Revista Andes, Antropología e Historia

Vol. 34, Nº 2, Julio – Diciembre 2023

 

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Uturuncos, un itinerario desde el Cerro de Los Felinos, Mariano A. Cornejo Editor. Colección Cornejo Aráoz, Mundo Gráfico, Salta, 2023, 257 pp., ISBN 978-987-698-434-8

 

                                                                                   Alicia Ana Fernández Distel

Espacio de Arte Nicasio Fernández Mar,  Tilcara, Jujuy, Instituto Superior de Estudios Sociales, fernandezalicia369@gmail.com

                                                                      

Uturunco o Uturungo es la palabra quichua para designar al jaguar o tigre americano (Felis onza, Panthera onza) más comúnmente designado jaguar o yaguareté. Vicente Solá en su Diccionario de Regionalismos (2004) aclara que la palabra puede aceptar extensiones como serían   la de “overo”, “grande”, “feo”.

 Por runa uturuncu se entiende a un “hombre tigre”, que también puede ser mujer: runa uturunca. Ello, porque muy arraigadas están en el Noroeste Argentino las leyendas en torno a estas apariciones de seres mixtos extraordinarios, nefastos para la gente común y emparentados con el diablo.

Tan fuerte es la relación con el Satanás cristiano, que cuando en el año 1980 realizo un relevamiento para la Academia Nacional de Bellas Artes y visito el Cerro de los Felinos, ficho la figura principal de arte rupestre, que es tapa de este libro, como “Sitio El Diablo”.

Igual denominación encontré en los relevamientos de Pío Pablo Díaz (1992), Ercilia Navamuel (1999) y Matilde Lanza (2010). Considero un privilegio que los lugareños, entrada la segunda década del siglo XXI ya acepten denominar al lugar “El Uturunco” y a toda la elevación “Cerro de los Felinos”. El aura de misterio y temor que rodea al lugar en general persiste y creo no equivocarme, si la gente sigue eludiéndolo como a todo enclave esotérico, misterioso, diabólico y controversial respecto al cristianismo.

Cuando se comienza a hojear el libro aparecen las coplas de Leopoldo Castilla, un puñado de cuartetas todas referidas a este ser Uturunco, tan presente en Los Andes Sudamericanos. Le sigue el prólogo del especialista en arte rupestre con énfasis en el NO Argentino, el Profesor Carlos Aschero de la Universidad Nacional de Tucumán y Conicet. El catedrático valora especialmente la intervención de Mariano Cornejo porque aúna el análisis de la estructura de la imagen plástica desvinculada de toda consideración histórica con una sorpresiva imaginación creadora. El corpus documental del libro- dice Aschero-sentará precedentes hoy y en el futuro de la disciplina.

Mercedes Podestá, investigadora de suma experiencia en la materia y en el área andina, nos recuerda que aquí, con un jaguar hombre- runa uturunco, se está frente a un teriántropo, ser mixto o dual, idea omnipresente en el arte rupestre mundial. A explicar la cuestión había dedicado A.R.González ( 1974)  su clásico libro “Arte , estructura y Arqueología” y  nosotros en “Iconografía Prehispánica de Jujuy” ( 2004)  habíamos reinstalado el concepto.

La plasmación del felino dual en cuestión, sobre todo en la cerámica, se da en las Culturas del Periodo Medio de Salta, Catamarca, La Rioja, provincias ligadas por un pasado común, en el área andina de la República Argentina. Ello como áreas más centrales (no descontando extensiones hacia el Sur y el Norte), remarcándose las modalidades culturales llamadas Condorhuasi, Ciénaga y Aguada, Periodo Medio del Desarrollo cerámico prehispánico, siglos   IIX a XII. Esa es la cronología que se le debe dar las 27 representaciones de “uturuncos” que se dan agrupadas en el Cerro de los Felinos.

Se rescata del texto de Podestá, su incursión en el folklore del Noroeste argentino, por ejemplo, el recurrir a la encuesta de maestros realizada en escuelas rurales de las provincias mencionadas hacia 1930. Allí a veces surge la palabra “capiango” por “uturunco”, pero siempre con el sentido de hombre potente consustanciado con la bravura del jaguar. También se hallan en este capítulo, alusiones a la inhalación de alucinógenos, la que se habría intensificado desde el año 1000 DC en adelante y en zonas más periféricas.

 El capítulo II se debe al antropólogo mexicano Luis A. Martos López, quien recorrió con los restantes autores del libro, la zona donde se hace presente la iconografía felínica en el Arte Rupestre. Nos recuerda que en Centroamérica como en el área andina de Sudamérica el jaguar está relacionado a la jerarquía, la fuerza, la magia, lo sobrenatural. Como en México Antiguo está relacionado con la lluvia y la fertilidad. Este sería, dice, “el núcleo duro” de toda la cosmovisión americana ancestral: para obtener los dones hay que ofrendar, sacrificar, entregar algo a cambio (escena de castración, por ejemplo, en la figura principal del Cerro de los Felinos).

También incursiona López Matos en una explicación del sincretismo que llegó luego del contacto:  ver un satanás donde había un ser dual. Explica que las orejas del felino fueron interpretadas como cuernos, la cola enroscada como el otro gran atributo del diablo. La intervención de la serpiente en la iconografía, reforzaba a la vista del campesino actual la asociación del ser en cuestión, con el inframundo.

El petroglifo nunca es inocente, dice Mariano Cornejo, pues encubre mensajes. Confunde a primera vista pues en unas expeditivas documentaciones no se toman en cuenta las grietas y diaclasas, en una palabra, pasa desapercibida la complementación del dibujo con la orografía del paredón.  Como en el Cerro de los Felinos son todos afloramientos más o menos fijos, no hay redondeces ni rodamientos; sí se da un fenómeno que Cornejo describe por primera vez, el llipi, una especie de sobado, pulido, manoseo y regularización de esquinas rocosas. Hoy se perciben algunos casos, apareciendo la roca base como emblanquecida. ¿Sería resultado de alguna variante de pareidolia, un continuo roce de la pared, en ocasión de ofrendar, venerar…?

A nivel topográfico queda claro:  el sector de los 27 uturuncos grabados no está solo:  también cuanta la zona llamada Huaca del jaguar de Cuarzo, el cerro de las espirales y la Roca de los Partos, hay senderos que unen y eso lleva a la constatación que se trata de un verdadero centro ceremonial.

 M. Cornejo en su acápite, deja lecciones a los “rupestrólogos” más tradicionales, al aclarar que, si bien es viable hablar de soporte y de composición, ambos conceptos están supeditados a definir el campo plástico, es decir las condiciones del campo plástico (textura, color, espesor de la superficie, rugosidades y grietas). Ello puede derivar a poder descubrir hasta ciertos connatos de escultura.

Uno se animaría afirmar que, en éste, el segundo libro de Cornejo (el primero y que me tocó comentar fue “El señor de la serpiente”), el autor sugiere nexos entre esa otra deidad o demiurgo patentizado en un símbolo en “H” que sería una ultra sintetización en esta nueva obra, aquí llamado “Señor de los brazos ondulantes”.  Todo volviendo a la misma idea:   esas estribaciones constituyeron un centro ceremonial y el coto de trabajo de un grupo de shamanes tal vez todos de un mismo tronco familiar enraizado en la zona hacia   el Periodo Medio del Desarrollo Regional.

Muy interesante es la contribución del antropólogo Christian Vitry, quien como especialista de la vialidad preinca e Inca ya venía estudiando ese nudo de nacientes de ríos entre los que figuran dos fundamentales quebradas: la de El Toro con sus petrograbados múltiples y la del Río Calchaquí.  Un verdadero “Tinku” de ríos dadores de agua a los agricultores de sendos valles. De allí el exacerbado ceremonialismo en el cual se inscribe el ritual del Uturunco. Podría decirse que Tastil en la subquebrada de Las Cuevas constituye el limite Norte de la dispersión del motivo. Aunque “más arriba” y entrando a Jujuy (incluso en Chile), la presencia de estos teriántropos aún sigue dando, con tantas variantes que parecen invisibilizados.  

Merece recordar que este libro coronó la realización en Salta del IV CONAR, Congreso Nacional de Arte Rupestre 2023, donde fue sometido al veredicto de los máximos exponentes de la disciplina. Como complemento durante los meses de junio –julio de este mismo año, se realizó una importante exposición sobre el tema del jaguar en la zona, alojada la muestra en el Complejo Museográfico del Norte (Cabildo de Salta). Cerrando el ciclo de presentaciones, en este mismo Complejo Museográfico, el libro tuvo su inauguración un 27 de julio del año citado.

Decir que   hay que agradecer (y mucho) al impulso privado, el solventar un emprendimiento editorial de gran formato, dos tipos de tapa, papel ilustración y las tantísimas ilustraciones, es para mí casi obligatorio. La Bodega Yacochuya, con gran generosidad e interés por lo autóctono asumió los gastos de buena parte de la obra.