EL VIAGE DE PHILIPPI, LOS ESTUDIOS ANDINOS Y
EL PROBLEMA DE LAS FRONTERAS NACIONALES (CHILE, SIGLO XIX)
Carlos María Chiappe*
Introducción
Los estudios andinos chilenos del siglo XIX pueden ser
vistos como un conjunto heteróclito de investigaciones referidas al medio y la
gente del actual norte de Chile. Su extrema fragmentación, así como su baja
productividad y -en particular- la nula institucionalización científica de la
época, han llevado a dudar de la posibilidad de usar la categoría de estudios
andinos para estas investigaciones (Hans Gunderman, comunicación personal
2015). Sin embargo, otros autores resaltan que –pese a pertenecer a un momento
de pre institucionalización científica- estas pesquisas contribuyeron a
delinear una etapa inicial, llamada de “tiempos pioneros”, en donde los
“sabios” extranjeros de las Sociedades Científicas tuvieron una destacada
actuación[1].
Este segundo particular es apoyado por mí tanto aquí como en otros trabajos[2]
enmarcados en un proyecto de investigación de la Universidad de Buenos Aires[3].
Partiendo de las anteriores consideraciones, la propuesta de este artículo reside
en hacer un recuento de ese conjunto de investigaciones poniéndolas en relación
con su contexto de producción con el objeto de indicar lo que denomino orientación
predominante de los estudios andinos en su etapa pionera. Para conseguirlo,
parto de clarificar el concepto de área andina que utilizo. Posteriormente,
señalo las modificaciones que el sector chileno de esta área atravesó hasta su
conformación actual, destacando la incidencia que tuvo la anexión del Norte Grande durante la Guerra del Pacífico.
En tercer lugar, realizo un rastreo de la bibliografía atinente al
medio nortino y propongo una clasificación de la misma en base a los objetivos
de las investigaciones. En cuarto lugar, realizo una descripción analítica abreviada
de una obra de Rodulfo Philippi de 1860,[4]
por considerarla ejemplo paradigmático de la relación entre pesquisa
científica, mirada antropológica e intereses geopolíticos relativos al Norte
Grande durante el siglo XIX. Las conclusiones apuntan a relacionar la
orientación predominante de los estudios andinos de la época con los desafíos geopolíticos
que enfrentaba el Estado chileno decimonónico.
Área andina
Las regiones nortinas de Chile (Arica y Parinacota,
Tarapacá, Antofagasta, Atacama y Coquimbo) se agrupan, según un criterio
geográfico, demográfico y económico, en dos grandes zonas: el Norte Grande, que
abarca las tres primeras regiones administrativas, y el Norte Chico, constituido
por las dos restantes. Estas denominaciones, que son de uso popular desde
inicios del siglo XX,[5]
fueron tomadas por la Corporación de Fomento (CORFO) en 1950 y sirvieron más
tarde para la regionalización administrativa de la Oficina de Planificación Nacional
(ODEPLAN) y de la Comisión Nacional para la Reforma Administrativa (CONARA) que
delineó el mapa actual de las XV regiones.
El Norte Chico formó parte del Chile original que existió
entre 1540 y 1818. Es decir, aquél de la Capitanía General, Gobernación o Reino
de Chile, ya que su límite septentrional llegaba, según lo acordado por la Real
Audiencia de Lima mediante la Provisión de La Gasca de 1548, hasta Copiapó[6].
El Norte Grande, en cambio, es un territorio que perteneció durante la Colonia consecutivamente
al Virreinato del Perú y al del Río de la Plata (en el segundo caso sólo la
región de Antofagasta), y - durante la República y hasta la Guerra del Pacífico
(1879-1884)- a Bolivia (antiguo Departamento del Litoral) y Perú (antiguo
Departamento de Tarapacá). La frontera entre el Reino de Chile y el Virreinato
del Perú que tomaba por hito a Copiapó se mantuvo estable durante la época
colonial, como puede observarse en la cartografía tardía[7].
Sin embargo, los disloques políticos producto del advenimiento de la época
republicana permitieron que el área de Atacama al norte de Coquimbo pasase a
ser disputada por Chile.
Más allá de las fronteras políticas actuales –en donde las
regiones nortinas limitan con Argentina, Bolivia y Perú- un conjunto de condiciones
ecológicas, históricas y sociales permiten considerar al Norte Grande parte del área centro-sur andina[8]
y, al Norte Chico, del área meridional andina[9].
Es preciso aclarar que utilizo aquí el concepto de área en el sentido propuesto
por Luis Lumbreras, aquel que apunta a la “solución dialéctica generada entre
los pueblos y su medio ambiente”. El área entendida de esta manera “será un
territorio con condiciones medioambientales homogéneas, en donde los pueblos
[…] mantendrán una imagen cultural unitaria provocada por la relación
dialéctica antes dicha”[10].
En las áreas referidas (centro-sur y meridional andina), esta homogeneidad se
sostiene sobre un eje de articulación económica transversal a través de la
costa, la sierra y la selva excediendo, de este modo, a las tierras altas e
incluyendo a las bajas. Por lo tanto, cuando hablamos de áreas andinas no
debemos pensar en áreas culturales en el sentido difusionista, sino en sectores
que pueden ser definidos por la relación entre el hombre y su medio. Esta relación
es la que le otorga a cada área una determinada consistencia en la que, sin
embargo, es necesario reconocer los gradientes y las conexiones inter-areales.
Ya que no es sólo a través de las características intrínsecas de cada área la
forma en que podemos proponer su clasificación. Esta debe sopesar también las
relaciones establecidas entre las diferentes áreas andinas y entre las tierras
bajas y las tierras altas incorporando también los cambios históricos sucedidos
a la ecuación.
Cuestión de
límites
Las pretensiones soberanas de Chile con relación al Norte
Grande fueron aumentando con posterioridad a la independencia (1818) y cobraron
forma definida durante la República Liberal (1861-1891), cuando se dio un
expansionismo interior sobre los territorios indígenas del sur y exterior sobre
los territorios al norte de la antigua frontera colonial. Entre 1879 y 1884
Chile libró y ganó contra Perú y Bolivia la llamada Guerra del Pacífico. Los
cambios territoriales producto del conflicto bélico fueron: la anexión del
Departamento del Litoral de Bolivia, posteriormente cedido por esta a Chile
(1904); la cesión del Departamento de Tarapacá por Perú a Chile (1884); la
cesión de Bolivia a Chile y Argentina de la Puna de Atacama, repartida entre
estos entre 1889 y 1899; la ocupación de Arica por Chile (1884) y su posterior
cesión por el Perú (1929); la ocupación de Tacna por Chile (1884) y su
posterior devolución al Perú (1929) y la ocupación de Tarata por Chile (1885),
la que le fue regresada al Perú en 1925. Así, una extensión de casi 2000000 km2
–que representa un cuarto del actual territorio chileno- mayoritariamente
desértica, pero con enormes depósitos salitreros, guaneros y cupríferos, fue
anexada por el país trasandino.
Tres obras pueden
ayudarnos a retratar la expansión territorial al norte durante la segunda mitad
del siglo XIX. En primer lugar el Manual de
Geografía y estadística de Chile, del español Baldomero Menéndez
(1860)[11]. Allí se indica que “la parte
peninsular [de Chile] confina al Norte con la república de Bolivia, de la cual
la separa el desierto de Atacama” y nos otorga además el dato de la
población total del país según el censo de 1857 “1,558,319 almas”. Por otro
lado se señala que las dos provincias más septentrionales son “De Copiapó, capital San Francisco de la Selva”[12]
con setenta y nueve mil habitantes y “de Coquimbo, capital La Serena de
Coquimbo” con una población que ascendía a “ciento diez y seis mil almas”.
Por lo tanto, se desprende que -hasta 1860- el límite norte entre Bolivia y Chile
era (al menos para el Manual) similar
al de la época colonial. En cuanto a la economía regional, Menéndez destaca que
“la explotación de productos minerales [de las dos
provincias] es el ramo de industria que más rendimientos deja al país,
hallándose establecidas […] un regular número de fábricas”. Por
último, en relación con sus habitantes originarios, el autor sostiene que “eran muchas las tribus indígenas con las que los españoles se vieron
obligados a pelear para extender su dominio […] y tomaban el nombre de los
valles en que tenían su habitual residencia” [contándose entre las tribus del
norte] “los Copiapos y los Coquimbos” a los que el autor integra a
“una misma raza” con el resto de los pueblos del sur del país y los da como
desaparecidos[13][14].
Por otro lado, la Geografía Física de la República de Chile de Pierre Pissis[15]
-Caballero de la Legión de Honor, miembro de la Universidad y Jefe de la
Comisión Topográfica de Chile- es interesante en primer lugar por constituir un
completo tratado sobre relieve, geología, meteorología, hidrografía y botánica
del país. Y, en segundo lugar, porque en esta obra la provincia de Atacama
aparece ampliada hacia el norte debido al tratado de límites de 1874 entre
Bolivia y Chile por el cual la frontera binacional quedó fijada en los 24°S, es
decir, algo al sur de la ciudad de Antofagasta (la cual seguía estando en poder
de Bolivia).
Finalmente, tenemos la Jeografía[16]
descriptiva de la República de Chile: arreglada según las últimas
divisiones administrativas, las más recientes esploraciones i en conformidad al
censo jeneral de la República levantado el 28 de noviembre de 1895, de Enrique Espinoza[17].
Esta obra fue publicada en 1897, más de una década después de finalizadas las
hostilidades. En las primeras páginas se presenta un mapa que incluye los
territorios incorporados del Norte Grande. En cuanto al nuevo límite
septentrional, el autor especifica que Chile está separado del Perú por el río
Sama, teniendo soberanía por lo tanto sobre Tacna y un conjunto de otras poblaciones
menores. Aparecen nombradas
tres nuevas provincias creadas por ley, las dos primeras en 1884 y la tercera
en 1888: Tacna (con 24.000 habitantes), Tarapacá (con 90.000 habitantes) y
Antofagasta (con 44.000 habitantes). La población nacional se contaba –según
censo de 1895- en 2.712.145 habitantes. Vemos así que, en la época de publicación
de esta obra, el avance de Chile hacia el norte estaba concluido y sólo faltaba
una leve retracción, hasta los actuales 17° 29' 57" S.
Entre los
pobladores originarios del norte de Chile, el autor nombra sólo a los “changos, de orijen peruano” que residían en las “costas del
norte”[18].
La actual región del Norte Grande junto con la parte norte de Atacama forma la
“zona mineral”, mientras que la del Norte Chico la “zona mineral y agrícola”[19].
En el apartado sobre la provincia de Tarapacá se destaca una minuciosa labor
para retratar la industria salitrera, mineral cuyo usufructo estuvo entre los casus belli de la guerra y que estaba por entonces en el
auge de un ciclo que concluyó en 1930, a causa de la invención del salitre
sintético y de la Gran Depresión. En general, y en lo que respecta a los
territorios ganados, esta obra se destaca por una gran cantidad de datos que
conforman un censo detallado de todos los recursos del nuevo Chile. No resulta
exento de sentido que la Jeografía, por Decreto Supremo N°
155 de 1895, fuese mandada a adoptar como texto de estudio en los
establecimientos de instrucción militar del Ejército.
Luego de la guerra y de que la industria del salitre se transformara en clave para el desarrollo del país, la región pasó a tener un valor estratégico, y sus espacios urbanos –civilizados y blancos, por oposición a las tierras indígenas del interior- fueron el lugar en donde se expresó la identidad nacional chilena[20]. Sobre la población residente en los territorios ganados el Estado inició un proceso de chilenización mediante la intervención de sus organizaciones públicas y privadas. Este se intensificó a inicios del siglo XX en coincidencia con la celebración del primer centenario de la independencia, por medio de la actividad de grupos civiles nacionalistas reunidos en "ligas patrióticas" que tenían por objeto desaparecer los rasgos peruanos de los territorios conquistados. Estas eran grupos paramilitares ilegales, amparados por la sociedad civil y el Estado, que instigaban la expulsión de la población peruana residente favoreciendo de esta forma a clausurar en el Norte Grande el periodo internacionalista y pluriétnico y a abrir el periodo nacionalista y de región fronteriza[21].
Según Tudela,[22]
y para el caso particular de los aymara de la zona ariqueña, la campaña de
chilenización obedeció a los intereses de las autoridades cívico-religiosas de
generar en esta población un vínculo con el Estado, condición necesaria para su
integración a la nación. Entre los aymara, la chilenización –operada desde
cambios en la economía, la organización social y la religión mediante los
programas de escolarización y el desarrollo de una infraestructura
modernizante- produjo un efecto de secularización, entendido como la pérdida
del lugar hegemónico que, en el seno del ayllu, poseía
la institución religiosa tradicional andino-católica. Esta institución, que
involucraba prácticas políticas, religiosas y económicas, era –hasta el siglo
XIX- el fundamento de la autoridad comunal. Más allá del caso específico
analizado por Tudela, la estrategia de chilenización fue aplicada sobre el total de las
poblaciones originarias, a partir de sucesivas campañas que fueron penetrando
el interior. Primero en las pampas salitreras (1880-1930), luego en los valles
(1930 y 1950) y por último en el altiplano (desde 1950). En este proceso la
escuela primaria fue un instrumento privilegiado para asimilar a la población
mediante el aprendizaje del castellano, de la historia chilena y del ethos de la cultura occidental[23].
Así, los pueblos originarios, a los que se les había señalado como extranjeros,
fueron hechos chilenos e incorporados junto con el resto del proletariado
nortino a la incipiente industria capitalista como mano de obra marginal de las
ciudades, los centros salitreros y las minas de cobre en las modernas
relaciones económicas surgidas de la industrialización del desierto[24].
Como contracara, la expansión de la industrialización en una
época de constitución de los partidos de izquierda llevó a una intensificación
de las prácticas sindicales en donde anarquistas y comunistas buscaron
hegemonizar la representación política de los obreros[25].
Queda como hito dramático fundacional en la memoria de la clase obrera la
matanza de la Escuela de Santa María, en la cual fueron asesinados 300 obreros
en manos del Ejército, punto final de la huelga salitrera de 1907, cuando
alrededor de 20.000 pampinos ocuparon Iquique para reclamar mejoras salariales
y sociales. Como corolario de esta matanza, que podría ser caracterizada como guerra
preventiva interna en razón de lo desproporcionado de la represión estatal, el
movimiento obrero entró en reflujo y comenzaron a aplicarse algunas medidas
asistencialistas, a generarse una incipiente legislación social y a
implementarse formas de cooptación que fueron funcionales al mantenimiento del statu quo[26].
Los estudios
andinos en su etapa pionera
En parte por las
razones antes referidas –las de orden geopolítico- y también por otras de
interés científico general, el actual territorio del Norte Grande constituyó un
temprano foco de interés para los Estados nacionales que lo disputaban. Entre
mediados del siglo XIX y mediados del siglo XX, las investigaciones sobre el
mismo se centraron en tareas arqueológicas, históricas y geográficas y fueron
realizadas mayoritariamente por especialistas extranjeros y por algunos
pioneros locales. Estas estaban centralizadas en las instituciones de las
ciudades principales, como los museos de Historia Natural de Santiago, de Valparaíso y
de Concepción y el Museo de Etnología y Antropología de Chile[27].
Dos socieades
científicas europeas con sede en Santiago fueron centrales en esta etapa:[28]
la Deutschen Wissenschaftlichen Vereins zu Santiago
y la Société Scientifique du Chili. La Sociedad Científica Alemana se creó en 1885
siendo su primer presidente Rodulfo Amandus Philippi. Esta imprimió, entre el
año de su fundación y hasta 1936 (con un hiato entre 1914 y 1930) la revista Verhandlungen das Deutschen Wissenschaftlichen
Vereins zu Santiago de Chile,[29]
en donde se publicaron varios artículos sobre temas del norte del país[30].
La Société Scientifique du Chili fue fundada también en 1885, siendo su
primer presidente el ingeniero estrasburgués Alberto Obrecht. En las Actes que la Société publicó hasta el año 1938 destacan
trabajos de antropología física, etnología y arqueología sobre las poblaciones
indígenas del norte[31].
Las expediciones
científicas, financiadas por estas sociedades y centralizadas en los museos
referidos, partían desde el centro del país, realizaban sus labores de campo en
los ignotos territorios y trasladaban las colecciones obtenidas a los museos
metropolitanos sin realizar ningún tipo de transferencia de conocimiento con
los habitantes del norte del país[32].
Los investigadores
pioneros fueron, entre otros profesionales, un conjunto de geógrafos,
ingenieros, geólogos, etnólogos, arqueólogos e historiadores, tanto chilenos
como extranjeros. Una forma de clarificar su heterogeneidad es observando la
orientación que tenían sus investigaciones[33].
En primer lugar, tenemos a los geógrafos e ingenieros que
participaron de la delimitación de las fronteras nacionales y del
reconocimiento de territorios en disputa realizando exploraciones, trabajos e
investigaciones financiadas por los Estados chileno y peruano con el objeto de
conocer la geografía, los recursos y censar a la población. Aquí destacan el ya
mencionado Rodulfo Philippi (Viage al
desierto de Atacama: hecho de orden del gobierno de Chile en el verano de
1853-54, 1860). M. S. Church y su informe del
Cuerpo de Ingenieros del Perú (Aguas para la
Pampa del Tamarugal, 1863). Mariano Felipe Paz Soldán, historiador y
geógrafo peruano (Atlas Geográfico del Perú,
1865 y Diccionario Geográfico Estadístico
del Perú 1877). Alejandro Bertrand, geógrafo e ingeniero chileno
quien explora por encargo del Ministerio del Interior de Chile Tacna, Arica,
Tarapacá y Atacama (Memoria sobre las
cordilleras del desierto de Atacama y regiones limítrofes, 1885), obra
que debe leerse con relación al Pacto de Tregua de 1884, por el cual Bolivia y
Chile suspendieron jurídicamente hostilidades (Espinoza Moraga 1958). Guillermo
Billinghurst, político, empresario y periodista ariqueño (Estudio sobre geografía de Tarapacá, 1886
y La irrigación en Tarapacá, 1893).
El ingeniero Francisco Risopatrón (Diccionario
Geográfico de las Provincias de Tacna y Tarapacá, 1890). El también
ingeniero Luis Risopatrón con sus expediciones fronterizas en Tarapacá y
Atacama (Diarios de viajes a las Cordilleras
de Antofagasta y Bolivia, 1903-1904
y el Diccionario Geográfico de
Chile, 1924. Esta obra presenta nuevas entradas para las ciudades de
Antofagasta, Arica, Iquique y Tacna, entre otros sitios incorporados luego de
la guerra. El ya nombrado Alejandro Cañas Pinochet, militar, lingüista e
investigador chileno (Breves noticias sobre
la geografía física de Tarapacá, 1912), y, finalmente, Juan Brüggen
(La geología de los yacimientos del salitre en
Chile, 1928; El agua subterránea en la Pampa del
Tamarugal y morfología general de Tarapacá, 1936).
En segundo lugar, estaban los investigadores que
participaron de misiones científicas extranjeras interesadas en la exploración
de territorios desconocidos o en problemáticas de relevancia científica general.
Como John Blake, clérigo y geólogo británico (Geological
and Miscellaneous Notice of the Province of Tarapacá, 1843); William
Bollaert, escritor, químico, geógrafo y etnólogo inglés (Observations on the Geography of Southern Peru,
including Survey of the Province of Tarapacá, and Route to Chile by the coast
of the Desert of Atacama, 1851); Eric
Boman, arqueólogo sueco radicado en
Argentina (Antiquités de la Région
Andine de la République Argentine et du Désert d’Atacama, 1908 –uno de los primeros estudios
arqueológicos completos del noroeste argentino que abraca parte del actual
territorio chileno-) e Isaiah Bowman, geógrafo canadiense (Desert Trails of Atacama, 1924).
En tercer lugar, hubo un conjunto de arqueólogos e
historiadores que investigaban bajo los impulsos de la expansión de su campo y
aportaban a la construcción de una historia nacional. El principal exponente es el arqueólogo Max Uhle (Los Aborígenes de Arica y el Hombre Americano,
1918; La arqueología de Arica y Tacna,
1919; Fundamentos Étnicos y Arqueología de
Arica y Tacna, 1922). Nombraremos también al historiador y
antropólogo Tomás Guevara (Historia de
Chile: Chile Prehispano, 1925-29), a Ricardo Latcham, ingeniero,
arqueólogo, etnólogo y folklorista inglés radicado en Chile (Los Changos de las Costas de Chile, 1910; Costumbres Mortuorias de los Indios de Chile y Otras
Partes de América, 1915; La
Prehistoria Chilena, 1928; Las
Creencias Religiosas de los Antiguos Peruanos, 1929; Arqueología de la Región Atacameña, 1938);
el historiador José Toribio Medina (Los
Aboríjenes de Chile, 1882 y Bibliografía
de las Lenguas Quechua y Aymará, 1930); Emilio Vaïsse, sacerdote,
crítico literario y profesor chileno de origen francés quien residió en San
Pedro de Atacama (Glosario de la Lengua Atacameña,
1896) y Carlos Keller, economista y sociólogo de origen alemán (El Departamento de Arica, 1946).
Finalmente, se debe reconocer a los historiadores que
investigaban sobre historia regional. Entre ellos Vicente Dagnino, médico,
profesor e historiador chileno (El Correjimiento de Arica.
1535-1784, 1909; El Ayuntamiento de Tacna:
Tributo a la Patria en su Centenario, 1910); Rómulo Cúneo-Vidal,
escritor e historiador ariqueño (Obras
Completas. Vol. 1: Historia de la civilización peruana. Historia de los Cacicazgos
Hereditarios del Sur del Perú; Vol. 4: Precursores y Mártires de la
Independencia del Perú; Vol. 5: Historia de la Fundación de la Ciudad de San
Marcos de Arica. Historias y Leyendas de Arica, Tarapacá y Atacama; Vol. 6:
Diccionario Histórico-Biográfico del Sur del Perú, [1913] 1977) y
Víctor Barriga, religioso e historiador peruano (Documentos para la Historia de Arequipa, 1939-1940 y Memorias para la Historia de Arequipa,
1941-1952).
Resulta imposible, dentro de los límites de este artículo, tratar
en detalle, aunque sea una pequeña cantidad de los anteriores títulos. En tanto
la hipótesis que modula el trabajo es que los estudios andinos decimonónicos se
orientaron predominantemente a resolver interrogantes de implicancia
geopolítica, creo que es útil
analizar la obra ya referida de Philippi[34].
Esta es sumamente importante porque documenta una de las primeras
exploraciones científicas de la región de Atacama, área fronteriza entre Chile,
Bolivia, Perú y Argentina. Como veremos, en este viaje se amalgamaron explícitamente intereses
científicos y políticos. La expedición fue por orden y financiamiento del
gobierno y, en ese sentido, Viage expresa a
la vez las pretensiones de Chile sobre los territorios del norte como también
los escarceos de la visión que la elite científica de la época empezaba a
forjarse de esas mismas regiones.
Plano
realizado por Guillermo Döll y publicado en Philippi, R., 1860, Ob. Cit. Sobre el mismo he indicado: entre puntos A y B,
zona de reconocimiento costero desde la altura de Caldera hasta la de
Mejillones; entre puntos 1 y 2, recorrido seguido por tierra desde Taltal a San
Pedro, en dirección noreste. En miniatura, a la derecha, superficie aproximada
del mapa de Döll en relación al centro-norte de
Chile. Se indican las regiones pertenecientes al Norte Grande (XV: Arica y
Parinacota; I: Tarapacá; II: Antofagasta) y al Norte Chico (III: Atacama; IV:
Coquimbo). Al sur, señalada con una flecha la ciudad capital, Santiago de
Chile, desde donde partió Rodulfo Philippi.
El Viage de Philippi
Rodulfo Philippi, médico y naturalista alemán radicado en Chile que
ejerció como director del Museo Nacional de Historia Natural de Santiago entre
1853 y 1897, director de la Sociedad Científica Alemana y catedrático de
Historia Natural de la Universidad de Santiago de Chile, dedicó Viage al presidente Manuel Montt. El autor explica en el Prólogo que la obra fue escrita en
formato de diario “en la persuasión que este
método era indispensable para convencer al lector de la veracidad de mis
aseveraciones”[35].
Philippi nos propone entonces un texto que opera en el registro de la crónica
del viaje de un “conquistador científico”. A este respecto, es interesante ver
como el autor juega con la cercanía y subjetividad –que supone la crónica- con
la lejanía y objetividad positivistas: “el que busca descripciones poéticas,
aventuras picantes hará mejor no abrir este libro; no contiene nada más que
hechos desnudos, pero confío que estos serán de algún interés, para el
geógrafo y el naturalista a lo menos”[36].
El capítulo I refiere la exploración de la costa entre Coquimbo y
Mejillones; el II repasa el viaje desde Taltal a San Pedro de Atacama; el III
se ocupa de la descripción de San Pedro; el IV describe la ruta desde Atacama a
Copiapó; el V se ocupa de criticar la cartografía de la época, de la cuestión
de límites y de ponderar los recursos registrados; el VI analiza física y
geológicamente el territorio; el VII trata sobre los fenómenos físicos
observados; el VIII sobre la fauna y el IX sobre la flora. Entre las láminas
que acompañan el trabajo se encuentran un mapa del derrotero realizado y vistas
del puerto de La Caldera, de la plaza de Copiapó, de Chañaral de las Ánimas, de
la Finca de Chañaral, del establecimiento del Salado, de Cachinal de la Costa,
de Paposo, de El Cobre, de la Plaza de San Pedro de Atacama, de Trespuntas, un
perfil del desierto de Atacama desde Copiapó a San Pedro y otras varias sobre
flora y fauna. Seguiré entonces el derrotero del autor resaltando las
informaciones que considero relevantes para este trabajo.
El desierto de
Atacama, que Philippi sitúa entre Copiapó y Cobija y entre el océano Pacífico y
la difusa frontera con Argentina, es presentado como un territorio “desconocido de los geógrafos europeos” y aún del “Gobierno de Chile y la nación”. Su exploración era por lo
tanto “muy importante no solo para la ciencia sino también
por otros varios motivos” que surgen pronto: “En este
desierto se juntan los linderos de las repúblicas de Chile, Bolivia y las
provincias Argentinas, que hasta el día de hoy no son fijados, y sobre los
cuales han surgido dificultades que es preciso zanjar”. Además “la opinión es muy común, que ese desierto encierra inmensas riquezas
minerales”. Por lo tanto “tales consideraciones […]
conmovieron al Gobierno de Chile a encargarme [su] esploración”[37].
Junto a Philippi
participaron del viaje Guillermo Doll, “ingeniero geómetro” que levantó el
plano que se reproduce en este artículo, y dos “criados”: Domingo Morales y
Carlos Núñez. Entre el instrumental se contaban “un mapa manuscrito hecho por
el señor Navarrete” que se demostró inexacto en muchos aspectos, un barómetro,
un psicrómetro, un sextante, un horizonte artificial y un cronómetro común de
buque[38].
Fue preciso esperar a llegar al norte para averiguar cómo atravesar el desierto
de oeste a este, pues en Santiago no existía información precisa. Los víveres
se compraron en Valparaíso, donde los viajantes se embarcaron hasta Coquimbo y,
luego de algunos días, desembarcaron en La Caldera desde donde llegaron en
ferrocarril a Copiapó. Los expedicionarios se encontraban allí en el límite
septentrional de Chile. En esta ciudad contrataron a un baqueano, Diego de
Almeida, un minero anciano que antiguamente había hecho la travesía a San Pedro
y con el que programaron la compra de mulas, medio de transporte insustituible
por ser el camino en subida.
Los preparativos
para atravesar el desierto concluyeron en poco tiempo, pero antes se hizo el
reconocimiento de la costa entre Copiapó y Cobija a bordo de una embarcación y
haciendo múltiples desembarcos. Una vez partidos de Copiapó, los
expedicionarios entraron en lo que por entonces era parte del Departamento del
Litoral de Bolivia. Con respecto a este recorrido, en medio de una abundante
descripción de la naturaleza (que constituye el contenido de la mayoría de la
obra) se retrata también a la población: “encontramos [en Taltal] unos hombres
y mujeres alojados bajo una especie de toldo; las últimas habían venido de Chañaral para lavar ropa. Nosotros colocamos nuestro toldo
[…] no muy lejos de algunas pastoras de cabras[39].
Al día siguiente Philippi y su grupo se adentraron en el territorio. La
vegetación va desapareciendo, el suelo se torna “cascajoso y
estéril”. Tras horas de avanzar, sus sentidos lo engañan: en donde
cree ver una “veta blanca que el ojo podía seguir por más
de mil pasos” encuentra –decepcionado- “un calcáreo
negro hediondo cubierto […] de líquenes blancos”. Allí se cruza por
primera vez con “uno de estos montones de piedras hechos por la mano del hombre,
una apacheta” sobre la cual dice que
Era […] una costumbre general en todo el reino de
los Incas, que cada viajero que llegaba a un portezuelo ponía en él una piedra
hasta formarse un montón. Esta costumbre se ha conservado en gran parte y en
Bolivia ponen con frecuencia cruces de palo en estas[40].
Ya de vuelta en la
costa, los exploradores se encuentran con los changos “moradores indíjenas de la costa”, de los cuales Almeida les
comenta que tienen “burros y cabras”.
Nos enteramos así de la procedencia étnica de los anteriormente nombrados
hombres y mujeres de la costa de Taltal y, en un interesante párrafo –sobre
todo si no evitamos incorporar al análisis el sesgo etnocentrista de sus
apreciaciones- Philippi da a conocer aspectos de su vida cotidiana que permiten
entrever las relaciones existentes con la población criolla, ya que el vaqueano
Almeida es conocido de alguno de ellos.
Nada hay más sencillo que un tal rancho. Se fijan
en el suelo cuatro costillas de ballenas o troncos […] y se echan encima cueros
[…] velas viejas, harapos y aún algas secas, y la casa está hecha. Por supuesto
no hay en el interior ni sillas, ni mesas ni catres; el estómago de un lobo
[marino] sirve para guardar el agua, unas pocas ollas y una artesa completan el
ajuar de la casa. Esta gente se alimenta principalmente de mariscos […] de
pescado, carne de cabra, leche y huevos […]. Se visten como en las ciudades […]
hablan muy bien el castellano y han olvidado enteramente su propio idioma, que
sin duda ha sido chileno o araucano; son tan políticos como si hubiesen
recibido su educación en la capital, y esperan por supuesto ser tratados del
mismo modo, que se diga p.e. Señorita a la india más fea y más vieja vestida en
harapos. Un viejo me hizo reír mucho, pues nunca hablaba de sus burros sin
añadir: con permiso de Vds, caballeros. Tres pastoras nos visitaban con
frecuencia, una […] vieja […] amiga de Don Diego y dos otras jóvenes bastante
bonitas de modo que dudé la pureza de su sangre india… [un día] volvía a pié
del buque y pasé […] cerca de sus ranchos; me convidaron a entrar y a
descansar, lo que rehusé de miedo de las pulgas…[41]
Páginas más
adelante hará una descripción más objetiva, en la que precisa la distribución
costera de los changos “desde Huasco a Bolivia”,
arriesga un número poblacional “de 500 poco mas poco menos”
y habla de la división sexual del trabajo (las mujeres pastoras, los hombres
dedicados a la pesca, a la caza y al trabajo en las minas), entre otros
detalles[42].
Las embarcaciones en que estos Changos se abandonan
a la mar, se llaman balsas […] Se componen de dos odres de cuero de lobo
hinchados de aire, que terminan en cada extremidad en una punta algo relevada.
Tienen como diez pies de largo […] Son unidos encima por medio de un techo de
palitos, en el cual los pescadores se sientan[43].
Posteriormente, en
las cercanías de Paposo (56 km al norte de Taltal), el explorador se cruza providencialmente
con “unos indios de Atacama que habían recogido una
cantidad de congrios secos, y apacentaban sus mulas en los cerros inmediatos
por un talego módico que pagaban al administrador”. Allí se entera
de que estos habían querido llegar a Cobija para
comprar coca a los changos con el objeto de venderla en Argentina pero, como la
guerra entre Perú y Bolivia se los había impedido, debieron bajar a Taltal y
conformarse con obtener pescado de los mismos changos[44]. Philippi aprovechó la oportunidad para contratarlos junto
con sus mulas para que lo guiasen a San Pedro[45].
El capítulo 2
inicia con la marcha desde Taltal, pasando por Agua de Clérigo, Cachiyuyal,
Cachinal de la Sierra -en donde se reúnen recién con los atacameños-, Agua de
los profetas, Agua de varas y Punta negra. Allí, desde una elevación situada a
más de 3700 metros de altura, le fue mostrado a Philippi “el cerro de Socómpas, muy conocido de mi Atacameño”[46][47].
Luego dejan atrás Imílac y Alto del Pingopingo. Entre las dos anteriores señala
Philippi que “El camino del Inca cruzaba el nuestro
viniendo del norte por un pequeño vallecito, pero cruzamos sin verlo: Don Diego
no se acordó de mostrárnoslo, y ese camino es un trabajo tan insignificante,
que no salta a la vista”[48].
La próxima detención fue en Tilopozo y luego en Agua de Carvajal. Se destaca
que encontraron un “Tambillo
[tambo] inmediato al camino y a unos charcos de agua […] es una de las casas
levantadas de tiempo en tiempo en los caminos de Bolivia para el abrigo de los
viajeros, institución benéfica que data del tiempo de los Incas”[49].
El 22 de enero, luego de 11 días de viaje, llegan a San Pedro, que se anuncia por
sus sembradíos y labradores.
En el capítulo 3 Philippi
se ocupa de retratar San Pedro y algunos de sus personajes principales, como el
prefecto de la provincia y el gobernador del lugar. Se sobreentiende que son
autoridades bolivianas a las que el explorador no se presenta como a las
órdenes del gobierno chileno. Junto con las consabidas descripciones sobre la
naturaleza y otras sobre lo pobre de la arquitectura, lo desabastecido del
mercado local y la falta de industrias, el autor anota que
Los alfalfales ocupan
la mayor parte del terreno cultivable, siendo el transporte de las mercaderías
de Cobija a las provincias Argentinas" […] la ocupación principal de los
Atacameños […] por eso hay tantas mulas en Atacama y la tercera parte de los
habitantes creo son arrieros […] Los animales [mulas] no se compran aquí, se
compran de los Argentinos[50].
El pueblo “está
dividido en cinco Ayllos y hay un Alcalde a la cabeza de cada ayllo,
cuya insignia es un bastón con un botón de plata”[51].
Más adelante destaca que “solamente las pocas
personas decentes del pueblo, casi todos ellos negociantes, son de sangre
blanca; son Argentinos, que han huído en 1840 a las ‘degollaciones’ de Rosas,
los demás vecinos son indios de casta pura”[52].
Y también
Es muy singular que
los Atacameños hablan un idioma muy particular, enteramente distinto del
quichua y del aimará como del chileno [por mapuche] […] el idioma atacameño es
limitado a una población de tres a cuatro mil almas, hablándose unicamente en
S. Pedro de Atacama, Toconado [sic], Soncor, Socaire, Peine, Antofagasta […]
Hubo un tiempo en que […] se hablaba también en Chiu chiu y Calama [pero]
actualmente […] solo personas muy anzianas entienden todavía la lengua de sus
padres[53].
Philippi aprovecha
la estancia en San Pedro para hacer una expedición a las minas de cobre de S.
Bártolo y, a la vuelta, toma el Camino de las pintadas relevando
el arte rupestre del lugar, particularmente figuras zoomorfas y antropomorfas,
sobre las que arriesga alguna interpretación y destaca que “estas esculturas y
las numerosas ruinas de casas y pircas situadas en lugares absolutamente
desérticos y sin agua son un fenómeno muy singular y sin embargo frecuente”[54].
El día 30 de enero
inician el regreso a Copiapó, tema que es relatado en el capítulo IV. El
itinerario es: Atacama, Toconao, Agua de Carvajal, Ciénego [sic] redondo,
Tilopozo, Puquios, Pajonal, Zorras –con una excursión al pie del cerro
Llullaillaco-, Aguas blancas, Riofrío, Sandón, Vaquillas, Chaco, Juncal, la
Encantada, Doña Inés, Agua Dulce, Chañaral Bajo, el sitio minero de Trespuntas
-explotado desde 1848 y del cual realiza una descripción detallada- llegando
finalmente a Copiapó el 25 de febrero. En el capítulo V, luego de referir el “modo de vivir en el desierto, salud, puna” y de especificar
en detalle los gastos hechos, Philippi hace algunas anotaciones estadísticas
sobre la provincia de Atacama en donde se destaca el consabido tópico de la
riqueza minera.
En el apartado “Sobre la cuestión de límites” del capítulo V, Philippi
detalla todos los antecedentes históricos que considera pertinentes para
concluir que Chile puede reclamar con justicia las tierras del norte hasta la
altura de Mejillones. Es decir, hasta los 23° S, un grado más al norte de lo
que se pactaría en 1874 mediante el Tratado de Límites entre Chile y Bolivia.
En el apartado “Recursos”, el autor destaca como
factor negativo principal la falta de agua, cosa que queda visiblemente
morigerada por la continua alusión que el mismo ha hecho durante toda la obra a
las grandes riquezas minerales, tema al que volverá en detalle en el capítulo
VI.
Podemos imaginar
cómo habrá recibido el gobierno de Chile el informe de este viaje. Philippi ha
logrado retratar con mínimos recursos económicos y humanos una gran extensión
territorial, casi totalmente desconocida en Santiago, en la que se destacan
tres elementos: baja población, mínima defensa militar y gran potencial
económico. Para nuestro interés, resultan relevantes los datos sobre la
presencia indígena pretérita -relictos arqueológicos- y contemporánea, mediante
la descripción de las poblaciones de los changos de la
costa y los atacameños de las tierras altas. El Viage es
una obra destacable porque en ella Philippi consigue conjurar ese territorio
liminal, que en su descripción se advierte como un espacio articulado por vías
e intereses que operan en parte por fuera de las lógicas de los Estados aún en
formación. Prueba de lo cual son los caminos “transnacionales” y el comercio
asociado a ellos. Estos hechos -que el autor no aborda con un detalle
comparable a su magistral disección de la naturaleza- permiten señalar que en
época tan tardía como 1850 persistían relaciones de complementariedad
interétnica, tema que los estudios andinos se abocarían en un futuro a analizar[55].
Para finalizar, sería injusto no remarcar que la obra de Philippi
contiene varios aportes antropológicos de relevancia. Un listado completo debe
incluir los relativos a la etnografía sobre los atacameños y changos y sobre las actividades de arriería, minería y
extracción del guano de las costas; como así también los lingüísticos,
toponímicos, demográficos, arqueológicos, históricos, etnobotánicos y etnozoológicos,
entre otros[56]. Sin
embargo, lo que he querido destacar es que tanto Viage como
los otros títulos referenciados son el producto visible -y lógico, en tanto
pertenecientes a una época determinada- de una
mirada antropológica evolucionista que vio a los pobladores originarios como
supervivencias que vegetaban en los difusos límites de la civilización y
estaban sumidos en un proceso de aculturación que conllevaría ineluctablemente
su desintegración. En este contexto, el trabajo antropológico se ocuparía de
rescatar, catalogar y comparar los rasgos culturales de esos “otros” indígenas
en desaparición debido a las fuerzas inevitables del progreso. A este respecto,
reparemos en la pregunta que se hizo a sí mismo Guillermo Billinghurst sobre
unos tiestos encontrados en la Pampa del Tamarugal[57].
¿Provienen aquellos despojos,
testimonio irrecusable de una antigua civilización, de los habitantes de alguna
aldea de época pre-incásica, como las que poblaban las llanuras de Tiahuanaco,
que se levantaba alegre y pintorezca en la pampa de Huara, rodeada de frondozos
árboles y que fué sepultada cruel y violentamente por las avenidas torrenciales
que se precipitaron, arrasándolo todo, por la quebrada de Aroma; o son ellos,
simplemente los despojos dispersos y sin grande significación arqueológica que
han sido arrastrados por las aguas, desde las aldeas sombrías y aisladas de los
flancos de la sierra? -¡Quién sabe!- Lo prudente, sin embargo, es aceptar la
segunda suposición.
La inquisición, que contiene
una conclusión desesperanzada sobre el pasado (no existieron en este desierto
civilizaciones) y el presente (las aldeas sombrías y aisladas) indígena, es
fiel ejemplo de aquella mirada. Sin embargo, hubiese acertado Billinghurst
al apostar lo contrario. La arqueología contemporánea ha puesto al descubierto
–al menos en el área de Ramaditas- importantes evidencias de ocupación humana
(2500 AP) entre las que se cuentan conjuntos arquitectónicos, grandes campos de
cultivos, depósitos de agua y una red de canales para riego[58].
Reflexiones
finales
Me interesa volver
a destacar que el nuevo mapa de país dibujado por la Guerra del Pacífico amplió la frontera nacional incorporando no sólo territorios y
riquezas naturales sino también población y –en especial- una conflictividad
producto del intento de asimilación de la misma a la sociedad nacional. Si, en el imaginario hegemónico chileno, los
mapuches habían sido incorporados como parte de la identidad nacional, los
pueblos originarios integrados por la nueva frontera del norte no cumplieron un
rol similar. La
invocación a lo mapuche como una de las fuentes de la nacionalidad forma parte
de un imaginario que empezó a coaligarse en forma temprana (pensemos en ciertas
interpretaciones sobre la vindicación que de los mapuches hace Ercilla en La Araucana) y está presente en expresiones ideológicas disímiles
y separadas en el tiempo[59].
Contrariamente, en el imaginario
decimonónico, al Norte Grande se lo asociaba con la idea de lo extraño y lo
desconocido por la presencia de lo indígena y de un desierto a los que se debía
civilizar mediante una acción estatal cuya épica fue central como motor
justificativo de la guerra[60].
En este marco,
habrían sido las tensiones geopolíticas entre naciones que aún no habían
terminado de definir sus fronteras las que llevaron a realizar investigaciones
encargadas por los gobiernos para conocer las características geográficas, de
recursos y poblacionales de esta región. Y propongo que es allí en donde
podríamos situar el primer impulso a estos estudios cuyos intereses fueron luego
cambiando con relación a las transformaciones del contexto socio-político y de
las disciplinas implicadas.
De la enumeración y clasificación de las investigaciones
pioneras concluyo que –más allá de que algunas de ellas estuvieron directamente
implicadas en las cuestiones de límites- todas las obras referidas (desde
perspectivas más o menos incluyentes, tanto espaciales como temporales y
temáticas) aportaron conocimientos que fueron retomados para la construcción de
meta narrativas nacionales funcionales al reclamo de soberanía sobre los
territorios en disputa. La evaluación cuantitativa de los estudios andinos en
la época tratada apoya esta tesis, ya que permite observar una baja de la producción científica sobre
el norte de Chile hacia el fin de la década de 1920. Colijo que ello indica el
ocaso de época de los estudios relacionados con las hipótesis de conflicto
bélico, ya que para esta época se firmaron los tratados de límites definitivos.
A partir de esos años es remarcable el descenso de la producción científica.
Las investigaciones se reactivaron a mediados del siglo XX, cuando inició un
nuevo período de impronta desarrollista, en donde se destaca la fundación de
las sedes universitarias regionales[61].
Según José Bengoa, la mirada antropológica folklorizante y
conservadora de la época que trata este artículo se debió a que los
intelectuales de carácter proestatista propusieron la homogeneidad de la
población chilena como base de la fortaleza del Estado. Esta observación lleva
inmediatamente a recalcar que la historia ocupó el mismo papel, ya que la
historiografía oficial de Chile fue la “historia del Estado” y, por lo tanto,
un intento de entender a la sociedad nacional de acuerdo a la lógica de la
homogeneidad, de la unidad e integración social[62].
La forma de indagación que así concluye, hegemonizada por el accionar de los
“sabios extranjeros” y ligada a un reparto colonial europeo occidental del
mundo que se expresó en estas latitudes mediante el accionar del capital
extranjero sobre los recursos nortinos, dejará paso a un período de renovación
científica que comenzará luego de la segunda posguerra mundial. Este no estará
exento de similares luchas de poder que otorgarán a las investigaciones una
nueva configuración de índole aplicada con relación a la cuestión del desarrollo
nacional, regional y étnico. En esta etapa de “apertura científica”[63],
el eje institucional pasará de las sociedades científicas y los grandes museos
a las universidades, destacándose el accionar de la Universidad del Norte y de
las sedes nortinas de la Universidad de Chile. Este fue no sólo el momento de
una marcada institucionalización sino también de una ingente profesionalización
a través de los distintos espacios institucionales que se abrieron a partir de
1950 en el marco del proceso de modernización de las ciencias sociales
latinoamericanas[64].
Recibido:
01/05/2016
Aceptado: 02/04/2017
El viage de
Philippi, los estudios andinos y el problema
de las fronteras nacionales (Chile,
siglo XIX)
Resumen
Se sitúa al lector en la evolución histórico-geográfica del
área andina de Chile. Se presenta la problemática de la cuestión de límites
referida al Norte Grande durante el siglo XIX. Se realiza una revisión
bibliográfica y se propone una taxonomía de la misma acorde a la orientación de
las publicaciones científicas sobre la región. Por sobre la multiplicidad de obras,
se postula que los estudios andinos chilenos de esta época se vincularon
predominantemente a la coyuntura geopolítica. Se pone el foco en los trabajos
relacionados con la cuestión de límites a través de un acercamiento a la obra
de Rodulfo Philippi. Se demuestra una relación entre la producción intelectual
y la coyuntura política de la consolidación del Estado nacional.
Palabras clave: Norte Grande; estudios
andinos; geopolítica; siglo XIX; Estados nacionales
Carlos
María Chiappe
Philippi’s viage, the andean studies and the issue
of national boundaries (Chile,
nineteenth century)
Abstract
The reader is
placed in the historical-geographical evolution of the Andean area of Chile, presenting also the
problems of the borders of Norte Grande during the nineteenth century. A
bibliographic review is carried out and a taxonomy is proposed according to the
orientation of the scientific publications on the region. From the multiplicity
of works, it is postulated that Chilean Andean studies of this period were
predominantly related to the geopolitical issues. The focus is put on works
related to the borders issue from an approach to Rodulfo Philippi´s work. It shows
a relationship between the intellectual production and the political situation
of the consolidation of the national State.
Key words: Norte
Grande; Andean studies; geopolitics; nineteenth century; national states
Carlos
María Chiappe
*Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Ciencias Antropológicas, Argentina. E-mail: carlosmariachiappe@gmail.com
[1] Núñez, Lautaro, Sobre los comienzos de los estudios andinos y sus avances actuales en el norte de Chile, en Zanolli, Carlos; Estruch, Dolores, Costilla; Julia y Ramos, Alejandra (comps.) Los estudios andinos hoy. Práctica intelectual y estrategias de investigación, Rosario, Prohistoria, 2013, pp. 79-122.
[2] Ver Chiappe. Carlos, Los estudios andinos entre la reforma y la revolución, El Jote Errante, Iquique, 2015.
[3] Cambio y continuidad en la sociedad indígena e hispano-criolla. Proyecto Ubacyt 2014-2017 Nº 20020130100238BA. Directora: Ana María Lorandi. Sección Etnohistoria-Facultad de Filosofía y Letras-Universidad de Buenos Aires.
[4] Philippi, Rodulfo, Viage al desierto de Atacama: hecho de orden del gobierno de Chile en el verano de 1853-54, Halle, Eduardo Antón, 1860. La obra fue consultada en la Biblioteca Nacional de Chile; id MC: MC0001417.
[5] Godoy Orellana, Mario y González Miranda, Sergio, Norte Chico y Norte
Grande: construcción social de un imaginario compartido, 1860-1930, en, Sergio
González Miranda (comp.) La sociedad del salitre, Ril-Inte,
Santiago de Chile, 2013, pp. 195-211.
[6] Ver Lagos
Carmona, Guillermo, Los títulos históricos.
Historia de las fronteras de Chile, Zigzag, Santiago de Chile, 1985. Aunque existen numerosas
imprecisiones sobre el tema.
[7] Véase O’Higgins, Ambrosio, Mapa de Chile, 1768 [en línea] http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-86718.html
(Consulta: 2/12/2014).
[8] Que involucra además parte del noroeste argentino, el oeste de Bolivia
y el extremo sur peruano.
[9] Junto con una porción de las regiones argentinas de Cuyo y el
Noroeste.
[10] Lumbreras, Luis, Arqueología de la América andina, Milla Batres, Lima, 1981, pp. 16, 31 y 43.
[11] Menéndez, Baldomero, Manual de Geografía y estadística de Chile, Besanzon, París, 1860.
[12] Esto está errado, lo
que Menéndez llama provincia de Copiapó era desde 1843 provincia de Atacama,
con capital en San Francisco de la Selva de Copiapó.
[13] Menéndez, Baldomero, 1860, Ob. Cit., pp. 28, 29, 91, 184, 199 y 205.
[14] Hoy en día se considera
más acertadamente a los diaguitas –que también tienen presencia del lado
argentino, en la zona de Cuyo- como pueblos habitantes del Norte Chico. Por
otro lado, trabajos sobre filiación étnica en la zona de Coquimbo, consideran
que el área estuvo habitada por comunidades pertenecientes al tronco cultural
mapuche en cohabitación y complementariedad con changos y colonias del área
trasandina. Véase Ruíz Rodríguez, Carlos, “Diaguitas argentinos… ¿y
chilenos? Nuevas consideraciones”, en Revista de Estudios
Trasandinos, Nº2, 1998, pp. 203-233.
[15] Pissis, Pedro, Geografía física de la república de Chile, Instituto Geográfico de París, París, 1875.
[16] Se conserva la
ortografía original tanto en esta como en las otras citas textuales del artículo.
[17] Espinoza, Enrique, Jeografía descriptiva de la República de Chile: arreglada según las últimas divisiones administrativas, las más recientes esploraciones i en conformidad al censo jeneral de la República levantado el 28 de noviembre de 1895, Imprenta Barcelona, Santiago de Chile, 1897.
[18] Pissis, Pedro, 1875, Ob. Cit., pp. 22.
[19] Pissis, Pedro, 1875, Ob. Cit., pp. 22.
[20] González Miranda, Sergio, “El Norte Grande de Chile: la definición histórica de sus límites, zonas y líneas de fronteras, y la importancia de las ciudades como geosímbolos fronterizos”, en Revista Idea, N° 2 (13), 2009, pp. 15-32.
[21] González Miranda, Sergio; Maldonado Prieto, Carlos y McGee Deutsch, Sandra, “Las ligas patrióticas”, en Revista de Ciencias Sociales, N° 2 (4), 1993, pp. 54-57.
[22] Tudela, Patricio, “Chilenización y cambio ideológico entre los aymaras de Arica (1883-1930). Intervención religiosa y secularización”, en Revista Chilena de Antropología, N° 12, 1993, pp. 201-231.
[23] González Miranda, Sergio, Chilenizando
a Tunupa. La escuela pública en el Tarapacá andino 1880-1990,
Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2002.
[24] Núñez, Lautaro, 2013, Ob. Cit.
[25] Zapata, Francisco, “De la democracia representativa a la democracia ‘protegida’. Movimiento obrero y sistema político en Chile”, en Enfoques, N° 3, 2004, pp. 125-155.
[26] Grez Toso, Sergio, “La guerra preventiva: Escuela Santa María de Iquique. Las razones del poder”, en Cyber Humanitatis, 2007. [en línea] http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-82477.html (Consulta: 1/1/2014)
[27] Carlos Porter
(1906), fundador de la Revista Chilena de Historia Natural y director entre
1897 y 1906 del Museo de Historia Natural de Valparaíso, nos permite atisbar el estado de la
bibliografía antropológica y etnológica sobre el norte
de Chile a principio del siglo XX: Daniel Barros Grez (1905) El Dios Viracocha
(que describe una figurina hallada en Copiapó); Alejandro Cañas Pinochet (1884)
Descripcion jeneral del departamento de Pisagua (con un capítulo sobre
población originaria); (1904) La deformacion artificial de los cráneos humanos;
(1904) Un punto de la prehistoria de Chile. Hasta donde alcanzó el dominio
efectivo de los incas; Ricardo Latcham (1903) Notes on
some ancient Chilian skulls and other remains (restos arqueológicos
de la Serena); (1904) Notes on some ancient
Chilian skulls; Adolfo Murillo (1895) No es sifilítico el cráneo de
un indio boliviano presentado por Luis Vergara Flores; Carlos Sayago (1874)
Historia de Copiapó; Luis Vergara Flores (1894) Cráneos de indíjenas bolivianos
(restos humanos de Quillagua); (1898) Dos cráneos antiguos de aimaráes; (1901)
Nuevas mediciones en trece cráneos antiguos de aimaráes; (1903) Estudio
comparativo sobre tres cráneos de araucanos y aimaráes; (1905) Cráneos de
paredes gruesas; (s/f) Piedras escritas en Quillagua, en Porter, Carlos, “Literatura antropolójica chilena”, en
Revista chilena de historia natural, N° 10, 1906, pp. 101-127.
[28] Palestini, Stefano; Ramos, Claudio y Canales, Andrea, “La producción de conocimiento antropológico social en Chile: Postransición: Discontinuidades del pasado y debilidades presentes”, en Estudios Atacameños, N° 39, 2010, pp. 101-120.
[29] Etchevery, María. y Peña Vera, Raúl, “Índices de la revista Verhandlungen des Deutschen Wissenschaftlichen Vereins zu Santiago de Chile publicada por la Sociedad Científica Alemana entre 1885 y 1936", en Revista Chilena de Historia Natural, N° 70, 1997, pp. 153-165.
[30] Entre
ellos: Federico Philippi: Viaje a la provincia de
Tarapacá (1885:135-163), Viaje botánico a la
provincia de Atacama en la primavera de 1885 (1885:214-221); Luis Darapsky:
Tamaya: una ciudad minera de Chile
(1885:195-209); Juan Schulze: Mineralogía de Tarapacá (1889:49-60);
Luis Darapsky: Notas mineralógicas de Atacama (1897:423-426);
Robert Pöhlmann y Carlos Reiche:
Informe para el conocimiento de la flora de los valles
de Camarones y Vítor y sus territorios intermedios (1900:263); Federico
Johow: Sobre el oasis de Pica en el desierto de Tarapacá (1900:344); Guillermo Knocke: Sobre la distribución de
changos en Chile (1931:16-33).
[31] Etchevery,
María, “Carlos E. Porter, la Société Scientifique du Chili y las Actes de la
Société Scientifique du Chili”, en Revista Chilena de Historia Natural, N° 62, 1989, pp. 129-147.
[32] Núñez, Lautaro, 2013, Ob. Cit.
[33] Gunderman, Hans y González, Héctor, “Sujetos sociales andinos, antropología y antropólogos en Chile”, en Alpha, N° 29, 2009, pp. 105-122.
[34] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit.
[35] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit., pp.
ii.
[36] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit., pp. vi.
[37] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit., pp.
1.
[38] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit., pp.
1-2.
[39] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit., pp.
15.
[40] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit., pp.
16.
[41] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit., pp. 19.
[42] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit., pp.
36.
[43] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit., pp. 36.
[44] En 1853 las protestas del
Perú por la circulación de la moneda boliviana en el sur peruano escalaron
hasta la declaración de guerra y la ocupación del puerto boliviano de Cobija.
Las acciones cesaron el mismo año, pero la ruptura diplomática duró una década.
[45] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit., pp.
23.
[46] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit., pp.
44.
[47] Se trata del volcán
Socompa (6051 msnm), ubicado en el límite entre la Región de Antofagasta y la
provincia argentina de Salta.
[48] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit., pp.
47.
[49] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit., pp.
51.
[50] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit., pp.
53.
[51] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit., pp.
53.
[52] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit., pp.
55.
[53] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit., pp.
56.
[54] Philippi, Rodulfo, 1860, Ob. Cit., pp. 64-65.
[55] Como ejemplos pioneros, para las poblaciones costeras véase Bittmann, Bente, “Cobija y alrededores
de la época colonial (1600-1750)”, en Actas del VII Congreso de
Arqueología de Chile. Altos de Vilches, 27 de octubre al 1 de noviembre de 1977. Talca, Ediciones
Kultrún-Sociedad Chilena de Arqueología-Sociedad Arqueológica del Maule, 1979, pp. 327-356. Para las
poblaciones de la Sub-área Circumpuneña ver Martínez Cereceda, José Luis, “Adaptación
y cambio en los atacameños. Los inicios del período colonial, siglos XVI y XVII”, en Andes, N° 3, 1985,
pp. 9-26.
[56] Larraín Barros, Horacio, “Aportes de Rodulfo Amando Philippi al conocimiento del Ethos y Cultura de las etnias indígenas del Norte de Chile. Homenaje al cumplirse los 90 años de su muerte”, en Revista de Ciencias Sociales de la UNAP, N° 4 (1), 1993, pp. 45-62.
[57] Billinghurst, Guillermo, Estudio sobre la geografía de Tarapacá, El Progreso, Santiago de Chile, 1886, pp. 31.
[58] Rivera, Mario y Dodd, Justin, “Domesticando el desierto. Medio ambiente y ocupaciones humanas en Ramaditas, Desierto de Atacama”, en Diálogo Andino, N° 41, 2013, pp. 45-60.
[59] Tómese por ejemplo un extracto del Himno Nacional
(1847): “Con su sangre el altivo araucano/nos legó, por herencia, el
valor” y compáreselo con un
fragmento de uno de los discursos del presidente Salvador Allende de 1970: “la
raza que defendió con heroísmo al renglón inicial de nuestra historia (…) es
una obligación nacional, es un imperativo de nuestra conciencia, no olvidar lo
que Chile les debe al pueblo y a la raza araucana, origen y base de lo que
somos”, en Allende Gossens, Salvador, La revolución chilena, Buenos Aires,
EUDEBA, 1973, pp.
41-42.
[60] González, Sergio, 2009, Ob. Cit.
[61] Chiappe, Carlos, 2015, Ob. Cit.
[62] Bengoa, José, “La trayectoria de la Antropología en
Chile”, en Antropologías del Sur, N° 1, 2000, pp. 15-42.
[63] Núñez, Lautaro, 2013, Ob. Cit.
[64] Chiappe, Carlos, “Chile y la modernización de las Ciencias Sociales latinoamericanas”, en Inclusiones Revista de Humanidades y Ciencias Sociales, N° 2 (4) oct-dic, 2015, pp. 161-192.