Maturo, Graciela (2024), Ruy Díaz de Guzmán, defensor de la identidad
indiana. Una lectura hermenéutica de su Verdadera Historia del Río de la Plata.
EUDEBA-Ediciones BTU, Buenos Aires, 422 págs.
El libro de
Graciela Maturo, aun cuando se inscribe en el campo
de la crítica literaria, es de interés para los historiadores. Desde el campo
disciplinar de la historia estos comentarios girarán en relación a tres
importantes núcleos problemáticos que atraviesan todo el libro. Primeramente,
el género escriturario al cual pertenece la Verdadera
Historia del Río de la Plata y su contextualización en el conjunto de las crónicas
y relaciones generadas en el proceso de la conquista, luego la identidad
indiana en relación al lenguaje y el mestizaje y por último la interpretación
que esta obra brinda del mencionado proceso de conquista y colonización del Río
de la Plata.
Tal como la
autora lo expresa, su objetivo fue realizar “una relectura crítica e
interpretativa de las obras del período colonial rioplatense y en este caso, de
la obra de Ruy Díaz de Guzmán” reconociendo las dificultades de no contar para
ello con un texto definitivo y con la pérdida de la parte IV de la obra. En
este sentido, Maturo resalta la laboriosa tarea
realizada por diferentes estudiosos, entre ellos la labor de Miguel Guérin[1] de
cotejar los diferentes manuscritos circulantes desde fines del siglo XVIII,
probablemente copias realizadas por los jesuitas. La autora explicita con
claridad la elección de las ediciones del texto con las cuales llevará adelante
sus indagaciones, aun cuando señala los límites que las mismas presentan para
un estudio filológico riguroso.
Luego de un
minucioso recorrido por la obra, Maturo afirma que la
Verdadera historia del Río de la Plata, uno
de los tantos títulos con los cuales se conoce la obra de Ruy Díaz de Guzmán, pertenece
al campo historiográfico, distinguiéndola de otras textualidades
coloniales tales como la crónica y las relaciones. Se basa para ello en la
utilización, por parte de Ruy Díaz de fuentes orales y de documentación que
plausiblemente tuvo oportunidad de conocer, así como también su experiencia en
la conquista de territorios que abarcan desde el Rio de la Plata, el Paraguay y
el Tucumán. Considera su obra como “verdadera historia” reconocida como tal desde
una tradición humanista renacentista, que incluye relatos de mitos y leyendas,
algunos de ellos de origen greco-latino. Resulta interesante en este sentido
observar que los motivos que llevaron a Ruy Díaz a escribir sobre los sucesos
que tuvieron lugar en los primeros momentos de la conquista de estos territorios,
coinciden a grandes rasgos con los fines explicitados por Heródoto quien, en el
siglo V antes de Cristo, escribió sus historias para evitar que los hechos
memorables del pasado fuesen olvidados, y también con Tácito que consideraba a
la historia como maestra de vida. De allí el carácter moralizante que Maturo reconoce en su obra. Desde esta perspectiva
propuesta por la autora, quien por otra parte se referencia en Walter Mignolo[2]
para diferenciar historia, de crónica y otras textualidades
coloniales, podría considerarse su pertenencia en el género historiográfico, aun
cuando relate no solo los “hechos memorables” de la conquista, sino también el
testimonio del propio Ruy Díaz de los “hechos” de los cuales fuera protagonista
sumando, a esta circunstancia, que en su obra busca reivindicar el accionar de
su abuelo materno y de su padre. Se trataría, por lo tanto, de una obra de
carácter histórico considerando el canon historiográfico del siglo XVI, al
relatar sucesos de los momentos iniciales de la conquista del Río de la Plata y
el Paraguay y de los cuales obviamente no ha participado. Sin embargo, también
es autobiográfico y motivado por intereses personales, ya que se propone
valorizar y reivindicar la figura de Domingo Martínez de Irala, su abuelo
materno.
Aun cuando
afirma que se trata de una obra histórica la autora no deja de reconocer que la
misma se destaca por su escritura vivaz y precisa, que “ofrece un ejemplo para
darnos a conocer un nivel medio de la lengua de su época”. Pero el estudio de
la obra de Ruiz Díaz no es aislado. Maturo revela una
encomiable erudición al contextualizar y diferenciar su obra de los cronistas e
historiadores coloniales, señalando su condición de mestizo, mancebo de la
tierra, nacido en el Paraguay, hijo de una mestiza y nieto de una india de
origen guaraní, sierva de su abuelo. Resulta interesante el estudio comparativo
que realiza entre Ruiz Díaz y el Inca Garcilazo de la
Vega, ambos mestizos. En este sentido destaca la diferencia que media entre el
primero, nacido en el Paraguay e identificado con el proceso de la conquista,
de la cual también participará, y el Inca Garcilazo
nacido en el Perú, cuya madre pertenecía a los clanes principales del Cuzco. El
Inca, a diferencia de Ruiz, realizará a través de su escritura una encendida
defensa del Imperio Inca. Dos contextos diferentes, dos miradas diferentes. Mientras
el Inca Garcilazo valoriza significativamente la
lengua quechua, Ruiz Díaz ignora completamente el guaraní, que indudablemente
conocía a través de su madre, a la cual solo menciona una vez en sus escritos.
Se percibe heredero de su padre y su abuelo y por lo mismo destinado a
continuar su obra en América. La autora afirma, por esta razón, que a través de
su obra defiende la mestización “alentada por indios y españoles en el río del
Plata”. Aseveración ésta discutible en tanto en su obra Ruiz Díaz de Guzmán pretende
demostrar su fidelidad a la Corona mostrando los valiosos aportes de quienes
han nacido en América y continúan la obra de conquista y colonización, en la
búsqueda por este medio de revalidar su condición de súbdito consustanciado con
la tradición hispánica, cuando a fines del siglo XVI los mestizos del Paraguay estaban
relegados social y políticamente. Es por esta razón que en 1580 participará
activamente en sofocar la rebelión de los mancebos de la tierra, fundadores de
la ciudad de Santa Fe, que en la trama política de la época y con el apoyo del
gobernador de Tucumán, reclamaban el derecho de poder integrar el Cabildo y
acceder a otros privilegios reservados a los peninsulares.
Como bien
señala Maturo, el proceso del mestizaje está presente
en su obra, a través de relatos que dan cuenta del mismo. Mujeres españolas
quienes en algunos casos deciden convivir con los indios o que son raptadas por
los indígenas lo cual, aun cuando la autora no lo considere, pone en evidencia
la rebelión y resistencia indígena a la dominación española. El detallado
análisis lingüístico sobre la obra del Inca Garcilazo
y de Ruiz Díaz de Guzmán dan cuenta de este proceso de dominación ya que ambos
incorporan o señalan en su escritura los cambios introducidos por modismos
americanos a la lengua española, pero particularmente y tal como ella misma lo
sostiene fue la evangelización la que favoreció la conservación de las lenguas
indígenas, como el quechua y el guaraní, hasta el presente en la medida que las
homogeneizó al sistematizarlas en gramáticas y diccionarios eliminando así los
dialectos y modismos. Debe no obstante señalarse que la preservación de las
lenguas indígenas obedeció no solo a la labor evangelizadora, sino que también formó
parte de la resistencia por parte de los pueblos originarios a la dominación
española. La lengua es identidad. Resultaron, por ende, vanos los intentos de
la Corona a través de sus Reales Ordenes de prohibir su uso e imponer la lengua
española entre los indígenas.
No caben dudas
de la riqueza informativa sobre las décadas de la conquista que brinda la obra
de Ruiz Díaz, si bien la misma está centrada en describir y justificar el
accionar de su abuelo materno Domingo Martínez de Irala, de Alvar Núñez Cabeza
de Vaca y de Alonso Riquelme de Guzmán, su padre. La elección no es azarosa.
Por el contrario, busca defender a su abuelo Martínez de Irala, enfrentado
políticamente en el Paraguay con Núñez Cabeza de Vaca. Su padre, integrante del
grupo de Cabeza de Vaca, será captado por medio del matrimonio de una de las hijas
mestizas de Irala, estrategia utilizada con otros integrantes del grupo
opositor. Esta condición reparadora de la memoria de su linaje paterno en el
complejo escenario político, generado en los momentos iniciales de la conquista,
condiciona la veracidad que el autor pretende otorgar a su obra. Por otra
parte, esta veracidad esta asimismo teñida por el relato, también justificador
de su propio protagonismo. Indudablemente y sin proponérselo, la autora
habilita un problema fundamental para los historiadores cual es la crítica
interna de las fuentes documentales, la cual no invalida la información que brinda
la misma, ni la importancia de estos relatos para una aproximación al universo
cultural de la época, pero exige la rigurosa necesidad de confrontación con
testimonios procedentes de diferentes orígenes.
Indudablemente,
mientras Ruy Díaz interpreta positivamente el amancebamiento de los
conquistadores con mujeres guaraníes, y su alianza con los españoles al
carácter amable y hospitalario de los guaraníes, es preciso señalar que una de
las razones de éstos para admitir la presencia de los conquistadores y
sustentar la fundación de la ciudad del Paraguay fue la necesidad de defenderse
de los pueblos guaycurúes, que desde el Amazonas venían desplazándose hacia el
gran Chaco Gualamba. Por otra parte, el motivo que
hiciera posible el múltiple amancebamiento de los españoles con las mujeres
guaraníes y que le diera al Paraguay de Martínez de Irala la denominación de
Paraíso de Mahoma, fue la ancestral costumbre guaraní del intercambio de
mujeres entre los diferentes clanes, el cual garantizaba el trabajo de los
cuñados, en un sistema de reciprocidad que obviamente no tuvo lugar con los
conquistadores quienes se limitaron a aprovechar en su beneficio el trabajo indígena.
Ruy Díaz de
Guzmán cuya fecha de nacimiento, a pesar de no conocerse con certeza, se estima
entre 1554 y 1558, transitó desde muy joven la etapa de consolidación de los
espacios ya conquistados y el desafío de nuevas aventuras destinadas a explorar
y asentar nuevas poblaciones hispanas y por lo mismo participó activamente en
las disputas de poder y en la guerra contra los pueblos de indios que resistían
la dominación española.
En la segunda mitad del siglo
XVI, más precisamente entre los años 1560 y 1580, se definieron los intereses
de la Corona sobre los territorios de América del Sur. Dos proyectos de
conquista y colonización se dirimieron en esos años. Por un lado, desde la
Audiencia de Lima el Oidor Juan de Matienzo vislumbraba la importancia de
consolidar la ocupación del Río de la Plata y la importancia de su
desembocadura para instalar allí un puerto el cual, según su apreciación estaba
destinado a vitalizar el comercio ultramarino por su ubicación atlántica. En el
Perú, en cambio, el comienzo de la explotación de la plata en la zona minera
del Potosí, en los primeros años de 1550, fue adquiriendo mayor relevancia en
las décadas siguientes, cuando a partir de 1572 el Virrey Toledo introdujo el
azogue o mercurio, utilizado en el proceso de amalgamación para extraer la
plata y estableció en Potosí la Casa de la Moneda. Finalmente, al año siguiente
organizó la mita minera destinada a obtener la mano de obra necesaria para el
duro trabajo de extracción del mineral. La producción de plata potosina alcanzó
su máximo rendimiento precisamente en 1580, cuando la fundación de la ciudad de
Buenos Aires tendría una finalidad diferente a la propuesta por Matienzo.
Estaba destinada a evitar el avance portugués en el Río de la Plata e impedir
el comercio con otras potencias europeas, interesadas en captar la plata
potosina.
Leal a la
autoridad real y a sus funcionarios, Ruiz Díaz de Guzmán participará tanto en
reforzar esa autoridad como en consolidar el proyecto de España de potenciar la
explotación minera potosina. Así no dudó en sofocar en 1580, tal como
señaláramos anteriormente, la rebelión de los mancebos de la tierra en Santa Fe
y en adherir al proyecto toledano participando, en 1583, de la fundación de la
ciudad de Salta que respondía al interés de asegurar al mercado potosino la
provisión de sebo, pábilo de velas y paños producidos en las jurisdicciones de
las ciudades de Córdoba y Nuestra Señora de Talavera de Madrid.
Su presencia
en la ciudad de Salta fue muy breve, tan solo permaneció en ella tres años. Y
no es en absoluto insólito que, a pesar de su sólida vinculación con el
Paraguay, terminase sus últimos años de vida en la ciudad de La Plata, en Charcas,
donde finalizará su libro destinado a dar a conocer al Rey y a España los
servicios prestados por un mestizo, que elude reconocerse como tal legitimando su
linaje hispánico a través de su abuelo y su padre.
Es indudable que
el libro de Graciela Maturo ofrece la posibilidad de
realizar múltiples lecturas, y de abordar una variedad de problemas vinculados
a la conquista y colonización tanto del Río de la Plata como también del
territorio que, a partir de 1778 sería el Virreinato del Río de La Plata incluyendo
a Charcas con el nombre de Alto Perú. Tal como señala la autora son escasas,
actualmente, las investigaciones sobre el periodo colonial temprano en la
historiografía argentina, pero no por ello inexistentes y este libro dedicado
al testimonio brindado por uno de sus protagonistas, más allá de las
interpretaciones de la autora que ameritan un debate que ya ha tenido lugar en
el campo historiográfico acerca del proceso de conquista y colonización de Hispanoamérica,
constituye una interesante lectura para aquellos historiadores dedicados al
estudio de los primeros años de la conquista española en el Rio de la Plata.
Sara Emilia Mata
Instituto de Investigaciones en Ciencias
Sociales y Humanidades,
Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas-
Universidad Nacional de Salta, Argentina
[1] Guerin, M. A. (1980). Ediciones y
manuscritos en la historia de Ruy Díaz de Guzmán. R. Díaz de Guzmán, Anales del descubrimiento, población y
conquista del Río de La Plata,
(pp. 29-50). Ediciones Comuneros.
[2] Mignolo, W. (1981). El metatexto historiográfico y la historiografía indiana. MLN,
Vol. 96:358-402; Mignolo, W. (1982) Cartas, crónicas
y relaciones del descubrimiento y la conquista. L. Iñigo Madrigal (Coord.) Historia de la literatura Hispanoamericana, Tomo
I, (pp. 57-110). Cátedra.