Zamora, Romina. Casa poblada y buen gobierno. Oeconomía católica y servicio personal en San Miguel de
Tucumán, siglo XVIII, Prometeo, Buenos Aires, 2017, 249 págs.
Descentrar la mirada historiográfica para dar lugar a
expresiones contestatarias a la tradicional visión estatalista
en el espacio rioplatense ha sido el objetivo de diversos estudios en los
últimos años. El trabajo de Romina Zamora, producto de dieciocho años de
investigación, es un nuevo aporte a esta perspectiva, que logra reconstruir el
rompecabezas histórico de San Miguel de Tucumán en lo que la autora llama el
“largo siglo XVIII” a partir de un crisol de tradiciones historiográficas que
lo nutren.
La historiadora toma un elemento que considera fundamental
para la configuración del orden social del período, la casa poblada, y analiza
las nociones que la informan, teniendo en cuenta en especial a la familia, las
concepciones católicas y oeconómicas, para dar lugar
a una renovada historia social y cultural del Tucumán del XVIII, que privilegia
el valor de las permanencias de tipo antiguo regimental en las ciudades
hispanoamericanas en las décadas previas a la ruptura del vínculo colonial.
El libro de Zamora consta de nueve capítulos, precedidos por
una presentación, elaborada por el reconocido historiador del derecho Bartolomé
Clavero, y una introducción. Finaliza con un epílogo. A lo largo de los
capítulos, en particular en el primero y el cuarto, vemos cómo la autora apoya
su análisis en planos e ilustraciones. El denominado largo siglo XVIII por
Zamora, escenario temporal del libro, inicia en 1685, con el traslado de la
ciudad de San Miguel, y finaliza en 1812, cuando el Ejército del Norte se
asienta allí, provocando un cataclismo en el devenir cotidiano de la urbe a
partir del nuevo contexto de guerras.
A través del texto se puede evidenciar una combinatoria
entre un aparato erudito que, si bien reducido al mínimo a los efectos de una
lectura más fácil, esta excelentemente trabajado, con un modo literario de
presentar los capítulos, que la autora adopta de forma deliberada. Así cada
capítulo inicia con historias de los diversos actores de la ciudad y sus
suburbios en donde se observa un magistral uso de las fuentes para dar lugar a
conceptualizaciones muy firmes. Dichas fuentes integran un arco vasto de
archivos, de documentos éditos e inéditos, que tienen
a San Miguel de Tucumán como protagonista, en una suerte de guiño a la
centralidad del espacio, al modo en que Braudel nos
presentó al Mediterráneo ya hace setenta años. Por esto la consulta
archivística incluye al Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, el
Archivo General de la Nación y el propio Archivo Histórico de Tucumán. Los
fondos consultados integran aquellos derivados de las propias autoridades como
las Reales Cedulas, documentos de la Audiencia de Charchas, protocolos
notariales, bandos y las Actas capitulares, y otros que permiten, aunque de
forma mediatizada, observar la diversidad de actores intervinientes como
expedientes judiciales, tanto civiles como criminales. Asimismo se hace uso de
normativa específica que sigue teniendo influencia en el período como las Leyes
de Indias. Para complementar se suman documentos personales como cartas y
memorias. En muchos casos, la autora utiliza historias provinciales y obras
clásicas como las de Aristóteles, Bodin y Smith como
un soporte de gran importancia del que se nutren sus reflexiones.
En la Introducción, Zamora delinea su objeto de estudio: la oeconómica en tanto buen gobierno y gestión de la casa.
Subraya su papel como base de la autoridad social y elemento clave para la
asunción de funciones políticas. Los criterios ordenadores de la ciudad están,
así, profundamente imbricados con las nociones de familia, gobierno y control
social. Los capítulos primero y segundo de su libro se ocupan de la base
material que informa a la ciudad de San Miguel, que contaba entre 2000 y 4000
almas asentadas en su territorio en el período. De este modo, concentra su atención
en los cambios y transformaciones a nivel arquitectónico y físico de la ciudad,
por un lado, y a nivel productivo, por el otro. San Miguel, “donde se juntan
los caminos”, aparece como el escenario de intercambio y relación entre
diversas actividades productivas –labranza, construcción de carretas,
producción de tanino, elaboración de suelas- y múltiples actores que configuran
un nodo central en el camino entre Buenos Aires, Paraguay y el Alto Perú.
Los dos capítulos siguientes hacen foco en los actores que
se entremezclan en la urbe. Sectores que aparecen a primera vista disímiles,
como los indios, los negros, los viajeros, los soldados, las autoridades
locales, encuentran terreno común en la casa poblada citadina y la casa solariega
cercana al ámbito rural. El discurrir de su vida cotidiana se ve atravesado por
la llamada casa grande, donde se produce la sociabilización y la administración
de las relaciones interpersonales y patrimoniales. La casa grande es señalada
como el elemento más visible del prestigio del padre de familia, cuestión fundamental
en un orden social articulado por la propia noción de familia, en donde
trabajo, orden y protección se chocan. La disciplina social, de esta manera, se
efectiviza a través de la pertenencia a una casa. A su vez, la propiedad de una
casa grande es la condición de vecindad y el paso previo a la inclusión en el
espacio político y público. En definitiva, la casa grande es un espacio físico
y simbólico y la ciudad no es más que una comunión de familias de vecinos.
En el capítulo quinto, la autora se aboca a la
conceptualización en torno a la potestad oeconómica,
que identifica con la capacidad de mandar dentro de la casa. El padre de
familia debía reunir ciertas virtudes acordes a la religión católica, emanando
los elementos de un vínculo señorial y de dominio con quienes poblaban su casa.
Esto es continuado en el sexto capítulo a partir de un examen de las formas de
trabajo presentes, y también de la ausencia del mismo, que hacía de los
individuos llamados ociosos un peligro para el bien común. La vida cotidiana de
estos sectores, si bien difícil en su reconstrucción, daba cuenta de las
diferencias con la casa poblada de los padres de familia avecindados. Las unidades
habitacionales de la plebe, se organizaban sobre la base de no tener nada: ni
servidumbre, ni oficios permanentes que hacían emerger casas despobladas.
La centralidad de la casa es corroborada por Zamora en el
séptimo capítulo en el cual realiza un análisis minucioso del censo de 1812. La
primera constatación es que el censo está levantado sobre los hogares, no sobre
las personas. Ofrece, entonces, una mirada sobre la composición de las casas,
pero muchas veces deja de lado aquellos cuyo estatus jurídico no se corresponde
con los vecinos propietarios. De aquí se deriva la composición del gobierno
local, cuestión abordada en el capítulo octavo. La comunidad política, se
señala en el libro, es aquella unión de los padres de familias distinguidas, lo
cual nos habla de cómo la política sigue el ejemplo de la potestad paternal
asociada al amor, la obediencia, la discreción y la piedad como virtudes
salientes. El gobierno de la ciudad es la proyección del gobierno de la casa,
pero de la casa grande controlada por
vecinos. Este fuerte lineamiento, al mismo tiempo, se desarrolla en una pluralidad
de marcos normativos que incluyen una variedad de jurisdicciones, de derechos y
fueros, de usos y costumbres que se yuxtaponen dando lugar a cierto predominio
del derecho municipal.
En el noveno capítulo, Zamora extiende la autoridad
paternal, que ya vimos ejercitada en el ámbito político y de gobierno, hacia el
control social. La protección del bien común en tanto utilidad pública y
objetivo deseable de la convivencia urbana es el centro de este análisis. Su
configuración y mantención también emana de las nociones de familia y oeconómica, en el período previo al nacimiento de la
economía política. De este modo, la
policía en su sentido amplio, diferenciada del aparato estatal monopolizador de
la fuerza pública que conocemos hoy, se construye como una extensión de la
autoridad del padre pero ahora fuera de lacasa. El
amor y la protección paternal, basada en el celo de quienes componen la casa,
se traslada al barrio en particular y a la ciudad en general. El conocimiento
sobre hábitos y costumbres de la población aparece como el mejor remedio para
la ociosidad y su potencial peligrosidad frente al orden social establecido.
El libro concluye con un epílogo en donde la autora retoma
sus análisis y reflexiones, reconstruyendo al San Miguel de Tucumán del largo
siglo XVIII en torno a su trazado físico y arquitectónico, a las formas de
trabajo y la producción que abriga, y a las relaciones, tensiones y
complementariedades que se visualizan entre los sectores que le dan vida a la
ciudad. El denominador común en este prisma social, económico y cultural es la
familia como ordenadora de las relaciones sociales y la oeconómica
como noción base para dicha ordenación.
Como establece Clavero en su presentación del trabajo de
Zamora, nos encontramos ante un estudio acabado de microhistoria social y macrohistoria cultural que cumple con creces, añadimos
nosotros, con el objetivo de reconstruir la vida y sus diversos avatares a
partir de un caso local pero con miras a nutrir las líneas historiográficas que
discuten con las visiones estatalistas de tipo
teleológico. Además lo hace con una escritura afable y erudita a la vez,
permitiendo adentrarnos sin tropiezos en la cotidianeidad y el marco de
referencia del siglo XVIII hispanoamericano.
Agustina Vaccaroni
CEHIS, UNMDP