Revista Andes, Antropología e Historia

Vol. 33, Nº 1, Enero – Junio 2022

Esta obra está bajo licencia de Creative Commons Atribución - No Comercial CC BY-NC    https://creativecommons.org/licenses/by-nc/4.0/ ISSN Nº 1668-8090

 CRIOLLOS, GRINGOS Y TURCOS. UNA ETNOGRAFIA DE LAS RECONFIGURACIONES IDENTITARIAS EN EL CHACO SANTIAGUEÑO.

 CRIOLLOS, GRINGOS AND TURCOS. AN ETHNOGRAPHY OF THE IDENTIFICATION RECONFIGURATIONS IN THE CHACO SANTIAGUEÑO.

 

Pablo Alberto Concha Merlo
INDES FHyCS-UNSE/CONICET
Argentina
pacm85@hotmail.com

 

 

Fecha de ingreso: 16/02/2021.

Fecha de aceptación: 13/08/2021

 Resumen

El presente artículo aborda la reconfiguración histórica de las identidades en el Chaco santiagueño desde comienzos del XX hasta la emergencia de organizaciones sociales con una fuerte política identitaria, como es el caso del Movimiento Campesino de Santiago del Estero-Vía Campesina. Se analiza, por un lado, cómo fue desarrollándose un proceso de diferenciación entre quienes se auto perciben como “criollos” y otros dos segmentos sociales que los criollos perciben como “gringos” y “turcos”. Por otro, se enfatiza en cómo el desarrollo de conflictos territoriales y la emergencia del MOCASE-VC fue generando nuevas identidades políticas que coexisten, antagonizan o se mixturan con las formaciones identitarias formadas a principio de siglo. El texto muestra como estas reconfiguraciones identitarias están relacionadas con procesos de transformación en los modos en los cuales se construyen vínculos y se establecen las relaciones de poder en el mundo local.

 Palabras clave: Identidades, Chaco santiagueño, Movimientos sociales, Racialización, Conflictos territoriales

Abstract

This article studies the historical reconfiguration of identities in the Santiago Chaco from the beginning of the 20th century until the emergence of social organizations with a strong identity policy, as is the case of the Campesino Movement of Santiago del Estero-Vía Campesina. On the one hand, it is analyzed how a process of differentiation developed between those who perceive themselves as “criollos” and two other social segments that the criollos perceive as “gringos” and “turcos”. On the other, it emphasizes how the development of territorial conflicts and the emergence of the MOCASE-VC was generating new political identities that coexist, antagonize or mix with the identity formations formed at the beginning of the century. The text shows how these identity reconfigurations are related to transformation processes in the ways in which ties are built and power relations are established in the local world.

 Keywords: Identities, Santiago Chaco, Social movements, Racialization, Territorial conflicts

Introducción

Comencé mi trabajo de campo en abril de 2014 en los departamentos Alberdi y Copo, ubicados en la provincia argentina de Santiago del Estero, en una región que el antropólogo Santiago Bilbao[1] nominó extremo norte del Chaco santiagueño durante la década del sesenta. Como la gran mayoría de los investigadores que arribaron a esta zona desde los años noventa a esta parte[2], mi trabajo estuvo motivado por comprender los procesos que habían dado lugar al surgimiento de organizaciones sociales de distinta envergadura y más específicamente al Movimiento Campesino de Santiago del Estero- Vía Campesina (en adelante, MOCASE-VC). Como documentan dichos trabajos, estos procesos estuvieron movilizados principalmente por conflictos territoriales cuyas intensidades se habían multiplicado exponencialmente desde los años ochenta hasta las primeras dos décadas del nuevo milenio en Santiago del Estero, generando que amplios sectores del mundo rural se encolumnaran tras la identidad política “campesino”. Además, desde la primera década de los dos mil, junto a la identidad política “campesina”, distintas organizaciones –entre ellas el MOCASE-VC— impulsaron procesos de reconocimiento étnicos en grupos indígenas que se consideraban “extintos” desde la colonia.

Conforme a lo anterior, resulta notorio que los conflictos territoriales fueron un caldo de cultivo para nuevas identidades políticas[3], apropiadas de modos muy diversos por aquellos actores que componían las complejas redes de sociabilidad inscriptas como “movimientos sociales agrarios” en la literatura sociológica contemporánea. Ahora bien, la experiencia de campo entre 2014 y 2018 me mostró que estas identidades emergentes, cuyas lógicas podían ser pensadas desde transformaciones a escala global, venían a hibridarse, anexarse, co-existir o entrar en conflicto con un trasfondo de diferencias y relieves identitarios que le precedían históricamente.  

  En este sentido, mi dialogo con los habitantes de la región en cuestión fue revelando la existencia de una cartografía identitatria[4] que distinguía entre “criollos”, “gringos” y “turcos” a las personas que componían el espacio social cotidiano, remitiéndolas a grupos bien definidos a pesar de cierta conciencia de las personas del lugar respecto a las porosidades que caracterizan cualquier frontera social, generalmente entendidas bajo imaginarios de mestizaje –que no serán trabajados en este artículo—. Y, por tanto, durante la producción de mi tesis doctoral fui advirtiendo que para poder comprender en profundidad los sentidos asociados a las nuevas identidades en ciernes, era necesario entender primero cuáles eran los diacríticos que sustentaban estas fronteras simbólicas, así como los procesos en los cuales fueron tornándose más o menos significativos.

 El articulo tiene como objetivo analizar la génesis histórica de esta cartografía identitaria a comienzos del siglo XX y su reconfiguración a lo largo de distintos procesos históricos hasta la actualidad. Poniendo énfasis tanto en los procesos de diferenciación como en las distintas formas de articulación entre estos distintos segmentos que componen esta matriz de alteridad, intento comprender cuáles son los diacríticos significativos que marcan fronteras entre grupos y cómo estas divisiones regulan los vínculos entre las personas que habitan en el Chaco santiagueño. En este sentido, el texto es un ensayo etnográfico que hace hincapié en la historicidad de las formas de vinculación y pone de relieve la coexistencia de mutaciones y permanencias en las tramas relacionales del espacio social analizado.

Como se anticipó, este artículo recorta algunos aspectos puntuales trabajados en la etnografía presentada como tesis doctoral en octubre del 2019, producto de un proceso de investigación iniciado en 2014. En este sentido, se parte de un enfoque etnográfico[5] que articula técnicas de campo y trabajo de archivo. En los que respecta a las técnicas de recolección de información en el campo, se usaron la observación participante, el dialogo informal con interlocutores y entrevistas semi-estructuradas. Por su parte, el trabajo de archivo consistió en el armado de un corpus heterodoxo en cuanto al tipo de fuente utilizada para la re-construcción de los procesos históricos y las formas en que las transformaciones históricas fueron experimentadas. 

La formación de una matriz identitaria durante el siglo XX

Hasta fines del siglo XIX, el Gran Chaco todavía constituía una frontera interétnica con el “indio”. Un “desierto” desconocido en su geografía profunda como atestiguan las cartografías de la época. Luego de que el Ejército nacional tomara control efectivo de este espacio perteneciente a distintas parcialidades étnicas, las autoridades gubernamentales lo seccionaron en partes para efectivizar los procesos de soberanía política. Por un lado, se crearon los territorios nacionales de Chaco y Formosa, convertidos en provincias desde mediados del siglo XX. Por otro, se repartió parte de este extenso territorio entre las provincias limítrofes de Santiago del Estero, Salta, Santa Fe. Lo que a posteriori se conoció como “Chaco santiagueño” – para diferenciarlo del “Chaco santafecino”, “Chaco salteño” y “Chaco nacional”—significó la anexión de al menos un tercio de la actual extensión provincial de Santiago del Estero entre 1884 y 1902[6].

En paralelo a este proceso de despojo a poblaciones originarias de un amplio coto de caza, recolección e intercambios interétnicos, los distintos gobiernos provinciales que se sucedieron enajenaron cientos de hectáreas por escaso valor, incentivando el arribo de capitales que pudieran convertir el monte impenetrable en un espacio de extracción de maderas duras.   Y, entre 1890 y 1930, el Chaco santiagueño se convirtió en el núcleo productivo de mayor relevancia en términos de ingresos a las arcas provincial. Esta articulación en los circuitos de producción y circulación del capital extractivo supuso un cambio radical de la configuración social local en aspectos económicos, sociales, culturales y ambientales.

 La región también se convirtió en un polo de atracción para flujos poblacionales bastante diversos. Por un lado, migrantes internos provenientes de distintos lugares de la campaña que se aventuraron al interior del “desierto” para conchabarse como obreros de los obrajes madereros, y también familias campesinas de tradición ganadera que se desplazaron desde sus lugares de origen buscando ambientes aptos para la cría y el engorde de sus animales. En su gran mayoría, los migrantes internos provenían de espacios limítrofes al Chaco santiagueño, generalmente asentados en las proximidades del río Salado, sitio que desde la Colonia se había convertido en el límite jurisdiccional entre el mundo civilizado y el temido “desierto” chaqueño. Y constituían una población fronteriza cuya liminalidad respecto al mundo indígena del Chaco no era tan sólo espacial para los contemporáneos.

En efecto, sus pobladores fueron representados como portadores de una fuerte presencia “india” por parte de distintos actores entre fines del XIX y comienzos de siglo XX. Los hermanos Mulhall[7], por ejemplo, los describían como “indios mansos descendientes de los que habían sido reducidos por la orden franciscanas hasta comienzos del siglo XIX”, en alusión a la reducción indígena de la etnia vilela que funcionó en esta zona, primero a cargo de la Compañía de Jesús y luego pasó a ser administrada por la orden Franciscana, designada para suceder a los a los jesuitas en la tarea evangelizadora cuando estos fueros expulsados de España y sus colonias en 1767.

Por otra parte, un maestro nacido en la ribera del río Salado advertía las dificultades de civilizar a una población cuyas actividades reproductivas estaban basadas en la agricultura de bañado, la caza/recolección y la cría a campo abierto. Alertaba cómo este tipo de circunstancias generaban el peligro de que “triunfe un autoctonismo atávico-indígena”[8]. Del mismo modo, a través de distintos discursos proferidos en las flamantes escuelas, conminaba a la comunidad para que alejara de sus vidas conductas salvajes que los convertían en “indios refractarios”[9]. Sin embargo, Moreno Saravia se sentía un claro ejemplo de que esa pulsión disolvente del cuerpo indio podía ser vencida por medio de la instrucción escolar. Por dicho motivo, alentaba a la comunidad para que optaran por el camino de la educación señalando que “un criollo por mucha kishka (“espina” en quechua) indígena que hubiese heredado, puede convertirse en el más culto, poderoso, y sabio, y benéfico de los hombres”[10]. Conforme a lo anterior, la categoría “criollo” vehiculizada por agentes de Estado desde la literatura gauchesca a los lugares más recónditos de la campaña, fue adoptada durante el siglo XX por la población nativa dotándolos de una identidad que les permitía diferenciarse tanto de los grupos indígenas del Chaco como de migrantes extranjeros.

Como señalaba Moreno Saravia en Escuela y Patriotismo, quienes habitaban las riberas del río Salado eran conocidos como “saladinos” o “shalacos”[11], una identidad que los diferenciaba del resto de los santiagueños. El rotulo “shalaco” o “chalaco” se convirtió durante el siglo XX en un adjetivo muy difundido en toda la provincia de Santiago del Estero usado como sinónimo del adjetivo “indio” usado en Argentina como insulto que condensaba sentidos de incivilidad, salvajismo o marcas fenotípicas vinculadas a las poblaciones originarias de América. De ahí que, como señala Mansilla[12] en su libro Monte quemado y su gente, no es poco frecuente que pobladores de los departamentos Alberdi y Copo nieguen por vergüenza a los ancestros provenientes del Salado, y que, otros agentes, cuyos antepasados arribaron a la región en otros procesos migratorios contemporáneos o posteriores, les recuerden el estigma de su ascendencia “shalaca”.

Además de migrantes internos de la campaña, los obrajes madereros trajeron consigo contingentes de diversos orígenes que fueron asentándose en la región. Un grupo minoritario de actores que arribaron al desierto chaco santiagueño en la primera mitad del siglo XX eran inmigrantes recientemente llegados al país. Otros, que provenían de centros urbanos como la capital santiagueña, podían diferenciarse de los pobladores del mundo local en virtud de rasgos fenotípicos y las prácticas culturales que contrastaban notablemente con las locales. Aunque se trataba de actores minoritario respecto a la población nativa, muchos de ellos formaban parte de las estructuras jerárquicas de los sistemas productivos obrajeros, ya sea que se desempeñaran como patrones, capataces y administrativos, comerciantes e incluso operarios ferroviarios. Un contingente de personas que se sumaban a este grupo eran quienes habían arribado al Chaco santiagueño en calidad de representantes de agencias estatales como maestros, inspectores de escuelas, etcétera. En definitiva, se trataba de sectores sumamente heterogéneos los que llegaron a este confín post-fronterizo en las primeras décadas del XX, ocupando en su mayoría lugares de mayor prestigio en los nacientes poblados como Campo Gallo o Monte Quemado, en virtud de formas de sociabilidad urbana. Y fueron inteligidos como “gringos” o “cari i gringu” –según la distinción trazada en la década del sesenta por un maestro oriundo de la zona en virtud de si efectivamente eran extranjeros o simplemente podían aparentar serlo por sus rasgos fenotípicos o ciertas prácticas urbanas generalmente anudadas en la percepción local.[13]

Si tomamos las descripciones de González Trilla, un español editor del periódico El Chaqueño[14], podemos observar que para estos “gringos” que habían arribado a comienzos del siglo XX la población del Chaco santiagueño podía ser descripta como “indios quechuas”. Mientras que un santiagueño de la capital cómo Gallo Schaefer, señalaba respecto a las poblaciones de la zona:

 

Es muy curiosa la vida de los obrajeros en el monte. Viven en pequeñas chozas, fabricadas con sunchos y latas de keresene, en notable promiscuidad. La mayoría es gente indígena. Estos aborígenes constituyen la base de la mano de obra en las explotaciones forestales. Hablan la quichua, su lengua nativa (…) Si las necesidades de esta raza fueran mayores o más difíciles de practicar, habría ya desaparecido (…) pero escapan de esa suerte tanto porque su comida la constituye el maíz (…) y cuando escasea el maíz, los montes brindan diferentes frutos y miel silvestre; huevos de aves del campo; y la tierra, por doquier, animales diversos. Esta raza, en humilde concepto del autor, pertenecerá a la historia (…) asfixiada por la aglomeración de otras razas superiores que se arrebataran su dominio, cumpliéndose las leyes darwinianas de la lucha por la existencia y de la selección natural (…) Sin embargo es obra del buen gobierno conservar y proteger esa raza que ya muere. Solo ella está hecha para las grandes fatigas en nuestro suelo[15].

 

Para Carlos Gallo Schaefer, los hacheros de los obrajes constituían una raza “aborigen” considerablemente inferior respecto de las clases acomodadas de la capital santiagueña y la nueva población europea que arribaba al país en el contexto. Según este autor fuertemente influido por el evolucionismo decimonónico, el hecho de que la extinción de estos segmentos no lograra consumarse se debía al simple hecho de que estos actores de la campaña podían subsistir con escasos recursos mediante estrategias como la pequeña agricultura y la caza/recolección. Con todo, estos “aborígenes” en franca decadencia resultaban piezas irremplazables en la mecánica obrajera de comienzos de siglo, dado que constituían una fuerza de trabajo resistente al clima y el ambiente a juicio de Gallo Schaefer; es decir, capaces de tolerar formas voraces de explotación en contextos poco favorables, y por una retribución menor a la media de los trabajadores del resto del país, dado que el acceso a los recursos del monte posibilitaba adquirir los bienes de uso necesarios para complementar la reproducción doméstica.

 Figura 1: Estación de Ferrocarril de Campo Gallo, año 1919. Fotografía tomada en el contexto del arribo de la primera maestra al pueblo.

 

 

Detalle de imagen: Arribo de la primera maestra a Campo Gallo. Fuente: colección personal de Lucio Riso Patrón. Captura el arribo de la primera maestra a Campo Gallo, Departamento Alberdi, en 1919. Según Riso Patrón, en la fotografía puede verse un fuerte contraste entre colectivos: En el medio de la escena se encuentra la maestra Sofía Franzzini Bravo, oriunda de Ramo Mejía. Hacia la izquierda y detrás de la maestra se concentran los “paisanos” de nativos de la zona, los cuales se encuentran vestidos con sombreros de cuero, chiripas y están descalzos. Del lado derecho se observan operarios del Ferrocarril junto a una pareja destacada del pueblo que según el Riso Patrón podrían ser propietarios del primer obraje.

 

Ahora bien, dentro de los inmigrantes que arribaron al “desierto” junto al desarrollo del sistema obrajero, se encontraba un grupo proveniente de Asia occidental, particularmente de Siria y Líbano, quienes fueron identificados con el mote despectivo “turcos” por el hecho de encontrarse estos países bajo dominio del Imperio Otomano en el momento que partieron hacia Argentina. Con el pasar de los años, sirios y libaneses se convirtieron en un grupo fuertemente corporativo y en su mayoría siguieron una trayectoria de ascenso social con una lógica similar. Para poder capturar este proceso, Alberto Tasso [16] se remite a las transformaciones estructurales del sistema obrajero durante la primera mitad del siglo XX.

La década del treinta fue un punto de inflexión en la historia del régimen obrajero.  Desde mediados de los treintas en adelante, cada vez con mayor celeridad, empezaron a aparecer nuevas formas de explotación con establecimientos medianos y pequeños. Esta nueva modalidad de los obrajes fue posibilitada por una reorganización en las políticas referidas al acceso a la tierra. Es que, en este nuevo contexto de crisis, se produjo un cambio sustancial en el modo de adquisición de las explotaciones: si anteriormente predominaba un modo de adquisición basado en la compra de títulos, después de los treinta predominó el sistema de arriendo de tierras. Dicha transformación fue parte de una política orientada a incentivar el crecimiento de una actividad estancada y decreciente que constituía el principal renglón de ingreso de la provincia[17]. En su mayoría, los inversionistas eran empresarios afincados en la provincia que habían logrado acumular suficiente capital en otras actividades como el comercio o la agricultura. Y algunos de ellos, eran comerciantes de origen sirio o libanes apodados como “turcos”[18].

Como señala Tasso, la mayoría de los sirios y libaneses arribaron a la zona lo hicieron en calidad vendedores ambulantes en los primeros años del siglo XX, pero progresivamente fueron estableciendo comercios en pueblos y parajes deviniendo en algunos casos en proveedurías de características monopólicas. Estos almacenes de “ramos generales” no sólo proveían de mercadería sino también recibían producciones campesinas a cambio de mercadería en trueques generalmente asimétricos. Una modalidad cuyo patrón también siguieron otros actores de la campaña que no eran necesariamente sirios o libaneses.

 Desde la década de los treinta, muchos sirios y libaneses que habían acumulado capital en su actividad comercial comenzaron a diversificarse hacia la extracción obrajera, sin por ello dejar de lado el lugar monopólico del comercio en el ámbito de la campaña chaco santiagueña. Gradualmente, los “turcos” comenzaron a adquirir el estatus de patrones y se posicionaron también en el campo del poder local de modo permanente.

Luciano Vitar, un maestro de escuela que describía en Rincón de mi patria[19] a las mujeres campesinas como “chinas” y a la gente “paisana” o “criolla” como “chalacos”[20], una “raza sufrida”, “atenta y sumisa”. Además, decía respecto a la gente “nativa”:

 

No tiene nada de previsor, es un personaje completamente distinto al extranjero. Este por lo general llega más pobre que nuestro nativo, pero con un espíritu rico en esperanzas y voluntad para trabajar, tiene ya ese don peculiar de ser previsor y es muy común ver al extranjero, con su almacén, otros con su finca o su pequeña granja, etc. Mientras que el criollo todavía no ha construido su rancho, el extranjero ha adquirido buenas posiciones y mantiene superioridad sobre el nativo; como consciencia inmediata de esta superioridad material viene la espiritual y nadie puede discutir que generalmente los extranjeros ocupan las funciones sociales o políticas más importantes en caso todas las poblaciones del interior de la provincia[21].

 

Durante los primeros años del peronismo, en la perspectiva de las personas de origen sirio y libanes, esta diferenciación entre “nativos” y “extranjeros” se constituía como una jerarquía en la cual se ponderaba a los últimos en un lugar de superioridad intelectual y moral, sobre un trasfondo de desigualdades económicas y políticas que parecían justificar tales asimetrías históricamente fijadas. Pero Vitar no solamente encontraba moralidades indignas entre los “nativos”. De hecho, no dejaba de destacar gestos de atención y sumisión como parte del talante paisano, dando cuenta de que ese sentimiento de superioridad extranjera era correspondido a través de vínculos deferentes. 

Un grupo importante de sirios y libaneses se consolidaron como empresarios en un contexto en el cual los réditos económicos del sistema obrajero habían descendido, generando un mayor ajuste sobre los peones. También se insertaron en un momento en el cual predominaba la extracción de carbón y leña que tenía serias consecuencias ecológicas y traía aparejada severos padecimientos corporales para los hacheros. Es que desde los sesenta los hacheros trabajaban en el obraje solo con la finalidad de obtener mercadería, mientras que migraban a otras provincias vecinas en busca de trabajo asalariado: la zafra en Tucumán y el algodón en Chaco[22].

Los sirios y libaneses no fueron los únicos que ascendieron montando pequeños y voraces obrajes a partir del arrendamiento. Según datos de 1986, un momento álgido de crisis y migraciones masivas a centros urbanos, solo el 42, 9% (45) de los grandes productores forestales eran de origen árabe –de los cuales 17 residían en la zona de Tintina (5), Campo Gallo (5) y Monte Quemado (7), contra 21 que no respondían a esta identificación y residían en la capital provincial[23]. Si bien no llegaban a ser la mitad de los grandes productores forestales en la región, la etiqueta de “turco” condensaba metonímicamente una transformación social de enormes características que, a su vez, catapultó y sostuvo a los sirios y libaneses en la cima del espacio social, generando entre los trabajadores enormes penurias.

Estas circunstancias se traducen en un desprecio generalizado entre bastidores desde “criollos” a “turcos” a quienes consideran culpables no solo de la explotación laboral y de ser patrones voraces, sino también de la experiencia del deterioro ambiental. La razón del desprecio por parte de “criollos” también encuentra asidero en otra circunstancia cultural que nos remite a la primera mitad del siglo XX. En efecto, los sirio-libaneses no constituyeron jamás el modelo de inmigración deseado por las elites provinciales de familias tradicionales en la primera mitad del siglo, como si eran los “gringos”. Los nuevos ricos orientales fueron estigmatizados, aun a pesar de haberse posicionado en términos de capital económico, no solo en la zona de estudio sino en general en la provincia de Santiago del Estero.  En la ciudad capital de Santiago y en los pueblos, de hecho, es común encontrar la circulación no tan residual de discursos racistas respecto a “turcos” a pesar de que en términos de campo del poder se encuentran muy bien representados desde la segunda mitad del XX[24].

En conclusión, desde la perspectiva de los actores auto-reconocidos como “criollos”, el mundo social que habitan se compone también de otros tipos de actores como “turcos” y “gringos” respecto a los cuales suelen encontrarse vinculados por medio de relaciones asimétricas en virtud de que durante el siglo XX se produjeron relaciones de dependencia tanto laborales como comerciales. Esto fue generando que los estereotipos de “gringo” y “turco” se encuentren entremezclados en el imaginario local con la figura del “patrón” en el Chaco santiagueño.

 Criollos, gringos y turcos: desde la crisis de los setenta a los actuales conflictos por la tierra  

 

Durante mi trabajo de campo pude observar cómo, en diversos intercambios con pobladores del Chaco santiagueño, aparecían diferentes referencias a “gringos” y “turcos” particulares de la zona, del mismo modo que lo hacían ciertos estereotipos que reducían a los grupos identificados a ciertos atributos esenciales. En el curso de mi experiencia en este espacio social fui comprendiendo que al invocar sus otros, el nosotros “criollo”[25] también era implícitamente restituido y afirmado a pesar de que en ciertas ocasiones la presencia de la categoría no apareciese abiertamente explicitada. Conforme lo anterior, es posible sostener que el mundo social de los “criollos” se compone actualmente en base a una misma matriz identitaria tripartita a pesar de que en las generaciones más jóvenes la categoría “criollo” haya perdido el vigor que tenía entre los adultos mayores. Ahora bien, aunque pudiéramos hablar de citas literales del pasado para describir dichos estereotipos y atributos, lo cierto es que el trasfondo histórico a donde son proferidas estas reverberaciones ideológicas del pasado se han reconfigurado considerablemente durante las últimas décadas. Para poder comprender el contexto que dio lugar a estas transformaciones en el plano identitario y a la emergencia de los conflictos por la tierra es necesario analizar una serie de cambios ocurridos desde la segunda mitad del siglo XX. En este apartado primero se analizan las transformaciones económicas, sociales y políticas, y luego las reconfiguraciones de las identidades sociales. 

Aunque la crisis del régimen obrajero se hizo patente a partir los años cuarenta, desde la década del setenta hasta mediados de la primera década de los dos mil el Chaco santiagueño fue testigo de una álgida crisis que terminó por derrumbar la estructura económica y reestructurar las relaciones de poder.

Hasta inicios de la década del setenta, la mayoría de las personas asalariadas de la zona complementaban el trabajo hachero en los obrajes de la zona con migraciones estacionales a la carpida del algodón en la provincia de Chaco y a la zafra en Tucumán[26]. Si a comienzos de los setenta, los obrajes retribuían a sus trabajadores con mercadería en lugar de hacerlo con dinero, dando muestra de ser emprendimientos poco redituables que se mantenían con la sobre explotación obrera, hacia fines de esta misma década muchos de ellos cerraron sus puertas en un proceso que prolongó su agonía hasta los noventa sin lograr que cesara la actividad por completo. Pero en los ochenta la crisis social comenzó a intensificarse en la medida en que los algodonales situados en la vecina provincia de Chaco fueron reemplazando a los cosecheros por maquinaria de cosecha cada vez más precisa[27]. A partir de entonces, la posibilidad de trabajo se redujo notablemente ahogando la economía doméstica de las familias de la región y las migraciones se profundizaron aún más en el contexto de la hiperinflación argentina de fines de los ochenta. Y esta situación se tornó insostenible cuando en 1993 se clausuró el ramal 5 del Ferrocarril Belgrano, el cual tenía como último destino al poblado de Campo Gallo. Todo este proceso es recordado como “la fiebre de Buenos Aires” por las masivas movilizaciones a centros urbanos como Buenos Aires. Y al igual que al evocar la “época de Alfonsín”, cuando mis interlocutores rememoraban aquellos años la gestualidad de sus rostros dejaban traslucir una profunda sensación de congoja y desesperación.

Un indicador de la falta de alternativas en el recuerdo de las personas, es que la principal estrategia de subsistencia era la caza de animales de monte, ya sea como alimento o también para extracción de cueros (iguana) vendidos a intermediarios que los comercializaban en otros lugares del país, mientras que en el presente dicha estrategia fue quedando relegada a segundo o tercer plano para quienes reciben algún fondo estatal, realizan cría de animales o agricultura a pequeña escala. Por otra parte, quienes permanecieron en los departamentos Alberdi y Copo y mantuvieron alguna fuente de ingreso, suelen acordar en que dicha crisis también fue un momento en el que el abuso laboral y la arbitrariedad por parte de los patrones se intensificó. Particularmente, los patrones a quienes recuerdan los actores con los que pude intercambiar durante mi trabajo de campo suelen ser descriptos como “turcos” o “gringos”.

A pesar de la prolongada crisis experimentada por toda la región desde mediados del siglo XX y de un marco mundial de políticas neoliberales que no contribuyeron a una mejora estructural de provincias descriptas como “inviables” desde el establishment, también es cierto que esta reconfiguración significó a nivel local un margen de autonomía territorial para muchos parajes que lograron liberarse transitoriamente de la presencia constante y amenazante de empresas madereras, las cuales habían usufructuado territorios campesinos poblados con anterioridad al desarrollo obrajero desde principios de siglo o habían contribuido a crear asentamientos en lugares antes despoblados. En otros casos, si bien la actividad productiva de las empresas cesó, los patrones ingeniaron distintos mecanismos para controlar que las poblaciones locales no extrajeran maderas, manteniendo cierto control efectivo al menos hasta el advenimiento de los movimientos sociales en los años dos mil. No obstante, resulta superficial realizar generalizaciones sobre lo sucedido en cada una de estas poblaciones, mientras que puede ser más enriquecedor analizar al menos un caso de lo posible.

Un segundo elemento a tener en cuenta, fueron una serie de transformaciones políticas desde mediados de los noventa. Procesos de organización política en torno a movimientos que alcanzaron mayor o menor grado de estabilidad. En el caso puntual de Campo Gallo y la serie de poblaciones dispersas dependientes de este pueblo, los procesos de organización política tuvieron como eje las dificultades de acceso al agua durante la década del noventa a partir del cierre del Ramal 5 del ferrocarril Belgrano que proveía al pueblo de agua, así como la crisis generalizada en materia de desempleo y las dificultades de acceso al alimento que fueron profundizándose sistemáticamente desde los cuarenta en adelante, alcanzando el 45% de NBI en 2001[28]. Identifiqué un primer proceso de organización política en el pueblo de Campo Gallo que consagro sorpresivamente a Jhon Bosco Mendonca como intendente. Este sacerdote oriundo de la India, había arribado a fines de los ochenta a Santiago del Estero y rápidamente se convirtió en un referente religioso del Departamento Alberdi. Animado por distintos sectores ganó la intendencia en los comicios de 1995 en contra del candidato juarista. La elección del “cura Jhon” fue posible en la medida en que, desde 1991, Campo Gallo se convirtió en municipio de tercera categoría y las autoridades de la intendencia pasaron de ser electas por designación del Ejecutivo provincial a serlo mediante el voto popular. Estas circunstancias generaron un primer quiebre político en el mundo local ampliando las bases de negociación para la obtención votos y el ascenso al poder del municipio.

Otra mutación acaecida posteriormente fue el creciente procesos de organización de familias en torno a movimientos como el Movimiento Campesino de Santiago de Estero (Mo. Ca. SE)[29]. Esta organización, que se encontraba en otros departamentos limítrofes desde 1990, como Copo y Moreno, hizo su aparición en el departamento Alberdi en los dos mil a raíz de una serie conflictos territoriales entre “campesinos” y “empresarios”, según las categorías políticas que fueron imponiéndose al interior de la organización. Esta aparición, a su vez, se enmarca en movimientos de protesta popular más amplios que movilizaron a distintos sectores de la capital y no tardaron en replicarse en distintos lugares del mundo rural, jugando un rol determinante en la Intervención Federal de 2004 contra el denominado “régimen juarista”[30]. Desde la Intervención federal la lógica de relación entre los movimientos de base, el gobierno provincial y los medios de comunicación contribuyeron a un cambio en las relaciones de poder entre distintos sectores del Chaco santiagueño generando dinámicas que dieron lugar a procesos de resistencia de modo cada vez más asiduo en la región.

Los conflictos del año 2006 en Alberdi fueron recogidos por distintos medios provinciales y la capital nacional. A su vez, distintos pobladores recuerdan que durante el desarrollo de las resistencias campesinas las redes tejidas con el MOCASE-VC posibilitaron la llegada de “veedores” del gobierno nacional y provincial a fin de supervisar el accionar de las fuerzas de seguridad y tomar medidas respecto a aquellas empresas cuya principal línea de acción consistía en instalar personal armado en las tierras reclamadas. Cuando concluyó este proceso, muchas de las familias que habían participado activamente pasaron a formar parte del movimiento de modo permanente hasta la actualidad. Y luego del 2011 muchas de ellas se reconocieron miembros de la etnia indígena lule-vilela[31].

Es necesario advertir que, a diferencia de los procesos de desalojo ocurridos durante los ochenta y los noventa en otras regiones de Santiago del Estero, en este nuevo contexto la sistematicidad de los intentos de despojo por parte de empresarios se da en un escenario de recuperación económica gestada con el cambio de orientación político-económica del país luego de la crisis de 2001, cuando colapsó la vía neoliberal en argentina. Una coyuntura caracterizada por la revalorización de estas tierras marginales como fuente productiva, como consecuencia de una demanda en alza generada por la consolidación sostenida del mercado interno. Esto fue lo que permitió la colocación de producciones marginales dentro del sistema –generalmente vendidas a muy bajo costo o cambiadas en trueque por otros productos— dando no sólo a medianos y grandes productores de la zona sino también al sector de la Agricultura familiar. Por ejemplo, en un lapso muy breve de tiempo, los pequeños productores locales multiplicaron ampliamente sus ingresos debido a un boom ganadero generado en toda la región chaqueña. Debido a esta situación era común observar como productores pequeños adquirían maquinaria, herramientas y medios de transportes mediante los ahorros obtenidos en su actividad.

Fue este nuevo escenario la ocasión para la aparición de empresarios de otras latitudes interesados en adquirir las tierras a bajos costos, los cuales eran recibidos por redes locales de actores que movilizan empresarios y políticos nativos con una tradición en la extracción forestal y el comercio.  Un dato importante para entender este proceso es que esa nueva red concentra una serie de agentes que son codificados por nuestros actores como “gringos” (la mayoría de fuera de la provincia) y “turcos” empresarios/políticos de larga tradición[32] en la región.

En estas nuevas circunstancias, las diferencias históricas entre “criollos”, “gringos” y “turcos” son revividas, pero al mismo tiempo transformadas. En lo que respecta a la dimensión de los procesos identitarios, si “criollo” como identidad social recolectaba de modo predominante al diverso mundo de las familias nativas de la región hasta la década del ochenta, en los años en los que realice trabajo de campo esta inscripción se encontraba subrepticiamente entretejida a muchas otras categorías políticas que recortaban con fronteras diferentes a las poblaciones rurales aglutinándolas a múltiples sectores políticamente definidos. Pueblos originarios, campesinos, comunidades, el sector de la agricultura familiar, movimientos sociales[33], aparecían normalmente entremezcladas entre sí y con  la autopercepción de “criollos”.

En el caso puntual de las familias involucradas en el MOCASE-VC, la auto-adscripción “criollo” como recolectora de un “nosotros” coexistía con identidades políticas como “campesino” o “campesino-indígena”, las cuales se habían convertido durante las últimas décadas en modos de posicionamiento en el marco de la emergencia del movimiento social, a través de los cuales se motorizaban reclamos por el derecho a la tierra para quienes la trabajaban y vivían en/de ella (entre otros reclamos que los situaban próximos a los movimientos piqueteros como trabajo, políticas sociales, salud, educación).  En contrapartida, los antagonistas de los “criollos”, “gringos” y “turcos”, aparecían reiteradas veces en estos discursos vinculados a los “empresarios del agro-negocio” cuyas lógicas productivas eran concebidas por oposición a las formas “agroecológicas” del campesinado. Esta nueva brecha, sin embargo, no repetía a rajatabla el esquema tripartito sostenido por las formaciones anteriores, dado que dentro del movimiento había algunos “gringos” forastero con los cuales se trababan alianzas políticas o que incluso se habían convertido en dirigentes sumamente importantes en la configuración del MOCASE-VC. No obstante, esta cartografía identitaria forjada en la primera mitad del siglo XX no dejaba de estar anudada a la actual trama de los conflictos y sus respectivos antagonismos.

 

La familia Sánchez: un caso de lo posible en el mundo pos-crisis

Mientras que las referencias desarrolladas hasta ahora muestran cierta generalidad respecto a los procesos acaecidos en la región, los apartados que siguen presentan el caso de una familia puntual, los Sánchez, del paraje Yuchán Viejo[34], ubicado en el Departamento Alberdi, a pocos kilómetros de Copo. La razón de este cambio de escala se debe a que el trabajo etnográfico permite captar en su filigrana más íntima el modo en el cual se tejen las interacciones actualmente entre los distintos segmentos que componen la matriz identitaria tripartita en Chaco santiagueño.

Se trata de una familia auto-percibida como “criolla” y “puestera” por dedicarse a la cría y comercialización de ganado bovino como principal estrategia de subsistencia. El estatus de “puesteros” hace referencia al hecho de que subsisten de la venta de ganado, siendo la principal actividad en la última década a partir de un boom ganadero ocurrido en los primeros años de los dos mil, el cual les permitió capitalizar trabajos de cría que durante largos periodos no les habían dejado réditos. Hasta la reciente transformación del mercado ganadero, Carlos, padre de familia, osciló entre la cosecha del algodón al Chaco, el trabajo de cuidador de ganado en una estancia y de peón con unos “turcos del obraje”. De igual manera, sus hijos se dedicaron a la producción de poste, carbón y leña campana.

Los antepasados de Carlos poblaron la región a comienzos del siglo XX. Vivieron durante algunas décadas de múltiples actividades como caza, recolección, agricultura de secano y cría de diversas especies, sin poseer títulos de propiedad. En los treinta esta tierra fue vendida a la empresa Marino Cabezas y Cía., la cual instaló un obraje durante los cincuenta, generando que el puesto se poblara de trabajadores hacheros. Desde fines de los sesenta la capacidad de extracción del monte se redujo y la actividad obrajera fue cediendo. A esto le siguió un despoblamiento paulatino de los antiguos trabajadores que fueron migrando a pueblos cercanos o a centros urbanos. A pesar del cese de la explotación, la empresa gestionó mecanismos para evitar el usufructo de los recursos madereros del bosque por parte de sus habitantes. Estas privaciones, que movilizaban tanto agentes policiales como personal privado de Cabezas y Cía., se mantuvieron hasta los años dos mil.

En la década del dos mil, los herederos de Marino Cabeza enajenaron las tierras a una empresa llamada Maderera del Chaco S. A. Según narraciones de las personas de la zona la empresa acaparó alrededor de 10. 000 has, convirtiéndose en el mayor latifundio del Departamento Alberdi. Esto desató un conflicto con la justicia y las fuerzas del orden provinciales, pero también con el latifundista y sus empleados a quienes mis interlocutores codifican en términos de “gringos de Chascomús”. Además de estos “gringos”, en una segunda escena más retraída de la disputa narrada por la familia, aparecía una especie de posibilitador, un “turco del obraje” quien también era comerciante y un político que peleaba palmo a palmo la intendencia de Campo Gallo cada año. Según mis interlocutores, Salomón “arrendaba” tierras de palabra a campesinos o las ocupaba de hecho para producir artefactos de madera que luego comercializaba en su corralón. Según refieren los campesinos de la zona, en distintas oportunidades había utilizado la influencia política para facilitar el despojo territorial a cambio de que los empresarios instalados en la zona compraran los insumos agrícolas en sus comercios. Entre los principales aliados con los que contaba a nivel local Salomón, estaba el emporio de Maderas del Chaco S. A.

La familia se unió al Mo. Ca .SE-Vía Campesina en 2006 a partir del conflicto desatado con esta empresa, pudiendo resistir en el territorio a pesar del despliegue de violencia efectuado por personal de Maderas del Chaco y algunos agentes policiales. Estos últimos eran partícipes del desalojo a pesar de no tener orden judicial para ejecutarlo. Al igual que muchas otras familias, este acontecimiento dejó fuertes huellas en la subjetividad de la familia y otros pobladores, que según narraron, por primera vez se sintieron dueños del monte que habitaban desde generaciones atrás y con suficiente fuerza para movilizar procesos de resistencia a partir de las redes de respaldo provistas por el movimiento tanto en lo personal como en lo jurídico.

       

Racialización, clase y deferencia

 

La principal actividad de estos pueblos era la explotación forestal, por lo que empresarios madereros venidos de afuera instalan aserraderos y hornos de carbón. Los naturales del lugar, de la noche para la mañana se encuentran convertidos en peones de los turcos (sirio-libaneses). Este copeño sometido al patrón turco, es el prototipo zonal del criollo argentino que quedó sometido al extranjero que llegó con aires de autosuficiencia arrollando, atropellando y esclavizando al criollo surgido durante la colonización española (siempre con apoyo irrestricto de los gobiernos… al encontrarse este hombre con el extranjero triunfante, se auto margina y se siente frustrado, y esto lo ha marcado con tal complejo de inferioridad[35].

 

En apartados anteriores esbocé algunas características del espacio social y las fronteras simbólicas trazadas durante el siglo XX, las cuales dieron lugar al surgimiento de diferentes identidades sociales. Esta matriz de diferenciación formada por criollos, gringos y turcos, tuvo – y tiene— un poder actuante en la generación de segmentaciones y articulaciones que suceden en el curso de la práctica cotidiana de los diferentes grupos.

En cierta oportunidad, pude acompañar a Carlos en una transacción de vacunos. Había entregado semanas atrás algunos terneros para una venta colectiva acordada con Mercado, que se concretaría en un corral situado a unos quilómetros. Todo parecía arreglado de antemano, pero una diferencia entre el precio convenido y lo que finalmente estaba dispuesto a pagar este último, estuvo a punto de malograr el intercambio; finalmente prevaleció la propuesta del mediador y la venta se hizo a pesar de quedar disconformes los locales. Durante casi todo el camino de vuelta Don Carlos se mostró abstraído, preso de un monologo encolerizado, hasta que finalmente estalló reprochándose el haber confiado una vez más en tipos como Mercado. Me explicó que su comprador había actuado de esa forma por una razón bastante particular, a saber: tenia “sangre turca”. En otras palabras, explicaba el accionar del mediador sugiriendo que estaba en su naturaleza el intentar engañar a los “criollos”, que eran “gente de palabra”. De este modo, Carlos escrutaba una razón de ser de cierto tipo de prácticas que tenían como origen la sangre pero que, ciertamente, es explicable por la posición que ocupaba Mercado en la lógica de producción en relación al trasfondo histórico descripto en apartados anteriores.

A continuación, Carlos prosiguió explicándome diferencias étnico-raciales entre “turcos” y “gringos”. Lo que resulto más llamativo para mí fue una especie de intuición, que después pude confirmar a lo largo del trabajo de campo tanto con nativos de carne y hueso como de papel: en el imaginario de Carlos y muchos de los pobladores entrevistados –no todos—, “turcos” y “gringos” todavía ocupaban el lugar simbólico de patrones a quienes debían obedecer a pesar de que, de hecho, no los vincule una relación laboral de hecho en la actualidad sino un vínculo comercial. Es decir, a pesar de que las relaciones de sumisión estaban resquebrajadas en este contexto de emergencia de los movimientos sociales, no terminaban de desaparecer por completo y coexistían con los actos de resistencia visibles en los conflictos territoriales, fundamentalmente en los intercambios asimétricos.  Efectivamente, a pesar de que en la actualidad estas familias eran, como me dijo alguna vez mi interlocutor, “obreros independientes”, debían cierto respeto a hacia esos otros segmentos que, por el contrario, podían y ejercían formas de menosprecio más o menos explicitas que se dejaban traslucir en los intercambios cotidianos. Como da a entender Mansilla en el epígrafe del apartado, en la práctica existían relaciones de estatus en las que clase, origen étnico y raza (marcas fenotípicas) eran facetas anudadas que intensificaban a su turno las desigualdades al punto de generar un verdadero “complejo de inferioridad” del “criollo” históricamente atropellado y esclavizado. Del mismo modo, las razones de este complejo proceso de producción de desigualdades en el marco del capitalismo periférico era experimentado y explicado por Carlos a través de una propia teoría de la practica basada en la influencia de la sangre no solo en las marcas fenotípicas, sino también el modo de ser respecto a los otros humanos y no humanos.

En una de mis estadías posteriores en la casa de los Sánchez, Mercado llegó de imprevisto junto a uno de sus socios, un “gringo” según las etiquetas locales, y compartimos cinco días mientras ellos conseguían un repuesto para su camioneta averiada. Mercado intimidaba, y no sólo porque estaba armado con revolver y cuchillo en su cintura. Era realmente un hombre prepotente que hacia prevalecer su palabra frente a los demás como buen “capataz”, oficio que lo había ocupado gran parte de su vida, hasta que entró en el negocio de la mediación en la venta de ganado.

Este cambio de labor se había dado en años recientes a partir de las transformaciones relacionadas al boom ganadero que vivía la provincia en las primeras décadas del siglo XXI. Una particularidad que me impactó respecto a su personalidad fue que Mercado, ante cualquier situación real o potencial que fuera contra lo que consideraba el orden normal de la vida y el lugar de los subordinados en la jerarquía, remataba las charlas prometiendo “rebenquiadas” para unos y otros, como si evocara los “rebenques” que nuestros interlocutores asociaban al maltrato en los obrajes. Había que darles rebenque a los hijos que no obedecían a sus padres, a los animales baguales para amansarlos, y, como es de esperar, a los “vagos” que “no querían trabajar” porque existía un gobierno que les facilitaba dinero. Otros que eran dignos de rebenque eran los zurdos del Mo. Ca. SE. con quien el capataz no dudaba en identificarme debido a que mi contacto con la familia había sido vehiculizado por las redes del movimiento.

Aunque los intercambios entre Mercado y yo estaban envueltos en una atmosfera tensa, el hecho de que fuéramos visita nos puso en la circunstancia de compartir conversaciones mientras los integrantes de la familia proseguían con sus menesteres cotidianos. Tuve que esforzarme demasiado por llevar adelante conversaciones con ambos, pero la relación se transformó cuando ellos entrevieron que no tenía intenciones de cuestionar su autoridad sino de oír atentamente qué tenían para decir. Esos intercambios fueron muy reveladores respecto de la representación de estos actores en relación a la “gente del campo” y también de las relaciones que producen y reproducen dichas percepciones reciprocas durante las interacciones cotidianas.

Al comentarles que me encontraba conociendo saberes campesinos pude atisbar como Mercado y Lamberttusi discutieron con respecto a la “cultura” de la gente del monte. Mientras al primero le pareció gracioso y absurdo mi trabajo, o un no-trabajo porque daba por sentado que los campesinos eran por definición ignorantes, a Lamberttusi por el contrario le pareció interesante, dado que aseguraba haberse encontrado con conocimientos de todo tipo en su interacción con las familias del monte. Pero lo que resultó más interesante durante esta conversación fue que la “ignorancia” e “incivilidad” de los campesinos fue repetida en distintos momentos de la discusión frente a algunos integrantes de la familia sentados junto a nosotros, que oían atentamente sin involucrarse en la conversación. Como si el veredicto fuera algo sobre lo que no podían expedirse.

 Busqué complicidad de los Sánchez narrando muchos saberes con los que me había topado durante mi trabajo de campo, pero en ningún momento los integrantes de la familia contribuyeron a mi propósito de exponer los conocimientos locales. Era como si no se sintieran a la altura para discutir respecto al tema o no quisieran descalificar la autoridad de ninguno de los participantes. Dicha interacción me fue abriendo un aspecto del orden social: existía una “deferencia” hacia ellos y, sin dudas, hacia mí también.

Siguiendo a Auyero, Lobato y James[36] sostenían que la deferencia de los actores subalternos hacia los sectores dominantes se estructuraba por medio un mandato de subordinación que actuaba inconscientemente, en donde el llamado al orden se ejercía mediante los modos de ser y la gestualidad, con independencia de las voluntades particulares. Era esta relación de sentido común la que los excluía de la posibilidad de la palabra en ese contexto. Siguiendo a Bourdieu, podemos afirmar que se trata de un sentido práctico naturalizado respecto a cuáles son las jerarquías entre actores y cómo debe llevarse a cabo la interacción[37]. Intercambios ordenados por una lógica práctica en la que, si bien media la reflexividad de los agentes, no existe un conocimiento consciente y transparente de los propios actos. Dicha jerarquía expresada en las practicas deferentes, se construía en base a un sistema de diferencias que hacían valer mis características a pesar de ser un otro ajeno a ese mundo, y por eso había resultado un punto ciego de mi relación con las familias “criollas”, pero que se había tornado evidente a mi perspectiva en esta interacción particular[38]. La voz y la presencia de Mercado demandaba constantemente obediencia y ejercía inconscientemente el destrato para estos otros. La mía no, y, sin embargo, en muchas ocasiones—en las primeras interacciones— mis opiniones eran tomadas como autoridad al principio e influían demasiado en las respuestas.  Se trataba de una deferencia que entremezclaba, en la práctica, distintas dimensiones como la económica, el capital cultural materializado en certificaciones de escolaridad, pero también se destacaba la presencia racializada (Hall, 1980) del fenotipo y el presunto origen que cada uno se atribuía y atribuía a los otros. Claramente yo era para ellos un “gringo”, como muchos otros que formaban parte de las redes que atravesaban el movimiento.

Los Sánchez exaltaban a los “gringos” como “raza” respecto a los “turcos”, manteniendo el pedestal otorgado por el relato nacional hegemónico, pero con algunos matices muy importantes. Según señalaban ellos, así como muchas otras familias con las que tuve la posibilidad de interactuar durante mi trabajo de campo, los patrones gringos también los discriminaban y podían ser igualmente explotadores voraces, como aquellos patrones con los que solían conchabarse Carlos y su madre durante la carpida del algodón en La Tigra (provincia del Chaco), quienes los “tenían viviendo como animales en rancherías inmundas”. Pero a diferencia del “turco”, el “gringo” seguía siendo trabajador y hacendoso (“guapo”) en las labores rurales, mientras que el “turco” era hábil sólo para los negocios y su riqueza, por tanto, se basaba en la obtención de ventajas comerciales más que de trabajo duro.

Los “turcos” se convirtieron en una minoría heterogénea, pero con una fuerte identificación. Y sus miembros más destacados en el mundo local pasaron a convertirse desde mediados de siglo XX en una especie diversificada de capital obrajero y comercial, con rasgos sumamente corporativos, recordados como patrones voraces en distintos casos. Cuando observaba las expresiones de Mercado y la forma en que los miembros de la familia reaccionaban a su gestualidad, con aplomo y profunda sumisión, tenía la sensación de estar siendo transportado a ese orden obrajero que fue desestructurándose en las últimas décadas como en una inercia que se repetía sin transformación alguna. Sin embargo, posteriormente pude entender que la eficacia de ese modo de ser y la demanda de orden hacia la familia local se mantenía también como un gesto estratégico de sumisión en tanto que Mercado era, en definitiva, un nodo importante en la red de intercambios en la zona. En realidad, la interacción podía ser vista como una performance de sumisión que los Sánchez desplegaban para evitar conflictos que pusieran en riesgo su economía. De hecho, Carlos se preocupó por decírmelo. En efecto, unas de las demandas políticas que dieron lugar al surgimiento del MOCASE fueron las asimetrías en los tratos que los locales realizaban con sus compradores. Y, aunque la participación en el MOCASE-VC marcó un punto de inflexión en la reflexividad respecto a las experiencias de asimetría principalmente en cuanto a lo que respecta a la defensa del territorio, las jerarquías aparentemente extintas del mundo anterior subsisten en el presente haciéndose patente en las redes de intercambios tanto de animales como de productos derivados de la madera.

En la interacción con la familia y los mediadores, Carlos había entendido mi incomodidad respecto a Mercado y su socio, y durante los días siguientes hablamos largo y tendido sobre el asunto. Me contó que Mercado decía ser español, pero no era cierto. Su padre, que lo había abandonado de pequeño, era un “turco” y él había heredado “esa sangre”. Este legado paterno era para don Sánchez lo que definía la filiación de Mercado y explicaba sus inclinaciones, y la habilidad para sacar ventajas en los negocios era una de ellas. Esta herencia también definía su trato hacia los criollos, en especial le otorgaba una característica que apareció repetidamente en mi trabajo de campo definiendo la relación entre patrones “turcos” y sus peones: una explotación lindante con la “esclavitud”.

Muchos de mis interlocutores describieron la vida en el obraje con esas palabras: una vida “esclava” y “sufrida”. Respecto a Mercado, Carlos me dijo que había sido siempre un “turco-come-pulmón”, quienes no tenían consideración de ningún tipo, “ni siquiera alcanzarles un vaso de agua si lo veían a uno muriendo de sed”. El cuerpo y su consumición por efecto del trabajo forzado del hacha es de hecho un tópico frecuente cuando se habla de la vida en el obraje. Luego de esta metáfora caníbal del trabajo hachero, Carlos me dijo:

 

-Carlos: Estas son personas terribles, no tienen corazón. Ellos sólo la moneda, sólo eso es ya no más. Nada les importa. ¿Usted cree que va a venir usted aquí y lo van a invitar a sentarse?

-Pablo: ¿Que les hacían por ejemplo? ¿Los tenían trabajando muchas horas?

-Carlos: Vea, don Pablo, yo me lo cruce en Copo, en el año 2011 debe haber sido. Venía en un camión cargado de changos que llevaba pa allá, pal lado de Simbol viejo (un pueblo), para hacerlos trabajar el monte (eran hacheros). Y me dice riéndose, ahí vengo con un par de “mataquitos”. Después nos enteramos que los había dejado botados ahí, sin agua, sin nada. Y después se ha mandado a mudar… a ese hombre no le ibas a decir nada, ahí nomás te hacia aporrear[39].

Mercado solía referirse a la gente que trabajaba para él en el monte como “mataquitos” o “matacos”, un uso despectivo que es utilizado para representar al fenotipo marcado como “indio” en la región y también a los miembros de la etnia wichí en las provincias de Chaco y Salta. Creo que, al narrar esa historia, Carlos se encontraba reflejado entre esos jóvenes que ineluctablemente debían entregarse a la explotación de un hombre como Mercado. Él había vivido en carne propia formas similares de destrato en los diversos trabajos de peón que lo habían ocupado, y las relacionaba a la discriminación por su aspecto “paisano”[40].

 Conclusión

 

El artículo abordó el proceso de reconfiguración histórica de las identidades en el Chaco santiagueño desde comienzos del XX hasta la emergencia de conflictos territoriales y organizaciones sociales. En el primer apartado, se realizó una caracterización de las transformaciones históricas acontecidas en la primera mitad del siglo XX, a partir del advenimiento del capital obrajero y la mutación del orden social y cultural. Se expuso que en éste contexto se produjo la apropiación de la categoría “criollo” entre los locales, operando dicha identidad como significante aglutinador de colectivos heterogéneos y diacrítico marcador de contrastes respecto a una serie de actores que migraron a la región durante los primeros treinta años del siglo XX. Estos otros advenedizos, fueron agrupados en el mundo local como “gringos” y “turcos”, dando lugar a la conformación de una matriz de identidades estereotipadas y asimétricas, debido a que en el curso del siglo XX fueron formándose relaciones de dependencia laborales, comerciales y políticas en las cuales estos últimos hubieron de posicionarse material y/o simbólicamente como sectores dominantes en el espacio social local.

El segundo apartado, desarrolló la crisis del orden social obrajero durante la segunda mitad del siglo XX y, particularmente, se describió como la cartografía identitaria estereotipada fue reciclada y mixturada con nuevas identidades emergentes, surgidas en el contexto de conflictos territoriales y la formación de movimientos sociales ligados a la defensa de la tierra. Así, durante las primeras décadas del nuevo milenio, “criollo”, “gringos” y “turcos” fueron mutando sus sentidos sin dejar de ser grillas medulares a partir de las cuales sectores populares del mundo rural se auto-perciben, clasifican a otros actores y explican las formas de ser, hacer, sentir y obrar correspondientes a cada uno de estos tipos sociales. Esto se evidencia en el hecho de que la mayoría de los sujetos con quienes los mocaseros entraron en conflicto durante las últimas décadas, solían ser descriptos como “empresarios” del “agro negocio”, pero también como “gringos” y “turcos”.

Ahora bien, las transformaciones de las relaciones de dominación no implicaron la desaparición de asimetrías. En efecto, existía una contundente subordinación cultural, comercial, política y laboral, en el marco de un contexto marcado por prestaciones sociales otorgadas por el Estado para subsanar el desempleo estructural de la región, y una nueva formación capitalista signada por la expansión sojera y ganadera, que constituía una amenaza de despojo siempre presente. Sin embargo, lo que se había resquebrajado contundentemente, eran las formas deferenciales de sumisión que caracterizaban los vínculos entre sectores subalternos y dominantes en esta región marginal de Santiago del Estero, y quizás la principal razón de este quiebre fue el fin de la dependencia laboral y territorial directa respecto a los empresarios vinculados al obraje.

            No obstante, si las relaciones de deferencia parecían subsistir en la actualidad, lo hacían de manera paródica, en tanto eran apropiadas por los sectores subalternos en el marco de una economía moral que permitía la obtención de recursos críticos para la subsistencia de familias signadas por la pobreza estructural. Por el contrario, tras bastidores se evidenciaba una fuerte crítica a esos sujetos percibidos como “patrones” voraces y foráneos. Incluso, esas performances deferentes mostraban su inestabilidad intrínseca en virtud de que podían ser quebradas fácilmente cuando se sucedían rupturas de la reciprocidad asimétrica o a partir de la inserción en nuevas redes de reciprocidad política como los movimientos sociales e indígenas.

Si bien el rechazo a las figuras locales de poder en el mundo rural subalterno, se realizaba apropiando elementos de la matriz surgida a comienzos del siglo XX, también es cierto que se trataba de una crítica que trascendía la mera construcción de estereotipos. En efecto, constituía un potente discurso detractor de las formas asumidas por el capital y el poder político en estos espacios marginales. En otras palabras, una crítica a la formación hegemónica local en las cuales se intersectaron históricamente formas de explotación laboral sumamente cruentas y discursos racializantes más o menos explícitos, utilizados para legitimar despojos territoriales en el contexto de la expansión del agro negocio.



[1] Bilbao, Santiago, (1964-65), “Poblamiento y actividad humana en el extremo norte del Chaco Santiagueño”, Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología, nº5, pp. 143-206.

[2] Algunas referencias sobre la temática son: Durand, Patricia, (2006), Desarrollo rural y organización campesina en Argentina. El caso del MOCASE, Tesis de doctorado, inédita, Buenos Aires, Universidad Nacional de Buenos Aires, Facultad de Agronomía; De Dios, Rubén, (2010), “Los campesinos santiagueños y su lucha por una sociedad diferente”, en Pereyra, Brenda y Vommaro, Pablo (Comp.), Movimientos sociales y derechos humanos en Argentina, Buenos Aires, Ediciones CICCUS; Domínguez, Diego, (2012), “Re-campesinización en la argentina del siglo XXI”, Psicoperspectivas, N°11 (1), pp. 134-157; Domínguez, Diego, (2009), La lucha por la tierra en Argentina en los albores del Siglo XXI. La recreación del campesinado y de los pueblos originarios, Tesis de doctorado, inédita, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales; Michi, Norma, (2010), Movimientos campesinos y educación, Buenos Aires, Editorial El Colectivo; Barbetta, Pablo, (2012), Ecologías de los saberes campesinos: más allá del epistemicidio de la ciencia moderna. Reflexiones a partir del caso del Movimiento Campesino de Santiago del Estero Vía Campesina, Buenos Aires, CLACSO; Desalvo, Agustina (2014), “El Mocase: orígenes, consolidación y fractura del movimiento campesino de Santiago del Estero”, Revista Astrolabio, n° 12, pp. 271-300. Jara, Cristian (2014), Procesos enmarcadores, demandas y escalas de las luchas agrarias. La resistencia del Movimiento Campesino de Santiago del Estero frente al acaparamiento mundial de tierras (2008-2012), Tesis de doctorado, inédita, Universidad Nacional de Tucumán, Facultad de Filosofía y Letras; Pankonin, Leandro, (2016), Practicar la memoria, descolonizar el territorio. El caso de la comunidad Lule-vilela, El Retiro-MOCASE-VC, Tesis de licenciatura, inédita, Buenos Aires, Universidad Nacional de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras; Villalba, Melina, (2016), Los medios de comunicación como productores de discursos sobre el Movimiento Campesino de Santiago del Estero. Un estudio sobre la prensa gráfica de alcance nacional y provincial: Pagina/12 y El Liberal, Tesis de licenciatura, inédita, Santiago del Estero, Universidad Nacional de Santiago del Estero, Facultad de Humanidades, Ciencias sociales y de la Salud.

[3] Segato, Rita (1998), “Alteridades históricas/identidades políticas: una crítica a las certezas del pluralismo global”, Serie Antropología, n° 234, pp. 32-54; Grosso, José Luis (2008), Indios muertos, negros invisibles. Identidad, hegemonía y añoranza, Córdoba, Encuentro.

[4] Briones, Claudia (2008), “Capitulo I. Formaciones de alteridad: contextos globales, procesos nacionales y provinciales”, En Briones, Claudia (Comp.), Cartografías argentinas. Políticas indigenistas y formaciones provinciales de alteridad, Buenos Aires, Antropofagia.

[5] Rockwell, Elsie (2009), La experiencia etnográfica. Historia y cultura en los procesos educativos, Buenos Aires, Paidós.

[6] Tenti, Mercedes (2014), La formación de un Estado periférico. Santiago del Estero (1875-1916), Santiago del Estero, Ediciones Universidad Católica de Santiago del Estero.  

[7]Mulhall, Michael y Mulhall, Edward (1876), Manual de las repúblicas del Plata, Buenos Aires, Standard.

[8] Moreno Saravia, Medardo (1938), Escuela y Patriotismo. En trozos literarios de labor dispersa, Santiago del Estero, Edición de autor, p. 187.

[9] Moreno Saravia, Medardo, 1938, Ob. Cit., p. 36.

[10] Moreno Saravia, Medardo, 1938, Ob. Cit., p. 187.

[11] Mientras la categoría “paisano Saladino” aparece en las Memorias descriptivas de Gancedo (Gancedo, Alejandro, 1885, Memorias descriptivas de Santiago del Estero, Buenos Aires, Imprenta, Litografía y Encuadernación de Stiller y Laas) “shalaco” o “chalaco” la encuentro por primera vez en El Chaqueño: apuntes sobre el Chaco Santiagueño (González Trilla, Casimiro, 1921, Santiago del Estero, editorial desconocida). Es descripta por Andreani (Andreani, Héctor, 2019, “Búsqueda, regreso y agencia: la escritura quichua de Mario Tebes”, en Martinez, Ana Teresa (Comp.), Discursos de identidad y geopolítica interior: indios, gauchos, descamisados, intelectuales y brujos, Buenos Aires, Biblos) como hipocorístico quichua que refiere a las poblaciones “del Salado” y es usada de manera peyorativa en la provincia de Santiago del Estero.  

[12] Mansilla, Shu (2013), Monte Quemado, su historia y su gente, Monte Quemado, Santiago del Estero, Imprenta desconocida.

[13] Gil Rojas, Andrónico (1954), El Ckaparilo, Santiago del Estero, El autor.

[14] González Trilla, Casimiro, 1921, Ob. Cit.  

[15] Gallo Schaefer, Carlos (1911), Alma Quichua, Santiago del Estero, Edición del autor, pp. 32-33.

[16] Tasso, Alberto (1988), Aventura, trabajo y poder. Sirios y libaneses en Santiago del Estero, Buenos Aires, Índice.

[17] Tasso, Alberto (2007), Ferrocarril, quebracho y alfalfa. Un ciclo de agricultura capitalista en Santiago del Estero, 1870-1940, Córdoba, Alción; Martínez, Ana Teresa (2008), “Estado, economía y política en Santiago del Estero 1943-1949. Exploración de algunas condiciones estructurales de la cultura política”, Andes: Antropología e Historia, N° 19, Salta, pp. 57-92.

[18] La mayoría de los sirios y libaneses que migraron en estos años tenían pasaportes de origen Otomano y fueron procesados como “turcos”. Dicha etiqueta se convirtió en una etiqueta impuesta a estos colectivos que, en general, renegaban de ella.

[19] Vitar, Luciano (1946), Rincón de mi patria, Santiago del Estero, Editorial Yussem.

[20] O “Shalaco”.

[21] Vitar, Luciano, 1946, Ob. Cit., p. 21.

[22] Bilbao, Santiago, 1964, Ob. Cit.; Bilbao, Santiago (1968-71), “Migraciones estacionales, en especial para la cosecha del algodón, en el norte de Santiago del Estero”, Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología, n° 7, pp. 327-365.

[23] Tasso, Alberto, 1988, Ob. Cit.

[24] Tasso, Alberto, 1988, Ob. Cit.

[25] Como fue señalado por Grosso, la identidad criolla implica diferentes interpretaciones entre las poblaciones rurales que la sustentan, dependiendo de si se trata de familias “principales”, con un mayor estatus local, o de actores subalternos que subsisten en parte de migraciones estacionales. Ver: Grosso, José Luis, 2008, Ob. Cit.

[26] Bilbao, Santiago, 1971, Ob. Cit.

[27] También es posible que el cierre masivo de ingenios tucumanos en 1966 haya agudizado esta crisis. 

[28]Colucci, Alba Lía (2012), La geografía y el desarrollo local, Santiago del Estero, Ediciones Universidad Católica de Santiago del Estero.

[29] Esta organización se formó en 1991. Se escindió en dos movimientos en 2001, siendo reconocidos como MOCASE-Vía Campesina y MOCASE Institucional (Durand, 2006, Ob. Cit.). En 2019 volvieron a unificarse manteniendo formas paralelas de organización. En el Chaco santiagueño predominó la fracción correspondiente al Vía Campesina, quienes fueron actores importantes en el desarrollo de mi tesis doctoral.

[30] Según la caracterización de Schnyder, el juarismo fue una facción del peronismo santiagueño cuyo conductor, Carlos Juárez (1917-2010), fue el político más veces electo como gobernador de la provincia. Sus mandatos atravesaron momentos históricos nacionales como el primer peronismo, su proscripción, la emergencia del peronismo revolucionario (1973-1976), la transición democrática entre 1983 y 1986, la reforma neoliberal del estado realizada bajo el menemismo, y la crisis institucional de 2001, con dos mandatos consecutivos entre 1995 y 2002. Su esposa, Mercedes Aragonés, ocupo el Poder Ejecutivo durante los primeros años de kirchnerismo (2002-2004). Identificado como uno de los caudillos provinciales representantes del peronismo tradicional, Juárez logro a lo largo de sus distintos gobiernos construir una base territorial propia conformada por una densa red de unidades básicas que, junto a otras tecnologías de poder, le permitieron dominar la dinámica del campo político santiagueño luego del retorno del a democracia, y se trata sin dudas de una de las fuerza políticas relevantes para comprender la historia provincial de la segunda mitad del siglo XX. Trabajos utilizados: Saltalamaccia, Homero y Silveti Marisa (2009), “Movilización Popular y régimen político en Santiago del Estero”, en Silveti, Marisa (Comp.), El Protector Ilustre y su régimen: redes políticas y protesta en el ocaso del juarismo, Santiago del Estero, CACYT/UNSE; Schnyder, Celeste (2013), Política y violencia. Santiago del Estero 1995-2004, Santiago del Estero, EDUNSE.

[31] Pankonin, Leandro, 2016, Ob. Cit.

[32] Antiguos y nuevos empresarios mantienen distintos perfiles empresariales: extracción de maderas, ganadería, siembra de soja son las principales áreas de inversión productiva.

[33] Estas identidades no son trabajadas en el artículo.

[34] Los nombres de personas, lugares y empresas son ficticios.

[35] Mansilla, Shu, 2013, Ob. Cit., p. 8.

[36] Lobato, Mirta y James, Daniel (2016), Los Santiagueños de Berisso: migración interna, identidad y cultura, Buenos Aires, Mimeo.

[37] Bourdieu, Pierre (2007), El sentido práctico, Buenos Aires, Siglo XXI.

[38] La deferencia estaba sostenida en lo que Pierre Bourdieu (2007) denominó dominación simbólica, basada en la naturalización de jerarquías arbitrarias e históricamente construidas, a partir de la cual los sujetos experimentan corporalmente sensaciones de superioridad o inferioridad en relación a ciertos contextos, sensaciones que regulan sus prácticas. Estas jerarquías naturalizadas, sin embargo, responden a la acumulación de capitales diversos, con valores y apropiaciones fluctuantes de contexto a contexto. Capitales que posicionan a determinados actores por encima o debajo de otros en un espacio social dado, y generan fronteras simbólicas intuitivamente reconocibles en el curso de los intercambios cotidianos, a través de diacríticos activos que incluso se encuentran bajo la forma de gestos corporales.

[39] Entrevista realizada a Carlos Sánchez el 2º de abril de 2017. Realizada en el marco del Proyecto de investigación “Formaciones de estado y políticas de diversidad en el Noroeste Argentino”, dirigido por Ana Teresa Martínez entre 2017 y 2019.

[40] Paisano puede pensarse como el anverso de “mataco”, en tanto que también permite resaltar la ascendencia indígena de los “criollos”, pero a diferencia de esta segunda categoría no se utilizaba en la cotidianeidad como un insulto.