Revista
Andes, Antropología e Historia
Vol. 34, Nº 2, Julio – Diciembre 2023
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obra está bajo licencia de Creative Commons Atribución - No Comercial CC BY-NC
https://creativecommons.org/licenses/by-nc/4.0/ ISSN Nº 1668-8090
REPENSANDO EL TERRITORIO. SOBRE
ALGUNAS CUESTIONES DESDE LA EXPERIENCIA DE CAMPO EN EL NOROESTE ARGENTINO
RETHINKING THE TERRITORY. ON SOME ISSUES FROM THE FIELD EXPERIENCE IN THE
NORTH WESTERN ARGENTINA
Cecilia Mercuri
Instituto de
Investigaciones en Ciencias Sociales y Humanidades
Universidad
Nacional de Salta,
Consejo Nacional
de Investigaciones Científicas y Técnicas
Fecha de
ingreso: 12/12/2022 Fecha de
aceptación: 04/10/2023
Resumen
Desde las prácticas establecidas tradicionalmente existe una
conceptualización del territorio que hace referencia más que nada a factores
ecológico- geopolíticos. En oposición a esta perspectiva en la cual es un espacio concreto no atravesado por el tiempo y referenciable
según coordenadas geográficas, consideramos que en nuestra práctica arqueológica y
cotidiana transitamos territorios diversos, dinámicos, con sentido de relación
social. La experiencia de diálogo con las
comunidades nos hace reflexionar ¿cómo entendemos
el territorio? ¿cómo influye esta conceptualización al momento de pensar en los
circuitos de interacción social que son el foco de nuestra investigación? En este sentido, el diálogo con comunidades, situadas territorialmente, nos hace
indagar en la diversidad de conceptualizaciones y cómo pueden incidir en
nuestras interpretaciones del pasado y sus implicancias en el presente.
Palabras clave: ensayo,
territorio, comunidades, diálogo, Noroeste Argentino
Abstract
From the traditionally established practices, there is
a conceptualization of territory that refers mainly to ecological-geopolitical
factors. In opposition to this perspective in which it is a concrete space not
traversed by time and referable according to geographical coordinates, we
consider that in our archaeological and daily practice we transit diverse,
dynamic territories, with a sense of social relationship. The experience of dialogue with the
communities makes us reflect on how do we understand territory? How does this
conceptualization influence when thinking about the circuits of social
interaction that are the focus of our research?
In this sense, the dialogue with communities, territorially located,
makes us inquire into the diversity of conceptualizations and how they can
influence our interpretations of the past and its implications in the present.
Key words: essay, territory, communities,
dialogue, North Western Argentina
Introducción
A partir del análisis de material lítico
proveniente de conjuntos de la puna salteña argentina con fechados en torno a
los 2000AP, se ha observado que los patrones no se explican en su totalidad por
las pautas de movilidad y aspectos funcionales, sino que se destaca la
importancia de la organización social y el fortalecimiento de redes de
interacción y circulación[1]. Los movimientos de cultura material tienen un rol activo en la conformación de redes de
interacción, ya que los objetos son utilizados para negociar relaciones
diferentes en distintos vínculos, expandiendo el espacio y tiempo personal y
social[2]
creándose diversos ‘paisajes’ sociales[3]. Estos entramados
construyen relaciones e identidades, además de expandir las escalas espaciales
y generar conexiones y relaciones sociales (de parentesco, comerciales,
rituales, entre otras relaciones) entre lugares y sujetos distantes. Entonces,
las redes sociales creadas por el movimiento de objetos, resultan útiles para
abordar un espacio que de alguna manera es resultado y también en cierto modo
estructura las prácticas sociales[4]. Los
objetos, no son entes aislados, ni
independientes, se constituyen de manera relacional, en su interacción con
otros seres y contextos particulares generándose diversos entramados[5]. Y, en consecuencia, su significado cambia a lo largo de su existencia,
ya que las entidades con las que interactúan también implican un conjunto de
relaciones en movimiento[6], tanto espacial como temporal. De esta manera, este entramado va conformando un paisaje social, un
espacio donde los objetos, los seres, las prácticas están, no sólo vinculados
entre sí, sino que, en esta interacción se genera una interdependencia que ya no
permite un entendimiento de las partes por separado, de modo independiente[7].
Asimismo, estas redes o entramados amplían su rango espacial
y temporal, si tenemos en cuenta los objetos provenientes de otras regiones (y
momentos, tal vez), los cuales traen implícita una dinámica en su significado,
ya que este se va construyendo contextualmente[8]. Entonces, hablar de interacción lleva a pensar en espacios de encuentro,
en movilidades y en traspasar lo meramente físico y espacial para plantear una
multiplicidad de fines (políticos, económicos, rituales), circuitos y
relaciones surgidas a partir de esas interacciones[9]. Las
relaciones sociales se actualizan y se reproducen mediante interacciones
sociales, son espacios de negociación donde pueden surgir cambios. Así, la
circulación de objetos y gente permite modificar la experiencia del
espacio-tiempo constituida por las relaciones sociales[10]. Y
esto es importante al momento de definir territorios.
En el proceso de optimizar sus
posibilidades de supervivencia, ya desde el comienzo del poblamiento americano,
se desarrolló un patrón en el cual la movilidad de las poblaciones garantizó la
circulación y complementación de productos esenciales tales como lana, carne,
productos vegetales, sal, maderas, alucinógenos y hierbas medicinales[11]. Abordar
la problemática de la interacción social, implica entonces, moverse entre
diferentes escalas de análisis. Desde el campo arqueológico existen gran
cantidad de abordajes que refieren a interacciones entre diferentes zonas
ecológicas, entre grupos con diversas estrategias económicas, entre distintos
grupos étnicos, entre espacios en áreas acotadas, y estos son sólo algunos
ejemplos. Estas problemáticas generales se abordan desde el análisis de
diversas materialidades, distintos aspectos de orden ergonómico y diferentes
escalas[12]. A
modo de ejemplo, en un artículo de 2016, Coll[13]
propone a partir del análisis de puestos temporarios de Fiambalá,
Catamarca, los cuales marcarían la interacción entre las acciones humanas y el
ambiente a lo largo del tiempo y se manifiestan en la reutilización,
continuación o ruptura del uso del entorno construido. Al respecto de esta
idea, es interesante destacar las escalas de las interacciones que muestran que
la gestión del espacio implica negociaciones y en cierto sentido, es un primer
disparador de las reflexiones vertidas en el presente artículo.
Como ya se dijo, dado que las
interacciones implican y facilitan de un modo u otro la reproducción social, a
través de su análisis se puede observar territorialidad e identidad. La
espacialidad y la gestión cotidiana del territorio favorecen relaciones y
actividades conformando una identidad común. Entonces, al momento de estudiar la movilidad implícita en las redes de
interacción, la percepción del entorno (todo aquello que rodea a los seres de
los cuales hablamos[14])
y demás aspectos dotados de un componente espacial, se hacen fundamentales.
Entonces, las interacciones sociales se
manifiestan en múltiples niveles y escalas, dejando sus huellas en las
materialidades, objetos abordables desde la arqueología. Como afirman Vigna y colaboradores[15], la biografía de los objetos arqueológicos no termina con su depositación, sino que continua en el presente. Ya que,
desde el momento en que son hallados (por arqueólogos, o no) adquieren una
nueva vida. Como ya se dijo, el significado de las materialidades se va
modificando de acuerdo con el contexto y las relaciones que establece (o en las
redes que se encuentra inserto). En este sentido pueden convertirse en objetos
científicos[16] y quienes típicamente se tornan en figura de autoridad y fuente de
conocimiento sobre el pasado prehispánico son los académicos en detrimento de
las comunidades locales[17]. Así, esto no tiene en cuenta a todo un mundo de otros sujetos
involucrados, principalmente aquellas personas que viven el territorio a diario
y cuya identidad está vinculada al mismo, y para quienes esta vivencia, esta
relación experiencial con la materialidad hace que el significado de los
‘objetos arqueológicos’ sea diferente que aquel que le otorgan los científicos.
Al menos desde fines del siglo XX, en
Argentina se comienzan a discutir algunas prácticas normalizadas en nuestra
disciplina, proponiéndose reflexiones críticas sobre el involucramiento de la
arqueología en la sociedad y los efectos políticos de sus producciones[18]. Lo que se pretende es superar el rol de
“documentador del pasado” para asumir el compromiso con el territorio y su gente y,
por lo tanto, aceptar la multivocalidad de
las interpretaciones del pasado[19] atendiendo a las múltiples voces
involucradas en estos contextos. A mediados de la década de 1980, Delfino y Manasse[20] plantean la necesidad de una articulación
entre el arqueólogo/a y las comunidades que se ven involucradas de algún modo
en su trabajo. Esto se concreta con la definición de una Arqueología
Socialmente Útil[21], en la cual el vínculo entre arqueología y sociedad conforma la base,
estableciéndose un compromiso social y político[22]. Se constituye así una práctica donde se
articulan saberes (nativos/campesinos y científicos) pudiéndose diseñar
estrategias transformadoras de realidades sociales, culturales y políticas que
lleven a un empoderamiento que aporte a la reafirmación de derechos de las
comunidades[23].
Es desde este punto de partida que se considera apropiado adoptar
una perspectiva basada en la construcción colectiva de conocimientos que, desde
una postura dialógica, dé cuenta de una arqueología que parta de la
articulación de los distintos saberes en tensión, en un lugar donde las
memorias del pasado se vuelven una parte activa en el proceso de constitución
de sujetos históricos presentes[24]. Volviendo a lo ya planteado, la
materialidad arqueológica es parte del espacio y también del campo de acción
donde se desarrolla la trama social y cultural actual de las comunidades. Y, en
este compromiso de diálogo y negociación es que nos encontramos en este
momento.
Desde el proyecto de investigación Variabilidad Tecnológica y Redes de Interacción
Social en el Noroeste Argentino a Través del Estudio de las Estrategias
Tecnológicas Líticas durante el Periodo Formativo[25], se analizan conjuntos en relación a las
redes de interacción entre diversas áreas del Noroeste argentino (NOA) (Figura
1). Éstos provienen de colecciones de: Puesto Viejo 2, en Quebrada de Los
Corrales, ubicada sobre el Abra de El Infiernillo, en la provincia de Tucumán[26]; Cueva de Cristóbal, en la localidad del
Aguilar, en la Puna de Jujuy[27]; SSalLaV 1 (8)
en el área del Cabra Corral, en Valle de Lerma, Salta [28]; y Salvatierra, en Cachi, provincia de
Salta[29]. Todos estos conjuntos tienen fechados que
permiten ubicarlos en torno a los 2000AP y, asimismo, en mayor o menor medida
(y esto es interesante para el proyecto marco) exhiben estrategias económicas
que implican el agropastoralismo.
Asimismo, para
explorar las redes de interacción en un área particular, está en proceso de estudio el área de Cerro
Negro, en el Departamento de Rosario de Lerma, en la provincia de Salta[30] (Figura 1). Y aquí vale aclarar que este
es un proceso lento por diversos factores. Uno de ellos se relaciona con la
pandemia de Covid19 y la imposibilidad de llevar a cabo las tareas de campo con
la continuidad que correspondería (restricciones para salir al campo,
permisos demorados, etc.). Y otro (aunque
también se relaciona con el anterior), tiene que ver con el acercamiento que se
pretende dar a la investigación y el involucramiento de y con las personas que
habitan el territorio.
Figura 1. Mapa de localización de algunos sitios y
áreas mencionados en el texto.
Fuente: Elaborado
por la autora.
Como se mencionó más arriba, la investigación que origina
esta reflexión gira en torno a las redes de interacción y la circulación de
bienes (e ideas) analizando conjuntos de diversas áreas del NOA. Esto conduce
casi necesariamente a considerar el territorio. Desde las perspectivas más
tradicionales o normalizadas, existe una conceptualización del territorio que
hace referencia a un espacio concreto no atravesado por
el tiempo con contenido sobre todo relacionados con factores
ecológico- geopolíticos. Aquí no sólo se considera que los territorios deben
incluir los factores sociales, sino que la práctica cotidiana nos muestra
diversos planos, es más, en el quehacer arqueológico transitamos territorios
diversos.
La experiencia de diálogo con las
comunidades hace pensar ¿cómo entendemos el territorio? ¿cómo
influye esta conceptualización al momento de pensar en los circuitos de
interacción social que son el foco de la investigación? A modo de ensayo y
con todo lo que eso implica[31],
este trabajo busca reflexionar acerca de las conceptualizaciones sobre el
territorio y cómo pueden incidir en nuestras interpretaciones del pasado y sus
implicancias en el presente.
Territorio: algunas consideraciones para
comenzar
Un punto de partida para una reflexión sobre el territorio puede
ser el espacio. De acuerdo con Lefebvre[32]
el espacio es la materialización de la existencia humana. Siguiendo a Mançano Fernandes[33]
el espacio es una totalidad, no un fragmento. Es un conjunto de sistemas de
objetos y sistemas de acciones, que forman el espacio de modo inseparable,
solidario y contradictorio[34].
En esta definición están contempladas la naturaleza y la sociedad: acciones que
se complementan con el movimiento de la vida, en el cual las relaciones
sociales generan los espacios y los espacios a su vez generan las relaciones
sociales. Por ejemplo, en manos de urbanistas y tecnócratas, el
espacio se torna en instrumento discursivo clave a la hora en que el
capitalismo interviene y administra el suelo[35], se convierte entonces, en territorio.
En principio, el territorio se puede
definir “por su poblamiento, suponiendo comunidades que se constituyen y
transforman dentro de un espacio geográfico y que interactúan movidas por
necesidades de índole diversa, tanto biológicas como sociales”[36]. Tal
como se viene exponiendo, la dinámica relacional de seres y objetos, hace que,
en el ámbito sociocultural, el territorio no se puede entender como un área con
límites definidos ni tampoco como un lugar con una dirección precisa. El
territorio es básicamente variedad de espacios y asentamientos, cuyo rasgo
fundamental es la rica movilidad de los sujetos que lo componen y, si bien es
importante mapear territorios para procesos de planificación y ordenamiento
territorial, esto no necesariamente estaría evidenciando las diversidades y
complejidades internas[37].
Entonces, como se viene planteando, al
igual que sucede con las materialidades, los territorios son entes
relacionales, conjunto de vínculos que se entretejen a diario entre humanos con la naturaleza
y con los otros[38],
construyéndose así un sentido de identidad en la construcción colectiva,
uniendo hacia el interior y separando hacia el exterior[39].
Debe entenderse, entonces que territorio es más que un
simple espacio de tierra, ya que en un mismo ámbito geográfico pueden confluir
y superponerse diversos territorios, ya que están implícitas las dinámicas de
lo cotidiano de una comunidad, incluidos conflictos, intereses encontrados,
negociaciones, acuerdos, etc.[40].
De esta manera, el territorio, resulta
un concepto de gran complejidad, el cual puede comprender abordajes muy distintos
entre sí. Además, su dinámica responde a procesos de cambio y transformación, los
cuales no son lineales ni homogéneos, dado que interactúan en un variado
conjunto en el que se superponen factores espaciales y ritmos temporales
diferentes. Desde la óptica del tiempo, el espacio sirve de contenedor a
múltiples actividades. Entonces, el territorio es espacio construido por y en
el tiempo[41],
y su formación es siempre una fragmentación del espacio[42].
Siguiendo a Martínez San Vicente y
colaboradores[43]
se constituye, por un conjunto complejo de estructuras cambiantes las cuales
están sometidas a distintos procesos que le dan forma. En este sentido, el territorio, se
ve sometido a una transformación constante resultado de la acción social de los
humanos, siendo su carácter altamente flexible[44]
y su contenido tanto homogéneo como heterogéneo, debido a la diversidad de factores
que atraviesan la vida social en los territorios, infinidad de posibles
problemas, etc. Conformando la
fisonomía del territorio, interactúan sucesiva y simultáneamente distintos
mecanismos. De esta manera, posee un dinamismo implícito constituyéndose simultáneamente
tanto cambio como perduración en el tiempo[45]. Entonces, si bien
la aproximación a un determinado territorio se fundamenta en las concepciones y
valoraciones que hacen de ellos sus propios habitantes, también son el
resultado de la construcción colectiva de conocimientos.
Territorialidad es territorio con
contenidos de resistencia y transformación, y, por tanto, procesos en constante
movimiento y metamorfosis[46]. Es, en otras
palabras, apropiarse de un lugar, hacer una ocupación afectiva de un espacio,
ya que esto implica el involucramiento con diversos aspectos que, como ya se
vio, van desde las relaciones con el mundo físico a las construcciones
sociales. Experienciar el territorio es aceptar
ciertas especificidades de cambio social, pero también de ordenamiento y
jerarquía[47]. Afirmar la territorialidad es tomar posición de un
compromiso con el territorio, de sus normas y sus dinámicas.
Las producciones
sociales de diversa índole tales como “ciudades, caminos, medios de transporte,
objetos, artesanías, manifestaciones artísticas, y un enorme etcétera imposible
de enumerar”[48]
son la expresión material de la territorialidad humana. Estos ítems se
entretejen formando una compleja trama con los aspectos inmateriales de la vida
social, de modo que la territorialidad articula lo abstracto y lo concreto[49].
De acuerdo con Tizón[50]
el territorio puede asociarse a las apropiaciones de grupos determinados, lo
que en definitiva implica tanto inclusión como exclusión, revelando relaciones
de poder, redistribuciones, funcionalidad, dependencia, y conflicto. En el
territorio están presentes las relaciones de poder que se organizan en un
determinado momento. Siguiendo a Porto-Gonçalves[51]
las practicas espaciales y temporales no son neutrales a los temas sociales. Invariablemente
expresan algún contenido de clase o social, y en la mayoría de los casos
constituyen el núcleo de las luchas sociales. Por lo tanto, es importante señalar, que las comunidades siempre han sido y siguen siendo
plurales y heterogéneas. Suponen el encuentro plural de singularidades[52]. En
los casos que se presentan en el apartado siguiente, esto se ejemplifica con la
gente de Cerro Negro. Se entiende, entonces, que las comunidades, si bien se
constituyen hacia adentro a través de múltiples asociaciones, relaciones de
solidaridad y reciprocidad, con objetivos y procesos identitarios comunes, no
implica que sean homogéneas ni estables. Sin embargo, hacia afuera se muestran
como un cuerpo relativamente sólido en un marco donde todos nos autopercibimos como pertenecientes a alguna comunidad en
una construcción dinámica y flexible de las identidades. La territorialidad
supone, entonces, deshabitar y rehabitar territorios.
Dar forma constantemente por parte de las comunidades y su interacción.
Territorialización se refiere a las formas de apropiación o dominio del espacio por parte de
los actores[53].
Así, se crean, por ejemplo, por las interacciones de los sujetos con plantas,
animales, tierra y ríos, así como entre ellos mismos y otros grupos sociales. Por
otra parte, la desterritorialización hace referencia
a prácticas que desestabilizan la configuración territorial dominante dando
paso a nuevas asociaciones y, por ende, a dinámicas de reterritorialización[54]. Estos
tres procesos generan la coproducción de paisajes, esto es, donde se producen
transformaciones en un ida y vuelta entre comunidades de humanos, en nuestro
caso, y naturaleza[55].
En este diálogo entre diferentes
grupos humanos y naturaleza existe comunión y tensión a la vez, ya que son
parte de la dinámica de las relaciones de cualquier tipo que sea. Por lo tanto,
también territorializar un espacio implica
negociaciones, compromisos y enfrentamientos[56].
Diferencias en las movilidades generan, asimismo, cambios constantes y
reconfiguración del entramado que constituye al territorio en procesos de territorialización, desterritorialización
y reterritorialización[57], de
modo de acomodarse a diversos contextos.
Volviendo al tema de estudio, en las
sociedades del Formativo, en pleno sedentarismo, los sujetos se transladan de tal modo que se generan procesos de territorialización-desterritorialización- reterritorialización[58],
movilizándose no solo en los espacios propios de los grupos sociales sino
también mediante las redes de interacción y circulación.
Los procesos de territorialización,
desterritorialización y reterritorialización
generan coproducción de paisajes[59].
Recordemos que los territorios están inmersos y son parte de un complejo
entramado de relaciones, lo cual posibilita paisajes cambiantes y dinámicos,
los cuales se suman y combinan con otros como parte de la misma dinámica de las
interacciones entre grupos humanos y con la naturaleza. De este modo, el
paisaje resulta como la expresión del territorio y de sus procesos[60]. En
este sentido, en la experiencia de los territorios, los paisajes se configuran
desde la yuxtaposición de territorialidades[61]. De
acuerdo con Martínez de San Vicente y colaboradores[62], el
paisaje es objeto de observación y de descripción, en tanto realidad percibida
y manifestación de las interacciones entre los elementos físicos y entre éstos
y las comunidades. Por otro lado, el territorio es el hecho social y político
que puede dar lugar a conflictos e intereses encontrados, ya que es la
expresión de procesos de territorialización, desterritorialización y reterritorialización
de diferentes tiempos y actores donde surgen tanto el sujeto como el espacio
vivencial[63]
y experiencial, en un sentido más amplio que abarca tanto lo sensorial como lo
emocional y la afinidad con ciertos espacios y contextos. En resumen y
siguiendo a Herrera Montero y Herrera Montero se puede argumentar que mientras el territorio es de naturaleza estructural,
la territorialidad se relaciona con procesos de transformación social, de
metamorfosis y sintonía socio-natural[64].
El carácter cultural y social[65] de los territorios es lo que nos permite afirmar que utilizar el
término tierra no es lo mismo, ya que, como se dijo antes, en un mismo espacio de tierra
pueden cruzarse diversidad de los mismos por su naturaleza de entramado
complejo y pueden operar en forma simultánea, superponiéndose en partes. Esta
construcción, entonces, obedece a momentos históricos particulares. De este modo, no es uno solo ni es reductible
a una única referencia, sino que “existen múltiples territorios que se
entrelazan. Es decir, un territorio no está aislado, encadenado linealmente a
otro o encasillado en un espacio, sino que refiere constantemente a otros”[66].
Entonces, ¿cómo definir territorio? ¿cómo ponerle límites? ¿cómo
definir una
entidad discreta y estable como objeto de estudio? Existe cierta
dificultad en términos metodológicos al intentar ponerle límites a un concepto
altamente dinámico y cambiante. Sin embargo, la necesidad de definir entidades discretas
abordables analíticamente y aplicables a entornos de límites
difusos y permeables con cierta renuencia a la formalización[67]
origina que ideemos estrategias de abordaje apropiadas para tales
problemáticas. Entonces, un enfoque que contemple
el cambio constante y el entrelazamiento inestable de las cosas, puede ser
aplicable mediante la noción de superposición provisoriamente estable, la cual
ofrece cierto grado de previsibilidad[68].
El riesgo de ignorar distintos territorios en paralelo o
superpuestos, es que se pierda la multiescalaridad, lo
cual debe ser una mera instrumentalización para atender los intereses de
instituciones de modo que se constituya como un elemento de control social[69].
Y esto implica una relación de poder,
ya que quien determina la política (la aplicación del concepto) también define
la forma de organización del territorio. Afirmar que puede utilizarse el
territorio solamente como recurso instrumental y práctico en abordajes y
enfoques es no relevar la intencionalidad de esta práctica. En este sentido, comprender
las relaciones es esencial para conocer las lecturas territoriales. Cada
institución, organización, sujeto, construye su propio territorio y el
contenido de su concepto y poder político para mantenerlo[70].
En suma, no
obstante ser un concepto flexible, o más bien por esto, puede dar sustento a
políticas de territorialización sin dejar de lado las
dinámicas internas y multifacéticas de los actores en su territorio[71].
Así también, dado que el territorio constituye un concepto muy abierto y
flexible, es igualmente importante que una investigación que lo involucre
defina lineamientos claros[72]
en el sentido de especificar esta permeabilidad entre los diferentes planos y
territorios[73].
Aun así, toda investigación y acercamiento a un problema implica algún tipo de
recorte (disciplinar, espacial o temporal, entre muchos otros posibles), “porque
se entiende que los procesos sociales trascienden los hechos puntuales y están
entramados en una compleja y dinámica red de relaciones entre actores, objetos,
contextos, tiempos, eventos, espacios, etc.”[74].
¿Territorio de quién?
En términos generales, la narrativa acerca del pasado en el NOA
se ha ido construyendo mediante una diversidad de relatos los cuales se
utilizan como herramienta de legitimación, de sustento ideológico para crear,
sostener y/o revertir situaciones o coyunturas sociopolíticas y económicas
específicas[75]. Ahora bien, el
conocimiento arqueológico es social y, como todo discurso, en este caso sobre
el pasado, interviene y se inscribe en una determinada realidad social presente[76].
Retomando el tema de estudio, el análisis de redes de
interacción social en relación a materias primas y tecnología lítica, nos lleva
a cuestionarnos cómo se arman los territorios en los circuitos de interacción y
cómo los sujetos actuales (incluidos los arqueólogos) intervienen e influyen en
su constitución. Como se mencionó antes, estudiar las
interacciones lleva a reflexionar sobre espacios de encuentro, movilidades y en
trascender lo puramente físico y espacial para proponer una multiplicidad de objetivos,
circuitos y relaciones que surgen de esas interacciones[77], ya
que el movimiento de objetos y personas modifica la experiencia espacio-temporal
constituida por las relaciones sociales[78].
Incluso en la actualidad, por supuesto. En este sentido, en este apartado se
relatan experiencias en dos de las áreas de estudio mencionadas más arriba: en
Cachi, donde se hicieron trabajos de campo en Salvatierra y La Aguada y se
compartió con la comunidad Diaguita Calchaquí, y en el área de Cerro Negro,
donde durante una campaña de prospección se convivió con parte de sus
pobladores.
Cachi
En el área de Cachi (ver
Figura 1), las tareas del equipo de investigación de Rivolta,
han sido sujeto de diferentes experiencias de diálogo con los miembros de las
comunidades. En este marco, se consensuó con la comunidad Diaguita Calchaquí,
que los objetos recuperados en las excavaciones arqueológicas serían exhibidos
en espacios comunitarios gestionados por las organizaciones de pueblos
originarios.
Como parte de este proceso en el que la labor arqueológica es
interpelada, optamos por una mirada antropológica con el objetivo de comprender
los diversos significados en torno a los objetos provenientes de excavaciones
arqueológicas. De esta manera, mediante los discursos que surgieron en las
instancias de excavación de manera informal, pudimos observar uno de los
sentidos con el que eran identificados algunos objetos arqueológicos. Así,
parte de la estrategia adoptada, incluyó un conjunto de entrevistas semi-estructuradas (n= 5) dirigidas a las mujeres mayores
y, por otro, conformar un espacio de diálogo a partir de una instancia de
conversatorio. En estos, se buscó discutir los contextos arqueológicos
excavados, propiciando la participación de los actores que interpelan la mirada
científica desde el saber local. Se considera a estas técnicas como las
propicias para generar un espacio dialógico, a partir de la cual podemos
detectar las situaciones en que se expresan y generan los universos culturales
y sociales en su compleja articulación y variedad[79].
Los objetos arqueológicos se interpretan a partir de la
experiencia y se reconocen según su uso en la actualidad. Por ejemplo, las
vasijas toscas son descriptas como tinajas que sirvieron para la cocción de
ciertas bebidas o para el almacenamiento de agua o granos[80], también, rocas de
cuarzo se identificaron como las que usan los ancianos para raspar una piedra
roja junto a un poco de agua y que debe tomarse por las mañanas en el proceso
de curación del “susto
y sanar el corazón”[81]. De esta manera, en este diálogo surgieron distintos
aspectos en torno a los objetos arqueológicos, diferencias que parten de una forma
distinta de concebir, explicar y constituir un saber local que desafía la
mirada científica.
Por lo tanto, a partir de los análisis que favorecen la
complementariedad de saberes provenientes de diferentes líneas de investigación,
proponemos que estos objetos pueden ser comprendidos en el marco de prácticas
rituales dadas las características de su asociación contextual y la información
incluida desde una perspectiva local con el objetivo de profundizar la
interpretación arqueológica[82]. Como se mencionó
anteriormente, los conocimientos locales se construyen mediante la interacción
cotidiana de los grupos con su entorno, por lo que su inclusión al proceso de
investigación científica reviste de un gran potencial para las interpretaciones.
Entonces, se destaca que la complementariedad de saberes enriquece los estudios
arqueológicos, pero también puede servir para fortalecer los procesos identitarios
comunitarios, ya que los patrimonios se construyen socialmente mediante de la legitimación
referentes materiales y simbólicos específicos[83]. En este sentido, el
subsumir la arqueología exclusivamente al objeto desenfoca el sentido social de
la misma.
En los últimos 20 años, la situación en el Valle Calchaquí
Norte se vio drásticamente complejizada por diversos factores que afectaron los
usos de la tierra. Por una parte, los procesos migratorios hacia centros
urbanos, originó que las antiguas fincas se dividieran en
pequeños lotes, los cuales fueron adquiridos por nuevos propietarios
provenientes de otros lugares[84]. Asimismo, esto también tuvo respuesta en políticas de planeamiento
urbano y la generación de nuevos barrios, con consecuencias sobre la tierra en
zonas aledañas al casco céntrico. Por otro lado, el auge del mercado turístico
impactó modificando el paisaje, dado los requerimientos de este sector a nivel
edilicio, con la construcción de grandes hoteles en tierras que antes eran para
cultivo, pero también con los circuitos de visitas a lugares sagrados. Más
recientemente, el asentamiento de viñedos de altura ha añadido una capa extra a
todo este panorama. Estos emprendimientos requieren no solo extensión de
tierras, sino, y más importante necesitan un recurso básico como el agua. Y
esto incorpora una cuota de conflicto con las comunidades locales, las cuales
se ven afectadas por obras en relación al desvío del agua. Las tierras que
tradicionalmente fueron para producción principalmente agrícola por parte de
los comuneros, ahora se ven limitadas por los emprendimientos y
reestructuraciones. Es más, a raíz de estos nuevos
emprendimientos se iniciaron diversas acciones judiciales mediante las cuales
se pretendía desalojar a los grupos familiares que habían ocupado durante
muchas generaciones esas tierras y fueron obligados a abandonarla[85].
En este contexto, las organizaciones de pueblos originarios se
vieron confrontadas con diversos actores conformados principalmente por nuevos
propietarios o incluso antiguos hacendados. Esto generó diferentes líneas de
discusión en torno a la propiedad de la tierra, su ocupación y permanencia en
el tiempo. En esta lucha se contrapone el relato construido por los nuevos y
viejos actores del espacio cacheño desafiando la
historia que, por lo general, como ya vimos, se encuentra de acuerdo con el
relato oficial provisto desde el estado provincial. Según esta narrativa, los
pueblos originarios del Valle Calchaquí ya no son originarios porque, entre
otras cosas, ya no hablan su lengua materna[86].
Desde este relato, los grupos que habitaron el valle desaparecieron en el
tiempo a causa de la conquista española. Esta circunstancia determinó un nuevo
frente de lucha por parte de las organizaciones de pueblos Diaguita Calchaquí:
hacer visibles las prácticas culturales que reafirmaran su preexistencia en el
territorio. Y en esta lucha en la que se reclama una reivindicación y
afirmación identitaria, los sitios arqueológicos contenidos en el territorio de
cada comunidad juegan un papel fundamental.
Actualmente, las comunidades originarias y sus representantes
ya no se refieren a los sitios arqueológicos como “antigales” (lugares
de los antiguos) sino que pasaron a ser enunciados como “ciudades sagradas”[87]. Este giro en relación a la manera en que
se enuncia y define lo material tiene el propósito de reivindicar la
preexistencia en el espacio enfatizando la sacralidad del lugar dado que “ahí vivían nuestros antepasados”.
No obstante, a lo
largo de este proceso las organizaciones comunitarias lograron articular con
diferentes organismos a nivel Nacional, Provincial y Municipal llegando a la
implementación de proyectos productivos y culturales entre los que destaca una
radio comunitaria en el paraje La Aguada, y un centro de interpretación en el
‘sitio arqueológico’ El Tero, a pocas cuadras del centro mismo de Cachi. Es en
estos lugares donde se albergan algunos de los objetos arqueológicos
recuperados en excavaciones arqueológicas o producto de rescates debidos a
nuevas obras. Todo esto, genera instancias y espacios de comunicación comunitaria
con especial énfasis en los aspectos identitarios.
Cerro Negro
En principio, esta área presenta escasos
antecedentes de estudio arqueológico publicados, por lo que resulta importante
poder avanzar en el reconocimiento de la evidencia material y es lo que motiva la
investigación[88]. La misma se ubica en un ambiente entre puna y valles, conectando la
Quebrada del Toro, los Valles Calchaquíes (oeste), Valle de Lerma (este) y Puna
(norte), conforma la Provincia Geológica Cordillera Oriental[89]
(ver Figura 1). Esta localización, que conecta diversas ecorregiones, hace del
área un lugar óptimo para el estudio de las redes de interacción, ya que podría
ser utilizada como zona de paso, lo cual ocurre en la actualidad.
Aquí es importante aclarar que, dados los escasos, por no
decir nulos, antecedentes de investigación arqueológica con que nos enfrentamos
al definir el tema, hubo que delimitar un área. Operativamente, en estos momentos,
el área se localiza entre el Cerro Negro de Tejada, al norte, y el Cerro Negro
del Tirao, al sur. Sin embargo, poner estos límites
no siempre fue claro en el proyecto. Y aquí entra la reflexión sobre el
territorio. ¿En términos de qué lo definiría? Luego de varias visitas, se decidieron
estos parámetros en función de los recorridos realizados, las charlas con los
pobladores y los pocos escritos que dejó Pío Pablo Díaz sin editar en el
archivo del Museo de Cachi[90].
Las tareas en Cerro Negro se concretaron
como parte de un proceso iniciado por el pedido de un grupo familiar local,
quienes llevan a cabo una propuesta de turismo comunitario de cabalgatas.
Nuestro rol fue el de relevar parte de las evidencias arqueológicas que nos
iban indicando los pobladores en función de colaborar en la diagramación de
circuitos con el aporte de información arqueológica. Así, se reconocieron 10
sitios arqueológicos de diferentes cronologías y variedad, paneles con
grabados, talleres líticos, recintos habitacionales, etc.[91]. Cada
uno de estos presenta diversos estados de conservación y por lo tanto su
potencial de estudio arqueológico y también de presentación a los turistas, también
es diverso. La elaboración de estos circuitos, además del objetivo comercial,
tiene el sentido de recuperación de la memoria por parte de los pobladores locales,
ya que al evocar las historias de los lugares se refuerzan los lazos con el
territorio. Este abordaje, aunque lento, está permitiendo un conocimiento más
respetuoso y en consonancia con las vivencias reales del entorno, del
territorio, que involucran tanto a los paisajes pasados como a los presentes.
Ahora bien, se reconoció que nuestro
guía es la cara visible de todo un entramado familiar más extenso que pervive
en el territorio que contiene las evidencias arqueológicas. Probablemente
debido a esto, se observaron diferencias en cuanto a las vivencias y agenciamiento de los antigales. Mientras que el guía y su unidad doméstica
más próxima gestionan la muestra de “su territorio” en viaje de cabalgatas, hay que
conocer que su familia extendida también forma parte de este. Sin embargo,
estos últimos, no ven con buenos ojos el emprendimiento y ponen límites a los
circuitos y a la posibilidad de acercamiento científico. Y esto pone de manifiesto
de manera muy patente las diferencias en cuanto a la percepción de los
territorios complejizando (y
haciendo más interesante y desafiante) el comprender la arqueología desde el
territorio.
Como ya se dijo, estas tareas
involucran una constante negociación[92], entre
pobladores y arqueólogos en nuestro caso, pero también hacia adentro de la
propia comunidad. Entonces se hace manifiesta y se reconoce la diversidad de
estrategias implementadas por los pobladores locales. Las diferencias intragrupo, se observan en el acercamiento al territorio y
lo tradicional, mientras unos pretenden explotar la veta turística, otros se
oponen, poniendo límites a los circuitos e investigaciones propuestos por
nuestro informante.
En resumen, en las áreas estudiadas, las comunidades
articulan su vida cotidiana con objetos arqueológicos, identificándolos desde
la práctica y la experiencia. Por ejemplo, en el caso de Cachi (ver más arriba)
los miembros de la comunidad dan cuenta de la existencia de los sitios
arqueológicos, refiriéndose a ellos con el término de “lugar o ciudad sagrada”,
reconociéndolos no sólo como los lugares en el que habitaban ‘los antiguos’, sino
también en relación al conjunto de materialidades que se observan en la
superficie[93]. Al igual que en el
Cerro Negro, en el diálogo con la comunidad se pusieron de relieve diferencias
que parten de una manera distinta de concebir, explicar y constituir un saber
local que interpela la mirada científica. Narrativas que revelan modos de
construir diferentes sentidos determinados por el lugar de enunciación, por la
diferencia en las trayectorias, en las historias, los contextos[94]. Es en este sentido,
que se manifiestan los diversos territorios. Si bien la disputa está puesta
sobre una parte de tierra, un espacio particular, el acercamiento al territorio
es diferente si se es parte de la comunidad que lo habita o si son autoridades
provinciales o terratenientes u otros actores. Hay experiencias, vivencias,
que, en este caso, ponen en cuestión la penetración de los discursos oficiales[95]. Pero no sólo eso,
también hay una toma de decisión en cuanto a la memoria y el respeto a las
prácticas tradicionales y a la penetración de nuevas prácticas, lo cual puede
generar algunos conflictos hacia el interior de la comunidad.
En el transcurso de las
investigaciones, ir al campo de modo sostenido en el tiempo, junto a los
diversos acercamientos e involucramientos, tanto con las comunidades como con
los territorios, permitieron ir tomando consciencia del complejo entramado y la
superposición de distintas dimensiones y elementos, que desde un enfoque
tradicional de la ciencia y, en particular de la arqueología, no habríamos
percibido[96]. Como plantean Sprovieri y colaboradores[97], a partir del trabajo de campo, se reconocen diversos aspectos
materiales y prácticas significadas por múltiples sujetos en espacios y tiempos
variados, que se conjugan de manera simultánea para conformar parte del paisaje
social.
En los dos casos
presentados, se observa una complejidad inesperada al momento de definir un
territorio. Si bien a priori, se puede establecer un rango espacial de tantos
kilómetros cuadrados, como ya se planteó, esto no es todo. Las relaciones
internas y externas muestran la heterogeneidad existente, la cual no niega la
coherencia hacia el interior de los grupos que se reconocen como conformando
parte de un mismo territorio y/ o comunidad. Por otra parte, esta flexibilidad tiene
mucha riqueza, mucha complejidad, como si los territorios se manifestaran en
una superposición de capas. Y esto es muy interesante de pensar cuando se vuelve
al tema de estudio: las redes de interacción social y cómo ciertas rocas y
diseños se distribuyen en el Noroeste argentino.
Es importante destacar que, otros investigadores están
haciendo observaciones similares en otras áreas del NOA. Por ejemplo, Sprovieri y colaboradores[98]
a partir de un trabajo sostenido y en conjunto con la Comunidad Diaguita Calchaquí,
observan que no se puede llegar a un entendimiento de la Ciudad Sagrada de La
Paya, al sudoeste del pueblo de Cachi, sin tener en cuenta las múltiples
facetas del tiempo y espacio que se ven involucradas. De modo que, lo que para los arqueólogos es un ‘sitio
arqueológico’ para la comunidad es un “espacio ancestral de reivindicación
identitaria y parte fundamental del territorio comunitario”[99]. Más aún, al reconocer la dinámica en relación a
tiempo y espacio, pueden reconocer que “tanto antes como en la actualidad, La
Paya y sus alrededores, son espacios de
actividades cotidianas de
diversos tipos, que incluyen: pastoreo, agricultura, construcción de viviendas,
secado de pimientos, obtención de materias primas para diferentes producciones
artesanales, limpieza de acequias, etc.”[100]. Escuchar las voces de aquellos que viven y
experimentan el territorio, los que ocupan afectivamente el espacio, nos da
otra perspectiva. En este caso, la compleja trama de los territorios y la
multivocalidad se observa, entre otras cosas, en la diversidad de actores
involucrados.
También Pazzarelli y Lema[101],
reflexionan a partir del trabajo con la comunidad aborigen de Huachichocana (Jujuy, Argentina) acerca de la posibilidad
de habitar mundos múltiples. Observan que los huacheños tejen y se involucran
cotidianamente en relaciones con distintos tipos de mundos[102]. Como se describió al comienzo del texto, los
territorios, los objetos, son entes relacionales y conforman parte de
entramados complejos, y, por lo tanto, la superposición de paisajes que
evidencia el trabajo con los huacheños, muestra que
éstos no son reductibles a ‘un’ mundo y deben ser interpretados en más de uno[103].
En la localidad de Cachi, fue interesante percibir que la
experiencia con la comunidad de La Aguada estaría poniendo en cuestión la
penetración de los discursos oficiales, ya que en el diálogo surgido a partir
de la excavación y las piezas arqueológicas se manifiesta que las personas
continúan significando los objetos ‘arqueológicos’ a partir de su experiencia,
no reconociendo el relato científico construido desde las instituciones. En este
contexto, se puede afirmar un lugar de resistencia atravesado por diversas
disputas (ej. acceso a la tierra), a partir de las cuales se logran constituir/
construir otros espacios de expresión en el que los objetos arqueológicos
(patrimonio) se constituyen/construyen como nuevas materialidades al significar
la preexistencia en el territorio por el que se lucha[104]. Algo semejante a lo
que sucede en Cerro Negro, donde las distintas trayectorias familiares, chocan
al momento de comenzar un emprendimiento con la memoria de los espacios y
objetos tradicionalmente compartidos. Como en un diagrama de Venn, los territorios se superponen en algunos puntos
(donde se mantienen las particularidades que le dan identidad al grupo) y en
otros, no hay coincidencia y se observan disidencias.
Discusión/ reflexión ¿territorio para qué?
Antes de la cuarentena debida a la pandemia de Covid19, se asistía
todos los días al lugar de trabajo y se relacionaba con a la misma gente rutinariamente.
Era uno de los territorios asumidos. El Aislamiento Social Preventivo Obligatorio
(ASPO), trastocó todo esto. El transitar por el espacio, el modo de relacionarse
con las personas. Toda una organización. Los territorios implican diálogo, ya
que se construyen en la negociación con otres. Entonces,
esta instancia de encierro originó y facilitó la tarea reflexiva, de modo que
los territorios y su flexibilidad se hicieron patentes, ya que, al quehacer
cotidiano se suman, las experiencias de campo realizadas en el marco de la investigación.
Revisando y analizando la información generada antes de la ASPO en los casos
que se presentaron más arriba, se observó una complejidad que no se esperaba al
momento de definir el territorio.
Definir conceptos sirve para estructurar el conocimiento y
percepción del mundo circundante. En arqueología esto implica, de algún modo, operativizar las conceptualizaciones, dar un marco que dé
base a la investigación dentro de límites que nos permitan mantener la lógica y
la coherencia de las interpretaciones. Ahora bien, como ya se desarrolló antes,
territorio es un concepto flexible en un entorno de límites difusos y
permeables y cambiantes en el tiempo. En este sentido, reconocer la dinámica
propia hace que pueda ser planteado como un concepto fluyente, en una suerte de
acoplamiento provisoriamente estable y vibrante[105].
En el tema de estudio, la definición de este concepto
resulta útil para entender los procesos y redes de interacción social. Por
ejemplo, para poner parámetros a qué se entiende por cerca y qué por lejos. En
este sentido, darse cuenta o asumir que la distancia es un rasgo cultural,
tiene impacto al momento de las interpretaciones, ya que ‘cerca’ o ‘lejos’
muchas veces responden a un objetivo o trayectoria más que a una distancia
lineal y objetiva. Y así, se pueden manifestar
superponiéndose los diversos territorios que pueden ocupar un mismo espacio,
como sucede en el caso de la familia de Cerro Negro.
Por otra parte, desde un punto de vista sociopolítico, el Gobierno Nacional, en función de instrumentar los derechos
constitucionalmente reconocidos a los Pueblos Indígenas, se encuentra
desarrollando la implementación de la Ley Nº 26.160. La cual se propone relevar y demarcar los territorios de las Comunidades, para generar las
condiciones tendientes a la instrumentación del reconocimiento de la posesión y
propiedad comunitaria.
Desde el Programa Nacional Relevamiento
Territorial de Comunidades Indígenas[106], se obliga
a los gobiernos a: “tomar las medidas que
sean necesarias para determinar las tierras que los pueblos interesados ocupan
tradicionalmente y garantizar la protección efectiva de sus derechos de
propiedad y posesión”[107]. Entonces,
de conformidad con la ley está contemplado el relevamiento de los
territorios de las Comunidades originarias, para lo cual se estudiarán aspectos
que consideran constitutivos de éstos:
a) La narrativa y croquis del
territorio que en forma tradicional, actual y pública que ocupa cada comunidad
relevada, realizada con la participación de la comunidad.
b) La cartografía temática elaborada
con los datos del levantamiento del territorio comunitario.
c) La base cartográfica y base de datos
en formato digital del sistema de información geográfica[108].
En este sentido, es loable la posibilidad
de participación de la comunidad en la elaboración de los informes. Es un punto
de partida, comenzar a dar voz a aquellos que viven el espacio cotidianamente. Asimismo,
el relevamiento incluye un informe histórico antropológico, que fundamente la
ocupación actual, tradicional y pública del territorio que habita la comunidad,
dando cuenta de la historia de los procesos que determinaron la situación
territorial actual de la comunidad. Es decir, la comunidad debe justificar en
cierta medida su permanencia en el espacio en términos de tradición.
Entonces, desde la práctica, definir
un territorio también sirve para luchar. Desde años recientes, se comienza a
observar que la imagen de sitio
arqueológico como bien patrimonial que tiene el Estado Nacional se superpone
con aquellas generadas desde los mismos pueblos originarios y los reclamos
sobre su patrimonio y su territorio, como en el ejemplo de la comunidad
Diaguita Calchaquí de Cachi. En este caso, lo que se observa es que reconocer “la continuidad en las prácticas y materialidades, así como sus trayectorias
de significación generan lazos de ancestralidad y de
esta manera se transforman en referentes identitarios para la comunidad
originaria”[109]Y de esta manera, o siguiendo con esta idea,
se refuerzan los lazos hacia adentro de la comunidad y con un ámbito
territorial en sí, generando una ocupación afectiva del espacio. Territorializar los lugares es la condición de posibilidad del desarrollo de la
cultura comunitaria tanto en el presente como en el futuro, puesto que incluye
todos los bienes naturales y los valores simbólicos-sagrados[110]. En este sentido, el pedido de la familia de
Cerro Negro, su motivación de conocer sobre las materialidades arqueológicas
estaría implicando esta generación de lazos con un territorio, así como
refuerzo en su sentido identitario.
Frente a una visión, colonial, romántica y ahistórica del territorio, como arqueólogos, debemos
replantearnos una práctica que no desplace comunidades originarias hacia una
temporalidad separada y desvinculada del presente, hacia un espacio sin
historia y sin contexto. Desde la perspectiva del compromiso adquirido con las
comunidades, deberíamos velar por las formas alternativas de entender e
interpretar el mundo y considerar la dinámica y multidimensionalidad
de los procesos identitarios[111].
Por otra parte, entender este entramado y sus cambios y dinámicas nos puede dar
indicios acerca de prácticas del pasado. El trabajo que se estaba realizando
con la familia de Cerro Negro, tiene que ver con la memoria e identidad y no
necesariamente involucraba a comunidades originarias, sino, más bien una
definición en sí del territorio, dado que como ya se dijo, es una construcción
colectiva de saberes que se va armando a partir de las relaciones sociales. Y
fue este diálogo lo que originó esta reflexión acerca de la construcción de los
mismos y todos aquellos (propios y ajenos) que transitamos y construimos hacia
adelante y hacia atrás, sobre la construcción de territorios a partir de una
memoria, una identidad temporal que va adquiriéndose a partir del habitar el
espacio, podría decirse.
Siguiendo con esta idea, Spíndola Zago[112] se
pregunta si el sujeto construye al espacio o si esta relación es inversa. ¿Es el espacio generador de identidad temporal? ¿Es posible/justificable
referirse a una memoria espacial? Indudablemente, la respuesta no es sencilla.
Las interacciones entre sujetos y los espacios son complejas y variadas, sin
embargo, la identidad es el hilo narrativo de los recuerdos referenciales
experimentados en espacios concretos tales como edificios o antigales,
pero también hitos y lugares en donde el sujeto experimentó una historia de
vida[113]. De esta manera, es una construcción en
movimiento, dinámica y en consonancia con los espacios. Entonces, las esferas
del patrimonio, la memoria y la identidad, con todo lo que ellas implican, se
conjugan para darle forma al territorio.
Como se
estuvo desarrollando a lo largo del texto, los territorios son altamente
dinámicos y relacionales. Si bien mapearlos puede servir, por ejemplo, para
políticas de ordenamiento territorial, como dicen Herrera Montero y
Herrera Montero[114], no debemos quedarnos en esto, ya que
enmascara la realidad y el territorio es fundamentalmente
diversidad de espacios cuya característica básica es la rica movilidad de sus
actores[115].
Como
cientistas sociales comprometidos debemos dar cuenta de las diversidades
inherentes a los mismos, de los procesos de territorialización,
desterritorialización y reterritorialización.
Palabras finales
Siguiendo a Pazzarelli y Lema[116], la simultaneidad y
superposición de las relaciones, es decir, las dinámicas dentro de los
entramados del territorio, se observan tanto, en los vínculos con la tierra
(tanto como ser y como objeto de propiedad catastral), como también en
relaciones que las comunidades originarias entablan con el Estado, con sus
agentes (técnicos, ministerios) o con otros colectivos (turistas, antropólogos,
empresarios)[117]. No reconocer esto oculta e invisibiliza la posibilidad de acercarnos a ciertas prácticas de
resistencia en el marco de diversas disputas, a partir de las cuales
se logran constituir/ construir otros espacios/ territorios.
La larga duración de los fenómenos
sociales, en tanto históricos, conecta el pasado con el presente, haciendo que
el límite entre ellos sea fluctuante y dinámico. Y si consideramos que éstos contienen
o se conforman con estructuras y organizaciones sociales y colectivas, la
dinámica es explícita. Según Sprovieri y
colaboradores, la complejidad de este escenario plantea la “necesidad de
problematizar el espacio (y el tiempo) y buscar comprender procesos sociales en
contextos más amplios, superando recortes espaciales tradicionales”[118]. En este sentido, para poder
abordar la dinámica de los territorios y los fenómenos que la componen es
necesario un enfoque amplio y multilineal que incluya
diversas vías de investigación e indague en los diversos aspectos involucrados.
Una perspectiva que permita abordar el cambio y las dinámicas de éste en tiempo
y espacio pero que no pierda el foco del contexto que se estudia.
Volviendo
al tema de las redes de interacción, la permeabilidad entre territorios podría
manifestarse con mucha claridad para la práctica arqueológica debido al rasgo
básico las materialidades que es su durabilidad[119]. Los objetos son portadores de la
memoria de las prácticas en las cuales participan. Es más, su carácter de multitemporalidad[120], conecta pasado con presente, y, de
este modo, perviven en la actualidad, tal como se observó en Cerro Negro y el
pedido de un conocimiento más profundo de objetos y otras materialidades como
grabados rupestres. Como ya se desarrolló, el carácter relacional de objetos y territorios
implica que, al estar vinculados a otros, no son entes aislados y sus
significados varían a lo largo de su existencia. Esto es por sus lazos y
conexiones con diversos sujetos, contextos, paisajes, y variedad de elementos
circundantes. Asimismo, su multitemporalidad[121], si bien conecta pasado con
presente, no mantiene necesariamente su significado. Por ejemplo, el vínculo que
mantienen los pobladores de Cerro Negro con los paneles con grabados rupestres
registrados en el área: actualmente adquieren un sentido en un recorrido
turístico y es probable que no fuera este el objetivo de quienes los produjeron
antiguamente. No obstante, su presencia, activa la memoria, en el sentido de
apropiarse de un pasado y, en consecuencia, también pone en funcionamiento los
procesos identitarios y de afectividad con el espacio físico, observándose
procesos de territorialización.
Las lecturas teóricas ayudaron a guiar,
a ordenar las ideas y a poner en relieve las múltiples capas que tienen los
espacios y por ende la superposición de territorios y sus contradicciones. Y
esto es posible de observar tanto en los casos de estudio presentados como en
el análisis de materiales. En Cachi, con las diversas miradas sobre el
territorio y el caso de Cerro Negro, donde la perspectiva de nuestro guía,
entra en conflicto con la del resto de su familia. El análisis de los objetos
arqueológicos puede ayudar en los procesos identitarios, pero a su vez, esta
dinámica, en conjunto con una mirada más amplia, daría una imagen más compleja
y más rica del contexto de producción de esas materialidades. En este sentido, pensar
las redes de circulación de materias primas líticas en estos términos, permite
considerar los otros aspectos, pensar en las distintas trayectorias
involucradas y no sólo en términos de materialidad, sino también de personas
que se movieron en esos territorios. Territorializando,
desterritorializando y reterritorializando
en una coproducción de
paisajes.
Hacer una
reflexión sobre las tareas de campo (arqueológicas) permite percibir, tomar
consciencia de las complejidades del entorno en el cual se trabaja. Esta
apreciación es compartida con otros investigadores del NOA, quienes desde
diversas temáticas y problemáticas distintas (tiempo, espacio, materialidades
específicas) van arribando a conclusiones similares[122].
En resumen, a partir de todo lo desarrollado, y considerando a los diferentes
autores citados, se puede pensar en un enfoque amplio y multilineal
que permita abordar la dinámica de los territorios y los fenómenos que la
componen. Éste debería incluir diversas vías de investigación propiciando la
exploración de los distintos aspectos involucrados. Como ya se mencionó, “se
requiere una perspectiva desde la cual abordar el cambio y las dinámicas de
éste en tiempo y espacio, pero sin perder el objetivo del contexto que se
estudia, es decir, ser contextualmente específica”[123]. Ser contextualmente específico
implica también involucrarse con las comunidades que viven los territorios,
empaparse de sus problemáticas, de sus políticas de resolución, negociar e
intercambiar ideas, así como también ser capaz de establecer relaciones entre
lugares de los antepasados, hitos en el espacio, y otros lugares en el área de
estudio.
Como ya queda claro, territorio articula espacio en tiempo,
tanto hacia atrás, como hacia adelante, ya que el tiempo tampoco es lineal[124].
En este sentido, la configuración de las dinámicas territoriales actuales nos
alerta sobre las posibilidades pasadas. Asimismo, estas últimas, o nuestro
entendimiento del pasado, puede hacer reflexivas las prácticas de territorialización presentes. Los diversos mundos posibles[125]
tienen su reflejo en las redes de interacción social pasadas. La elección de
estrategias y espacios es consciente en las poblaciones y esto lo podemos
observar arqueológicamente en la diversidad que presentan las áreas y espacios
estudiados (ver más arriba). Indudablemente, el objetivo no era únicamente la
consecución de determinada materia prima, sino más bien todo lo que se genera
por detrás (o en paralelo), desde la negociación hasta el traslado y las
trayectorias recorridas. Reducir todas las interpretaciones a cuestiones de
economía y eficacia no se corresponde con la realidad.
Para seguir con esta línea de trabajo, en próximas salidas
de campo se intentará relevar y crear un mapa, en principio con ayuda de
posicionamiento geográfico que ponga en relación, los ‘sitios’ bajo estudio con
otros espacios y rasgos del paisaje, tales como cerros, bloques con
petroglifos, terrazas de cultivo, etc., incluyendo aquellos de carácter actual
(comprendiendo que hay algunos en los cuales no se puede hacer una separación
entre pasado y presente, ya que aunque sean antiguos están actualmente en uso).
Todo esto, permitirá entender los conjuntos dentro de un espacio integral,
donde se cruzan diversidad de territorios.
Este trabajo se generó a partir de una ponencia llevada a
cabo en el marco del Congreso Argentino de Antropología Social en momentos de
pandemia con cuarentena e incertidumbre. Se originó como una reflexión/ autoreflexión en torno al territorio y el modo que lo
construimos. Tanto teórica como vivencialmente. Porque todes
construimos territorios.
[1] Ver por ejemplo Mercuri, Cecilia (2009), “Acercamiento al Estudio de Redes
de Interacción Social Durante el Período Temprano: Diferencias y Similitudes en
el Valle de San Antonio de los Cobres, Puna de Salta”, Andes. Antropología e Historia, nº 20, 37-
51; Mercuri, Cecilia (2011), “Diferencias y similitudes e las
obsidianas del valle de SAC y la cuenca de Santa Rosa de los Pastos Grandes:
aproximación a las redes de interacción social”. En López, Gabriel Eduardo José
y Muscio, Hernán Juan, Editores. Arqueología
de la Puna Argentina: perspectivas actuales en el estudio de la diversidad y el
cambio cultural, Oxford, BAR South American Archaeology
Series 16, Oxbow books. pp.
165-181; Mercuri, Cecilia (2011), De rocas, pastores y agricultores. La tecnología
lítica de los primeros productores de alimentos de la puna de Salta, Argentina,
Editorial Académica Española.
[2] Mercuri, Cecilia (2018), “Reflexiones en
torno a la interacción social durante el Periodo Formativo (ca.
2000 AP) a partir del material lítico: Aportes desde un sitio en Quebrada de
los Corrales, Tucumán, Argentina”, Cuadernos de la Facultad
de Humanidades y Ciencias Sociales - Universidad Nacional de Jujuy, nº
54, pp. 13-28.
[3] Sprovieri,
Marina; Barbich, Santiago; Cohen, Sebastián (2020),
“La Larga duración del Paisaje: Un Acercamiento a la Multitemporalidad
en La Paya, Valle Calchaquí, Salta”, Andes, vol. 31,
nº 1. En línea http://portalderevistas.unsa.edu.ar/ojs/index.php/Andes/article/view/1128
[consulta marzo de 2021].
[4] Lazzari, Marisa (1999), “Nuevos datos sobre la procedencia de obsidianas en
el Aconquija y áreas aledañas”, Cuadernos del Instituto
Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano, vol. 18, pp.
243-256
[5] Sprovieri, Marina et al, 2020, Ob. Cit., p. 5
[6] Sprovieri, Marina et al, 2020, Ob. Cit.
[7] Sprovieri, Marina et al, 2020, Ob. Cit.
[8] Sprovieri, Marina (2016),
“Materialidades, Movimientos y Articulaciones Interregionales en el Valle
Calchaquí (Salta, Noroeste Argentino) Durante el Período de Desarrollos
Regionales”, Actas del XIX Congreso Nacional de
Arqueología Argentina, San Miguel de Tucumán, pp. 1814- 1817.
[9] Mercuri, Cecilia, 2018, Ob. Cit.
[10] Lazzari, Marisa
(2005), “The Texture of Things: Objects, People, and Landscape in Northwest
Argentina (First Millennium A.D.)”. En Meskell, Lynn. (ed.), Archaeology of Materiality, Oxford. Blackwell. pp. 126-161.
[11] Tarragó, Myriam N. (1983), “La Historia de los Pueblos Circumpuneños
en Relación con el Altiplano y Los Andes Meridionales”, Simposio de
Arqueología Atacameña, San Pedro de Atacama, Chile.
[12] Mercuri, Cecilia, 2018, Ob. Cit.
[13] Coll,
Luis V. J. (2016), “Técnicas de Análisis Espacial. Aplicación del Modelo Multicriterio en los Pastores Actuales del Valle de Fiambalá (Depto. Tinogasta,
Catamarca)”, Actas del XIX Congreso Nacional de
Arqueología Argentina, San Miguel de Tucumán, pp. 3137-3138.
[14] Jakel, Andrés
(2021), “El paisaje tras la
interpretación. Agropastoralismo y taskscapes en el
Valle Calchaquí Norte (Dto. de Cachi, Salta Argentina)”, Revista del
Museo de Antropología, vol. 14, nº 2, p. 14.
[15] Vigna, Mariana,
María Isabel González y Celeste Weitzel (2014), “Los
cabezales líticos de la microrregión del río Salado bonaerense, Argentina.
Diseños e historias de vida”, Intersecciones en
Antropología, vol. 15, nº 1, p. 58.
[16] Daston, Lorraine (2000),
“Introduction. The coming into being of scientific objects”. En Biographies of scientific objects, The University
of Chicago Press, USA, pp. 1-14.
[17] Salerno, Virginia 2011-2012, en Vigna,
Mariana et al (2014), Ob. Cit. p.64.
[18] Delfino, Daniel; Manasse,
Bárbara; Díaz, Alejandro y Pisani, M. Gustavo (2016),
“La arqueología socialmente útil y la arqueología pública. Reflexiones desde la
praxis”, Actas del XIX Congreso Nacional de Arqueología
Argentina, Serie monográfica y didáctica 54, San Miguel de Tucumán,
pp. 2648-2653.
[19] Salerno, Virginia (2013), “Arqueología Pública: reflexiones
sobre la construcción de un objeto de estudio”, Revista
Chilena de Antropología, nº 27, p. 17.
[20] Delfino, Daniel y Manasse,
Bárbara (1986), “Compromiso profesional del arqueólogo para con la realidad en
que se inserta su estudio”, Trabajo
presentado en Jornadas de Política Científica para la
Planificación de la Arqueología en la Argentina, 12 al 16 de octubre
de 1986. Horco Molle. (ms.).
[21] Delfino, Daniel Rodríguez, y Pablo
Gustavo (1989), “Cuando los arqueólogos vienen marchando: interrogantes y
propuestas en torno a la defensa y el rescate del patrimonio arqueológico”, Revista de Antropologí, nº 7, pp. 51-57.
[22] Manasse, Bárbara (2012), “Arqueología
en el borde andino del Noroeste Argentino: Sociedades del último milenio en el
Valle de Tafí, provincia de Tucumán, República
Argentina”. Tesis Doctoral. Facultad de Ciencias Naturales y Museo,
UNLP. http://naturalis. fcnym.unlp.edu.ar/repositorio/_documentos/tesis/tesis_1212.pdf.
[consultado en abril de 2020].
[23] Cf. Barale, Andrés y Delfino, Daniel (2007), “De los
dibujos de la cerámica de una aldea arqueológica a los textiles artesanales: el
desarrollo local y la arqueología en Laguna Blanca”, Aportes Científicos desde Humanidades, nº 7, pp. 225-235; Manasse, Bárbara, 2012, Ob. Cit.; Delfino, Daniel; Barale,
Andrés; Díaz, R. Alejandro; Dupuy, Sabine; Espiro, Valeria
E.; Pisani, M. Gustavo (2013), “El Museo Integral de
la Reserva de Biosfera de Laguna Blanca como soporte y vehículo de
confrontaciones discursivas, de prácticas académicas y campesinas”, Actas del IV Encuentro de
Museos Universitarios del Mercosur. I Encuentro de Museos Universitarios
Latinoamericanos y del Caribe, Museo Histórico, Universidad Nacional
del Litoral, Santa Fe, pp. 150-161; Delfino et al, 2016, Ob. Cit., entre
otros.
[24] Jofré, I. Carina; Biasatti,
Soledad; Compañy, Gonzalo; González, Gabriela; Galimberti, Soledad; Najle, Nadine; y Aroca, Pablo (2008), “La cayana: entre lo arqueológico
y lo cotidiano. Tensiones y resistencias en las versiones locales del
“patrimonio arqueológico” en el norte de San Juan”, Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología, nº 23, pp. 181-207.
[25] Mercuri,
Cecilia (2012), Variabilidad Tecnológica y
Redes de Interacción Social en el Noroeste Argentino a Través del Estudio de
las Estrategias Tecnológicas Líticas Durante el Periodo Formativo.
Proyecto de Carrera Investigador CONICET 2012.
[26] Oliszewski, Nurit, Guillermo Arreguez; Cruz, Hernán;
Di Lullo, Eugenia; Gramajo Bühler, Matías; Mauri, Eduardo; Pantorrilla Rivas, Martín; y Srur, Gabriela (2010), “Puesto Viejo: una aldea temprana en
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[28] Pantorrilla
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[29] Rivolta,
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[30] Mercuri,
Cecilia, 2012, Ob. Cit. Mercuri,
Cecilia
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[33] Mançano Fernandes,
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[34] Santos, Milton (1996), A Natureza do Espaço, São Paulo, Hucitec.
[35] Spíndola Zago, Octavio (2016), “Espacio, territorio y territorialidad: una
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[36] Herrera Montero, Luis Alberto y Herrera Montero, Lucía
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[37] Herrera Montero, Luis Alberto y Herrera Montero, Lucía,
2020, Ob. cit.
[38] Ther Ríos, Francisco (2012), “Antropología del territorio”, Polis, Revista de la
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[39] Lecoquierre, Bruno y Steck, Benjamin (1999). En
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[40] Ther Ríos, Francisco, 2012, Ob. Cit.
[41] Ther Ríos, Francisco, 2012,
Ob. Cit.
[42] Mançano Fernandes,
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[43] Martínez de San Vicente, Isabel; Galimberti, Cecilia y Jacob, Nadia (2017), “Paisaje y
territorio: revisitando conceptos a partir de las transformaciones del paisaje
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Investigación en Urbanismo, nº 9.
[44] Mançano Fernandes, Bernardo, 2012, Ob. Cit.
[45] Martínez de San Vicente, Isabel et al, 2017, Ob. Cit.
[46] Herrera Montero Luis Alberto y Herrera Montero, Lucía, 2020,
Ob. Cit. p. 109.
[47] Herrera Montero Luis Alberto y Herrera Montero, Lucía, 2020,
Ob. Cit. p. 104.
[48] Herrera Montero Luis Alberto y Herrera Montero, Lucía, 2020,
Ob. Cit. p.108.
[49] Herrera Montero
Luis Alberto y Herrera Montero, Lucía, 2020, Ob. Cit. p.108.
[50] Tizón (1996), citado en Ther Ríos,
Francisco, 2012, Ob. cit.
[51] Porto-Gonçalves, Carlos Walter (2009),
“De Saberes y de Territorios: diversidad y emancipación a partir de la
experiencia latino-americana”, Polis. Revista de la Universidad Bolivariana, vol. 8, nº 22, pp.
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[52] Nancy, Jean- Luc (2000), La comunidad inoperante, Santiago de
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[53] Haesbaert, Rogério
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Del “fin de los territorios” a la multiterritorialidad,
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[54] Haesbaert, Rogério, 2011, Ob. Cit.
[55] Arroyave, Sergio Iván (2019),
“Coproducción del paisaje y el campesino de Río Verde de los Montes. Entre territorializaciones y refrains”,
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[56] Herrera Montero Luis Alberto y Herrera Montero, Lucía,
2020, Ob. Cit. p.106.
[57] Braidotti, Rosi (2009), Transposiciones. Sobre la ética nómada,
Barcelona, Editorial Gedisa.
[58] Herrera Montero Luis Alberto y Herrera Montero, Lucía, 2020,
Ob. Cit.
[59] Arroyave Arrubla, Sergio Iván y
Gómez Zárate, Patricia (2021), “Territorializaciones
en la configuración de paisajes campesinos en Río Verde de los Montes,
Colombia, 1950-2016”, Investigaciones Geográficas Instituto de Geografía UNAM, nº
105. p. 1.
[60] Martínez de San Vicente, Isabel et al, 2017, Ob. Cit.
[61] Arroyave Arrubla, Sergio Iván y
Gómez Zárate, Patricia, 2021, Ob. Cit.
[62] Martínez de San Vicente, Isabel et al, 2017, Ob. Cit.
[63] Arroyave Arrubla, Sergio Iván y
Gómez Zárate, Patricia, 2021, Ob. Cit., p. 3.
[64] Herrera Montero,
Luis Alberto y Herrera Montero, Lucía, 2020, Ob. Cit., p. 99.
[65] Nates Cruz, Beatriz (2011), “Soportes
teóricos y etnográficos sobre conceptos de territorio”, Co-herencia, vol.
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[66] Sprovieri, Marina et al 2020 Ob. Cit., p. 4.
[67] Jakel, Andrés 2021, Ob. Cit. p. 17.
[68] Jakel, Andrés 2021, Ob. Cit. p. 17.
[69] Mançano Fernandes,
Bernardo, 2012, Ob. Cit.
[70] Mançano Fernandes, Bernardo, 2012, Ob. Cit.
[71] Llanos-Hernández, Luis (2010), “El Concepto del Territorio y la Investigación
en las Ciencias Sociales”, Agricultura, Sociedad y Desarrollo,
vol. 7, nº 3, pp. 208-220.
[72] Llanos-Hernández, Luis, 2010, Ob. Cit.
[73] Llanos-Hernández, Luis, 2010, Ob. Cit.
[74] Sprovieri, Marina et al, 2020, Ob. Cit., p. 3.
[75] Manasse, Bárbara, 2012, Ob. Cit.
[76] cf. Manasse, Bárbara 2012, Ob. Cit.,
Hodder, Ian (1986), Reading the Past: current approaches to
interpretation in Archaeological Method and Theory, Cambridge
University press, Cambridge; Mc Guire, Randall (1987), A
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Christopher Tilley (1987), Social theory and
archaeology, Oxford, Polity Press, entre
otros.
[77] Mercuri,
Cecilia, 2018, Ob. Cit.
[78] Lazzari, Marisa, 2005, Ob. Cit.
[79] Guber, Rossana (2011), La
etnografía: Método, campo y reflexividad, Buenos Aires, Siglo XXI.
[80] Cabral Ortiz, Jorge Esteban y Rivolta,
María Clara (2017), “Virke, tinaja o vasija tosca:
aproximaciones a un diálogo surgido desde la materialidad”, Práctica Arqueológica, vol. 1,
nº1, pp. 1-14.
[81] Cabral Ortíz,
Jorge Esteban; Mercuri, Cecilia; García
De Cecco, María Pilar; y Mendoza,
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integral”, Revista del Museo de Antropología, vol.
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[82] Cabral Ortíz,
Jorge Esteban et al. 2020,
Ob. Cit.
[83] Aljanati, Lucía I.; Cochero, Gregoria; y García,
Stella Maris (2017), “¿Sedimento de la experiencia histórica? Etnografías que
invitan a la reflexión acerca de los patrimonios”, Actas de
Reunión de Antropología del Mercosur, Posadas, p, 6392. En línea: chrome-extension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/http://naturalis.fcnym.unlp.edu.ar/repositorio/_documentos/sipcyt/bfa006529.pdf
[84] Ver entre otros Cabral Ortiz, Jorge Esteban y Rivolta, María Clara, 2017, Ob. Cit., Sprovieri, Marina et al., 2020, Ob. Cit.
[85] Cabral Ortiz Jorge Esteban y Rivolta,
María Clara 2017, Ob. Cit., Cabral Ortíz, Jorge Esteban et al.,
2020, Ob. Cit. p. 1.
[86] Cabral Ortiz Jorge Esteban y Rivolta,
María Clara, 2017, Ob. Cit., p. 2.
[87] Cabral Ortiz Jorge Esteban y Rivolta,
María Clara, 2017, Ob. Cit., p. 2. Sprovieri, Marina et al, 2020, Ob. Cit. p. 7.
[88] Mercuri, Cecilia 2012. Ob. Cit., Mercuri, Cecilia 2015a, Ob. Cit,
Mercuri, Cecilia 2015b, Ob. Cit, Mercuri, Cecilia
2016, Ob. Cit. Mercuri,
Cecilia et al., 2018, Ob. Cit.
[89] Turner, Juan Carlos M. y Mon, Ricardo (1979), “Cordillera Oriental”. En Turner J.C.M. Editor, Geología
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pp. 57-95. González, Osvaldo y Mon, Ricardo (1996),
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[90] Mercuri,
Cecilia, 2016, Ob. Cit.
[91] Mercuri, Cecilia et al, 2018, Ob. Cit.
[92] Bartolomé, Miguel Alberto (2003), “En defensa de la etnografía. El
Papel contemporáneo de la investigación intercultural”, Revista de
Antropología Social, nº 12, pp. 199-222.
[93] Cabral Ortíz,
Jorge Esteban y Rivolta, María Clara 2017, Ob. Cit. Cabral Ortiz, Jorge Esteban et al.,
2020, Ob. Cit.
[94] Cabral Ortíz,
Jorge Esteban y Rivolta, María Clara 2017, Ob. Cit. Cabral Ortiz, Jorge Esteban et al.,
2020, Ob. Cit.
[95] Cabral Ortiz, Jorge Esteban et al, 2020, Ob. Cit.
[96] Sprovieri,
Marina et al, 2020, Ob. Cit.
[97] Sprovieri,
Marina et al, 2020, Ob. Cit. p.
14.
[98] Sprovieri,
Marina et al, 2020, Ob. Cit.
[99] Sprovieri,
Marina et al, 2020, Ob. Cit.
p.21.
[100] Sprovieri, Marina et al,
2020, Ob. Cit. pp. 21-22.
[101] Pazzarelli, Francisco y Lema, Verónica S. (2018), “Paisajes, Vidas y Equivocaciones en Los Andes
Meridionales (Jujuy, Argentina)”, Chungara Revista de
Antropología Chilena, vol. 50, n° 2, pp. 307-318.
[102] Pazzarelli, Francisco y
Lema, Verónica, 2018, Ob. Cit., p. 307.
[103] Pazzarelli, Francisco y
Lema, Verónica, 2018, Ob. Cit., p. 307.
[104] Cabral Ortiz, Jorge Esteban y Rivolta,
María Clara, 2017, Ob. Cit.
[105] Jakel, Andrés,
2020, Ob. Cit., p. 15.
[106] PROGRAMA NACIONAL Relevamiento Territorial de Comunidades
Indígenas. Ministerio de Desarrollo Social. Presidencia de la Nación. Instituto
Nacional de Asuntos Indígenas (2007).
[107] PROGRAMA NACIONAL Relevamiento
Territorial de Comunidades Indígenas (2007), Ob. Cit., p 5.
[108] PROGRAMA NACIONAL Relevamiento
Territorial de Comunidades Indígenas (2007), Ob. Cit., p 5.
[109] Sprovieri, Marina
et al, 2020, Ob. Cit., p.
24.
[110] Sprovieri, Marina et al, 2020, Ob. Cit. p. 21.
[111] Sprovieri, Marina et al, 2020, Ob. Cit. Pazzarelli, Francisco y
Lema, Verónica S., 2018, Ob. Cit.
[112] Spíndola Zago, Octavio, 2018, Ob. Cit.
[113] Spíndola Zago, Octavio, 2018, Ob. Cit.
[114] Herrera Montero, Luis Alberto y Herrera Montero, Lucía, 2020,
Ob. Cit.
[115] Herrera Montero, Luis Alberto y Herrera Montero, Lucía, 2020,
Ob. Cit. p. 104
[116] Pazzarelli, Francisco y Lema, Verónica S., 2018, Ob. Cit.
[117] Pazzarelli, Francisco y
Lema, Verónica S., 2018, Ob. Cit. p. 309.
[118] Sprovieri, Marina et al, 2020, Ob. Cit. p. 3.
[119] Sprovieri, Marina et al, 2020, Ob. Cit. p. 5.
[120] Sprovieri, Marina et al, 2020, Ob. Cit.
[121] Sprovieri, Marina et al, 2020, Ob. Cit.
[122] Ver entre otros Sprovieri,
Marina et al, 2020, Ob. Cit.
Pazzarelli, Francisco y Lema, Verónica S., 2018, Ob. Cit.
[123] Sprovieri, Marina et al, 2020, Ob. Cit., p.
24.
[124] Sprovieri, Marina et al, 2020, Ob. Cit.
[125] Pazzarelli, Francisco y
Lema, Verónica S., 2018, Ob. Cit.