¿“LULES NÓMADES” Y “LULES
SEDENTARIOS”?
SOCIEDADES
INDÍGENAS, MOVILIDAD Y PRÁCTICAS DE SUBSISTENCIA EN LA LLANURA SANTIAGUEÑA
PREHISPÁNICA Y COLONIAL (SANTIAGO DEL ESTERO, ARGENTINA)
"LULES NÓMADES"
AND "LULES SEDENTARIOS"?
INDIGENOUS SOCIETIES,
MOBILITY AND SUBSISTENCE PRACTICES IN THE SANTIAGUEÑA PREHISPANIC AND COLONIAL
PLAIN
(SANTIAGO
DEL ESTERO, ARGENTINA)
Judith Farberman
CONICET/CeHCMe-UNQ
jfarberman@gmail.com
Constanza Taboada
ISES-CONICET/IAM-UNT
constanzataboada@gmail.com
Fecha de ingreso: 13/04/2018
Fecha de aceptación: 01/08/2018
Resumen
A partir de un abordaje interdisciplinario
arqueológico - histórico, este artículo se propone discutir la presencia de
grupos de la llanura santiagueña pensados como contrapuestos en función de su
movilidad residencial. Entendemos que la oposición lule / tonocoté presente en
los documentos tempranos reflejaba tal contradicción, no obstante las mismas
fuentes dejaran entrever que se trataba de estereotipos con poco valor
explicativo.
La investigación arqueológica reciente, que está
pensando en términos más complejos los modos de habitar y las prácticas de
subsistencia, apunta a la centralidad de modos "parcialmente móviles"
de habitar, que suponían retornos periódicos a ciertos asentamientos. Esta
propuesta, a la vez que puede relacionarse con las clasificaciones coloniales
expresadas, resignificándolas, abre también nuevos interrogantes sobre las
interacciones entre grupos presuntamente contrapuestos, el alcance de sus
transformaciones internas y la misma regionalización de las sociedades
indígenas de la llanura santiagueña.
Palabras claves: Lule, Santiago del Estero,
Movilidad, Historia, Arqueología
Abstract
From an
interdisciplinary archaeological-historical approach, this paper aims to consider
the presence of groups comparing their residential mobility in the plains of
Santiago del Estero. We think that the Lule / Tonocote dichotomy exposed in
early documents expressed such contradiction, but the same sources permit to
make out the stereotypical nature and lack of explanatory power of the thesis.
Recent archeological findings, considering more complex habitation patterns and
subsistence practices, propose partially mobile ways of living that imply
periodical return to certain settlements. This approach, related to the
colonial classifications expressed, can resignify them, giving place to new
questions about those supposedly opposing groups, the scope of their internal
transformations and the regionalization of indigenous societies in the Santiago
plains.
Key words: Lule,
Santiago del Estero, Mobility, History, Archaeology
Introducción
En los documentos de los siglos XVI y XVII, es
recurrente la división taxativa entre pueblos “nómades” y “sedentarios”,
cazadores que no cultivan y labradores, gentes “de guerra” y “de paz”,
“bárbaros” y “cristianos”. La contraposición entre “lules” y “tonocotés”,
presente en las crónicas tempranas del Tucumán colonial, se ajusta bien a este
esquema dicotómico que la arqueología de la llanura de Santiago del Estero (ver
Fig. 1) hasta ahora no problematizó, al centrarse en interpretar la instalación
de época prehispánica tardía como referente exclusivo de asentamientos aldeanos
estables[1].
Sin embargo, desde hace un tiempo, dichas categorías cerradas y extremas han
sido revisadas teóricamente por la antropología, la arqueología y la historia,
discutiéndose la concepción de sociedades simples asociadas a los cazadores
recolectores, ampliándose la cantidad de casos que no cabían ni en una ni en
otra, y profundizándose el análisis de los procesos internos que las
configuraron[2].
Figura
1: Mapa con ubicación de la región de estudio y de los
elementos fisiográficos mencionados en el texto. Realizado por Ernesto
Rodríguez Lascano.
Nuestros últimos trabajos contribuyen asimismo a
matizar la dicotomía expuesta. La identificación, a partir de un análisis
arqueológico, de dos tipos diferentes de espacios de residencia nos llevó a
plantear la hipótesis de que, durante momentos prehispánicos tardíos, en la
llanura de Santiago del Estero quizás no sólo habitaron poblaciones con una
instalación estable -como lo había señalado la arqueología hasta ahora- sino
que también pudieron hacerlo comunidades que desplegaran cierta movilidad
residencial. La hipótesis se deriva de la interpretación de ciertos contextos
habitacionales que denotan baja inversión constructiva y espacios domésticos
con hiatos de ocupación y que habilitan la idea de movilidad residencial con
retornos periódicos a poblados de referencia[3].
Esta forma distinta de configurar el espacio doméstico y de usar el ambiente,
así como su asociación a distintos modos de expresarse y relacionarse
socialmente, sugería diversidad cultural entre las poblaciones que
respectivamente los desplegaron.
Sobre esta base, exploraremos aquí la potencial
relación entre estas nuevas interpretaciones arqueológicas –que, aunque
analizadas para tiempos prehispánicos podían llegar a ser válidas para el
momento de contacto hispano- y las taxonomías coloniales que encasillaban a los
llamados lules entre las gentes “sin casas ni heredades”. Entendemos que los
documentos escritos de los siglos XVI y XVII –y aún posteriores si se toman
ciertos recaudos metodológicos- podrían, a su vez, ofrecer un anclaje
complementario a una hipótesis surgida de un análisis arqueológico realizado de
forma independiente de las fuentes escritas, abriendo así la opción de pensar
una idiosincrasia de movilidad residencial de cierta profundidad temporal entre
algunas de las poblaciones de la región.
Por su parte, la asociación de los casos arqueológicos
de potencial movilidad a un modo de subsistencia que, si bien basado en la caza
y pesca, podría haber contado con cierta horticultura o agricultura[4],
abría una diferencia importante en relación con aquellos esquemas dicotómicos[5].
También lo hacía, entre otras cuestiones, el amplio desarrollo cerámico
evidenciado por estas comunidades, hecho que introducía una distinción más
respecto de las tipologías clásicas del nomadismo[6].
De este modo, mientras algunos indicios arqueológicos prehispánicos podían
proveer de cierto sostén material a las representaciones históricas sobre
poblaciones “nómades” de la región, otros ponían en controversia algunas de sus
caracterizaciones y nos sugerían variantes. Los datos arqueológicos, en efecto,
apuntaban a que ciertas comunidades pudieron desarrollar una combinación de los
caracteres que las tipologías proponían como compartimientos estancos, lo que
las acercaba a modelos etnográficos y arqueológicos de las tierras bajas
sudamericanas. Por ejemplo, la asociación de cierta movilidad residencial con
espacios monticulares reusados, uso de cerámica y objetos no transportables,
horticultura incipiente asociada a caza, pesca, recolección y almacenaje,
alianzas, modificación del paisaje y cierta complejidad social[7].
Desde otras aproximaciones arqueológicas, Ana María
Lorandi ya había propuesto hace tiempo una idiosincrasia cultural de base
chaqueña para las poblaciones prehispánicas de la región posteriores al año
1000 d. de C. Ciertos indicadores arqueológicos (la representación y cosmología
asociada al búho de la cerámica Sunchituyoj, los modos de hacer la alfarería,
su distribución acotada a la llanura) le permitieron a la autora definir una
Tradición Chaco Santiagueña –diferenciada de los procesos más tempranos del
oeste provincial, que se acercan más a tradiciones del piedemonte y valles del
NOA- para las situaciones y momentos que nos ocupan[8].
Finalmente, del examen de ciertos documentos, Lorandi infirió que algunos
grupos lules que habitaban las riberas de los ríos que atraviesan Santiago del
Estero pudieron ser “sedentarios” o “parcialmente sedentarios” y haberse
integrado en aldeas con los llamados tonocoté[9].
En cambio, a su juicio, los “lules nómades”, que en las fuentes eran responsabilizados
de las incursiones y ataques a los pueblos de la llanura santiagueña, habrían
provenido de la zona del Bermejo. Esta diferenciación habilita potenciales
nexos de los primeros con el patrón semisedentario al que la nueva
interpretación de evidencia arqueológica parece apuntar. Nos referimos a que
hoy podemos sumar a este cuadro los indicadores de un patrón de instalación
residencial con posible movilidad para ciertas poblaciones de la llanura
santiagueña.
Atendiendo a estos problemas, este trabajo se propone
combinar una relectura de las fuentes escritas –o más bien, de las “fisuras”
que pueden vislumbrarse en algunas de ellas- con la discusión de las preguntas,
incertidumbres e interpretaciones derivadas del análisis de la evidencia
arqueológica. Entendemos que esta combinación metodológica y disciplinar nos
coloca ante un problema complejo e interesante, que exige repensar a
las poblaciones prehispánicas y coloniales de la región en relación a sus modos
de vida e idiosincrasia cultural, tanto como a sus posibles catalogaciones,
transformaciones e identidades.
Ampliando lo que se puede hipotetizar desde
la arqueología
Parte del problema planteado surgió de un análisis
arqueológico reciente sobre la configuración de los espacios de habitación y los
modos de vida que podían asociárseles[10].
En la zona central del río Salado y parte de la mesopotamia provincial estos
ámbitos están representados arqueológicamente por montículos -resultantes de
los procesos de construcción, uso, abandono y destrucción de las viviendas
indígenas y de las actividades domésticas que se generaron en torno a ellas-,
cuyo registro va desde poco antes del 1000 d. de C. hasta el contacto hispano,
por lo menos[11].
A partir de su estudio identificamos al menos dos principales variantes:
Una de ellas responde a un modo de vida estable,
asociado a viviendas de uso permanente instaladas en poblados que habrían
contado con desarrollo agrícola y manejo comunitario del agua. Este tipo de
montículos muestra evidencias de haber sido asiento de viviendas sólidas y, en
vista a la inversión constructiva y a la proyección de su vida útil, destinadas
a un uso continuo[12].
No presentan más que un piso de habitación, lo que indica que el espacio fue
usado para la construcción de una sola vivienda, utilizada hasta el momento de
su abandono. Estas ocupaciones parecen asociarse a uno de los dos tipos
alfareros de mayor representación local y el más tardío en aparecer
regionalmente, a partir de aproximadamente el 1200 d. de C.: la cerámica
Averías (aunque es posible que en algunos de los montículos se asocie también a
cerámica Sunchituyoj, cuyas implicancias analizaremos luego[13]).
En asociación con el despliegue de la cerámica Averías surgen asimismo
características distintivas antes ausentes, como un amplio desarrollo textil y
agrícola. En mayor o menor medida, estos contextos presentan también rasgos que
indican intercambio de bienes exóticos, relación con otros grupos y
jerarquización social, caracteres todos considerados propios del sedentarismo
clásico[14].
Este tipo de montículo se inserta en sitios de grandes
dimensiones, que dan cuenta de asentamientos de uso permanente durante momentos
prehispánicos tardíos y de principios de la colonia. Se trata de poblados cuya
estructura y funcionamiento interno son apenas conocidos por la arqueología y
que presentan gran cantidad de montículos, en general distribuidos a lo largo y
entre paleocauces[15].
La apariencia es la de una disposición en “avenidas”, vinculadas en su momento
por Lorandi con las “calles” y el patrón mencionados por Diego Fernández el
Palentino y citado en la nota anterior[16].
Pueden apreciarse también espacios intermedios llanos, más o menos amplios, que
pudieron servir como plazas, áreas de concentración de gente y/o de actividades
comunitarias diversas[17].
Las fuentes escritas y una evaluación general de la
situación permitirían sostener que los habitantes de estas aldeas contaban con
amplio desarrollo agrícola. El hecho de que los poblados se emplazaran en áreas
adyacentes a paleocauces y bajos naturales, espacios destinados -actualmente y
según las referencias históricas y coloniales- a la siembra e incluso a otras
actividades como la pesca y la deriva de aguas, aporta elementos en ese sentido[18].
Si bien no hay restos arquebotánicos recuperados, la poca cantidad de huesos de
fauna hallada en las excavaciones en relación a momentos anteriores y al otro
tipo de montículos que veremos, también apuntalaría la opción de un sustento
fundamentalmente agrícola, aunque la caza y la pesca siguieran aportando a la
dieta[19].
Este tipo de instalación y los rasgos socioculturales
asociados a ella han sido registrados en sitios del sector medio del río Dulce,
de parte del noreste del río Salado (en el Chaco santiagueño) y en los bañados
de Añatuya (al oeste del Salado medio). La mayoría, sino todas sus
características, recuerdan el modo de vida adjudicado a los “tonocoté” de las
crónicas -labradores sedentarios con alguna diferenciación social y capacidad
de articulación política- mostrando también una distribución espacial grosso modo acorde con la asignada a aquellos grupos[20].
Por otra parte, los indicadores arquitectónicos, la presencia de un mismo tipo
de cerámica y la homogeneidad general prevaleciente también en otros bienes
materiales y rasgos socio culturales (por ej. conjunto artefactual, desarrollo
textil, etc.) junto a la emergencia de todos estos caracteres en un mismo
momento, habilitarían la idea de una cierta identidad cultural entre sus
usuarios, mientras que ciertas diferencias podrían interpretarse a partir del
despliegue de distintas estrategias socio políticas.
Sin embargo, según veremos luego, estos grandes sitios
dan cuenta de un largo proceso de crecimiento y configuración hasta mostrar los
caracteres superpuestos con los que hoy los registra la arqueología, y que
podrían apuntar a transformaciones, reocupaciones y/o integraciones por parte
de comunidades locales. En ellos se han detectado evidencias materiales y
montículos más antiguos que demuestran trayectorias de ocupación de los
asentamientos de hasta 400 años y quizás aún más (aunque por ahora no podemos
precisar si fue continuada o no). Por su parte, la concentración de ciertos
bienes de prestigio, exóticos y/o quizás relacionados con encuentros sociales
parecen dar cuenta de que, al menos algunos de ellos, fueron desde temprano
centros de convocatoria que se mantuvieron y crecieron como núcleos políticos
relevantes a nivel regional, incluso durante la colonia[21].
El otro tipo de montículos -que es el que más interesa
en este trabajo- remite a una instalación doméstica aparentemente menos
estable. Muestra niveles de ocupación que alternan con otros estériles,
sugiriendo abandonos y reocupaciones. Aunque no hay huellas conservadas de
viviendas, la existencia de pisos poco definidos y la distribución de los
rasgos y artefactos parecen indicar áreas de desarrollo de actividades
domésticas y espacios donde pudieron armarse cobijos de poca durabilidad[22]. Los
materiales y rasgos hallados
dan cuenta de tareas vinculadas fundamentalmente a preparación, consumo y
descarte de alimentos y quizás también almacenaje[23].
En otras palabras, se trataría de espacios domésticos de baja inversión
constructiva pero que denotan una instalación de cierto tiempo, tal vez
estacional y con previsión de retorno. Por lo que hace a la subsistencia, las
evidencias arqueológicas sugieren un modo de vida estrechamente ligado a la
explotación del monte y fuentes naturales de agua, mediante la caza y pesca[24].
A pesar de que no hay evidencias arqueológicas de ello, es de estimar que
también la recolección vegetal fue importante. Sin embargo, el hallazgo de
restos de maíz de especies pequeñas podría indicar además una práctica agrícola
incipiente[25],
complementaria de una economía mayoritariamente extractiva y por tanto apartada
del modelo clásico del nomadismo. También se alejaría de aquel estereotipo el
desarrollo de alfarería y la presencia de funebria en espacios domésticos[26].
Cabe señalar que la cerámica hallada en estos contextos parece ser diferente
(se la ha denominado Sunchituyoj y está centrada en la figura del búho) a la
que se asocia a los montículos de carácter estable[27].
Esto no solo marca un elemento cultural más de diferenciación con los usuarios
de aquéllos, sino también una característica más chaqueña, acorde a nuestra
idea de un modo de vida menos estable como el que históricamente solían
desplegar las poblaciones que compartían esta identidad.
Aunque todavía desconocemos el ritmo, los lapsos de
retorno, los circuitos y las distancias recorridas[28],
así como si existía correspondencia entre quienes partían y reocupaban este
tipo de montículos, parece evidente que se trataba de grupos que tenían en
común el tipo de economía, actividades cotidianas, bienes materiales,
tecnología mueble e inmueble y modo de gestionar y usar el espacio doméstico.
Por ahora, los casos arqueológicos bien
registrados para este tipo de instalación se ubican en momentos anteriores
(entre aproximadamente el 1000 d. de C. y el 1200 d. de C.) a los estimados
para el otro tipo de montículo, el asimilado a una instalación estable[29].
Sin embargo, algunos indicios que en breve analizaremos, permiten preguntarse
sobre la perduración (y/o transformación) de sus poblaciones hasta momentos de
contacto hispano. De hecho, si bien por ahora no hay registro arqueológico
claro de este tipo de montículos reocupados para momentos prehispánicos
finales, sí lo hay de ciertos indicadores materiales asociados a ellos (tipo de
cerámica, sobre todo)[30].
Es también importante resaltar que este otro modo de
instalación ha sido registrado en relación con dos tipos de sitios
contemporáneos entre sí: sitios muy pequeños, compuestos por una veintena de
montículos y vinculados con cursos de agua activos al momento de su habitación,
y sitios de mayores dimensiones, relacionados con paleocauces y represas con
intervención antrópica[31].
Esta asociación con distintos tipos de fuentes de agua y ubicación
geomorfológica y ecológica bien podría indicar una elección y circulación
estacional de la población entre diferente emplazamientos, quizás atendiendo a
la dinámica hídrica y climática y al manejo y disponibilidad de agua y de
recursos para la caza, pesca y recolección, que tienen diferencias regionales
muy marcadas entre verano e invierno[32]. La reocupación periódica o coyuntural de unos y otros
podría indicar que eran preferidos para retornar, habida cuenta de estar
acondicionados para la instalación y quizá hasta por disponer de reservas
almacenadas. En vista a su diferencia de tamaño e inversión constructiva en
gestión del agua, y apoyándonos en ejemplos etnográficos y estudios
etnoarqueológicos, podemos hipotetizar una dinámica de división del grupo en
unidades más pequeñas en momentos críticos, y, a la inversa, su concentración
en momentos de buena disponibilidad de agua, de recursos silvestres y de manejo
agrícola, en vista a una agricultura potencialmente complementaria de la
actividad extractiva. De ser así, los sitios pequeños con acceso directo a ríos
activos podrían dar cuenta de la instalación en momentos de escasez alimenticia
y de agua (invierno)[33]
mientras que aquellos más grandes –dotados de represas y vinculados a
paleocauces útiles a los fines agrícolas y a la pesca- podrían haber sido
sitios de primavera y verano[34].
Esta concentración demográfica periódica pudo generar
(y/o ser motivo de) actividades de diversa índole, como la gestión del espacio
mediante construcción comunitaria de los canales de desagüe y represas (en
apariencia identificados por la arqueología en los sitios de referencia), la
recolección de la algarroba (citada en las fuentes, al menos, para momentos
posteriores), e incluso la siembra y cosecha que podría inferirse de la ya
aludida presencia de maíz. En articulación, y como motivación conjunta de la
congregación, pudieron tener lugar actividades festivas, sociales, rituales y políticas.
De hecho, las fuentes asocian a la recolección estival de la algarroba las
“juntas y borracheras”, reuniones en las que se gestionaban estrategias
políticas y rituales. El hallazgo asignable a esta época de unas 100 pipas en
un sitio muy extenso que llega a momentos de contacto hispano mostraría que
algunos centros concentraban ya desde temprano cierto poder de convocatoria.
Recordemos que los sitios que presentan montículos de ocupación única reseñados
anteriormente muestran una considerable amplitud temporal de ocupación y
formación, que se remonta a la época con registro fehaciente de montículos de
uso alternado. Podría pensarse, entonces, en que existían motivaciones
–recursos, localización estratégica y derivaciones sociopolíticas y rituales de
esta instalación- para que determinados lugares fueran ocupados de manera
recurrente y a lo largo de tiempos prolongados. Y, en tanto están presentes en
ellos indicadores arqueológicos asignables a grupos asociados con montículos de
ocupación semipermanente, es posible que algunos de estos sitios pudieran
haberse transformado en poblados permanentes, o bien haber sufrido
reocupaciones por parte de poblaciones que llevaban esta otra forma de vida más
estable.
En este sentido, sobre la base de lo que hasta ahora
sabemos, puede hipotetizarse que, o bien algunos de los asentamientos más
antiguos con indicios de movilidad residencial se desocuparon y esos espacios
fueron luego ocupados por otras comunidades, o bien que tuvieron ocupaciones
periódicas, más o menos continuadas, por parte de poblaciones que fueron
creciendo y transformándose paulatinamente en sus modos de habitar y en su
manejo de la economía de subsistencia. Habrá que considerar en este sentido, no
solo la perduración, coexistencia o transformación del modo de habitar, sino
también los cambios, perduraciones, adquisiciones, intercambios y potenciales
integraciones de otra pautas o elementos culturales distintivos asociados a
cada uno de estos modos de vida, como parece ser, por ejemplo, la cerámica de
dos tipos distintos. Esto tiene que ver con pensar y definir si hubo una
transformación de un modo de vida por otro al interior de las poblaciones, si
hubo un reemplazo de modos de vida previos por la incorporación a la región de
poblaciones con otras tradiciones culturales, o incluso si ambos modos de vida
pudieron coexistir, en un mismo espacio o en distintos espacios locales en un
mismo momento. Resulta esencial para ello determinar la cronología,
simultaneidad y asociación de estos modos de residir y de subsistencia en un
mismo sitio a lo largo de su ocupación, como también las transformaciones en
otros aspectos de la cultura material que pudieran acompañar y ser indicadores
de unos u otros procesos.
Resolver estas disyuntivas resulta esencial
para nuestro problema sobre movilidad, identidad y potencial integración de
poblaciones locales. Sin embargo, lamentablemente no contamos todavía con
suficientes datos arqueológicos para ofrecer una respuesta, por lo cual la incorporación del análisis de las fuentes
escritas es crucial para continuar con la indagación del problema.
Las opciones se articulan en torno a
la investigación de posibles cambios internos de las poblaciones así como
también al potencial arribo de comunidades con nuevas prácticas. Esto último da
cuenta de la hipótesis de Lorandi que, considerando la emergencia correlativa
en tiempo de las otras grandes novedades señaladas, planteó la posible llegada
de poblaciones desde el altiplano boliviano y la vertiente oriental andina y su
posterior integración con las poblaciones previas de la zona en aldeas
biétnicas a partir de la fusión de pautas culturales previas y nuevas
observable desde la arqueología, y de las referencias de las fuentes a una zona
multicultural y a poblaciones con distintos modos de vida[35]
[36].
Como sea, la dicotomía a la que aludíamos al inicio de este trabajo parece
expresar que, al momento de contacto, ciertas poblaciones llevaban una vida
nómade, mientras la arqueología identificaría (amén de poblaciones estables)
grupos con retorno a sus asentamientos y cierta agricultura, afines a lo que
podría llamarse seminomadismo. La confrontación con la evidencia arqueológica
deja pendiente entonces la pregunta sobre el grado de movilidad implicado en
dicha representación como así también en la posibilidad de desagregar la
categoría de nómade y de lule de las fuentes.
Una mirada a las fuentes tempranas
Desde la historia y la antropología, mucho se ha
discutido sobre la grilla en la que -desde posturas opuestas- funcionarios,
eclesiásticos y juristas españoles encerraron a las sociedades americanas a
partir del contacto hispano indígena. A quienes con mayor eficacia resistían la
conquista, los “indios de guerra”, les cabía un lugar particular en una mirada
que, tendencialmente, estigmatizaba, por sí misma la movilidad y valoraba
positivamente la concentración en poblados[37].
Criterios lingüísticos y geográficos complicaron posteriormente las
clasificaciones, tanto de los grupos sometidos como de los resistentes: en la
medida en que se conocieron mejor y fueron apropiados como fuerza de trabajo,
las “naciones” indígenas se multiplicaron y nuevos rótulos fueron empleados
para designarlas[38].
Sin embargo, esta desagregación inicial dejó
posteriormente lugar a procesos de homogeneización. La categoría de “indio”
redujo a la unidad a los grupos sometidos mientras que las taxonomías
sofisticadas pasaron a aplicarse casi con exclusividad a los “bárbaros”.
Entendemos que las “desapariciones” y “reapariciones” textuales de los “lules”,
que en breve expondremos, podrían expresar las dificultades para encasillar
aquellos modos de vida “menos andinos” que sólo escueta y fragmentariamente
emergen en los textos.
Ahora bien, a pesar de su importancia crucial para
construir taxonomías, lo cierto es que las fuentes tempranas más
accesibles y conocidas sobre las sociedades indígenas del Tucumán son muy
parcas en información sobre las características concretas de la movilidad.
Simplificando un tanto, los cronistas más conocidos como Pedro Sotelo de
Narváez y Alonso de Barzana planteaban una primera oposición entre los
“labradores” de habla cacana y tonocoté, ya encomendados o en proceso de
conquista, y los grupos cazadores y recolectores del Chaco. Estos últimos,
llamados en el siglo XVI “frontones” (y en ocasiones “chiriguanaes”), componían
una “innumerable muchedumbre de diversas lenguas y naciones” en la que “todos
los hombres andan en el traje en que nacieron” y nadie sabía “de agricultura ni
edificar (ya que) todo su ejercicio es cazar y pescar”[39].
Desnudez, caza, pesca y nomadismo componían el estereotipo del salvaje, común
por otra parte a vastas regiones americanas, que ameritaba una conquista sin
concesiones. ¿Qué lugar ocupaban los “lules” en este esquema?
Ya
anticipamos que se trata de una categoría problemática, por remitir a diversas
regiones y por encubrir sentidos también diversos -lo que abre numerosos
interrogantes, útiles también para pensar la evidencia arqueológica-. Cinco
sentidos, que fueron cambiando sus atributos en el tiempo por obra de cronistas,
conquistadores y misioneros (y también de historiadores y etnohistoriadores),
hemos detectado en las fuentes textuales y en menciones que, generalmente,
localizan a los lules fuera de la
llanura santiagueña, en las jurisdicciones de San Miguel de Tucumán, Esteco y
Salta y en el interior del Chaco.
Una
primera distinción separaba a los “lules antiguos” de los “lules modernos”. Los
primeros eran los despiadados guerreros nómades mencionados en las crónicas del
siglo XVI y los segundos los dóciles indígenas chaqueños reducidos en 1711 en
la frontera salteña. Entre unos y otros, median casi cien años de silencio
documental que Antonio Maccioni –jesuita y autor de un célebre Arte- explicó a partir de la fuga al interior del Chaco de
grupos de origen lule sitiados en San Miguel, Talavera y Salta[40]. La segunda
diferenciación apunta a la localización colonial de los lules y se basa en un
par de valiosos testimonios tempranos citados por Pablo Cabrera sobre los
“lules solisitas”, al servicio de San Miguel de Tucumán, y los “lules
guachipas” encomendados en Salta y Esteco [41].
En tercer lugar, Pedro Lozano separa para el siglo XVIII y para el territorio
chaqueño a los “lules grandes” –parcelados en “oristinés”, “toquistinés” e
“isistinés”- de los “lules pequeños”, supuestos herederos de los bravos nómades
del momento de conquista hispana[42]. Unos y otros, eran
habitantes de reducciones jesuíticas. En cuarto lugar, se habla de una lengua
lule. Aunque supuestamente resultaba inteligible con la tonocoté (y el Arte de Maccioni unifica a ambas), es hoy considerada parte
del grupo “lule vilela”, conectando ambos etnónimos[43].
En quinto y último lugar y en estricta referencia a las fuentes tempranas, no
descartamos que el término “lule” se utilizara en algunos casos de forma genérica,
quizás de modo análogo al también genérico rótulo de “jurí”. En esta acepción
más amplia, y siempre para momentos tempranos de la colonia, “lule” podría
adjetivar a grupos de diverso origen no sometidos por los españoles que, como
piratas terrestres, saqueaban las aldeas de labradores para robar sus víveres.
Para
este artículo, y como primera aproximación desde las fuentes escritas, nos
limitaremos a trabajar con documentos tempranos (dejando fuera a los “lules
grandes” y “lules modernos”, que bien podrían ser los mismos), para extender en
próximos trabajos los límites temporales de nuestro corpus. Así pues, nos
valdremos de algunas crónicas muy conocidas, de testimonios citados por otros
autores y de probanzas de méritos del siglo XVI publicadas o disponibles en la
Colección Gaspar García Viñas de la Biblioteca Nacional.
Comencemos,
entonces, por considerar los datos que definen a los lules a partir de una
movilidad estrechamente asociada a la acción bélica (saqueos y ataques) sobre
los grupos labradores. De las numerosas menciones que traen a colación esta imagen,
optamos por la que sigue, una representación colectiva de los vecinos de
Santiago del Estero que se jactaban de haber salvado a otras poblaciones
indígenas asentadas en las cercanías de la flamante ciudad al
no permitir que los lules, que es
una gente salteadora e belicosa, no los acabasen e destruyesen porque los
tenían acorralados e metidos en pucaranes y fuertes quitándoles y talándoles
las heredades y chacaras que tenían de maíz, quinva y zapallo que es el
principal sustento que tenían. Porque dichos lules no vivían de otra cosa sino
de robar hurtar e matar e no sembraban, comiéndoles cuanto tenían, que son
figurados a los alarves e si los dichos conquistadores los dejaran hubiera
destruido, acabado y asolado los dichos naturales[44].
Recordemos
que la metáfora de “los alarves” también está presente en Barzana, que los
“pucaranes”, referidos asimismo por Bibar, se parecen llamativamente a las
“palizadas” que apreció Diego Fernández, mientras que el robo de las “comidas”
de los labradores –aquí llamados “juríes”, categoría genérica que solía incluir
a “tonocotés” y “lules”- se reitera, nuevamente, en Bibar. Esta probanza, por
tanto, sintetiza información conocida pero clave en nuestra interpretación ya
que dejaría presumir que también parte de los lules eran atacados por grupos
"nómades". Y asimismo agrega algo más en el mismo sentido, ya que
algunos testigos matizaron la radical enemistad entre “juríes” y “lules”. Así,
según Miguel de Ardiles,
desbarataron los españoles tres
escuadrones de indios lules que venían a dar en los indios juríes cercados e se
decía que se habían confederado los dichos lules con otros dos o tres pueblos
principales de los dichos juríes para dar en los demás e acabarlos todos en lo
cual pusieron remedio los españoles[45]
La
cita es significativa en la medida en que, por lo menos “dos o tres pueblos
principales” de juríes, habrían trabado relaciones de alianza con aquellos
irreductibles enemigos. La existencia de estas eventuales alianzas ya abre una
primera fisura en el estereotipo que enfrenta a labradores pacíficos de un lado
y nómades guerreros del otro. En el mismo sentido, no es descabellado especular
con la integración en aldeas “tonocoté” (“jurí” en la fuente) de ciertos grupos
“lules” que los españoles pudieron percibir como “confederados”. Se trataría de
una potencial situación congruente con la ya comentada sobre ciertas
situaciones arqueológicas de la llanura santiagueña.
Sin
embargo, más importante para nuestro objetivo es la segunda brecha que
introducen las versiones tempranas sobre la movilidad lule. Aunque carecemos de
referencias explícitas y específicas para Santiago del Estero, sí se las
encuentra para otras jurisdicciones del Tucumán mencionadas asimismo como
hábitat de los “lules”. Un primer matiz apunta a la diferenciación entre “gente
sin asiento” y “de poco asiento”, como se dijo ya advertida por Lorandi. Sotelo
de Narváez encasillaba entre los primeros a los lules de San Miguel de Tucumán
–“que no tienen asiento y se sustenta de caza y
pesquería por lo cual no están del todo en paz”- y, en términos muy
genéricos, a la mayoría de los que debían servir a los vecinos de Lerma -“lo más indios de guerra, todos lules, gente sin asiento y que siembran muy poco” (lo
destacado es nuestro)-.
No
es poca cosa para nuestra búsqueda que la “gente sin asiento”, aunque poco,
sembrara. Pero no es todo: para la misma jurisdicción, precisaba Sotelo, había
“hasta mil y quinientos (…) gente de poco asiento y los más lules, aunque siembran y tienen ganado” (lo destacado es nuestro)[46]. Por último, aunque Sotelo no
clasificaba con etnónimos a la “gente labradora” que sembraba “de temporal” en
la jurisdicción de Esteco, los listados tempranos de encomiendas los encasillan
entre los “lules”[47].
Por
lo tanto, incluso las fuentes más conocidas ya proponían un matiz revelador:
había lules que subsistían saqueando a los labradores y otros que, aunque de
“poco asiento”, algo sembraban, además de criar animales, panorama acorde con
la identificación arqueológica de poblaciones prehispánicas que desplegaban un
modo de vida semisedentario y con cierta agricultura. Como dijimos antes,
Lorandi ya había dado cuenta de estos matices, cuando distinguió a los “lules
nómades” de los “lules sedentarios o parcialmente sedentarios”, situando a
estos últimos también en
jurisdicción de Santiago del Estero –tanto sobre el río Dulce como sobre el
Salado-. Conjeturó, según expusimos antes, con la idea de una integración
residencial y social de los segundos con los “tonocoté[48]”.
La misma autora, no sabemos si a partir de fuentes textuales o de evidencia
arqueológica, había también localizado a los lules que saqueaban los pueblos
santiagueños en la zona del río Bermejo.
Con
todo, en el plano documental, las pistas más sólidas sobre estos lules “de poco
asiento” pero labradores al fin provienen de fuentes menos conocidas (aunque
parcialmente publicadas) que, con casi noventa años de distancia, trabajaron el
citado Pablo Cabrera y Estela Noli[49].
Como se adelantó, Cabrera distinguía entre los lules a los “solisitas” y a los
“guachipas”. Sirviéndose de un protocolo notarial de 1608, Cabrera creyó ver en
los “solisitas” una suerte de labradores itinerantes que iban cambiando –a
partir de la agregación del sufijo “isita”- el nombre de los lugares en los que
se asentaban. Valiéndose de este argumento, una de las partes interesadas en un
litigio por encomiendas reafirmaba sus derechos por resultar “propio de los indios Lules de esta Provincia, como gente que anda
vagando por diferentes partes y no tener parte segura, mudar los nombres
conforme en (al) sitio donde paran” (Cabrera 1910:41). Si a Cabrera
esta información le sirvió para aislar a los “solisitas” del gran conjunto lule
y especular sobre la toponimia tucumana, Noli avanzó un conjunto de hipótesis
que apuntaban al traslado cíclico de los “pueblos lule tonocoté” en función del
agotamiento de los recursos.
Tres cuestiones
importantes –y entrelazadas- se desprenden de los testimonios e
interpretaciones sumariamente expuestos. La primera remite a la asociación en
algunas fuentes de las entidades “lule” y “tonocoté”. Dijimos ya que buena
parte del corpus temprano registra una relación de hostilidad entre presuntos
grupos diferentes, aunque el documento ya expuesto hable de la “confederación”
entre los lules y algunos “juríes”. Recuperamos también en este punto la
hipótesis de Lorandi –basada en evidencia arqueológica y textual- que sugiere
la confusión de lules y tonocotés a partir de una convivencia y parcial
integración cultural.
La segunda cuestión,
apenas una pista, la ofrece la toponimia y el tardío Arte de la
lengua lule tonocoté de Maccioni. Aunque Sotelo listaba entre las
lenguas habladas en el Tucumán la “tule” y la “tonozote”, Barzana afirmaba diez
años después haber evangelizado a los lule empleando el tonocoté que hablaban
“muchos de ellos[50]”. Quizás se tratara
de lenguas inteligibles o, guardando coherencia con lo dicho arriba, que fueron
convirtiéndose progresivamente y con la convivencia de grupos de origen
diverso, en una sola, tal como la entendió Maccioni en el siglo XVIII. En este
sentido, para Cabrera, lule y tonocoté eran “dos naciones histórica, geográfica
y lingüísticamente inseparables” y la toponimia podía ayudar a pensar en su
distribución territorial. Así, el sufijo “tiné” -que Cabrera entendía de origen
tonocoté- indicaría lo que el “sita” lule o el “gasta” cacano, designando a un
pueblo. No parece una hipótesis descabellada y la existencia de un Alagastine
en el Salado santiagueño, de un Colastiné en el litoral y de las parcialidades
chaqueñas de isistinés, oristinés, toquistinés, a más de topónimos de igual
terminación en la designación de encomiendas tucumanas y estequeñas, podrían
contribuir a postular movilidad y conexiones en radios geográficos muy amplios[51].
Por
último, y hasta aquí podemos llegar con el limitado corpus temprano, se impone
la pregunta sobre la presencia lule –nuestro eslabón en la articulación entre
historia y arqueología- en jurisdicción santiagueña y, más precisamente en el
Salado medio. Ya dijimos que, salvo en la probanza citada, los “lules” no
aparecen asociados directamente con pueblos o encomiendas santiagueñas, más
allá de su amenazante y fantasmal presencia “alárabe” que explicaría las
“palizadas” que protegían las aldeas de la diagonal fluvial[52].
En cambio, como reconocimos antes, lules en encomienda o fuera de ellas, con
poco y nada de asiento, son señalados en San Miguel de Tucumán, Talavera y
Lerma. ¿Cómo explicar la generalizada falta de registro escrito específico de
los “lule” para nuestra zona de interés? La respuesta podría estar en el hecho
ya comentado de que estos "lules santiagueños" ya no fueran "tan
lules". O sea que, como sugirió en su momento Lorandi, convivieran en las
mismas aldeas gentes de diverso origen y en proceso de transculturación,
susceptible de ser confundida en su identidad por los españoles. Fuentes
escritas y evidencia arqueológica tenderían así a coincidir en que estas
poblaciones, aun moviéndose, sembraban y se hallaban por tanto lejos de la
polarización labradores / cazadores-recolectores. A la vez, también arqueología
y documentación escrita podrían ser consistentes en lo que respecta a
considerar la existencia de grupos lules más hostiles y móviles, asentados
fuera de la llanura santiagueña y que incursionaban sobre ella. Tales pudieron
ser aquellos del Bermejo que según Lorandi eran los responsables de las
hostilidades, robos y grandes movilizaciones, después de los cuales retornaban
chaco adentro. Esta situación daría cuenta de acciones rápidas y puntuales, y
de una potencial ausencia de instalación de estos "alárabes" en la
llanura santiagueña, lo que explicaría una probable baja densidad y visibilidad
del registro arqueológico asociable a ellos y su no identificación aún en
relación con estos sucesos y actores. Más aún, el carácter de
"alárabes" bien podría vincularse a incursiones, movilizaciones y
desapariciones específicamente en relación a la llanura santiagueña; nada
sabemos, en cambio, sobre los modos de vida y movilidad residencial de estos
grupos dentro de su territorio de habitación. Dichas movilizaciones también
podrían responder, tanto o más que al carácter móvil de los grupos, al
despliegue de puntuales estrategias políticas, sociales y económicas. Se trata,
por ahora, de una cuestión pendiente para futuros trabajos.
Cerrando… (o, mejor, abriendo) el
tema
En esta nueva contribución interdisciplinaria hemos
intentado acercarnos a la espinosa cuestión de la movilidad de las sociedades
indígenas del Salado y la llanura santiagueña en general. Ya mencionamos que
una nueva mirada a la evidencia arqueológica permite pensar que ciertas
poblaciones prehispánicas de la región desplegaron, a partir de aproximadamente
el 1000 d. de C., una forma de vida a mitad de camino entre el nomadismo y el
sedentarismo clásicos. Se trataba de un modo de habitar que implicaba tanto
instalación por cierto tiempo, como movilidad residencial con retornos y
congregaciones periódicas, y que dejaba algún espacio para actividades
agrícolas complementarias a las extractivas, como también comunitarias. Así
planteado, este cuadro permitiría matizar la idea previa reflejada por la
arqueología, que apuntaba a habitantes, en todos los casos, de aldeas
permanentes. A la vez, abre preguntas sobre sus trayectorias y
transformaciones, la relación de las mismas con las coyunturas y procesos
históricos locales y las interacciones con otras poblaciones.
Por cierto, falta todavía una caracterización
arqueológica más detallada de este modo "parcialmente móvil" de
habitar, como también precisiones cronológicas y de potenciales asociaciones de
ambos modos de vida en un mismo tiempo y espacio. Por otra parte, tampoco
tenemos certezas sobre la perduración post contacto de la modalidad. Sin
embargo, la constatación de la persistencia hasta momentos coloniales de
ciertas pautas culturales (por ejemplo, su cerámica) asociadas a aquellas
comunidades con cierta movilidad habilita a pensar en su continuidad. A su vez,
la transformación de algunas de ellas y la articulación en los mismos contextos
arqueológicos con caracteres antes ausentes (nuevos referentes iconográficos,
amplio desarrollo textil y agrícola, entre otros) que, además, aparecen de la
mano de un nuevo modo de instalación apuntala la hipótesis de un cambio en
relación con momentos previos.
Como dijimos, tal vez estas comunidades pudieron
devenir más estables a partir de transformaciones internas y/o del
relacionamiento con otras poblaciones que tuvieran prácticas habitacionales y
también culturales diferenciadas. Resolver esto también es un punto pendiente,
asociado en parte a la afinación de las situaciones arqueológicas. Sin embargo,
en la medida en que el modo de construir el espacio doméstico suele aceptarse
como un buen indicador identitario, parece razonable preguntarse si la emergencia
de uno nuevo, asociado asimismo a otras diferencias significativas en la
cultura material y las prácticas cotidianas, pudo ser fruto del contacto con
una población culturalmente diferente de aquella que optaba por la movilidad
residencial y por viviendas de baja inversión constructiva[53].
No podemos descartar que pudieran darse, conjuntamente, transformaciones en el
interior de los grupos locales preexistentes, fruto de estrategias y respuestas
propias frente al arribo de grupos humanos y/o ideas de otras partes y que
podrían explicar la combinación de pautas de diseño, la cohabitación y la
confusión o indiferenciación que muestran las fuentes.
Nuestra hipótesis, por tanto, conduce a dos situaciones
diferentes pero complementarias. La primera, es la ya enunciada sobre un
posible semisedentarismo y cierta agricultura desplegada por algunas
poblaciones de la llanura santiagueña, algo que avalarían tanto fuentes como
evidencia arqueológica. Aún más: podría incluso vislumbrarse un posible proceso
de sedentarización, cambio e integración entre poblaciones. En este sentido, la
hipótesis de Lorandi sobre las fusión de grupos culturalmente distintos sigue
resultando estimulante para pensar lo que los autores de las fuentes quizás
dejaran de ver: una integración (o adopción de aquellas prácticas diagnósticas
de los modos hispanos de clasificar) que bien pudo invisibilizar las
diferencias, incluso las idiomáticas. Los datos arqueológicos e históricos
parecen acompañar esta situación, a la vez que abren nuevas líneas para
profundizarla y matizarla.
La segunda remite a una situación de hostilidad
lule-tonocoté, para la cual la metáfora "alárabe" no sería errada. De
ser así, estaríamos frente a dos tipos distintos de “lules” ya anticipados por
Lorandi: unos semisedentarios asentados en la llanura santiagueña y otros que
quizás sólo incursionaban en la zona para depredarla y regresar posteriormente
al Chaco. Esta segunda situación resulta con claridad de las fuentes escritas y
sería también compatible con la información arqueológica conocida hasta ahora,
que no ha dado cuenta de evidencias de grupos con alta movilidad habitando en
la zona y época que nos ocupa y que fue el disparador de esta investigación. De
hecho, acciones y actores tan efímeros y eventuales en la región habrían dejado
un registro arqueológico de baja densidad y visibilidad, que bien pudo pasar
desapercibido hasta ahora a la arqueología. Esta hipótesis podría motivar su
búsqueda, a la vez que conferirle mayor sentido a otros datos ya conocidos,
como el registro esporádico de elementos culturales similares a aquellos registrados en el chaco y
litoral[54]
o las señales de acciones de posible violencia y quema en el interior de
ciertos poblados[55].
De este modo, el "caso lule” es interesante
porque, más allá de las opciones de hierro, quienes escribieron sobre los
presuntos “alárabes” dejaron algunas desvaídas huellas sobre hábitos que
pudieron ir cambiando con el tiempo y las situaciones, al punto de cuestionar
las taxonomías iniciales y de expresar la perplejidad de los observadores.
Quizás grupos parcialmente móviles fueran gradualmente estableciéndose, iniciándose
en pautas agrícolas, moviéndose de acuerdo a las urgencias ambientales y
necesidades sociales para terminar integrándose en momentos pericoloniales[56].
En contraste, podemos especular con que otros grupos, los que asolaban durante
la primera colonia a los pueblos instalados en la llanura santiagueña, pudieron
mantener e incluso enfatizar su carácter móvil o desarrollarlo en relación con
determinadas situaciones de movilidad estratégica y no necesariamente como
movilidad residencial.
Es probable, por otra parte, que estas
transformaciones afectaran a una zona mucho más amplia que la que tomamos como
referencia: por este motivo, y a pesar de los riesgos que implica, es preciso
no perder de vista a futuro la información sobre regiones aledañas como Esteco,
el litoral y el interior chaqueño. No hay dudas, en efecto, de que los restos
arqueológicos y la información histórica, una vez sometidos al análisis de los
datos y a la crítica hermenéutica, deberían ser consistentes con la realidad
conductual. Dichas mediaciones -la subjetividad, las interpretaciones, la
mirada tendenciosa, el registro arqueológico incompleto- son el problema a
desarticular.
Por ahora, contamos con las preguntas que nos generan
los datos arqueológicos y los provistos por las fuentes textuales, interrogados
articuladamente. Así las cosas, entendemos que los primeros resultan útiles
para caracterizar un modo de vida desplegado en la llanura santiagueña que
escaparía, matizaría y discutiría los estereotipos extremos de nómade de
economía extractiva vs sedentario productor. Como puede apreciarse, este modo
de habitar –que no había sido hasta ahora planteado por la arqueología para las
poblaciones de la región- no expresa ajustadamente a los supuestos lules “sin
asiento” y “sin cultivos” que señalan las fuentes, aunque tampoco a las
“naciones” de labradores. Por esa misma razón, la evidencia arqueológica nos
interesó para problematizar las taxonomías coloniales y las interpretaciones
realizadas sobre ellas, a la vez que estas últimas nos sirvieron para
retroalimentar los modelos y procesos a explorar desde la arqueología.
Los distintos acercamientos expuestos nos muestran, en
definitiva, que entre ciertas poblaciones indígenas tardías y coloniales de la
llanura santiagueña se desarrollaron modos de vida que no encajaban
estrictamente en los esquemas dicotómicos ni en las imágenes históricas y
arqueológicas que se hicieron de ellas. Estas son representaciones que dan
cuenta, más bien, de clasificaciones simplificadas o impresionistas, heredadas de
tipologías clásicas de la antropología y de experiencias de los conquistadores
en el área andina, pero que el avance en las investigaciones de casos
etnográficos del mundo, y en particular de los pueblos que habitaron las
tierras bajas sudamericanas, ha ido desarmando y difuminando. En estas
construcciones también pudo influir la segmentación territorial y política,
para la cual el Santiago arqueológico quedó incluido dentro del NOA y el
Santiago colonial dentro del Tucumán, ámbitos más andinos que chaqueños, aunque
cultural y ambientalmente la llanura santiagueña tenga más elementos en común
con el Chaco[57].
Y aún más, es posible rastrear cómo esta idiosincrasia más chaqueña fue
históricamente diluida, o aun negada, por su trasfondo menos “civilizado” y sus
consecuencias políticas y sociales para la provincia y la nación argentina, que
hasta fines del siglo XVIII no sobrepasaba en la práctica el río Salado, a cuyo
oriente empezaba el chaco indomable de los indios salvajes[58].
De hecho, hasta hace poco era esa la imagen aceptada para las poblaciones de
las tierras bajas: simples, salvajes, extractoras, antropófagas.
[1] Farberman, Judith y Taboada, Constanza, “Las sociedades indígenas
del territorio santiagueño: apuntes iniciales desde la arqueología y la
historia. Período prehispánico tardío y colonial temprano”, en Runa 33:2, Buenos Aires, 2012, pp.113-132 [En línea] http://revistascientificas.fil o.uba.ar/index.php/runa/artic
le/view/343 (Consultado el 18 de diciembre de 2017); Taboada, Constanza y
Farberman, Judith, “Asentamientos prehispánicos y pueblos de indios coloniales
sobre el río Salado (Santiago del Estero, Argentina). Miradas dialogadas entre
la Arqueología y la Historia”, en Revista de Arqueología
Histórica Argentina y Latinoamericana, 8:1, pp. 7-44 [En línea] http://www.arqhistorica.com.ar/pdf/n8/Articulos/T
aboada_y_Farberman.pdf
(Consultado el 18 de diciembre de 2017).
[2] Entre otros autores, Binford, Lewis, “Willow Smoke and
Dog´s Tails: Hunter-Gatherer Settlement System and Archaeological Site
Formation”, en American Antiquity, N° 45,
Cambridge, 1980, pp. 1-17; Bettinger, Robert, “From Traveler to Processor. Regional Trajectories of
Hunter-Gatherer Sedentism in the Inyo-Mono Region, California”, en Billman,
Brian y Feinmann, Gary, Settlement Pattern Studies
in the Americas: Fifty years from Virú, Smithsonian Institution
Press, Washington DC, 1999, pp. 39-55; Dillehay, Tom, "Sedentarismos y
complejidad prehispánicos en América del Sur", en Intersecciones
en Antropología 14, 1, pp. 29-65; Barreto, Cristiana, “Caminos a la
desigualdad: perspectivas desde las Tierras bajas de Brasil” en Gnecco,
Cristóbal y Langebaek, Karl, (Eds.), Contra la tiranía
tipológica en Arqueología, Uniandes, Bogotá, 2006, pp. 1-29.
[3] Taboada, Constanza, “Montículos arqueológicos,
actividades y modos de habitar. Vivienda y uso del espacio doméstico en
Santiago del Estero (tierras bajas de Argentina)”, en Arqueología
de la Arquitectura, N° 13, CSIC, Madrid, 2016.
[4] Cione, Alberto, Lorandi, Ana María Lorandi, y Tonni,
Eduardo, “Patrón de subsistencia y adaptación ecológica en la aldea
prehispánica "El Veinte", Santiago del Estero”, en Relaciones, XIII, Buenos Aires, 1979, pp. 103-116.
[5] Taboada, Constanza, “Procesos sociales en torno a los
ríos Salado y Dulce (Santiago del Estero, Argentina)”, en Rubin, Julio Cezar, y
Bonomo, Mariano, (Eds.) Arqueologia e rios de
Terras Baixas da América do Sul, Universidad Nacional de La Plata,
2018, En prensa.
[6]
Dillehay, Tom, 2013, Ob. Cit.
[7] Para un análisis de diversos
casos arqueológicos, Dillehay, Tom, 2013, Ob. Cit; Loponte,
Daniel, Acosta, Alejandro y Mussali, Javier, “Complejidad social:
cazadores-recolectores y horticultores en la región pampeana”, en Martínez,
Gustavo, Gutiérrez, María, Curtoni, Rafael, Berón, Mónica y Madrid, Patricia, Aproximaciones contemporáneas a la arqueología pampeana: perspectivas
teóricas, metodológicas, analíticas y casos de estudio, Facultad de
Ciencias Sociales, UNCPBA, Olavarría, 2004, pp. 41-60; Bonomo, Mariano, Politis, Gustavo y Gianotti, Camila,
“Montículos, jerarquía social y horticultura en las sociedades indígenas del
Delta del río Paraná (Argentina)”, en Latin
American Antiquity, N° 22, Cambridge, 2011, pp. 297-333.
Para casos etnográficos y etnohistóricos, entre otros, Arhem Kaj, Cañón, Luis,
Angulo, Gladys y García, Maximiliano, (Comps.), Etnografía
Makuna. Tradiciones, relatos y saberes de la Gente de Agua, Acta
Universitatis Gothoburgensis e Instituto Colombiano de Antropología e Historia
-Icanh-, Bogotá, 2004; Rodríguez Mir, Javier, Los wichí en
las fronteras de la civilización capitalismo, violencia y shamanismo en el
Chaco argentino: una aproximación etnográfica, Abya Yala, Quito,
2006; Oliveto, Guillermina, "Chiriguanos: la construcción de un
estereotipo en la política colonizadora del sur andino", en Memoria Americana, 18-1, Buenos Aires, 2010, pp. 43-69 [En
línea] http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S185137512010000100002&lng=&
nrm=iso [Consultado el 10 de diciembre de 2017]
[8]
Lorandi, Ana María, “El desarrollo cultural prehispánico en Santiago del
Estero, Argentina”, en Journal de la Société des
Amèricanistes, LXV, 1978, pp. 61-85.
[9] Lorandi, Ana María, Tukuma-Tukuymanta. Los
pueblos del búho. Santiago del Estero antes de la Conquista,
Subsecretaría de Cultura, Santiago del Estero, 2015.
[10] Taboada, Constanza, 2018 en prensa, Ob. Cit. y 2016, Ob. Cit.
[11]
Lorandi, Ana María, 1978, Ob. Cit.
[12] Esto se deriva, entre otras cosas, por presentar pisos
bien consolidados y definidos en sus límites, como también techos de torta de
barro que hacen necesarias estructuras de muros y/o maderos capaces de
sostenerlos. Taboada, Constanza, 2016, Ob. Cit.
[13]
Lorandi, Ana María, 2015, Ob. Cit.;
Taboada, Constanza, 2016, Ob. Cit.
[14] Angiorama, Carlos y Taoada,
Constanza, “Metales andinos en la
llanura santiagueña (Argentina)”, en Revista Andina,
N° 47, Cusco, 2008, pp.117-50; Taboada, Constanza, 2018, en prensa, Ob. Cit.
[15] Se
habla de entre 50 y más de 1000 montículos. Como lo más probable es que no
todos fueran de uso contemporáneo ni residenciales, es muy difícil evaluar el
área y la cantidad de viviendas y de gente que pudo vivir simultáneamente en
estos pueblos a lo largo de su, generalmente, larga ocupación. Vale la pena
recordar que Diego Fernández el Palentino decía que la expedición de Diego de
Rojas había descubierto “una gran provincia de
tierra muy poblada y a media legua los pueblos uno de otros de a
ochocientas a mil casas, puestas por sus calles, cercados los
pueblos de palizadas y tienen hechos sus terrenos donde tiran al arco”
(lo destacado es nuestro). Diego Fernández, “Primera parte de la Historia del
Perú”, en Berberián, Eduardo, Crónicas del Tucumán,
siglo XVI. Córdoba, Comechingonia, 1987, p. 52.
[16] La
disposición en “avenidas” se refiere en Wagner, Emilio y Wagner, Duncan, La Civilización Chaco-Santiagueña y sus
correlaciones con las del Viejo y Nuevo Mundo. Tomo I, Compañía Impresora Argentina S. A., Buenos
Aires. Argentina.
[17] Taboada, Constanza, 2018, Ob. Cit.
[18] Lorandi, Ana María, 2015, Ob. Cit.;
Palomeque, Silvia, “Los esteros de Santiago. Acceso a los
recursos y participación mercantil (Santiago del Estero en la primera mitad del
siglo XIX)”, en Data, 2, La Paz, 1992, pp. 9-62, Ortiz, Guillermo y Fernández, Diego, “Los
sistemas de información geográfica aplicados al estudio de sitios arqueológicos
en la cuenca media del rio Salado, Santiago del Estero, Argentina”, en Actas de las Jornadas de investigación, docencia y extensión en
Ciencias Naturales “Dr. José Busnelli”, San Miguel de Tucumán, 2014.
[19]
Lorandi, Ana María, 1978, Ob. Cit.
[20] Taboada, Constanza y Farberman, Judith, 2014, Ob. Cit.
[21] Taboada, Constanza, 2014 y 2018 en prensa, Ob. Cit.; Taboada, Constanza y Farberman, Judith, 2014, Ob. Cit.
[22]
Taboada, Constanza, 2016, Ob. Cit.
[23]
Lorandi, Ana María, 2015, Ob. Cit.
[24] Lorandi, Ana María y Lovera,
Delia, “Economía y patrón de
asentamiento en Santiago del Estero”, en Relaciones, VI,
Sociedad Argentina de Antropología, 1972, pp.173-192.
[25] Cione, Alberto, et al. 1979, Ob. Cit.
[26] Dillehay, Tom, 2013, Ob. Cit.
[27] Taboada, Constanza, 2016, Ob. Cit.
[28] Se investiga una hipótesis alternativa pero no
necesariamente excluyente: que estos casos, o algunos de ellos, pudieran
remitir a refacciones de la vivienda o a corrimientos dentro del poblado debido
a la baja perdurabilidad de estos refugios. De todos modos, el hecho de optar
por esta construcción perecible apuntalaría la idea de instalaciones con vistas
a ser utilizadas durante un tiempo acotado.
[29] Taboada, Constanza, 2016, Ob. Cit.
[30] Lorandi, Ana María, 1978 y 2015, Ob. Cit.
[31] Lorandi, Ana María, 2015 y Taboada, Constanza, 2018 en
prensa, Ob. Cit.
[32] Por cierto, los sitios pudieron ser abandonados
también por factores coyunturales como sequías e inundaciones. Sin embargo, en
estos casos nos encontraríamos frente a otro tipo de registro, no regular ni
repetido en sus formas como en los casos aquí planteados.
[33] Sin embargo, la falta de identificación (por ahora) de
indicadores de potencial estacionalidad y de una cronología que permita definir
si hubo períodos de abandono de todo el asentamiento abre otras hipótesis no
excluyentes, sino más bien complementarias, para entender la dinámica
habitacional. En este sentido, nos preguntamos si el período de tiempo de las
instalaciones pudo responder, en todos o algunos casos, a cambios de más largo
plazo, tal vez generacionales, o a cuestiones logísticas, coyunturales o aún
rituales. Son comunes, en efecto, las referencias etnográficas y también en
fuentes coloniales, de cerramiento y abandono de viviendas ante la muerte de
alguno de los miembros, por deterioro o cambios climáticos, ambientales o
geomorfológicos en la zona de instalación, amén de situaciones políticas o
sociales que pudieran determinarlos (Taboada, Constanza, 2016 Ob. Cit. y, de la misma autora, “Espacio, cultura material y
procesos sociales en la llanura santiagueña. Modelo para pensar a las
poblaciones de la región”, en Ventura, Beatriz, Ortiz, María Gabriela y
Cremonte, Beatriz, (Eds.), Arqueología de la
vertiente oriental Surandina. Interacción macro-regional, materialidad,
economía y ritualidad, Sociedad Argentina de Antropología, Buenos
Aires, 2017). Cada una de estas motivaciones implicaría ritmos y periodicidades
diferentes, como así también diferentes tipos de movilización y posibilidad de
retorno, pero para definirlo la arqueología requiere aún de un largo camino.
Para comenzar, actualmente se busca identificar indicadores que pudieran
afirmar o no la ocupación estacional de los sitios. Como sea, la recurrencia y
ocurrencia de los montículos de tipo estratificado no parece indicar
situaciones coyunturales, sino de una dinámica social, de un modo de vivir.
[34]
Taboada, Constanza, 2018 en prensa, Ob. Cit.
[35] Lorandi, Ana María, 2015, Ob. Cit.
[36] Se trata de un tema pendiente, pero cabe recordar que, más o menos a
partir más de esta época y en adelante, se operó un avance de poblaciones desde
el norte. Cfr. Von Hauenschild, Jorge, "Ensayo de clasificación de la
documentación arqueológica de Santiago del Estero", en Revista de la Universidad Nacional de Córdoba,
XXXVI, Córdoba, 1949, pp. 7-75; Oliveto,
Guillermina y Ventura, Beatriz, “Dinámicas poblacionales de los Valles
Orientales del sur de Bolivia y norte de Argentina, siglos XV-XVII”, en Población y Sociedad, 16, 2009,
pp.119-150; Combès, Isabel, Etno-historias del Isoso.
Chané y chiriguanos en el Chaco boliviano (siglos XVI a XX),
IFEA/PIEB, La Paz, 2005; Pärssinen, Marti y Siriäinen, Ari, Andes Orientales y Amazonia Occidental. Ensayos entre la Historia y la
Arqueología de Bolivia, Brasil y Perú, Colegio Nacional de
Historiadores de Bolivia y CIMA, La Paz, 2003.
[37] Entre otros numerosos autores, Todorov, Tzvetan, La conquista de América. El problema del otro, Siglo XXI,
México, 1982; Bernand Carmen y Gruzinski, Serge, Del
descubrimiento a la conquista: la experiencia europea, Historia del Nuevo Mundo, tomo I, México, FCE, 1996; Arrom, José, "Las primeras imágenes opuestas y el debate
sobre la dignidad del indio", en Gutiérrez Estévez, Manuel, León Portilla, Miguel et all.
(Comps.) De Palabra y Obra en el Nuevo Mundo,
Siglo XXI, México, 1992, 63-85. Cabe destacar, por otra parte, que el nómade bien podía ser una
invención para justificar las necesidades de la guerra y de la encomienda, o
una mera expresión de ignorancia del clasificador toda vez que “su inscripción
en el territorio era distinta a las de los agentes colonizadores” (Boccara,
Guillaume, “Antropología política
en los márgenes del Nuevo Mundo. Categorías coloniales, tipología antropológica
y producción de la diferencia”, en Giudicelli, Christophe, Fronteras
movedizas. Clasificaciones coloniales y dinámicas socioculturales en las
fronteras americanas, El Colegio de Michoacán, México, 2011, pp.
103-135 (cita en p. 117).
[38] Giudiccelli, Christophe, “Las Tijeras de San
Ignacio: misión y clasificación en los confines coloniales”, en Wilde,
Guillermo, Saberes de la conversión. Jesuitas, indígenas e imperios
coloniales en las fronteras de la cristiandad, SB, Buenos
Aires, 2011, pp. 347-371.
[39] “Carta del P. Alonso de Barzana (1586)”, en Berberián,
Eduardo, 1987, Ob. Cit., pp. 251-263.
[40] Según el jesuita Pedro Lozano, antes de la conquista el
Chaco abarcaba el territorio de caza de “varias provincias pobladas de
naciones infieles, que se continúan, y comunican unas con otras, por centenares
de leguas en la yarda del poniente y del Río de la Plata entre las provincias
del Paraguay, Río de la Plata, Tucumán, Chichas, Charcas, y Santa Cruz de la
Sierra”. Posteriormente, los españoles reconocieron
bajo ese nombre “no solo a aquellas
poblaciones de la Serranía, sino a los llanos contiguos, que se les siguen
extendiéndose por muchas leguas entre los ríos Salado y Pilcomayo hasta las
costas del gran río Paraná. Y les cuadra admirablemente la semejanza, pues a
ninguna junta mejor que a la de brutos se pudo comparar la de estas naciones
que por lo general redistinguen poco de los irracionales en sus costumbres,
siendo casi solas las facciones las que los diferencian”. Lozano, Pedro, Descripción Corográfica del Gran Chaco Gualamba. Tucumán,
Instituto de Antropología, 1941. (1733), p. 2.
[41] Cabrera, Pablo, Ensayos sobre Etnología
Argentina, Tomo I, Los lules, Establecimiento Tipográfico Domenici,
Córdoba, 1910.
[42]¿Fueron los lules modernos los descendientes de los
antiguos? No hay consenso sobre el asunto y no podemos expedirnos con certeza.
[43]
Cabe destacar que el término “vilela” no se registra en las fuentes textuales
hasta el siglo XVIII, aunque bien podría remitirnos a los “vilos” situados por
Cabrera en el Valle Calchaquí santafesino cien años antes. Cabrera, Pablo,
1910, Ob. Cit., p.105.
[44]“Probanza
acerca de los notables servicios que hizo la ciudad de Santiago del Estero
cabeza principal de la provincia del Tucumán en los descubrimientos y
conquistas de dichas comarcas, citando el número de sus poblaciones y quiénes
fueron sus fundadores. Santiago del Estero, 5 de octubre 1585”. Biblioteca
Nacional, Colección Gaspar García Viñas (en adelante
CGGV) 2559.
[45]
Biblioteca Nacional, CGGV 2559, Probanza, Cit., f. 40.
[46] Sotelo de Narváez, Pedro, “Relación de las provincias
del Tucumán.1573”, en Berberián Eduardo, 1987, Ob. Cit.,
p. 235.
[47] Aguilar, Norma, Los lules del Pasaje
Balbuena. La frontera chaqueña occidental, siglos XVII y XVIII,
Prohistoria, Rosario, 2016, p. 52.
[48] “Los lules pertenecen a la familia lule-vilela
y pueden ser subdivididos en dos grupos: uno de ellos parcialmente sedentario
que ocuparía las riberas de los ríos Dulce y Salado en Santiago del Estero y
las sierras del Tucumán; y otros subgrupos que habitaban hacia las llanuras
selváticas del Bermejo, considerados nómades y responsables de los ataques
contra las comunidades sedentarias del Tucumán y Calchaquí, incluso Jujuy y la
Quebrada de Humahuaca. Deseamos sugerir que los lules sedentarios de Santiago
pudieron compartir las aldeas con grupos tonocotés, formando comunidades que si
fueron originalmente biétnicas finalizaron por mostrar un alto grado de
integración, de tal forma que los observadores españoles tuvieron mucha
dificultad para separarlos” (Lorandi, Ana María, 2015, Ob. Cit.,
p. 37).
[49] Noli, Estela, “Algarrobo,
maíz y vacas. Los pueblos indios de San Miguel de Tucumán y la introducción de
ganados europeos (1600-1630)”, en Mundo de Antes,
N° 1, Tucumán, 1998, pp. 31-65.
[50]
Pedro Sotelo de Narváez (en Berberián, Eduardo, 1987, Ob. Cit.,
p. 235) decía refiriéndose al Tucumán en general: “Hablan una
lengua que llaman diaguita, general entre ellos, aunque hay otras lenguas que
llaman tonozote, indama, sanavirona y tule”. Por su parte, afirmaba Pedro
Barzana que “las lenguas más generales que tienen los indios desta tierra son
la Caca, tonocoté, sanavirona; la caca usan todos los diaguitas y todo el valle
de Calchaquí y el valle de Catamarca y gran parte de la conquista de La Nueva
Rioja y los pueblos casi todos que sirven a San Tiago así los poblados en el
río Estero como otros muchos que están en la sierra. (…). La lengua tonocote
hablan todos los pueblos que sirven a San Miguel de Tucumán y los que sirven a
Esteco, así todos los del río del Salado y cinco o seis del rio de Estero. En
esta lengua tiene ya la Compañía tres padres obreros y confesores y es la
primera de quien hizo arte y vocabulario y por cuyo medio ha reducido a Nuestro
Señor muchos millares de infieles, no sólo en todos los pueblos de Esteco y
Tucumán pero también en el río Bermejo, del cual diré después; porque con esta
lengua no sólo se ha traído a la fe toda la nación tonocoté pero también gran
parte de la nación que llama Lules (…) Saben muchos dellos la lengua tonocoté y
por ella han sido catequizados todos” (en Berberián, Eduardo, 1987, Ob. Cit., p. 252).
[51]
Claro que tal distribución también podría deberse a traslados de encomiendas,
aunque no contemos con datos documentales que lo avalen.
[53] Wilk, Richard y Rathje, William, “Household
archaeology”, en American Behavioral Scientist,
25:6, New York, 1982, pp. 617-639.
[54]
Entre otros, Serrano, Antonio, La Etnografía Antigua de
Santiago del Estero y la llamada Civilización Chaco-Santiagueña,
1938, Paraná. p. 166; Von Hauenschild, Jorge, “Ensayo de clasificación de la
documentación arqueológica de Santiago del Estero”, en Revista de
la Universidad Nacional de Córdoba, XXXVI, 1949, pp. 7-75; Taboada, Constanza, “Sequía Vieja y los Bañados de Añatuya en
Santiago del Estero. Nodo de desarrollo local e interacción macrorregional”, en
Comechingonia, 18, 2014, pp. 93-116;
Lorandi, Ana María, 2015, Ob. Cit.
[55]Taboada,
Constanza y Farberman, Judith,
“Interpretación interdisciplinaria para el sitio arqueológico Sequía Vieja en
los Bañados de Añatuya y el pueblo de indios y curato de Lasco (Santiago del
Estero, Argentina)”, en Muñoz María y Combés, Isabel, Interpretando
huellas. Arqueología, Etnohistoria y Etnografía de los Andes y sus Tierras
Bajas, Cochabamba. En prensa.
[56] Por ejemplo, Politis, Gustavo, Bonomo, Mariano,
Castineira, Carola y Blasi, Adriana, “Archaeology of the Upper Delta of the
Paraná River (Argentina): Mound Construction and Anthropic Landscapes in the
Los Tres Cerros locality”, en Quaternary
International, N° 245,
2011, pp. 74-88; Iriarte, José, Marozzi, Oscar y Gillam, Christopher,
“Monumentos funerarios y festejos rituales: Complejos de recintos y montículos
Taquara/Itararé en El Dorado, Misiones (Argentina)”, en Arqueología Iberoamericana, N° 6, 2010, pp. 25-38. En el primer
trabajo se sugiere a partir del análisis de casos de montículos
del Paraná y Río de La Plata que la gente adoptó un modo de vida de
semisedentario a sedentario durante el periodo cerámico tardío.
[57] Taboada, Constanza, 2017, Ob. Cit.
[58] Wagner y Wagner, 1934, Ob. Cit.; Canal Feijóo, Bernardo, Ensayo sobre la expresión popular artística
en Santiago del Estero, Compañía
Impresora Argentina, Buenos Aires, 1937, Concha Merlo, Pablo, “Regímenes
identitarios a través de las Memorias descriptivas de
Santiago del Estero de Alejandro Gancedo (1885): “paisanos/gauchos santiagueños”
e “indios salvajes del Chaco”, en Martínez, Ana Teresa Martínez, (comp.), Discursos de identidad y geopolítica interior: Indios, gauchos,
descamisados, intelectuales y brujos, Biblos, Buenos Aires, 2017 en
prensa.