fuentes y evidencias que posibilitaran que las y los estudiantes
pudiesen elaborar una reflexión crítica del proceso histórico en cuestión.
Elaboramos material didáctico con información sobre el modelo agroexportador
que ayudará a los estudiantes a pensar esa campaña militar con la consolidación
de un modelo económico sobre la idea de corrimiento y expansión violenta de la
frontera. Cuando les preguntamos ¿a quién pertenecía el territorio del actual
Neuquén en 1870? Las respuestas nos sorprendieron. Adjudican dicho territorio,
a Argentina, a Chile, en menor medida a España, pero escasamente a los pueblos
originarios. Es muy interesante la fuerza que adquieren las concepciones de los
estados nacionales, que asocian a un estado con un determinado territorio.
Cuestiones que nos hacen considerar que es acertado repensar discursos
históricos asociados a los territorios, a los modos en que se han ido
conformando y a la diversidad de comunidades que lo configuran.
Siguiendo el
ejemplo de la enseñanza de la historia de Argentina, otro caso que nos permitió
reflexionar sobre el abordaje de contenidos y la reformulación de los programas
a partir de problemas, fue el caso del modelo agroexportador a partir del
contraste con el modelo extractivista de Vaca Muerta. Consideramos que trabajar
problemáticas locales que permitan pensar distintas experiencias históricas, es
una forma de generar un acercamiento más directo con el tiempo histórico que se
pretende enseñar. Es decir, si queremos trabajar el modelo agroexportador de la
manera más “tradicional”, abordaremos los conflictos que este modelo económico
planteó para la sociedad de la época, pero en un espacio geográfico determinado,
lejano a nuestra realidad territorial, como lo es la Pampa Húmeda de Buenos
Aires, Santa Fe, Córdoba y el Litoral. Tradicionalmente, trabajamos estos
conflictos a partir de los efectos que tuvo este modelo económico en la
sociedad rioplatense en relación al mercado internacional.
La pandemia y la
educación en contexto de aislamiento nos animó a pensar el conflicto a partir
del presente, y fundamentalmente, a partir de situaciones que las y los
estudiantes transitan cotidianamente. Entonces, trabajar los conflictos que
genera el modelo extractivista en la región, la desigualdad palpable en la
ocupación del territorio, la fragmentación social que produce, un Estado
ausente en materia de desarrollos sustentables y que regule el impacto
ambiental, es una cuestión fundamental para generar interés y pensamiento
crítico en el estudiantado, que como bien plantea Santisteban, es la finalidad
central en la enseñanza de las ciencias sociales.[5]
Un tercer ejemplo
que hemos trabajado fue el abordaje de los conflictos sociales de la década de
1960 en Argentina a partir del estudio del “Choconazo”. Habitualmente, estamos
acostumbrados a trabajar la conflictividad en Argentina de esa década abordando
el Cordobazo como un caso paradigmático de la protesta social de los ‘60. Sin
embargo, con la intención de promover empatía e interés por el espacio que
habitan las y los estudiantes, nos animamos a abordar esa particular década y
ese momento de gran conflicto social a partir de un conflicto local de la
provincia, pero que se encuentra íntimamente relacionado con el contexto
nacional. La finalidad ha sido que los y las estudiantes tengan una
aproximación de cómo se moldeó el perfil económico y energético de la región a
partir de políticas nacionales, y, en contraste, cómo los espacios se fueron
transformando y desarticulando socialmente, conforme el Estado se fue corriendo
de sus atribuciones y relegando el control de los bienes públicos a concesiones
privadas.
Repensar las
construcciones metodológicas en época de pandemia nos permitió reflexionar
sobre los contenidos y las historias que enseñamos y los saberes de las y los
estudiantes. Pensamos que recuperar la historia regional y local es una pieza
fundamental de nuestra labor como educadores, ya que nos permite abordar
problemáticas sociales a partir de lo cotidiano, lo tangible y construir nuevos
relatos que pongan en tensión las tradiciones de enseñanza y visibilizar a las
y los ausentes en los relatos de una historiografía centrada en Buenos Aires.
Por último,
mencionaremos una actividad asincrónica desarrollado a partir de un formulario
de Google, que nos permitió abordar un problema social como es la pobreza,
utilizando las redes sociales y medios de comunicación. A partir de la
combinación de posibilidades que ofrece esta herramienta: videos, imágenes (y
memes), solicitamos responder a una serie de preguntas, en formato de texto o
eligiendo opciones preestablecidas. Pensamos que fue una experiencia muy
enriquecedora, ya que nos permitió trabajar un problema social candente[6],
alejándonos de los métodos tradicionales y recuperando otros dispositivos de
análisis combinando diferentes actividades, como lo permite el formulario Google.
Una de las consignas planteadas fue: “La situación de pobreza es (y ofrecimos
una serie de opciones): a). Desde hace mucho tiempo, b). Es un problema actual,
c). Depende de cada época d). No es tan real como se escucha y c). Solo es algo
que sucede en nuestro país”. Los y las estudiantes debían marcar la respuesta
que consideraban era la correcta. Nos interesa pensar en actividades como la
presentada, si los y las estudiantes asocian los problemas sociales en
diferentes dimensiones temporales, por ello ofrecimos una secuencia de trabajos
que realizamos con distintos grupos de estudiantes, partiendo de analizar un
tema problema en particular que fue pensado en relación con un contenido
histórico puntual: el modelo agroexportador. Buscamos trabajar dialécticamente
entre un problema que consideramos socialmente relevante y un contenido
histórico frecuente en los planes de estudios de los niveles secundarios. Fue
nuestra intención hacer un diálogo entre esa problemática, el contenidos y
situaciones del presente que incentivaran la reflexión y el pensamiento crítico
de los y las estudiantes.
Con este eje central
abordamos una secuencia didáctica repensada para la virtualidad,[7]
adaptada en un formato de formulario Google
que involucró una amplia gama de recursos, como textos de elaboración
propia, videos, imágenes, memes, redes conceptuales, preguntas problematizadoras,
con la intención de promover un diálogo constantemente entre el pasado, el
presente y el futuro, que nos aportaron ideas para pensar nuestra labor desde
la virtualidad y en la enseñanza del pensamiento histórico.[8]
¿Qué desafíos se nos presentaron
en la enseñanza de las historias en contextos de virtualidad? Decisiones
didácticas
Ante las
condiciones impuestas por el contexto ya mencionado, docentes de todos niveles
y modalidades, nos vimos obligados a adecuar nuestras prácticas a la realidad
pandémica. Esto implicó abordar diversos mecanismos de comunicación virtual con
los y las estudiantes, o al menos, con quienes tuvieron la posibilidad de
hacerlo. Sin profundizar en el desamparo en el que nos vimos inmersos quienes
transitamos día tras día en el sistema de educación público, es preciso
mencionar algunas cuestiones. En primer lugar, la continuidad del proceso
pedagógico se mantuvo atado a las posibilidades de las y los docentes que,
desde su bolsillo, pudieron solventar los gastos que este tipo de trabajo
conlleva (dispositivos digitales, conectividad, insumos electrónicos,
disponibilidad adecuada en los hogares, etc.). En segundo lugar, también estuvo
sujeto a la disponibilidad y posibilidades de las y los estudiantes y sus
respectivas familias. En tercer lugar, también jugó un papel importante, la
continuidad de la escolaridad, el funcionamiento de las instituciones
escolares, es decir, del cuerpo de personas que llevan a cabo el proceso
administrativo y el ordenamiento de la vida escolar. Aun en este marco de
dificultades, es decir, conectividad, condiciones propicias y una vida
institucional que no se haya visto interrumpida en su totalidad, las y los
docentes nos desafiamos a pensar en qué historia enseñar en este contexto, con
qué métodos y para qué enseñar en esta realidad.
Las experiencias
que abordamos en el apartado anterior, para situar nuestras prácticas en la
pandemia, las presentamos en dos situaciones. Por un lado, aquellas en la que
se reunían las mejores condiciones y el contexto lo permitía tanto para la
mayoría de estudiantes y docentes, donde se puede desarrollar con frecuencia
regular clases virtuales a través de plataformas de videollamada (Google Meet,
Zoom, Skype, Jitsy, WhatsApp, Telegram, Discord, etc.)
En segundo lugar, aquellas
prácticas que mantuvieron un vínculo más fluido, ya que las condiciones
materiales de las y los involucrados en el proceso de enseñanza y de
aprendizaje, posibilitaron el desarrollo de clases semanales. Nos referimos a,
por ejemplo, la elaboración de lecturas y análisis de imágenes, envío de
videos, responder cuestionarios, es decir, actividades que se pueden llevar a
cabo a través del intercambio de mails, mensajes o alguna plataforma (como es
el caso de LAZOS en la provincia de Neuquén). Aun así, la participación de los
y las estudiantes no fue la misma en cada escuela, ni constante a lo largo del
año. En los inicios fue bastante limitada, y sobre mediados de año y sobre todo
en el periodo de cierre de notas, aumentó vertiginosamente. Muy probablemente
producto de las lógicas de acreditación que imperan en la escuela secundaria.
El peso de aprobar la asignatura sigue siendo muy fuerte en el estudiantado.
Algunas de las preguntas más frecuentes fueron “Hola profe,
yo le mandé todo, ¿ya estaría aprobado con eso?”; “Hola profe, ¿qué tengo que
hacer para aprobar la materia?”, “¿Qué trabajo me falta entregar? ¿Y con eso ya
apruebo?”; es decir, la preocupación del estudiantado radicó,
fundamentalmente, en el carácter evaluador y disciplinador de las prácticas
educativas en las escuelas en las que trabajamos.
Preguntas que como
docentes nos interpelan, producto de la fuerza que tiene la evaluación y
acreditación como mecanismo de coacción en el estudiantado. ¿Será que el
“miedo” a desaprobar, producto de las lógicas tradicionales que aún organizan
el sistema educativo en general y de la enseñanza en particular, limitan el
interés por aprender? En este punto, pensamos que es fundamental la reflexión
que nos permita, como docentes, repensar cómo entendemos y percibimos la
evaluación en escuela y que decisiones didácticas tomamos en este sentido.
Las instituciones
educativas debieron dejar de lado su carácter de “guardería” mientras duró la
virtualidad exclusivamente, y reconvertir su rol y función social a partir de
lo netamente vincular. Al estar estudiantes y docentes en sus hogares, es
imposible seguir entendiendo a la escuela como lo hacíamos hasta 2019. Lo
relacional, empático, vincular, se volvió un aspecto fundamental de la escuela
en su formato virtual.
Este aspecto
impactó directamente en la ejecución de propuestas didácticas para quienes
comprendimos esta transformación. La evaluación de contenidos curriculares en
este contexto pasa a estar en un plano completamente secundario. A su vez, la
poca, escasa o nula reglamentación existente sobre la escuela en formato
virtual provocó ciertos desajustes administrativos que influyeron enormemente
sobre las decisiones de las y los docentes.
Sobre la
evaluación, entonces, queremos precisar algunas reflexiones que el contexto nos
invitó a profundizar. Como mencionamos recientemente, la evaluación formativa
de los aprendizajes quedó completamente obtusa en la realidad de la vida
escolar en pandemia durante el año 2020.[9]
Producto de ello, nos animamos a desarrollar propuestas didácticas, en aquellas
situaciones que las condiciones lo permitían, que aborden contenidos y
problemas un poco por fuera de lo que trabajábamos tradicionalmente en la
escuela presencial. Esto permitió considerar otras cuestiones a la hora de “evaluar”
en este contexto, procuramos mirar los procesos de comprensión, explicación y
comunicación de los aprendizajes a partir de la identificación y resolución de
problemas sociales actuales y regionales atendiendo a nociones temporales y
territorialidades múltiples sobre las que el estudiantado pudiera dar cuenta en
sus pequeñas producciones (individuales y grupales).
Por otro lado,
queremos mencionar cómo influyó en las prácticas de las y los docentes, las
decisiones tomadas desde los organismos estatales y la interpretación que cada
institución educativa construyó sobre esa reglamentación dictada a la par que
se desarrollaba la pandemia en el 2020. Es preciso aclarar esto: cada escuela
adoptó una interpretación diferente sobre lo que se reglamentaba desde el
Consejo Federal de Educación o las resoluciones del Consejo Provincial de
Educación. Y decimos que es preciso aclararlo ya que, en la provincia de
Neuquén, donde situamos nuestra experiencia de enseñanza de la historia, la
mayoría de los y las docentes que trabajamos en el sistema público, tenemos
nuestras horas repartidas en una gran cantidad de escuelas. Si esto genera
complicaciones en la normalidad de la escuela presencial, la modalidad virtual
no está exenta de las mismas. Aunque reconocemos que son de diferente
naturaleza. Vamos a centrarnos en las que tienen que ver con las que
consideramos, impactan de lleno en los criterios de evaluación y los de
acreditación.
Consideramos que
muchas de las decisiones sobre la evaluación, tomadas desde las autoridades
educativas, dificultaron en cierta medida la labor docente debido a la
ambigüedad de las concepciones sobre evaluación como proceso de aprendizajes no
sumativos y la acreditación como acto burocrático de promoción.[10]
Estas nociones se tradujeron en diversas resoluciones y sobre ellas las
escuelas definieron políticas de evaluación/acreditación. Aquellas que
apuntaron a la promoción directa de cursos y a aprobar directamente las
materias, disminuyeron el interés o el compromiso de muchos estudiantes. Por
otro lado, aquellas que apuntaban a regular en cierto sentido la situación
escolar, volvían a priorizar el carácter cuantitativo de la evaluación, nos
referimos a la situación de “aprobado” y “en proceso”. Este tipo de medidas que
se adoptaron se hicieron sin tener en cuenta la realidad que estaban
atravesando cada institución educativa ni cada grupo clase, por tanto, para no
hacerse cargo del problema como corresponde, generando mecanismos de
vinculación, haciendo llegar ayuda y conectividad a quien lo necesite, las
autoridades gubernamentales emitieron resoluciones y decretos abiertos a
distintos tipo de interpretación, que los sectores de las comunidades
educativas encargados de ponerlos en ejecución, lo hicieron de diversas
maneras.
Entonces, nos encontramos
con un gran abanico de situaciones: algunas escuelas decidieron promoción
directa a todos los estudiantes en todas las materias; otras establecer
diferentes fechas para pasar de la condición de “en proceso” a “aprobado” de 1°
a 4° año y otra para 5°; otras seguir trabajando todo el año 2021 con el
estudiantado en condición de “en proceso”, y si no lo logran en diciembre,
pasan a condición de previo; es decir, una gran cantidad de realidades para una
sociedad completamente fragmentada. Por todo lo mencionado, es difícil
imaginarse cómo no reflexionar sobre la realidad laboral que nos toca atravesar
a las y los docentes. En este sentido, repensar qué pretendemos evaluar, en qué
contexto, y bajo qué circunstancias, nos resulta fundamental para desarrollar
nuestra tarea de enseñar historia.
Es en este
recorrido de nuestras prácticas virtuales donde pudimos dejar de lado los
extensos listados de contenidos que tenemos que dar año tras año, vinculado a
lo curricular exclusivamente, y empezar a pensar en tratar temas que pueda
generar empatía o interés en las y los estudiantes que tuvieron la posibilidad
de acceder a la educación en formato virtual y acompañar aquellas/os que
carecían de medios tecnológicos para continuar con su proceso educativo. La pandemia
nos demostró y demuestra día a día, que muchos derechos que creíamos
garantizados, a partir de la gratuidad educativa, hoy en día no se garantizan.
En este marco de
reformulación de nuestras prácticas a partir de un contexto que excede nuestras
posibilidades, fue preciso preguntarnos ¿Para qué enseñar lo que enseñamos? La
centralidad de esta pregunta radica en, cómo veníamos mencionando, la
reconfiguración del rol de la escuela en la sociedad a partir de la pandemia.
¿Queremos que repitan de memoria el orden estamental del feudalismo; o
preferimos que puedan encontrar claves y elementos que les permitan comprender
la complejidad del entramado de la sociedad de la que forman parte?
Finalmente, las
decisiones didácticas que fuimos tomando se nutrieron de las condiciones
materiales y desiguales entre el estudiantado, las finalidades de la enseñanza
y los recursos, materiales didácticos y criterios e instrumentos de evaluación
que nos posibilitaron desarrollar nuestra propuesta de enseñanza de la historia.
¿Qué desafíos para la enseñanza
de las historias en contextos de modalidades de virtualidad y presencialidad?
Notas finales para ampliar y compartir las reflexiones sobre las historias
escolares.
En aquellos casos
en que las condiciones permitieron tener un desarrollo de clases virtuales, es
decir mantener encuentros con las y los estudiantes a partir de videollamadas,
fue un poco más sencillo (solo un poco) desarrollar una propuesta ajustada de
contenidos de una manera no muy alejada de como lo hacíamos en la
presencialidad. Sin embargo, comenzamos a evidenciar algunas situaciones que
nos obligaron a repensar nuestros métodos, si es que realmente estábamos
comprometidos en generar un interés en el estudiantado. Claramente no es lo
mismo desarrollar una clase de Historia en unos 80 minutos en el aula, que
hacerlo mediante un dispositivo virtual. Es necesario repensar los tiempos, la
participación, las actividades y las formas de comunicación.
En el aula, el
espacio físico donde confluyen experiencias, saberes y los propios encuentros,
es más fácil darse cuenta si lo que uno dice genera interés o aburrimiento,
porque nos podemos ver las caras e interpretar, a partir del intercambio de
miradas y palabras, qué es lo que está ocurriendo con las personas que están
participando. Sin embargo, en el contexto virtual, uno no puede saber qué es lo
que ocurre con certeza del otro lado de las pantallas. Y no decimos “de las
cámaras” porque generalmente los y las estudiantes las mantienen apagadas en
los encuentros (y no solo en la escuela media, también es algo que ocurre en el
nivel universitario). La intención no es juzgar dicho accionar, no sabemos qué
condiciones existen en los hogares del estudiantado, si cuentan con un espacio
propicio para estudiar, la vida de la familia, si cuentan con un servicio de
internet que les permita una conexión estable, es decir, si queríamos realmente
desarrollar una clase, hay cuestiones como ésta que es muy difícil resolver.
Entonces, al verse
modificado el vínculo humano por la intermediación de dispositivos digitales en
un formato virtual, las prácticas de enseñanza se vieron modificadas. De esta
forma, tuvimos que apoyarnos más en recursos acordes al contexto de la cultura
digital como lo son las presentaciones en Power Point o Prezi, proyección de
videos, y análisis de imágenes. También como decíamos, fue importante repensar
los tiempos de clase.
En lo que respecta
al próximo año 2021, planteamos realizar algunas cuestiones a modo de
reflexiones en cuanto a lo educativo en general y a la enseñanza de la historia
en particular. Sin lugar a duda el 2020 tensionó la cultura de enseñar y
aprender, pero podemos extraer algunas experiencias para repensar nuestra labor
en un contexto que involucrará lo virtual con lo presencial. Claro está que la
presencia de ambas modalidades de trabajo, intuimos que será variable, flexible
y situado acorde a las decisiones políticas y situaciones epidemiológicas de
cada lugar de nuestra ciudad.
El próximo año, en
caso de tener que trabajar con modalidades virtuales, nos encuentra con mayores
herramientas y experiencias. Si bien siempre hay elementos que mejorar, podemos
rescatar aquello que nos resultó positivo del 2020, y repensarlo para este
2021. Las dificultades de la virtualidad, que ya mencionamos anteriormente, no
fueron pocas y no desaparecieron, pero al abordarlas nuevamente es una segunda
oportunidad. No podemos, ni es nuestra responsabilidad, garantizar como
docentes la conectividad y acceso a la virtualidad de los y las estudiantes,
pero sí podemos repensar las actividades y trabajos que les asignaremos, en
base a lo que se pudo trabajar el año pasado. Podemos reconocer aquellas
actividades y modalidades de trabajo que no funcionaron como esperábamos y
mejorarlas.
Pero sumado a esto,
este 2021 la virtualidad se integrará con la presencialidad, dando lugar a que
volvamos a las aulas físicas, y volvernos a encontrar cara a cara con los y las
estudiantes. Los desafíos no serán pocos, las desigualdades estarán presente,
como las posibilidades de contagio. Pero aun así podremos recuperar lo vincular
con los y las estudiantes, y en el caso de tener que volver a una virtualidad
obligada, tenemos, aunque sea mínima, una experiencia para no caer en prácticas
deshumanizantes que limiten a los y las estudiantes a un número o correo
electrónico. Pensamos que podemos abordar la enseñanza de una historia crítica
y reflexiva para los y las estudiantes, sin necesariamente recurrir a programas
extensos que aborden los contenidos de manera somera y sin relación alguna con
el presente que nos rodea. Para ello el enseñar historia desde temas problemas,
o problemas socialmente relevantes se vuelve una opción interesante, aunque no
la única, para abordar en las aulas físicas o en la virtualidad.
Las experiencias y las reflexiones colectivas sobre ellas
aventuran posibilidades. Las decisiones que tomemos deben pensarse
situadamente, en el colectivo del profesorado de las instituciones educativas
de carne y hueso. Si bien podemos coincidir que la pandemia no ha cambiado la cultura
educativa en nuestro país, quizás sea un punto de partida para repensar, al
menos, nuestras programaciones y propuestas de enseñanza.
[1] Joan Pagès, (2009). El
desarrollo del pensamiento histórico como requisito para la formación
democrática de la ciudadanía. Reseñas de la enseñanza de la historia. Apehun, 7, pp.
69- 91.
[2] Miguel Ángel Jara, «El enfoque interdisciplinar en la enseñanza de las Ciencias Sociales y Humanas. Reflexiones epistemológicas y metodológicas», 2020.
[3] Gavron, Sara, Las Sufragistas, 2015, https://www.youtube.com/watch?v=3LQAnFEADl4&t=18s.
[4] Darío Aranda, «El estado se construyó sobre un
genocidio», Página 12, 10 de
octubre de 2011, https://www.pagina12.com.ar/diario/dialogos/21-178560-2011-10-10.html#:~:text=12%20DE%20OCTUBRE-,%E2%80%9CEl%20Estado%20se%20construy%C3%B3%20sobre%20un%20genocidio%E2%80%9D,masivos%2C%20fusilamientos%20y%20ni%C3%B1os%20robados.
[5] Antoni Santisteban Fernández, «Las finalidades de la enseñanza de las Ciencias Sociales», en Didáctica del Conocimiento del Medio Social y Cultural en la Educación Primaria: ciencias sociales para aprender, pensar y actuar (Síntesis, 2011), 63-84.
[6] Ramón López Facal, «Conflictos sociales candentes en el aula», Les qüestions socialment vives i l’ensenyament de les ciències socials 97 (2012): 65.
[7] Originalmente la propuesta estaba pensada para llevarla al aula física, pero la pandemia nos obligó a modificar la propuesta inicial y adaptarla a la situación que imperaba en su momento.
[8] Carlos Daniel Gunzelmann, Facundo Agustín López, y Miguel Ángel Jara, «Pensamiento histórico, problemas sociales y cultura digital en la enseñanza de la historia», 2021.
[9] Montserrat Oller Freixa, «¿Por qué, qué cuándo y cómo evaluar? La Evaluación en la enseñanza de las Ciencias Sociales», en Didáctica del Conocimiento del Medio Social y Cultural en la Educación primaria: Ciencias Sociales para comprender, pensar y actuar, 2011, 207-26.
[10] Cecilia Bixio, «Cómo planificar y evaluar en el aula. Buenos Aires», Homo, 2003.