CONFLICTOS
POLÍTICOS Y NEGOCIOS. LA ÚLTIMA EXPEDICIÓN
RIOPLATENSE
AL ALTO PERÚ*
Eulalia Figueroa Solá**
Introducción
La larga lucha independentista abrió en tierras americanas posibilidades
de negocios rápidos y lucrativos debido a los cambios políticos y económicos
europeos y americanos que tuvieron lugar en su transcurso. Efectivamente, una
vez finalizadas las guerras napoleónicas las relaciones mercantiles entre
Europa y América Hispana fueron notablemente más ágiles. Inglaterra, ya libre
del enemigo cercano, se abocó a ocupar los mercados americanos comprobando los
beneficios que le brindaba la introducción de sus manufacturas en las ex
colonias españolas. Coincidían desde 1820 la expansión comercial y financiera
inglesa, las inversiones en actividades productivas mineras y la instalación de
casas comerciales británicas en los nuevos países americanos[1].
El puerto de Buenos Aires continuaba siendo uno de los principales
receptores de los productos europeos, pero su mercado local era bastante
reducido. Todavía en esos años, la mayoría de la población estaba concentrada
en las viejas ciudades hispanas del interior rioplatense y en los principales
núcleos urbanos del macizo andino, por lo cual continuaban siendo importantes
mercados para los comerciantes del litoral marítimo. En 1820 el Ejército de los
Andes al mando de José de Martín liberó los puertos del Pacífico que se
convirtieron en serios competidores del puerto de Buenos Aires, razón por la
cual el sector mercantil de esa ciudad estuvo más interesado en finalizar la
guerra que algunos gobiernos del interior del ex virreinato. Debido a esas
circunstancias las provincias altoperuanas, en manos realistas hasta 1825, se
convirtieron en un objetivo no solo político-militar para terminar con el
poderío español en América del Sur, sino también en un espacio atractivo para
los comerciantes del litoral atlántico estrechamente relacionados con
comerciantes ingleses e introductores de productos manufacturados europeos.
El proceso de emancipación americana en el Virreinato del Perú, centro
neurálgico del poder realista en el continente sur adquirió, a partir de 1822, mayor
complejidad que en años anteriores. Ese año, al retirarse José de San Martín de
Lima los defensores de la independencia se dividieron en facciones antagónicas.
El poder legislativo no aceptaba al ejecutivo, que a su vez era disputado por
militares y civiles. A esta anarquía política, se sumaba una desorganización
interna del ejército libertador, carente de un jefe indiscutido que lo
dirigiera. Esa situación fue presentada a Bolívar por su enviado a Lima, José
Antonio de Sucre[2].
En efecto, la renuncia de San Martín dejó un vacío de poder difícil de llenar y
desató intereses locales y personales que retardaron la acción revolucionaria
en toda la región andina. El ejército realista se encontraba dividido entre los
que aceptaban la monarquía constitucional, nuevamente instalada desde 1820 en
España, y aquellos que en el Alto Perú continuaban defendiendo el sistema absolutista
bajo las órdenes del general Pedro Antonio de Olañeta. El Virrey de La Serna[3] en una “Manifestación” publicada por
Las relaciones comerciales que reprueba La Serna eran el resultado del
Armisticio firmado por la elite de Salta con Pedro Antonio de Olañeta luego de
la muerte de Martín Miguel de Güemes en ocasión de la ocupación de Salta por
fuerzas realistas en agosto de 1821. En el mismo se autorizaba el comercio
entre Salta y las provincias altoperuanas controladas por el ejército realista
al mando de Olañeta. La muerte de Güemes tuvo lugar en el contexto de un duro
enfrentamiento con el gobierno de Tucumán y cuando se encontraba organizando
una expedición al Alto Perú por orden del General San Martín quien se
encontraba en Lima. En efecto, la estrategia de San Martín para derrotar a las
fuerzas realistas consistía en realizar un movimiento de pinzas con fuerzas
militares que desde Lima, Salta y Colombia cercaran a La Serna con la finalidad
de vencer definitivamente la resistencia realista. Para ello solicitó el apoyo
de Martín Miguel de Güemes como Jefe de la Vanguardia del Ejército Auxiliar del
Perú con la finalidad de concretar el movimiento militar desde el sur,
expedición ésta que se frustró con su muerte.
Mientras persistía la guerra en América del Sur en España en 1820
Fernando VII se vio obligado a restablecer la vigencia de la Constitución
Liberal sancionada por las Cortes de Cádiz en 1812 que había derogado en 1813
al recuperar el trono español. Casi inmediatamente las Cortes de abocaron a la
tarea de restaurar las relaciones con sus
territorios ultramarinos. Al Río de
Pero, al no existir gobierno central desde 1820[7], cada
provincia rioplatense debía autorizar al gobierno porteño a firmar esa
Convención Preliminar de Paz.
Tanto la historiografía tradicional como la producida en los últimos
años, escasamente se refieren a esta última expedición militar llegada desde el
sur a las provincias altoperuanas, que consideramos de interés porque directa o
indirectamente determinó relaciones políticas, comerciales e ideológicas
conflictivas, entre diferentes estados en formación. El propósito de este
trabajo será analizar estas relaciones a través de la correspondencia entablada
entre los involucrados política y comercialmente en la organización y
financiamiento de la misma. Esta copiosa documentación permite asimismo
reconstruir el conflicto político y económico que produjo la creación del nuevo
estado de Bolivia a ciertos personajes que estuvieron involucrados en la
liberación de ese territorio.
La
expedición y sus protagonistas
José María Pérez de Urdininea, principal protagonista de la expedición
estudiada, nació en
Opina el historiador boliviano
Joseph Barnadas[9]
que Pérez de Urdininea, en los últimos días del dominio español en América, “conjuró la posible anexión de Charcas a las Provincias Unidas del Río
de
El comerciante porteño Ambrosio
Lezica fue quien financió la empresa militar dirigida por Pérez de Urdininea.
Pertenecía a una numerosa familia de sólida fortuna en la que abundan los
hombres dedicados al comercio. Nació en Buenos Aires en 1785 y murió en la
misma ciudad en septiembre de 1859. Hijo del comerciante Ambrosio Lezica y
Torre Tagle y de Rosa de
Al frente de la casa comercial que lleva su apellido, el 18 de agosto de
1819, celebró contrato para la fabricación de 6.000 vestuarios para el ejército
de los Andes. Prestó grandes cantidades de dinero al Estado, las que le fueron
devueltas lentamente y en partes. En 1820 consiguió la devolución de 19.000
pesos que había empleado para impedir el envío de la expedición de Cádiz,
dinero gastado en España por Andrés de Arguibel y Tomás Lezica, lo que es
demostrativo de su inclinación hacia la independencia de estas tierras. En 1820
fue acusado de firmar notas con los Comisionados españoles. En 1821 fue
suscriptor para la impresión de la “Oración fúnebre” a la memoria del
General Manuel Belgrano.
La relación entre Ambrosio Lezica y José de San Martín se ve reflejada
en la correspondencia que mantuvieron. Colaboró para el Ejército de los Andes
con 10.000 pesos. En esa ocasión escribió a San Martín que lo hacía “para atender a la gran empresa que tiene en sus manos, deseando por mi
parte ayudar en lo posible en las felicidades de
todos los jefes de este ejército quedan impuestos
de su generosidad y yo a nombre de ellos como me lo han encargado le doy la más
repetidas gracias, asegurándole que si hubiese muchos del desprendimiento de U
y con sus sentimientos en beneficio de
Tulio Halperín Donghi[14]
sostiene que Ambrosio Lezica llegó a ser considerado el “rey de
La relación epistolar de Pérez de Urdininea con Lezica comenzó el 26 de
noviembre de 1822, cuando el primero, desde San Juan, presentó cartas de San
Martín y de su comisionado el Teniente Coronel Antonio Gutiérrez de
Otros personajes importantes en esta empresa fueron Agustín Dávila y Melchor
Daza militares encomendados en las provincias rioplatenses de recibir y
entregar el material que enviaba Ambrosio Lezica desde Buenos Aires. Melchor
Daza nació en Potosí en 1791, en el seno de la familia principal y adinerada.
Murió en la misma ciudad en 1866. Junto a Manuel Molina- otro integrante de la
expedición- participó en el levantamiento revolucionario de su ciudad natal del
10 de noviembre de 1810. Perseguido por los realistas, junto a otros
altoperuanos, se trasladó al Río de
Agustín Dávila, nacido a fines del siglo XVIII en el Alto Perú, fue hijo
de Tadeo Dávila, gobernador de
Finalmente, es preciso mencionar también a Manuel José de la Baquera
encargado de recibir fondos destinados a solventar los gastos de la expedición
y a José Mateo Berdeja, comerciante porteño, apoderado del militar altoperuano
para contratar y conducir los efectos necesarios para la expedición al Perú[19] y que
luego viajó a Perú y a Bolivia para cobrar la deuda a favor de Ambrosio Lezica.
Solo
con guerra hemos de comprar la paz
Estas palabras escritas en una carta enviada por Pérez de Urdininea a
San Martín, el 9 de marzo de 1823, señalan la convicción que tenían los actores
principales respecto al único camino posible para terminar con el poderío
español en América. Si bien a partir del pacto firmado entre el gobierno de
Salta y las fuerzas realistas, en agosto de 1821, quedó establecido que los
defensores del rey no pasarían al sur de
El poder español había quedado limitado, desde 1822, al sur del Perú y
el Alto Perú y- como ya señalamos- otra situación ventajosa para la liberación
se produjo cuando la Corona española reconoció nuevamente el sistema
constitucional a partir de 1820. Pedro Antonio de Olañeta no aceptó la
constitución liberal, fortificándose en el Alto Perú al frente de un ejército
que defendía el absolutismo. Este general realista tenía vinculaciones de
parentesco y negocio con miembros de la elite salto-jujeña. Su enfrentamiento
con el liberal Virrey José de La Serna posibilitó el accionar de
independentistas desde el norte y el sur del Alto Perú.
El plan “multiforme, colectivo y compacto”[20]
concebido por San Martín para terminar con el poder español en el Alto Perú
consistía en penetrar en el interior del Perú por los puertos intermedios y
simultáneamente, desde el norte argentino, que actuara otra fuerza militar. Por
ese motivo se formó la “División de Dragones” bajo el mando de Pérez de
Urdininea que debía unirse a las fuerzas de José María Lanza[21], Jefe
de las fuerzas insurgentes de Ayopaya en el Alto Perú[22].
En este contexto, el nombre de San Martín continuaba siendo, entre
algunos miembros de las elites[23],
imagen de prestigio y de futuros triunfos revolucionarios. Así lo afirma José
María Paz al relatar la invitación que le hizo Pérez de Urdininea para tomar
parte de una expedición “que por indicación del
general San Martín, debía formarse en las Provincias Bajas para llamar la
atención del enemigo por el sur y cooperar a la destrucción del ejército
español que oprimía el Perú”[24].
Las campañas libertadoras planteadas por San Martín prosiguieron en el
interior del Perú, pero las fuerzas dirigidas por Rudecindo Alvarado a puertos
intermedios fueron derrotadas en las batallas de Torata y Moquegua, el 19 y 21
de enero de 1823, lo que retardó sensiblemente la acción de los patriotas en
toda la región andina. Simultáneamente en Chile el 28 de enero de 1823,
Bernardo de O’Higgins tuvo que dejar el gobierno. A comienzos de ese año San
Martín también abandonó Perú para dirigirse primero a Chile y finalmente a
Europa.
El 30 de agosto de 1823 Andrés de Santa Cruz, jefe de las fuerzas
independentista en el teatro de guerra peruano, le comunicaba a Pérez de
Urdininea la derrota del general realista Valdez y el apoyo de los cuzqueños a
la causa independentista. En esas circunstancias le indicaba tomar “Sinti y Tupiza, se coloque sobre
Dificultosa
y lenta marcha de la expedición
La división al mando de Pérez de Urdininea, quien hasta el 10 de enero
de 1823 había sido gobernador de la provincia de San Juan[28],
comenzó a planificarse cuando, el 13 de noviembre de 1822, el doctor José
Cavero y Salazar Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario del Supremo
Gobierno del Perú cerca del de Chile, autorizó gastos, hasta 50.000 pesos, bajo
la responsabilidad de don Rudecindo Alvarado General en Jefe del Ejército del
Perú.
Esta resolución fue confirmada en acta firmada en la ciudad argentina de
Córdoba por su gobernador Juan Bautista Bustos, Pérez de Urdininea y el
Teniente Coronel Antonio Gutiérrez de
La División del Sud se convirtió en motivo de inquietudes para las
provincias argentinas en razón de las negociaciones de los Comisionados
españoles en Buenos Aires. “Se han multiplicado los
opositores a esa expedición” escribía Dávila a Lezica desde Córdoba
el 23 de junio de 1823, por lo tanto consideraba que la prensa de Córdoba no
era apta para la defensa de Pérez de Urdininea, “porque es
adicta al gobierno que desde el principio del proyecto de expedición ha estado
en contradicción”[30].
Con el nuevo fracaso de la constitución y el retorno de España al
absolutismo en 1823desaparecían las razones por las cuales muchos habían recelado
de insistir en una expedición militar al Alto Perú. Sin embargo y a pesar del
apoyo de un sector político de varias provincias y del gobierno del Perú,
muchas fueron las dificultades y poco el auxilio que tuvo la expedición a lo
largo de su derrotero. Los conflictos políticos y las luchas por el poder en el
norte argentino complicaron sensiblemente la marcha de la misma. José Ignacio Gorriti,
gobernador de Salta la miraba con recelo, Bernabé López de Tucumán aparentaba
protegerla con el solo efecto de quitarse de encima una fuerza peligrosa; Felipe Ibarra
de Santiago del Estero se mantenía a la expectativa, Córdoba y La Rioja no
respondieron como se esperaba.
José María Paz fue nombrado segundo jefe de la expedición y como tal
llego Tucumán el 14 de enero de 1823.
Consiguió permiso del gobernador Bernabé Aráoz para que las tropas pasaran por
la provincia, a la que arribó Pérez de Urdininea en febrero de ese año,
consiguiendo de los ciudadanos tucumanos muy pocas municiones y escaso dinero.
El 5 de agosto de ese mismo año Aráoz tuvo que dejar el poder. El nuevo
gobierno apoyó a Pérez de Urdininea, más
que para colaborar con el plan concebido por San Martín, porque deseaba
salieran pronto de la provincia fuerzas con las que “no podían
contar con su fidelidad”[31].
El 14 de agosto de 1823, Pérez de Urdininea emitió en Tucumán una
Proclama a los habitantes de las Provincias Libres del Río de
En la provincia de Salta la tropa estuvo nueve meses detenida en Animaná,
población situada al sur del valle Calchaquí, donde tuvo que solucionar la falta de
recursos, la indisciplina y la deserción que se producía entre sus
subordinados. Simultáneamente a estos acontecimientos el gobierno de Buenos
Aires autorizó otra expedición al mando del gobernador de Salta Juan Antonio
Álvarez de Arenales[35]
decidido a recuperar protagonismo en las acciones desarrolladas en el Alto
Perú, territorio considerado perteneciente a su jurisdicción. El objetivo,
similar al que tenía Pérez de Urdininea, consistía en ocupar Tarija, Cinti y la
subdelegación de Chichas batiéndose en Potosí y apoderándose de las
guarniciones enemigas. Era su cometido también promover el espíritu patrio, extraer los recursos que
la situación de las provincias permitiera. Pensando que podían faltarles jefes,
el gobierno de Buenos Aires envió al tucumano Gregorio Aráoz de Lamadrid a
unirse a la expedición.
En febrero de 1824, las tropas dirigidas por Pérez de Urdininea se
trasladaron dese Animaná hacia la ciudad de Salta a solicitud del gobernador
Álvarez de Arenales “para sofocar una
revolución tramada por los Gorriti, Puch y Widt”[36]. En
esa ciudad no encontró la acogida esperada. Facundo de Zuviría comentaba que
apoyó al gobernador Álvarez de Arenales cuando “estuvo
resuelto en no dejarlo ocupar la Quebrada y aún separarlo de su fuerza
poniéndola al mando de Paz”, pues consideraba al militar altoperuano
“tunante que si pronto no es fusilado amaga muchos
males al Perú”[37]. Es
probable que por esas circunstancias, Pérez de Urdininea puso a disposición del
gobierno de Salta los efectivos de
Pacificada la provincia de Salta se resolvió la salida hacia el Alto
Perú de las dos divisiones, la conducida por Álvarez de Arenales y la del
“Comandante General de
La situación del Alto Perú luego del triunfo de Ayacucho- 9 de diciembre
de 1824- se presentaba crítica para el ejército que continuaba defendiendo al
sistema de gobierno absolutista. Uno de los vencidos jefes realistas, Pío
Tristán, pidió al General Pedro Antonio de Olañeta “desista de
continuar la lucha pues la independencia de
El 25 de marzo de 1825 la división al mando de Pérez de Urdininea ya se
encontraba en Tupiza. Desde allí comunicó a Ambrosio Lezica que había vencido
en combate al realista Baca y tomado prisionero a Estévez, a Josefa de
Marquiegui, esposa de Pedro Antonio de Olañeta, a Gaspar Olañeta, al Coronel
Marquiegui y a otros realistas, pero que todos consiguieron fugarse ayudados
por el cura de Talima[43].
El gobierno de Buenos Aires desde febrero de 1825 envió a Salta 50.000
pesos mensuales para la expedición quedando 3.692 pesos 3 reales que serían
pagados ese mes. Álvarez de Arenales, el 21 de marzo de 1825, elevó el
presupuesto mensual para dos meses que se calculaba duraría la expedición. El
mismo incluía el pago de la oficialidad y tropa y ascendía a 23.951 pesos, y no se consideraba el rancho de la tropa ya
provisto por la provincia de Salta. Dentro de esos cálculos se incluía la paga
de
Aceptado el presupuesto se ordenó pagar al agente de la provincia de
Salta los 30.454 pesos que ascendían las dos cantidades invertidas con el 1% de
interés por el término de dos meses. El ministro de guerra de Buenos Aires,
Francisco de la Cruz, recordaba al jefe de la expedición que no al no haber un
presupuesto nacional todas las erogaciones las debía afrontar la provincia de
Buenos Aires y para ello era necesario tener la aprobación de
En Salta se publicó un Bando del General Pérez de Urdininea dando cuenta
de las acciones de guerra concretadas por la división a su cargo
Inmediaciones de Cotagaita 1 de abril de 1825 En circunstancias que
marchaba sobre Tumusla en auxilio del Sr Coronel D Carlos Medinacelli quien
comunica que en este día triunfaron completamente 300 valientes chicheños,
contra 700 enemigos serviles, en el punto de Tumusla, no sabe aún el número de
muertos y heridos, excepto el Gral Olañeta, que fue el primero que mordió la
tierra, quedaron en el campo 200 y tantos de prisioneros, incluso 20 oficiales.
También se tomaron todos los bagajes de guerra y numerosos cargamentos de
Olañeta. Sírvase pasar esta noticia tan interesante como plausible al
Señor Capitan General de
Arenales, que se encontraba en Tilcara con la “División Protectora del Orden y de los
Pueblos del Alto Perú”, pidió nuevas instrucciones a Buenos Aires debido a las
recientes circunstancias por las que atravesaban las provincias de “arriba”. El
jefe de las fuerzas argentinas temía se desatara la anarquía, por lo tanto
consideraba oportuno apoyar la reunión de un Congreso que decidiera el futuro
de las provincias altoperuanas[46]. El 6
de Abril de 1825 Álvarez de Arenales y su secretario José Mariano Serrano
envían al gobernador interino de Salta para que sea publicada la siguiente
proclama:
Ciudadanos: terminó la pérfida e inhumana lucha,
que por torrentes ha vertido la sangre de nuestros hijos. No existe un solo
enemigo sobre la tierra de Colón.
La expedición de Alvarez de Arenales concluía
sin haber tenido la oportunidad de actuar militarmente contra el enemigo. En
vista de esa situación resuelve enviar a Salta a los gauchos que habían formado
parte de su ejército, porque consideraba eran más necesarios en sus hogares.
Evidentemente no había fuerzas realistas que enfrentar y resultaba costoso el
mantenimiento de cerca de 800 hombres, que además significaban un peligro ya que
podían influir de algún modo en el convulsionado territorio altoperuano.
Pérez de Urdininea siguió su carrera militar y
política formando parte del nuevo gobierno que surgió de Bolivia. Y el secretario de la expedición dirigida por
Álvarez de Arenales, el altoperuano José Mariano Serrano, fue uno de los
principales actores en
Al cruzar el Desaguadero- la frontera histórica
de los dos Perú- el ejército colombiano al mando del Mariscal Sucre, en enero
de 1825, se vio presionado por un sector de mineros y hacendados altoperuanos,
dirigidos por los doctores Casimiro Olañeta y Manuel María Urcullo, para
permitir la reunión de una Asamblea que decidiera el futuro de la jurisdicción
de la antigua Audiencia de Charcas. El 9 de febrero de 1825 Sucre dictó el
decreto convocando a elecciones de diputados en las cuatro provincias. Bolívar
consideró ilegal esa resolución por el principio de territorialidad por él
sostenido a lo largo del proceso de la independencia. Por otra parte, juzgaba
inconveniente esta decisión por temor a Buenos Aires, pero al conocer que el
Congreso General Constituyente, reunido en esa ciudad, por ley del 9 de mayo de
1825 dejó en libertad de acción a las provincias que habían pertenecido al
Virreinato del Río de
esas provincias deben obrar sin coacción, he
determinado no ir al Alto Perú sino dentro de dos meses cumplidos para no dejar
derecho al Río de
Por lo tanto, los ejércitos comandados por
Sucre y Álvarez de Arenales, se alejaron de Chuquisaca. Finalmente
Entre la patria y los negocios
Uno de los métodos empleados para dar sentido a
la guerra por la independencia y conseguir el apoyo popular fue la difusión de
ideas revolucionarias. Se pregonaban las ventajas que la liberación de España
traería a los habitantes de estas tierras. Se trataba por todos los medios de
despertar un espíritu cívico militar para “defender a la patria”.
Esta expedición organizada desde las provincias
rioplatenses necesitaba contar con el apoyo de la población en su cruzada por
la libertad, para ello difundía los ideales por los que luchaban. Presentaban a
los “godos”, que todavía dominaban el Alto Perú, como la imagen de un sistema
obsoleto: el absolutismo real defendido por el general Pedro Antonio de
Olañeta. En contraposición, la consolidación de la libertad proporcionaría,
junto con la paz, la prosperidad de los habitantes de la región.
Desde Montevideo Ambrosio Lezica envió “una imprenta capaz de prestarle los servicios esenciales en
La prensa fue un medio eficaz para apoyar o,
por el contrario, acusar o difamar a ciertos personajes y dividir a las fuerzas
enemigas. Por ejemplo, el periódico de Buenos Aires “La abeja argentina” publicó
el 23 de noviembre de 1823 una carta, fechada el 18 de julio de 1823, de Pedro
Antonio de Olañeta en la que acusaba a José Mariano Serrano de impedir la
salida de Pérez Urdininea de Salta. El gobernador de esa provincia, José
Ignacio de Gorriti, contestó desmintiendo esa denuncia y asegurando que no
dudaba “de la fidelidad y pureza” con que
actuaba Serrano como secretario del gobierno de Salta[51].
La división de Pérez de Urdininea requería de
armamentos, municiones, vestimentas, dinero para abonar los sueldos de la tropa
así como alimentos y caballada. Los fondos necesarios para sufragar todos estos
gastos los proporcionó Ambrosio Lezica, viejo conocido de San Martín, pues
había colaborado económicamente para la organización del ejército de los Andes.
El libertador “celebró de sumo grado la proposición de las generosas ofertas”[52] que
hizo el prestamista para esta nueva expedición. Gutiérrez de
Lezica puede celebrar contrata con don Godofredo
Poignare comisionado de D Ricardo Orse sin otras seguridades ni garantes que la
de San Martín y Pérez de Urdininea quien por el poder obliga a su persona y
bienes con poderío y sumisión a las justicias y señores jueces de la patria.
Llaman la atención los
beneficios que recibiría el comerciante, pues se establecía que
Hallándose dominados por el enemigo común todos los
Pueblos del Bajo Perú sin ser calculable el tiempo en que los ocuparán nuestras
armas se haga con el interés del ciento por ciento en
Las pretensiones de
Ambrosio Lezica era lograr estos beneficios mercantiles operando por los
puertos de Valparaíso y Lima.
Pérez de Urdininea, desde Tucumán escribió a
Lezica, el 26 de noviembre 1823 aceptando el contrato. Opinaba que “Ningún servicio es digno de la mayor gratitud que aquel que se presta a
todo trance y en el más inminente riesgo”. Otorgaba ese mismo día
recibo correspondiente y aseguraba que lo admitido sería “religiosamente
cubierto y satisfecho por
Juzgamos significativa la suma invertida por
Lezica al compararla con el presupuesto de los gastos de la expedición
presentados por Álvarez de Arenales. Es evidente la solvencia del comerciante y
los grandes beneficios que pretendía obtener. Las relaciones entre Pérez de Urdininea
y Lezica quedaron legalmente establecidas cuando en Tucumán el 22 de diciembre
de 1823, ante escribano público, el primero
da todo su poder […] a don Ambrosio Lezica del
comercio de la capital de Buenos Aires pueda contratar con cualquier persona y
cualquier calidad y condición que sean préstamos pecuniarios para el fomento y
gastos de la división que esta a su mando[56].
Para la concreción de este proyecto se
entablaron relaciones mercantiles con comerciantes de las ciudades ubicadas en
el camino del Alto Perú. Se formó así una red que vinculó a Buenos Aires a
mercaderes de Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy. Manuel José
de
A través de la correspondencia de Pérez de
Urdininea y Lezica- que se inicia desde San Juan el 26 de noviembre de 1822 y
continúa hasta noviembre de 1826- podemos ver cómo va recibiendo adelantos de
dinero de particulares de Córdoba, Tucumán y Salta. Por cada adelanto
entregaban Letras de pagarse en Buenos Aires a los quince días de emitidas,
pudimos constatar que se realizaron esos pagos en tiempo y forma. Para equipar
a la tropa, el comerciante proveyó 300 capotes, 400 pares de zapatos, igual
número de gorras y espuelas, chaquetas, pantalones, camisas, algunos relojes,
no de lujo. Para el jefe de la expedición envió paño fino azul, charreteras,
dos gorras de cuero con galón blanco, una docena de medias de algodón rayadas y
lisas de buen punto, una docena de pañuelos de seda, medias de los franceses y
de los otros no tan finas, media docena de pañuelos blancos de hilo, 23 varas
de bramante de hilo bueno, 2 estuches de navajas inglesas y resma de papel de carta.
Para pertrechar a la partida mandó sables, tercerolas, fusiles, munición por lo
menos 300 de cada uno, clarines y cornetas.
Ambrosio Lezica pretendía como recompensa de
todo lo aportado, tener privilegios para importar mercadería, sin pagar
impuestos, por los puertos de Valparaíso y Lima. Para eso necesitaba el apoyo
de los gobiernos de Chile y Perú para
obtener el permiso que lo habilitara para operar en esas plazas. La firma
importadora de Fermín Rejo y Henry
Dubern, por indicación de Manuel de Sarratea que se encontraba en Trujillo,
ofreció, en agosto de 1824, sus servicios a Lezica tanto en Valparaíso como en
Santiago de Chile. Estos importadores le indicaban que en Buenos Aires debía
contactarse con el Sr Roguin Meyer quien el mostraría el modo de trabajar de la
firma[59].
José Mateo Berdeja se trasladó a Chile y se
ofreció como intermediario para introducir efectos desde Valparaíso y Lima y
pasarlos, a quien le indicara Lezica, “sin costo alguno de
derecho”[60]. Sus
miras estaban puestas en continuar con los negocios y ampliarlos a Perú,
contando allí con diputados amigos que facilitarían los trámites y sobre todo
con el Ministro Tomás Guido, a quien San Martín lo indicó capaz de prestar
ayuda para conseguir ventajas comerciales. Berdeja escribió a Lezica, el 14 de
junio de 1823, que “no estando especificado el
tiempo ni el lugar a donde deba Ud introducir sus efectos libres de todo
derecho debe pedir verifique en Lima cuando Ud quiera”[61]. Es
fluida la correspondencia entre ambos y constante el estimulo que presenta el
intermediario sobre las ganancias que puede obtener el prestamista. Son
elocuentes las palabras de Berdeja, cuando, desde Santiago de Chile el 22 de
julio de 1823 escribía: “Mí calculo si no es el
mejor es el único que debo adoptar, porque como comerciante debo fijarme en que
los momentos del conflicto son los de la ganancia. Si otra parte se obra
como patriota es visto que ningún servicio se ha hecho con más generosidad”[62].
A pesar del entusiasmo y seguridad que tanto
Pérez de Urdininea como Berdeja le comunicaban a Lezica, este tuvo desde un
comienzo dudas de recuperar el dinero invertido. Al inicio de las negociaciones
el enviado del gobierno del Perú, el general Blanco, no consideró posible el
respaldo económico de su país, llegando a considerar que la expedición no debía
realizarse. Cuando el prestamista comentó esta posibilidad, fue rotundamente
rechazada por el militar altoperuano. Pérez de Urdininea se encargó de
persuadir a Lezica de la seguridad del cobro de lo invertido. Así le escribió
desde Tucumán el 28 de agosto de 1823:
tenga Ud confianza que en Lima se satisfacerá la
seguridad de todo crédito contraído por mi en beneficio de tan interesante obra. El Sr
Presidente de aquella República Riva Agüero por medio de su comunicación al
Ministro de Guerra no limita los gastos a cantidad determinada y Berdeja le
presentará comprobantes. El General Santa Cruz desde Arica lo apoya. Siga Ud con la contrata[63].
Reiteradas veces Lezica solicitó a Pérez de
Urdininea y sus acreedores recibos de todo lo que había proporcionado, porque
se los requerían desde Lima, para poder solicitar el pago de lo invertido a las
autoridades peruanas. Durante la segunda mitad de 1823, no consiguió una
respuesta efectiva del gobierno peruano, a pesar del apoyo que recibía de
Guido, de Sarratea y de un tío de Lezica, quienes se encontraban en Lima.
Berdeja aseguraba, en esas circunstancias, que los problemas de su negocio eran
el resultado del engaño del “infame Torre Tagle y su
ministro” quienes perdieron el expediente. Lezica, al recibir tan
diferentes opiniones del militar y del encargado de hacer negocios en Lima,
respecto a la actitud del gobierno del Perú debió de dudar aún más de obtener
las ganancias esperadas.
Ante los inconvenientes que se presentaban para
cerrar el negocio, Berdeja recurrió a un método poco ortodoxo para conseguir
las ganancias esperadas. Comunicó a Lezica que “al no
encontrar otro camino, he tocado el mas expuesto cual es comprometerlo al
Ministro por medio de gratificaciones”, y porque tiene “algunos votos ganados en el congreso por oferta de gratificaciones”[64] pero,
simultáneamente confesaba no tener dinero en efectivo para realizar ese pago
prometido, por lo tanto lo solicitaba, con la misma promesa de siempre, de
reponerlo cuando obtuvieran lo deseado. El desaliento del intermediario aumentó
al comprobar la imposibilidad de la introducción libre de impuestos por los
puertos peruanos debido a que el Estado había empeñado por quince años la
aduana. En abril de 1824, se desvaneció la esperanza de cobrar cuando llegara
el empréstito de Londres, pues el mismo Bolívar lo utilizó para continuar la
guerra.
En su afán por encontrar ganancias
incuestionables y rápidas Berdeja propuso entonces, el tráfico comercial con
A los problemas que se presentaban en Perú, se
sumaba la falta de noticias de Pérez de Urdininea. Al respecto escribía
diciendo que, mientras no saliera la expedición de Salta, el gobierno de Perú
no quería hacerse cargo de la deuda. Por otra parte, aseguraba que los peruanos
preferían que Álvarez de Arenales fuera el jefe de la misma. Para aplacar los ánimos,
solicitaba en forma urgente la certificación al respecto. Por su parte Berdeja
se quejaba de que los negocios en Lima tenían pie de plomo y eran considerados
muy costosos por el gobierno peruano. Pasaba el tiempo y ya se había derrotado
definitivamente a las fuerzas realistas. El año de 1825 presentaba un panorama
negativo para sus ambiciones por “las intrigas e inmoralidad”
que aseguraba eran moneda corriente en Perú por lo tanto afirmaba que no podía
asegurar el éxito del negocio por “el animo hostil con que se
invade nuestra contrata”. Pese a ello le pedía a Lezica “no desespere y descanse en la confianza de que prometí a U la mejor fe
y sabré cumplirlo”[66].
¿Quién debía pagar las deudas contraídas?
Los negocios lucrativos dependían, muchas veces,
del apoyo que los gobiernos prestaban tanto a las transacciones mercantiles
como al permiso para introducir manufacturas europeas. Vemos así como Lezica se
quejaba de los inconvenientes que tuvo para realizar sus negocios y poder
vender mercadería extranjera cuando gobernó la provincia de Buenos Aires
Bernardino Rivadavia quien, según la correspondencia analizada, se oponía a la
expedición. Otro tanto le ocurrió a Pérez de Urdininea en Tucumán cuando al
frente de la provincia se encontraba Nicolás Laguna, en cambio gobernando
Xavier López consiguió préstamos y facilidades de todo tipo. Las relaciones
entre Lezica, Pérez de Urdininea, Berdeja y de la Baquera se pusieron tensas a
partir de la declaración de independencia de Bolivia. La compleja situación
política, militar, social y económica de la nueva república se vio reflejada en
la vida y en los negocios de esos personajes.
Las autoridades peruanas, según decreto de 7 de
mayo 1826, consideraron que el nuevo estado era quien debía pagar la deuda
contraída con Lezica. A causa de ello comenzó un prolongado y engorroso
litigio. En escrito dirigido al fiscal del estado, Berdeja argumentaba que el
ministro del Perú en Chile, D José Cavero y Salazar, fue quien acepto la
contrata firmada entre él y Lezica. El gobierno peruano respondió que ese
documento no era válido, pues cuando se firmó ya no gobernaba el general San
Martín, que fue quien había enviado ese plenipotenciario. En su respuesta Berdeja
argumento que no era una razón legítima el cambio de autoridades, pues es el
gobierno de un país el que se compromete y no personas aisladas que puedan
desconocer lo estipulado anteriormente. Para ratificar la obligación del Perú
recordaba que su Ministro Plenipotenciario, don José Larrea, había aprobado la
ejecución del contrato el 2 de julio de 1823 y ese mismo gobierno reconoció la
expedición al enviar al Vicealmirante D Manuel Blanco con la autorización de
gastar 50.000 pesos[67]. Otra
razón dada por el fiscal para negar el pago de la deuda fue que los intereses
estipulados en el contrato eran escandalosos. Berdeja justificó esa cantidad
aduciendo que el prestamista debía cubrirse ante la difícil situación por la
que atravesaba el Perú al realizarse el contrato.
En esas circunstancias Berdeja escribió a
Lezica, el 15 de junio de 1825, que lo único de que les quedaba por hacer para
solucionar el problema era conseguir de Bolívar un decreto autorizando el pago.
Para eso viajó a Bolivia pero no logró reunirse con el libertador. Presidía la
nueva república el Mariscal Sucre, pero el que verdaderamente decidía sobre
todos los asuntos era Simón Bolívar. Este le pidió al presidente “arreglar lo que mejor que pueda la administración de Hacienda porque
hay un desorden espantoso”[68]. En
efecto, los quince años de guerra había desestructurado la sociedad y la
economía altoperuana basada principalmente en la minería, pues se fueron los
principales capitales que estaban en manos de los españoles, los centros
mineros habían sido destruidos y el saqueo a
En esos momentos de reconstrucción, Pérez de
Urdininea tuvo una destacada actuación pues Sucre le nombró Ministro de Guerra
y luego Prefecto de Potosí. Pero las resoluciones se tomaban en Chuquisaca,
declarada capital de la república con el nuevo nombre de Sucre. Desde esa
ciudad, el 17 de diciembre de 1825 Manuel Molina comunicaba a Lezica la
posibilidad de que el Congreso boliviano reconociera la deuda porque la mayoría
de los diputados eran “condiscípulos y amigos”
de Pérez de Urdininea. Aseguraba también que todo se consultaba con el
Libertador Simón Bolívar, quien tenía gran afecto por el militar a quien nombró
General de Brigada. Lezica, comerciante al fin pretendió, según se desprende de
su correspondencia con Molina y Berdeja, iniciar otros negocios sobre minas
pero no fue posible realizarlos[69].
No solo en los países vecinos Lezica tenía
problemas para cobrar el dinero que había prestado. Gregorio Aráoz de Lamadrid
le escribía desde Tucumán, el 11 de febrero de 1826, agradeciéndole haber
cubierto la letra por él emitida. Pero se lamentaba de no poder dar a de la
Baquera los 600 pesos que solicitaba porque, al ser Gobernador Interino, no
conseguía quien le prestara dinero. No opinaba lo mismo Baquera pues escribía
al prestamista porteño que, a pesar de haber sido nombrado Gobernador Propietario,
Lamadrid se ocultaba “prueba de la poca gana de
cubrir su crédito”[70]. Ante
los reclamos de Lezica, desde Potosí Berdeja se lamentaba de “lo desgraciado que U se halla
con un negocio que comenzó con peligros y continúa con mortificaciones”[71] y le
comunicaba que junta a Pérez de Urdininea actuaba y buscaba documentos que
podían avalar el pedido de pago. Le notificaba que José María Díaz Vélez,
enviado de Buenos Aires ante Bolívar, “hizo cuanto pudo”.
Recomendaba lo entreviste para que por su intermedio tuviera detalles de su
actuación ante las autoridades bolivianas.
Ante reiterados y diversos pedidos para que se
solucionara el asunto, el ministro de Hacienda de Bolivia solicitó al Congreso
el reconocimiento de la deuda, pero admitiendo solo un 6% de interés. Es esas
circunstancias Berdeja hizo un pacto reservado con algunos diputados. Los que
apoyaran el pago con ese porcentaje serían “gratificados con 3000
pesos cada uno”. Recibirían el doble si se reconocía lo estipulado
en el contrato. Al respecto escribía a Lezica “espero Usted
aprobará este único y poderoso medio”. Las discusiones continuaron
en el Congreso y en agosto de
Acontecimientos políticos y militares
complicaron aún más la negociación. En septiembre de 1826 un escuadrón
colombiano conducido por el capitán Domingo López Matute cruzó la frontera. Esa
deserción creó malestar en el gobierno boliviano y en el ejército colombiano.
Berdeja consideró prudente esperar un tiempo porque “todo lo
argentino es malo. Algunos en el congreso quieren declarar la guerra y los
argentinos deben salir cerrándose toda comunicación”[73].
José Mateo Berdeja continuó en Bolivia, tuvo
negocios particulares sin dejar de
seguir lo solicitando el pago de la deuda a Ambrosio Lezica a quien continuaba
asegurando que recobraría el dinero. Con actitud intransigente rechazó, en octubre de 1827,
los 60.000 pesos en billetes bolivianos que le ofrecían. La razón para hacerlo
fue que la cotización de esa moneda estaba muy baja. En ese año Berdeja estuvo
ilusionado de que Lezica sería nombrado cónsul de Buenos Aires en Bolivia ya
que de darse esa situación sería posible obtener interesantes beneficios y
solucionar así la quiebra que había sufrido su casa en Buenos Aires.
La última carta entre ambos está fechada en
Chuquisaca el 9 de julio de 1830. Berdeja explica que no se acordó nada del
asunto, pero una vez mas se encuentra esperanzado que el nuevo presidente Andrés
de Santa Cruz consiga, sin esperar al Congreso, efectivizar el pago.
A modo de conclusión
La abundante documentación analizada permite
sacar varias conclusiones. Los militares altoperuanos Pérez de Urdininea
Dávila, Berdeja, Daza como los civiles Molina y Serrano actuaron a favor de la
libertad en la guerra sostenida en el actual territorio argentino. Al finalizar
ésta tuvieron destacada actuación política, tanto en las ciudades argentinas
como en Bolivia al retornar su patria. La fluida relación entre ellos se
mantuvo incluso en la última expedición para liberar las “provincias de
arriba”. Todos, al igual que los miembros de la elite de Salta y de Jujuy,
consideraron que la independencia en el Río de
Una vez más se comprueba en los documentos
estudiados el sentido americano y continental de la lucha independentista. Se
afirma ese concepto en documentos públicos, en proclamas, en la prensa y en la
correspondencia privada. La intención de incluir a toda la población en las
nuevas ideas republicanas queda de manifiesto cuando las proclamas se publican
también en quechua, lengua que hablaba la mayoría de la población altoperuano.
Los protagonistas señalados, más que a las
acciones bélicas consideran actos patrióticos a las contribuciones que hicieron
comerciantes y hacendados. Tal es el caso de Lezica a quien se reitera el
agradecimiento por el generoso préstamo en dinero y artículos necesarios para
la tropa que proporcionó. En este sentido Pérez de Urdininea le escribía “Ningún servicio es digno de la mayor gratitud que el que ha hecho Ud a
Los que participaron directa o indirectamente
en al expedición mantuvieron una relación de clara amistad mientras preparó y
desarrolló la misma. El interés por la salud de familiares, el envío de artículos
de uso personal para esposas e hijos, de semillas para sus quintas y el
sentimiento de pesar por las pérdida de algún miembro de la familia son
frecuentes en la correspondencia analizada.
Aparentemente Ambrosio Lezica no compartió la
idea de comprar voluntad de funcionarios
y legisladores como proponía Berdeja, probablemente temeroso por desembolsar
dinero ante la incertidumbre sobre el resultado de la operación. Esa actitud y
la tardanza en recuperar el dinero invertido, provocaron que la relación se tensara
y que en los últimos años la correspondencia entre ambos adquiriera un tono
poco amistoso. En contraposición la confianza que Pérez de Urdininea depositó
en Lezica le permitió solicitar ayuda para jóvenes conocidos por él. Le pidió
introdujera en la carrera mercantil, en Buenos Aires, a José Nepomuceno Zegada,
hermano político de su querido amigo el Coronel Agustín Dávila. Para el
altoperuano Don Pedro Costas solicitó lo habilite como dependiente en su propia
tienda como recompensa por las numerosas mulas que donó su padre para la
expedición.
El proceso de independencia política de las
colonias españolas tuvo, también, como objetivo principal la libertad de
comercio. San Martín en Lima, el 28 de septiembre de 1821, estableció el
Reglamento Provisional de Comercio con el deseo de que con “libertad patria” saliera el tráfico comercial del “confuso caos” en el que se encontraba y con las intenciones
de proteger “la industria del país” y a los
comerciantes peruanos[75]. Waddigton,
Poignare, Orse, Meyer, Rejo y Dubern fueron extranjeros que pertenecían o
estaban vinculados a firmas importadoras relacionadas con comerciantes de
Buenos Aires, Perú, Chile y Bolivia y que directa o tangencialmente estuvieron
involucrados en la expedición.
Por otra parte, algunos integrantes de la misma
trataron de realizar negocios particulares
aprovechando su situación. Por ejemplo, desde Córdoba el 4 de enero de 1823
Dávila ofrecía a Lezica “ir a cobrar a Lima donde
pueden hacer algún negocio reservado ambos”[76]. En
1830, Berdeja pedía al mismo “guarde la mayor reserva en
cuanto al modo en que pienso negociar”[77].
Explicaba que como altoperuano podía introducir mercadería sin pagar los
impuestos que exigían a los argentinos.
La especulación y el afán de lucro así como los
problemas políticos y jurídicos que se plantearon a los comerciantes en su
relación con los estados emergentes quedan evidentes en el caso de Ambrosio Lezica.
Muchos otros mercaderes que participaron en el largo proceso de independencia
de
Al estudiar la última expedición libertadora al
Alto Perú queda claramente de manifiesto la intima relación que tuvo la acción
militar y política en los negocios y la constante participación de los
gobiernos de comerciantes que estuvieron dedicados al comercio interregional. Gran
parte de la historiografía latinoamericana exalta los triunfos obtenidos sobre
los realistas en las grandes batallas, dejando en el olvido la lucha
cotidiana que mantuvieron muchos pueblos
y muchos desconocidos miembros de una sociedad convulsionada por la guerra que
apoyada por civiles posibilitó su continuidad. Es así como, en la memoria
colectiva latinoamericana se formó una idea de que la independencia se
consiguió por el desarrollo de la guerra desarrollada por grandes empresas
militares con héroes a sus cabezas, sin dar explicación sobre quiénes y cómo la
sustentaron económicamente.
La expedición presentada en este trabajo no fue
la que decidió la libertad de Bolivia y quedó relegada frente a la actuación
del ejército colombiano, cuyos miembros fueron los que organizaron el nuevo
estado. Llama la atención el olvido que tiene tanto la historiografía argentina
como la boliviana respecto a la preparación y actuación de la expedición salida
desde las provincias argentinas. Entre los historiadores de nuestro país es
Bartolomé Mitre quien específicamente afirma que la expedición respondía al
plan concebido por san Martín.
El historiador boliviano Joseph Barnadas opina
que se olvidó la figura y la acción de Pérez de Urdininea a quien denigra la
memoria histórica boliviana cuando lo recuerda. Afirma que ese criterio se
impuso a partir de que, en la segunda mitad del siglo XIX, el historiador,
recopilador de documentos y bibliófilo Gabriel René Moreno cuestionó el apoyo
que prestó ese militar al gobierno de Sucre a quien consideraba “extranjero” y
que no defendió el suelo patrio al no haber presentado batalla al “peruano” Agustín Gamarra cuando quiso unir
los dos Perú[78].
Los historiadores bolivianos Enrique Finot y
Augusto Guzmán no reconocen a Pérez de Urdininea como uno de los actores que
definieron la independencia de Bolivia. El primero afirma “Olañeta
sufría deserciones y sabía que por el sur avanzaba una expedición argentina a
las órdenes de Arenales”[79] y
Guzmán dice “Olañeta estaba entre dos fuegos; por el
norte las fuerzas del mariscal Sucre y por el sud las del general Arenales,
resolvió batirse primero con estas”[80].
Respecto a la acción de Pérez de Urdininea
afirma Teresa Gisbert que “Santa Cruz tuvo que
abandonar
Consideramos que las reflexiones que puedan
realizarse a partir de una historiografía que responde a la idea de la
existencia de la nación desde el momento en que se declaran estados soberanos,
no permite comprender la dinámica política y económica que otorga sentido a las
acciones de sujetos cuya pertenencia no se encuentra totalmente definida. En
este sentido es importante señalar que el estudio de esta frustrada expedición
muestra con claridad que Pérez de Urdininea se identifica como altoperuano y de
allí el interés, aunque tardío de las autoridades porteñas de designar a Juan
Antonio Alvarez de Arenales como Jefe de la Expedición a fin de reivindicar sus
derechos sobre las provincias del Alto Perú.
Aceptado: 7 de setiembre de 2014
Conflictos
políticos y negocios. La última expedición rioplatense al Alto Perú
Resumen
La guerra de independencia librada entre 1810 y 1925 en América del Sur
requirió ingentes esfuerzos militares y económicos. Los conflictos internos
tanto entre los fidelistas como entre
los “patriotas” así como las dificultades para obtener los recursos necesarios
para el sostenimiento de las tropas y el armamento necesario fueron una
constante durante su transcurso. Después
de 1816, la estrategia militar sanmartiniana impulsó la realización de una
expedición militar que desde Salta y Jujuy avanzara sobre los bastiones
realistas del Alto Perú. El análisis de una importante y copiosa documentación
ofrece la posibilidad de aproximarnos a una compleja trama política en la cual
es posible observar los diferentes intereses políticos y económicos que jugaron
un rol transcendente en el proceso de construcción de los estados nacionales.
Palabras claves: Guerra- Independencia- América del
Sur
Eulalia Figueroa Solá
Political
Conflicts and Businesses. The Last Expedition from the Río de
Abstract
The war of independence between 1810 and
Key Words: War - Independence - South America
Eulalia Figueroa Solá
* Una versión previa de este artículo fue presentado en las VII Jornadas de Historia Regional Comparada organizado por PHISER realizado en San Antonio de Arredondo- Córdoba, julio de 2005. La revisión del mismo fue realizada por su colega y amiga Sara E. Mata con posterioridad a su fallecimiento en base a aclaraciones realizadas por la autora en los márgenes de su manuscrito y a las sugerencias realizadas por los evaluadores externos. Agradecemos a su familia por facilitar el manuscrito y autorizar la publicación de este artículo.
**
Profesora Asociada de Historia
Americana III de la Carrera de Historia en la Facultad de Humanidades de la
Universidad Nacional de Salta e Investigadora del CEPIHA en la misma
Universidad. Falleció el 20 de Setiembre de 2012.
[1]
Halperín Donghi, Tulio, Historia contemporánea de América Latina. Alianza Editorial,
Madrid, 2005.
[2] Memorias del General O’Leary, Vol. XXIX, Ministerio de Defensa, Caracas, 1991. 1° edición 1884
Cartas de Sucre a Bolívar.
[3]
Ultimo Virrey del Perú,
adhería a ideas liberales y apoyaba la monarquía constitucional en España.
[4]
Archivo y Biblioteca Nacionales
de Bolivia (en adelante ABNB), M3216.
[5]
Juan Antonio Alvarez de Arenales fue un militar español destinado al Alto Perú
donde durante 15 años se desempeñó como Juez Delegado en diferentes partidos
rurales. En 1804 contrajo matrimonio con Serafina Hoyos, en la ciudad de Salta.
Participó activamente en la guerra de independencia en el Ejército Auxiliar del
Norte y en el Ejército de los Andes bajo las órdenes de Manuel Belgrano y de
José de San Martín.
[6]
Archivo General de
[7]
En 1820 se sublevó en Santa Fe,
en la localidad de Arequito, el Ejército Auxiliar del Norte que había
abandonado Tucumán por orden del Director Supremo para sofocar la creciente
rebelión de las provincias del litoral. La caída del directorio y el ascenso de
Manuel Dorrego al Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, significó el fin de
un gobierno centralizado en Buenos Aires.
[8]
Citado por Cutolo, Vicente, Nuevo diccionario
biográfico argentino, Tomo V, Ed. Elche, Buenos Aires, 1975.
[9]
Barnadas, Joseph, Diccionario Histórico de Bolivia, Sucre, 2002. Algunos datos
no concuerdan con los de Vicente Cutolo, quien afirma que nació en Arequina,
Luribay en 1782 y murió en
[10]
ABNB, Manuscritos Gabriel René
Moreno, Mss GRM 87.
[11]
AGN, Colección Carlos
Casavalle, T I, Legajo 8.
[12]
Cutolo, Vicente Osvaldo, Nuevo diccionario
biográfico argentino, T IV, Ed. Elche, Buenos Aires, 1975. p 195.
[13]
ABNB, Colección Rück, 310.
[14]
Halperín Donghi, Tulio, Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en
[15]
AGN, Colección Carlos Casavalle,
Legajo 10.
[16]
ABNB, Colección Rück, 325.
[17]
Boletín de
[18]
Picirilli, R, Romay, F, y
Gianello, L., Diccionario Histórico Argentino,
T III, Buenos Aires, 1954 y Abad de Santillán, Diego, Gran
Enciclopedia Argentina, T II, Buenos Aires, 1956.
[19]
García Soriano, Manuel, “San Martín: sus corresponsales y sus contemporáneos”,
en Actas del Congreso Nacional de Historia del
Libertador San Martín, Mendoza, 1955, p. 158.
[20]
Mitre, Bartolomé, Historia de San Martín o de la emancipación sudamericana, T
II, Ed. Albatros, Buenos Aires, 1950, p. 275.
[21] La guerrilla insurgente de Ayopaya había
actuado en combinación con el Ejército Auxiliar del Norte conducido por Martín
Miguel de Güemes. La muerte de este, el 17 de junio de 1821, significó el fin
de la vinculación directa de la guerrilla de Ayopaya, dirigida por Lanza, con
las fuerzas patriotas de Salta. Mata de López, Sara y Figueroa, Eulalia,
“Guerra de independencia y conflicto social en Salta. Territorialidad y
fronteras políticas en la construcción de los Estados Nacionales. 1810-1840”,
en Cuadernos de Historia, N° 7, Universidad
Nacional de Córdoba, 2005, pp. 138 y ss.
[22]
Mitre, Bartolomé, 1950, ob.cit.,
pp. 267, 268 y 630.
[23]
Halperín Donghi, Tulio, 2005, ob.cit.,
p. 112.
[24]
Paz, José María, Memorias póstumas del General José María Paz, Tomo Primero
“La discusión”,
[25]
ABNB, Colección Rück, 319.
[26]
Lynch, John, Las revoluciones hispanoamericanas 1808-1826, Ariel,
Barcelona, 1976, p. 300.
[27]
ABNB, Colección Rück, 318
Cartas de Pérez de Urdininea a Lezica, Tucumán, 27 de diciembre de 1823.
[28]
García Soriano, Manuel,
1955, ob.cit., pp. 61 a
65.
[29]
ABNB, Colección Rück, 319.
[30]
ABNB, Colección Rück, 323.
[31]
Páez de
[32]
ABNB, Colección Rück, 248.
[33]
ABNB, Colección Rück, 248.
[34] En diciembre de 1823 Pérez de Urdininea se vio
involucrado en Tucumán en conflictos políticos y personales que lo llevaron a
prisión durante trece días.
[35] En enero de 1824
Juan Antonio Alvarez de Arenales fue nombrado por la Honorable Junta Provincial
Gobernador de la Provincia de Salta, al finalizar el mandato de José Ignacio
Gorriti.
[36]
ABNB, Colección Rück, 326,
Carta fechada en Tucumán el 26 de
febrero de 1824 de Manuel José de la Baquera a Ambrosio Lezica.
[37]
Archivo y Museo Histórico del Norte, Catálogo IV, Segunda parte, Carta Facundo
de Zuviría al Canónigo Juan Ignacio Gorriti, Salta 20 de marzo de 1825.
[38]
ABNB, Colección Rück, 318.
[39]
ABNB, Colección Rück, 248.
[40]
Memorias del General O’Leary, Ministerio de Defensa, Venezuela, 1981, p. 1.
[41]
Memorias del General O’Leary, ob.cit.
[42]
Archivo y Biblioteca
Históricos de Salta (en adelante ABHS) ,Carpeta de Gobierno, 1825.
[43]
Meses después en Salta dieron
libre tránsito hacia el puerto de Buenos Aires, a la viuda del general Olañeta,
sus tres hijos menores y dos sirvientes. ABHS, Carpeta de Gobierno, 1825.
[44]
ABNB, Manuscritos Gabriel René
Moreno, GRM N 88. No tenemos conocimiento de lo que costaron otras expediciones
para poder hacer la comparación. Tampoco pudimos comprobar si la provincia de
Salta recibió el pago por parte de las autoridades nacionales de la totalidad
de los gastos de esta expedición, descontamos que al desaparecer el gobierno
nacional no hubo responsable de la deuda y por lo tanto no se pagó.
[45] ABNB, Manuscritos Gabriel René
Moreno, GRM N° 63. El
Bando se publicó en Salta el 8 de abril de 1825.
[46] ABNB, Manuscritos Gabriel René Moreno,
Mss GRM N° 88.
[47] ABNB, Manuscritos Gabriel René
Moreno, Mss GRM N° 63.
[48]
Memorias del General O’Leary, Tomo XXX, pp.
[49]
ABNB, Colección Rück, 319.
[50]
ABNB, Colección Rück, 318. Se
utiliza el calificativo de “godo” a todo aquél considerado enemigo de la causa
por la independencia.
[51]
ABNB, Manuscritos Gabriel René
Moreno, Mss GRM
[52]
ABNB, Colección Rück, 319, Santiago de Chile 14 de febrero de 1822. Carta de
Antonio Gutiérrez de
[53]
Es preciso señalar que para esa fecha José de San Martín no se encontraba ya al
frente del Gobierno del Perú, al que había renunciado en Setiembre de 1822
luego de su entrevista con Simón Bolívar en Guayaquil.
[54]
ABNB, Colección Rück, 324. El
subrayado es nuestro.
[55]
ABNB, Colección Rück, 324.
[56]
ABNB, Colección Rück, 324.
Este poder refrendado en Buenos Aires el 16 de julio de 1824 por el escribano
público José María Fardon y escribanos de gobierno.
[57]
ABNB, Colección Rück, 326.
[58]
ABNB, Colección Rück, 324.
Carta de Pérez de Urdininea a Lezica fechada en Tucumán el 11 de enero de 1824.
[59]
ABNB, Colección Rück, 319.
[60]
ABNB, Colección Rück, 328.
[61]
ABNB, Colección Rück, 328.
[62]
ABNB, Colección Rück, 328. El
subrayado nuestro.
[63]
ABNB, Colección Rück, 318.
[64]
ABNB, Colección Rück, 328.
[65]
ABNB, Colección Rück, 328. El
subrayado nuestro.
[66]
ABNB, Colección Rück, 328.
[67]
ABNB Colección Rück, 325.
[68] Memorias del General O’Leary, Tomo XXX, Ministerio de Defensa,
Caracas, 1991, pp.
[69]
ABNB, Colección Rück, 219.
[70]
ABNB, Colección Rück, 326.
[71]
ABNB, Colección Rück, 328.
[72]
ABNB, Colección Rück, 328.
[73]
ABNB, Colección Rück, 328.
[74]
ABNB, Colección Rück, 318.
[75]
ABNB, Manuscritos Gabriel René
Moreno, Mss GRM 830.
[76]
ABNB, Colección Rück, 323.
[77]
ABNB, Colección Rück, 328.
[78]
Barnadas, Joseph, 2002, ob.cit.
[79]
Finot, Enrique, Nueva historia de Bolivia, Gisbert, La Paz, 1972, p. 185.
[80]
Guzmán, Augusto, Historia de Bolivia, Amigos del Libro, La Paz-Cochabamba,
1973, p. 123.
[81]
de Mesa, José; Gisbert Teresa
y Mesa Gisbert, Carlos, Historia de Bolivia, Ed.
Gisbert, La Paz, 1998, pp. 330 y 331.