Revista Andes, Antropología e Historia

imageVol. 2, Nº 31, Julio - Diciembre de 2020

 

Esta obra está bajo licencia de Creative Commons Atribución - No Comercial CC BY-NC    https://creativecommons.org/licenses/by-nc/4.0/ ISSN Nº 1668-8090

 

 

CUEROS LABRADOS, ECONOMIA Y SOCIEDAD EN EL CONO SUR.

 ODRES PETACAS Y ZURRONES (CHILE Y CUYO, SIGLOS XVII-XIX)

 

WROUGT LEATHER, ECONOMY AND SOCIETY IN THE

SOUTHERN CONE.SKINS, FLASKS, AND BAGS

(CHILE AND CUYO, 17TH-19TH CENTURIES)

 

 

Pablo Lacoste

Universidad de Santiago de Chile - Chile

pablo.lacoste@usach.cl

 

 

Fecha de ingreso: 19/11/2020

Fecha de aceptación: 24/11/2020

 

 

Resumen

El artículo examina una rama de la talabartería en la vida económica y social de Chile y Cuyo, desde mediados del siglo XVII hasta mediados del XIX, particularmente los contenedores dedicados a la producción, transporte y comercio. A partir de documentos originales de archivo y de cronistas y viajeros, se detecta una notable relevancia de manufacturas en cuero, cuantitativa y cualitativamente. Se detecta que el constante abastecimiento de envases y recipientes de cuero fue un constante animador de la vida económica regional y contribuyó a la consolidación de las rutas comerciales entre el Atlántico y el Pacífico durante el periodo artesanal, previo al ciclo de expansión industrial.

 

Palabras claves: Historia social y económica del Cono Sur, Transporte comercial de larga distancia, Envases y contenedores de cuero, Patrimonio ancestral, Productos típicos latinoamericanos

 

 

 

Abstract

The article examines the role of leather containers (mainly wineskins, flasks and bags) in the economic and social life of Chile and Cuyo, from the middle of the 17th century to the middle of the 19th century. It considers that leather containers played an important role both in production and in transport, commerce and daily life. They were used in the mining and wine production. Bulk primary products, manufactured products and typical heritage products were used to package and transport long distances. They were also used in retail, and were shown in fairs, markets and stores. In addition, they were used as traveler's luggage on long journeys and to transport and store valuables. In this way, wrought leather permits to discover a valuable ancestral heritage.

 

Keywords: Social and economic history of the Southern Cone, Long-distance commercial transport, Leather containers, Typical Latin American products, Ancestral heritage

 

 

 

 

Este artículo se encuadra dentro de una línea de investigación mayor, dedicada a identificar y visibilizar el patrimonio agroalimentario de América Latina, con vistas a conocer y valorizar los productos típicos a lo largo de la historia. En los últimos años, se ha puesto en marcha un proceso de redescubrimiento de este patrimonio, con vistas a reducir la pobreza y mejorar la calidad de vida de los actores socioterritoriales. Junto con la revaloración de vinos, destilados y alimentos, también se han comenzado a reconocer como Indicaciones Geográficas (IG) productos artesanales como cerámicas y fibras trenzadas. La cerámica de Talavera (delimitada en México en 1997), el sombrero de Jipijapa (Ecuador, 2007) y el sombrero de Sandoná (Colombia, 2011) son buenos ejemplos[1]. Dentro de las cualidades requeridas para la valoración de estos productos, la historia ocupa un papel central pues justamente a lo largo del tiempo, se perfeccionan los saberes culturales y se construye la reputación. De allí la importancia de estudiar las “biografías” de los productos típicos, como aporte de la historia a la valoración del patrimonio ancestral[2]. Dentro de este espacio, la manufactura en cuero tuvo una trayectoria relevante, sobre todo en el sur de América.

Paralelamente, este trabajo contribuye al conocimiento del comercio, el transporte y las rutas regionales en el periodo colonial. La literatura especializada se ha interesado por conocer esas rutas, indicando puntos de origen y destino, volumen y tipo de carga, impuestos, sistemas de transporte, entre otros tópicos. En este artículo se aporta al estudio general de esa amplia rama de la historia económica a través del papel que cupo a los envases de cuero que tuvieron una función relevante dentro de dicho proceso. Además, el presente estudio contribuye a comprender mejor la manufactura en cuero que habían alcanzado los talabarteros regionales en vísperas de la independencia y la apertura comercial subsiguiente, lo cual aporte a contextualizar mejor la propuesta de unión aduanera de Alberdi y los recurrentes reclamos de los artesanos por mayor proteccionismo[3].

La abundancia de ganado generó las condiciones para la disponibilidad de abundantes cueros a bajos costos en el Cono Sur de América[4]. El puerto de Buenos Aires se destacó por las exportaciones de cuero; además, este material se utilizó para múltiples propósitos, incluyendo puertas y ventanas, coberturas de carretas, aperos gauchos, entre otros objetos. El cuero se usaba también para cubrir los techos de las viviendas[5]. Algunos autores han calificado el siglo XVIII como “la Edad del Cuero”[6]. En ese ambiente de abundancia de cuero, la corriente principal de los ganaderos y comerciantes rioplatenses se orientaban a exportar cueros en bruto; los documentos del siglo XVII registran barcos cargados con 40.000 o 50.000 cueros[7]. En los primeros años del siglo XIX, Buenos Aires llegó a exportar 700.000 cueros por año[8].

Antes de la llegada de los españoles, los pueblos originarios ya habían desarrollado técnicas adecuadas del trabajo en cuero. Con esta materia prima, las mujeres manufacturaban mocasines, bolsas, arcos y flechas[9]. Por otra parte, durante el periodo colonial, la comunidad hispanocriolla se interesó por este material y surgieron con fuerza numerosos oficios dedicados a trabajar el cuero como curtidores, zapateros, petaqueros, silleros, fusteros, estriberos y aparejeros. El censo chileno de 1813, a pesar de no alcanzar la ciudad de Santiago ni la totalidad del obispado de Concepción, registró 525 artesanos especializados en el trabajo del cuero[10]. La mayor parte se concentraba entre el Valle del Aconcagua (171) y el Valle Central, sobre todo Rancagua (72), Colchagua (133) y Talca (108). Estos registros solo captaban a los artesanos que cultivaban estos oficios como actividad principal, no así a los que dominaban la técnica y la practicaban en forma parcial, y que sólo fueron anotados como jornaleros, peones, labradores o gañanes.

Los grandes espacios geoeconómicos creados por el Imperio Español en América permitieron un activo comercio intrarregional de larga distancia. En el marco de la Pax Hispánica se activaron los circuitos comerciales entre lugares de producción y centros de consumo situados a miles de kilómetros. Entre Buenos Aires, Valparaíso y Guayaquil; entre Arequipa, Potosí y Cuyo, circulaban alimentos, bebidas, indumentaria y utensilios, llevados por caravanas de carretas, tropas de mulas y/o barcos mercantes. La literatura especializada ha dado cuenta de las características de estos productos y su integración en las redes comerciales y las cadenas de valor, con énfasis en los productos antes que en los contenedores[11]. Dentro de los complejos problemas del comercio, uno de los factores más importante era el envase, tema sobre el cual, la academia ha comenzado a interesarse. En el comercio transatlántico, se ha destacado el uso de contenedores de madera (pipas, barriles, botas, barricas, cajones, frasqueras), cerámica (botijas, jarras) y tejidos (sacos de lienzo)[12]. Pero a medida que los barcos se alejaban hacia el sur, comenzaban a utilizar otros contenedores; por ejemplo, en los puertos del Pacífico Sur, entre 1770 y 1860, junto con las botijas, se usó otro recipiente de cerámica, típico de esta región: el pisco, vasija inspirada en el aríbalo inca[13]. El estudio de ese contenedor permitió revelar aspectos interesantes del comercio regional, pero siempre dentro de los recipientes de materiales tradicionales como madera y cerámica.

Los envases de cuero todavía no han sido estudiados con suficiente profundidad. Los estudios dedicados al comercio de vinos y aguardientes peruanos, el principal polo vitivinícola americano del periodo colonial, apenas se han dedicado unas líneas a mencionar el uso de odres de cuero[14]. En el caso de Chile, las referencias más conocidas son las descalificaciones al odre de Claudio Gay, cuyo enfoque fue reiterado después por otros autores[15]. Las petacas se examinan en obras dedicadas a la filología y la historia del mueble, más que al comercio[16]. Los zurrones apenas ocupan algunas líneas como referencia al comercio de yerba mate[17].

El desarrollo de los envases de cuero en el Cono Sur, durante el período colonial, se produjo a partir de la base cultural generada por los europeos y los pueblos originarios. En Europa Medieval ya había un importante desarrollo de las técnicas del tratamiento del cuero para manufacturar utensilios domésticos, sobre todo en España. “En todas las grandes ciudades había zurradores, blanqueros, cordobaneros y otros artesanos especializados del cuero[18]. Paralelamente, los pueblos indígenas también desarrollaron sus técnicas para trabajar el cuero para viviendas e indumentaria. En el Pacífico Sur se desarrollaron también las balsas de odres de cuero de lobo marino para navegar por el borde costero[19]. En estas balsas, los pueblos originarios realizaban sus prácticas pesqueras a lo largo de un extenso litoral de más de 1.500 kilómetros de longitud. Los españoles observaban con asombro la calidad del diseño y la forma de confeccionar estas originales barcas[20].  Estas prácticas se mantuvieron vigentes hasta mediados del siglo XX[21]. También se usaron balsas de cuero de lobo marino para pesca en la zona central, sobre todo en la desembocadura de los ríos Bio Bio y Rapel, y para cruzar los torrentosos ríos chilenos como Mataquito, Maule y Loncomilla[22].

 Estas bases culturales, y la abundancia de ganado en la región, abrieron el camino para la difusión del uso del cuero para múltiples usos en la región. El cuero se usaba para confeccionar los aperos del trabajo agropecuario; también se usaba como puertas y ventanas de los ranchos, lagar para pisar la uva en las vendimias y otras múltiples funciones[23]. Dentro de este contexto se generaron las condiciones para un singular desarrollo del envase de cuero.

El presente artículo pone en foco los contenedores de cuero como envases centrales del comercio de larga distancia regional: petacas, zurrones y odres. Como hipótesis de trabajo, se considera que, en el Cono Sur de América, la abundancia de ganado mayor y menor generó un contexto de amplia disponibilidad de cueros; la sociedad aprovechó esta oportunidad, y desarrolló una rama productiva con gran dinamismo, orientada a la manufactura de contenedores de cuero, destinados a sostener el transporte de larga distancia, de carácter comercial.

Para confrontar esta hipótesis, se han confrontado los textos de los cronistas y fuentes originales de archivo. Se han revisado los registros de las aduanas de los puertos del Pacífico Sur de América (Valparaíso, Coquimbo, Copiapó, Constitución), en los Fondos Contaduría Mayor y Contaduría Menor del Archivo Nacional Histórico, juntamente con los registros de la Aduana Trasandina, en el Camino Real de la Cordillera. En forma complementaria se han compulsado también los inventarios de bienes de los vecinos de Chile y Cuyo, principalmente Mendoza, San Juan, Santiago, San Felipe, La Serena, Colchagua y Cauquenes, a través de los Fondos Notariales y Judiciales respectivamente del Archivo Nacional Histórico de Santiago y los archivos de Mendoza y San Juan. Sobre esta base se ha producido una masa de datos que permita dimensionar el papel de los contenedores de cuero en la vida económica regional, particularmente el intercambio comercial entre sus distintos polos productivos y mercados.

 

Odres, petacas y zurrones

 

Los cueros labrados de interés económico más relevantes del Cono Sur fueron tres: la petaca, el zurrón y el odre. Por este motivo, conviene focalizarse en sus características y funciones principales. En forma complementaria se usaron otros objetos, como capachos, noques y lagares, de los cuales se hará referencia oportunamente.

La palabra “odre” proviene del latin uter-uteris. Para el mundo árabe, el odre era un recipiente de cuero para transportar agua. Por lo general se utilizaba el cuero de cabra, por considerarse el de mejor calidad. Pero también podían hacerse odres con cueros de otros animales, como burros. En todo caso, el odre estaba estrechamente asociado al agua; y surgió un oficio para proveer de este líquido: el aguador, con su odre de cuero y sus dos tazas para servir el agua a sus clientes. En la península ibérica, el odre se utilizó para transportar vino. Así lo reflejó el primer diccionario español, al definir como odre “el cuero en que se trasiega el mosto; o bien, el cuero “donde se echa el vino[24]. Esta idea se profundizó en los años posteriores, según se reflejó en las nuevas definiciones de odre: “cuero de cabra o de otro animal, que cosido por todas partes y dejándole arriba una boca, sirve para echar en él el vino, aceite y otros licores[25]. Posteriormente, los españoles llevaron estas costumbres a América, particularmente al Cono Sur. En este territorio, los recipientes para contener agua eran fundamentalmente de cerámica o vegetales, por ejemplo, calabaza[26]. A partir del mestizaje cultural entre españoles e indígenas, floreció el uso del odre, el cual se difundió rápidamente en el territorio. En Chile esta palabra se extendió a la vida cotidiana, y se comenzó a usar también para representar usos y costumbres específicos. Por ejemplo, la expresión “sacarle a uno el odre”, en la vida familiar, significaba “azotarle con rigor”[27].

El odre era un envase muy valorado en el mercado. Su precio tendía a bajar a partir del uso, o más específicamente, de la cantidad de viajes realizados. La carga de dos odres nuevos, de buena calidad, revestidos con brea vegetal, tenía un valor de entre $5 y $6. Después de realizar un viaje, el odre perdía parte de su valor y caía a entre $4 y $3, siempre y cuando se mantuviera en la categoría de “servible”. Después del segundo viaje, sufría una nueva desvalorización. Mientras mantuviera su utilidad, la carga de dos obres se tasaba entre $1 ½ y $2. Superada esta línea, la carga de odres maltratados o rotos se valuaba entre 4 y 8 reales.

La constante demanda de odres destilados promovió el oficio del trabajo del cuero. El personal especializado manufacturaba odres nuevos y reparaba los usados. Surgió así un mercado para útiles y herramientas específicas para odres. En San Juan, la tienda de Juan de Castro tenía en stock para venta al público 500 agujas de coser odres[28]. Y la tienda de Domingo Matías Frías tenía en su inventario 384 agujas de alfombras y de coser odres, con 440 onzas de seda de cocer[29]. Las haciendas compraban estos y otros útiles para asegurar el mantenimiento de sus odres. José Chagaray tenía un martillo, tenazas y cuatro leznas de coser odres[30]. En Mendoza, la hacienda vitivinícola de Moyano y Coria tenía “una aguja de forrar aparejos, en 2 reales, y dos leznas de coser odres a 1 real las dos; una aguja de forrar aparejos en 2 reales[31]. Algunas haciendas manufacturaban sus propios odres de cuero, para asegurar la disponibilidad de envases para transportar sus vinos y aguardientes. Los jesuitas concentraban la producción de odres en una hacienda, y de allí abastecían a las demás. Por ejemplo, la Hacienda de Chacabuco, 10 leguas al norte de Santiago, tenía un taller de talabartería dedicado especialmente a manufacturar odres de cuero. Como se infiere de la evidencia documental, las propiedades jesuitas con viñedos y bodegas, tenían regularmente entre ocho y diez cargas de odres para sacar sus vinos y destilados rumbo a los mercados. Y las haciendas ganaderas, como Chacabuco, eran las encargadas de proveer de los recipientes de cuero labrado.

El concepto el zurrón significaba para los españoles “la bolsa grande de cuero con su pelo”[32]. En el Viejo Mundo, el zurrón se asoció principalmente con el pastor, pues le permitía llevar alimentos y otros objetos. Esta idea se consolidó en la península, según se reflejó a comienzos del siglo XVIII, cuando se definió como zurrón: “la bolsa grande de pellejo de que regularmente usan los pastores para guardar y llevar su comida u otras cosas y se extiende a significar cualquier bolsa de cuero”[33]. Junto al sustantivo se desarrolló también un verbo específico: zurrar, definido como “curtir y adobar la piel quitándole el pelo”[34]. La creciente valoración del zurrón permitió el surgimiento de artesanos especializados. En el mundo árabe había “zapateros remendones y zurradores”[35]. En España se destacó el “artesano del zurrón”[36]. En los siglos XV y XVI, el teatro español apelaba al zurrón –junto con el sayo y el cayado- como parte de la indumentaria típica del pastor[37].

Mientras en Europa el zurrón era la bolsa del pastor, en América Latina los pueblos originarios también utilizaban bolsas de cuero para su vida cotidiana. En el Cono Sur, los puelches y pehuenches confeccionaban zurrones de cuero de guanacos y liebres; al verlos, los españoles denominaron esas bolsas con la palabra “zurrón”[38]. Sobre la base de este humus cultural, la introducción y propagación del ganado europeo, mayor y menor, facilitó la expansión del zurrón.  En América Latina colonial, sobre todo en el Cono Sur, el zurrón tuvo algunas continuidades y muchas diferencias con el caso español. Debido a la abundancia de cuero, el zurró creció de tamaño: los había de dos, tres y hasta cuatro cueros de vacunos. De este modo, el zurrón se convirtió en contenedor de cargas de productos sólidos, a granel, destinadas al transporte comercial de larga distancia. En 1842, un comerciante alemán radicado en Lima lo definió en los siguientes términos: “un zurrón consiste en una piel fresca dentro de la cual se coloca cualquier artículo, luego la piel, aún fresca, se cose y se deja secar y se obtiene una cubierta impenetrable[39].

Las dimensiones del zurrón variaban según la función. Los zurrones destinados al comercio tenían tamaños estandarizados. Su capacidad era de dos quintales o bien, ocho arrobas (92 kilogramos). En cambio, los zurrones de uso doméstico, eran muy variables; algunos eran muy grandes, de tres, cuatro o cinco cueros; otros eran más pequeños. De todos modos, tal como se examina más adelante, el zurrón más difundido era el que se usaba para el mate. La ruta del zurrón de yerba mate atravesaba las pampas rioplatenses, cruzaba los Andes y el Altiplano, y llegaba a Chile, Bolivia, Perú y Ecuador, a través de un sistema multimodal de transporte (Gráficos 1, 2, 3, 4 y 5).

 

 

 

Gráfico 1: Rutas en el espacio rioplatense-pampeano

Fuente: Elaboración propia. Cartografía Bibiana Rendón

 

 

Gráfico 2: Rutas marítimas del Pacífico Sur Americano

Fuente: Elaboración propia. Cartografía: Bibiana Rendón.

 

Gráfico 3. Caminos terrestres en Chile central (siglos XVII-XIX)

Fuente: elaboración propia. Cartografía: Bibiana Rendón.

 

 

Gráfico 4: Rutas terrestres de arrieros de Coquimbo y NOA

Fuente: elaboración propia. Cartografía: Bibiana Rendón.

Gráfico 5: Rutas de los arrieros de Coquimbo y NOA.

Fuente: elaboración propia. Cartografía: Bibiana Rendón.

 

 

Al llegar a destino, se descargaba definitivamente el zurrón de su preciosa carga de yerba, y se reutilizaba para otros fines. El hogar doméstico le daba nuevas funciones, sobre todo en las despensas. Los cuarteles militares, los conventos religiosos y las oficinas públicas también recibían y reutilizaban estos zurrones. En algunos casos, este recipiente de cuero llegó al centro del escenario sociopolítico, como ocurrió en la ejecución de José Gabriel Tupac Amaru. Después de su condena a muerte, el alguacil encargado de la ejecución utilizó zurrones de yerba mate para envolver sus manos encadenadas y engrilladas. El 18 de mayo de 1781 el rebelde caminó hacia el patíbulo, en la plaza del Cuzco, justamente, con esta bolsa de cuero[40].

A diferencia del odre y el zurrón, la palabra petaca no proviene del español sino de las lenguas originarias de América. La palabra petaca proviene del náhuatl, petlacalli, y significa “caja de petate”. Eran cajas con tapa, de madera y cuero, destinadas a guardar objetos. En las petlacallise conservaban los valores de la familia, las joyas, los instrumentos de trabajo, las ropas, reliquias y hasta documentos[41]. Cuando los españoles llegaron a América, llevaban consigo otro concepto para denominar este tipo de contenedor: arca. Se produjo entonces un combate cultural, entre ambos conceptos, hasta que la “petaca” logró abrirse camino. Los españoles terminaron por aceptar esta palabra y la incorporaron oficialmente a su lenguaje. En el siglo XIX las autoridades de la lengua definieron como petaca: “Especie de arca hecha de cueros o pellejos fuertes o de madera cubierta de ellos[42].

En el Cono Sur de América, la palabra petaca se utilizó para denominar los baúles o arcas de cuero y tenía dos variantes principales: comercial y doméstica. La petaca comercial podía ser de cuero labrado a bruto[43]. Se usaba para el transporte terrestre de larga distancia, tanto en mulas como en carretas[44]. En el caso de las mulas, se utilizaban dos petacas, una a cada lado[45] (Gráfico 6). La petaca de transporte comercial era más rústica, pues su vida útil era corta, debido al intenso desgaste causado por la exposición solar en las largas travesías a través de las pampas. En las carretas que trajinan a Jujuy, Mendoza y Corrientes se gasta un número muy crecido (de petacas), porque todas se pudren y se encogen tanto con los soles que es preciso remudarlas a pocos días de servicio[46]. Cuando se debía transportar una petaca doméstica se requerían dos mulas (Gráfico 7).

 

Gráfico 6: Mulas cargadas con petacas en camino de montaña.

Fuente: Mundo Pintoresco (1960). Buenos Aires, Jackson Editores, t. I p. 65.

 

 

Gráfico 7: Petaca doméstica transportada por dos mulas.

Fuente: Martínez Compagnon, B. Trujillo del Perú.

Madrid, CSIC, 1985, [1785] tomo II.

 

 

Además de transportar cargas en largas distancias, la petaca servía también como contenedor para exhibir y vender los productos al por menor. En Buenos Aires, la calle de los mendocinos tenía en venta petacas con pasas moscatel[47]. Las tiendas chilenas exhibían petacas con ají[48]. La petaca también se usaba para vender la cera y las velas para iluminar casas y templos. En San Juan, la tienda de tienda de Domingo Matías Frías tenía en venta petacas de cera del Tucumán[49]. En Chile también se registraban petacas con velas[50]. Con frecuencia se usaban petacas con rejillas para llevar aves al mercado[51]. La petaca era altamente visible en los mercados, ferias, pulperías y tiendas de la mayor parte de las ciudades y zonas rurales del Cono Sur.

Mayor cuidado recibía la petaca doméstica. Esta era generalmente de cuero labrado, y se guardaba primorosamente en el hogar. En algunos casos, las petacas eran objetos de gran valor estético, y formaban parte de las más refinadas expresiones del barroco americano[52]. Muchas veces, la petaca era un regalo precioso, que se ofrecía a la mujer el día de su boda; podía incluso, llevar grabado su nombre[53]. Ella lo conservada primorosamente dentro de su dormitorio, como parte de su patrimonio familiar. Allí guardaba ropa de cama e indumentaria. También era el sitio adecuado para guardar libros[54], y objetos de valor, como documentos y títulos. La petaca tenía aldabas en las caras laterales para transportarla y contaba con cerraduras, armellas y candados para seguridad. En algunos casos, la petaca era el único mobiliario del dormitorio, junto a la cama o cuja. En los hogares más modestos, la petaca se usaba también como asiento[55].

La abundancia de cuero en el Cono Sur de América fue el factor clave en la difusión de la petaca como contenedor de uso universal, debido a sus bajos costos. No existía ninguna otra materia prima que pudiera competir, particularmente en el espacio rioplatense-pampeano; un cronista del siglo XVIII detectó los precios de las petacas en Córdoba: Venden cada petaca de cuero y guarnecida a 8 reales, porque los cueros no tienen salida por la gran distancia al puerto, sucediendo lo mismo en las riberas del río Tercero y Cuarto, en donde se venden a dos reales y muchas veces a menos[56]. El espacio pampeano rioplatense se convirtió en el principal polo de manufactura de petacas, tanto en cantidad como en calidad. Un viajero europeo que recorrió el sur de América con una mirada crítica y muchas veces, despectiva, encontró en las petacas uno de los pocos productos regionales superiores a los del Viejo Continente: “las petacas son mucho más apropiadas que las europeas; se confeccionan en su forma más perfecta en las pampas de Buenos Aires[57]. Los troperos y arrieros compraban estas petacas a bajo precio en estos territorios, y luego, a través de sus rutas comerciales de larga distancia, las distribuían por toda la región.

Las dimensiones de la petaca guardarropa son todavía en estudio. Según el Diccionario de Regionalismos de San Luis, esta petaca tenía “unos 50 cm de alto por 1 metro más o menos de largo y 60 cm de ancho[58]. En la investigación realizada se detectó sólo una referencia a las medidas de este baúl: en la hacienda de Toribio de Santibáñez se registraron  tres petacas de 1 vara de largo  sin chapa ni candado[59]. Esta medida coincide con la estimación del autor citado, pues una vara era casi un metro (0,84 cm). En el marco del paradigma artesanal, las medidas no estaban estandarizadas.

 

Cuero labrado y vitivinicultura

 

Los recipientes de cueros tuvieron un papel relevante en la principal industria regional en el periodo artesanal. Sobre todo, porque en las zonas vitivinícolas del Cono Sur, formadas por el oeste argentino y la zona central de Chile, las maderas eran muy escasas debido a razones climáticas. Por tal motivo, buena parte del equipamiento y las instalaciones vitivinícolas se manufacturaban a partir del cuero como materia prima fundamental. Los recipientes de cuero se utilizaron en cada tramo de la cadena productiva vitivinícola. En la viña se usaba el capacho en tiempo de vendimia. En la bodega se utilizaban noques y lagares de cuero (Figuras 8 y 9). Finalmente, en el espacio del transporte y el comercio, reinaba el odre de cuero.

 

 

Figura 8: Lagares y noques de cuero.

https://scielo.conicyt.cl/fbpe/img/atenea/n503/art03_f18.JPG

Fuente: Museo Rutini (Mendoza, Argentina)

 

 

 

Gráfico 9: Lagares de Cuero

https://scielo.conicyt.cl/fbpe/img/atenea/n503/art03_f19.JPG

Fuente: Museo de Colchagua (Santa Cruz, Chile).

 

 

Los capachos eran canastos forrados de cuero, que se utilizaban en la vendimia. Por lo general se cargaban en la mula o el caballo, para llevar allí la uva recién cosechada. Posteriormente, la uva se vertía en el lagar de cuero, para pisarla y obtener el mosto. El lagar de cuero fue una innovación de la década de 1740, que muy rápidamente se propagó por todo el espacio vitivinícola del Cono Sur; su significado fue facilitar a los pequeños viticultores pobres la posibilidad de disponer de un recipiente de bajo costo para pisar la uva; hasta entonces, solo se usaban los lagares de cal y ladrillo, cuyo costo ascendía a $150 y sólo podían financiarlo las grandes haciendas; tras el surgimiento del lagar de cuero, cuyo costo apenas llegaba a $5, se produjo una avance considerable en la democratización de la vitivinicultura entre los viticultores pobres.  El papel del lagar de cuero ha sido examinado en profundidad en otra parte[60]. Finalmente, el mosto se vertía en el noque, especia de balde de cuero, para trasladarlo a las tinajas y realizar allí la fermentación del vino. Una vez elaborado el vino y el aguardiente, se requería remitirlos al mercado. Cuando se disponía de rutas carreteras, se podían usar envases de cerámica (botijas), que viajaban muy bien a bordo de las carretas. Pero en la mayor parte de los casos, sólo se disponía de caminos de herradura para las mulas; en estos casos, el envase más práctico era el odre de cuero.

El uso del odre de cuero para transportar vinos y aguardientes fue una característica propia de Chile y el centro-oeste de la actual Argentina. Coincidió con los territorios donde abundaba el ganado y, a la vez, no había disponibilidad de caminos carreteros. Por lo tanto, quedaron fuera de la corriente principal del odre los vinos y destilados de Mendoza (porque llegaban a Buenos Aires en carretas con botijas de cerámica) y durante mucho tiempo, los viticultores del Perú, porque los cueros eran allí escasos (Perú se abastecía de cordobanes de Chile). Por este motivo, durante los dos primeros siglos de historia colonial, no se usaron odres de cuero para llevar vinos y aguardientes de Perú a Potosí; a pesar de los escarpados caminos de montaña, los arrieros debían llevar los caldos en las incómodas botijas de cerámica. Recién en la segunda mitad del siglo XVIII se comenzaron a utilizar odres, cuando el volumen del comercio ya estaba declinando[61].

En cambio, en Chile, el odre se utilizó desde muy temprano. A mediados del siglo XVI, en Chile, los indígenas y mestizos ya elaboraban odres con pieles de oveja. Esos primeros odrecillos tenían una capacidad de uno o dos azumbres (2,2 a 4,4 litros). Para mejorar el sabor del agua, se le añadía harina de maíz tostada[62]. Con el tiempo, los artesanos locales fueron mejorando la técnica. El cuero de oveja fue dejado de lado; y el odre se comenzó a manufacturar a partir de cuero de cabra, debidamente trabajados.

En el siglo XVII, los viticultores chilenos ya estaban habituados a usar el odre como recipiente adecuado para transportar vinos y aguardientes (Gráfico 8). En la estancia de Palinco, cerca del fuerte de Yumbel, en la frontera sur del Reino de Chile, junto al Biobio, en 1659 se registraron 7 odres de cuero con 100 @ y otros 21 odres vacíos de cargar vino, que originalmente tuvieron 300 @ de vino[63]. Este contenedor se usaba también en el centro y el norte de Chile. En 1646 el administrador de la hacienda Quilacán, Hernando Bolado, compró tres odres por $10 ½ para trasladar los vinos desde allí hasta las pulperías de La Serena[64]. Décadas más tarde, en 1711, el marqués de Piedra Blanca realizó una exportación de aguardiente al Perú, para lo cual se comprometió a “dar 100 arrobas de aguardiente en odres breados de buena calidad, puesto en el puerto de esta ciudad”[65]. En líneas generales, los viticultores de Chile incluían los odres como parte el equipamiento habitual de sus establecimientos. Allí donde había viñas para cultivar la uva, con lagares para pisarla y tinajas para elaborar el vino, también había odres de cuero para llevarlo al mercado (Gráfico 10).

Gráfico 10: Arrieros con sus mulas cargadas con odres de cuero.

Fuente: ilustración de Patricio Boyle.

 

 

En la zona central y sur de Chile, donde la cordillera de los Andes, la cordillera de la costa y los torrentosos ríos impiden la circulación de carretas, el odre fue la solución ideal para el transporte del vino a los mercados. Las haciendas tenían sus propias tropas de mulas, aviadas con cargas de odres para trasladar los caldos. En la frontera sur, las tropas de mulas aviadas con odres de cuero tuvieron un papel decisivo para conectar las haciendas vitivinícolas del Itata y Concepción, con los mercados situados al sur, tanto el presidio de Valdivia como los compradores mapuches independientes. Gracias a los odres de cuero, “el producto agrícola número uno del comercio informal fronterizo fue el vino chileno del Obispado de Concepción[66].

La viña de Camus, situada en el Valle del Aconcagua, contaba con 28 cargas de odres[67].  Mayor envergadura alcanzó la hacienda Larmagüe, situada en Pichidegua, en el valle de Colchagua; sus viñas cultivaban 10.000 cepas; con la uva se elaboraban vinos y aguardientes; sus bodegas tenían capacidad de 900 arrobas de vasija. Y para llevar sus caldos a los mercados, esta hacienda disponía de una tropa de 110 mulas, debidamente aviadas con 44 odres[68]. Por ejemplo, en la estancia San Juan de la Sierra (Colchagua), el teniente coronel Pedro Núñez tenía “siete cargas de odres, de cuero de vaca[69]. En Santa Rosa de los Andes, la hacienda vitivinícola de doña Margarita Camus contaba con 28 cargas de odres, incluyendo 15 cargas de odres de cuero de chivato para aguardiente, 3 cargas de odres de cuero de vaca y 8 cargas de odres mosteros, de vaca, de regular calidad[70].

Los jesuitas, los más dinámicos empresarios de la vitivinicultura regional del siglo XVIII, se destacaron por el uso del odre. En los inventarios levantados con motivo de la expulsión de la Compañía (1767) se registraron odres en casi todas sus propiedades vitivinícolas. En la hacienda Chacabuco había “10 odres viejos de acarrear vino[71],  juntamente con “21 cueros de chivatos para odres[72]. La Hacienda la Calera tenía “ocho cargas de odres de chivatos viejos”. [73] En Renca, la Hacienda La Punta contaba con “ocho cargas de odres de Chivato[74]. En el obispado de Concepción, la hacienda Perales tenía 28 odres de cuero y la hacienda Cunaco tenía otros 32 odres para llevar el vino[75].

El odre alcanzó un nivel de desarrollo notable en la provincia de Cuyo, junto con otros envases de cuero, como el zurrón. La actitud comercial de sus habitantes, y sobre todo la dinámica de sus empresas de transporte terrestre, crearon las condiciones para promover la cultura de la manufactura de envases de cuero en este territorio. Así lo destacó un jesuita ilustrado:

 

Las pieles son en Cuyo de mayor estimación que en otros países; tienen en esta provincia algunos usos y destinos que o tienen en otras. Se destinan en notable cantidad para la fábrica de sacos de carga (zurrones) y de odres, o sea, especies de barriles de piel, para la conducción de vinos y aguardientes[76].

 

 En la región cuyana, el principal referente del uso del odre como envase de vinos y destilados fue San Juan. Mientras Mendoza usaba botijas para mandar sus caldos a Buenos Aires en carretas, San Juan se especializó en odres de cuero para abastecer los mercados del centro y norte (Gráfico 1). Los arrieros sanjuaninos debían viajar miles de kilómetros por la falda oriental de los Andes para llegar a Catamarca, Tucumán, Salta y el Alto Perú; y el recipiente más práctico era el odre de cuero. También se usaban odres para llevar vinos y aguardientes de San Juan a Córdoba[77]. Surgió así el principal polo especializado en odres de cuero del Cono Sur de América. Representantes emblemáticos fueron Justa de Oro y Toribio de Santibáñez, cuyas haciendas tenían 160 y 148 cargas de odres respectivamente.

El odre formaba una pareja conceptual con la bestia de carga. En Medio Oriente y el norte de África, el odre era transportado principalmente por caravanas de camellos. En el Cono Sur de América, ese papel cupo a la mula. Los arrieros organizaron el servicio regular de transporte terrestre de vinos y destilados, con tropas de mulas y odres de cuero. Sus empresas se formaban con decenas de mulas, con madrinas que sirvieran de guías y cencerros para orientar a las demás. Las mulas eran aviadas con aperos de cuero, que incluían las cargas de odres. Naturalmente, cada mula era cargada con dos odres para asegurar el equilibrio del peso.

El principal polo de tropas de mulas con odres de cuero se desarrolló en San Juan. Varias empresas de arriería sanjuanina se organizaron para ofrecer estos servicios de transporte de larga distancia. Por lo general, las tripas reunían varias decenas de mulas; en algunos casos, llegaron a superar el centenar. El Cuadro I entrega más detalles.

 

Cuadro I – Tropas de mulas con cargas de odres

San Juan (1753-1774)

Año

Tropero – Arriero

Mulas

Cargas de odres

1753

Pedro Vargas

30

16

1761

Luis Benegas

133

140

1770

Marcos Cano

40

Con sus odres

1771

Juan Vásquez del Carril

60

20

1774

Pascual Morales

10

10

1774

María Josefa Casas

40

30

1773

José Maturano

50

29

1773

Juan Cuenca

30

33

1774

Pascual Morales

16

10

1774

Diego Sánchez de Loria

60

Con sus odres

1774

José Chagaray

72

50

1775

Toribio Santibáñez

400

148

 

Fuente: Elaboración propia a partir de Archivo del Poder Judicial de San Juan, Protocolos 1770-1775.

Las tropas de mulas aviadas de odres operaban como mecanismo de ascenso social. Los arrieros que cultivaban este oficio, con frecuencia, lograban progresar económicamente en la estamentada sociedad de América colonial. Un caso emblemático fue Pascual Torres. A pesar de sufrir el estigma de ser hijo natural, logró surgir gracias a la práctica de la arriería. Al casarse con María Gil, aportó al matrimonio una tropa de 16 mulas mansas con 10 cargas de odres; su esposa, en cambio, no introdujo bienes a la sociedad conyugal. A lo largo su vida económicamente activa, lograron ensanchar el patrimonio familiar. Levantaron una casa, compraron tres viñas y ampliaron la tropa, hasta reunir 52 mulas aperadas con sus odres, con la cual servía regularmente la ruta de Cuyo a Buenos Aires[78]. El caso de Pascual Torres es representativo de muchos otros arrieros y troperos de carretas que, a través del transporte terrestre, lograron significativo progreso social y material en el Cono Sur del siglo XVIII.

Odre y mula formaban un conjunto dinámico dentro de la cadena de valor de la vitivinicultura tradicional, llamado a asegurar el servicio regular de transporte terrestre de carga en zonas andinas. Así como la viña, el lagar y la tinaja formaban el conjunto necesario para la producción del vino, la mula y el odre, igual que la carreta y la botija, eran las plataformas para desarrollar el vínculo con los mercados.

Los odres se impermeabilizaban con una pasta de origen vegetal, llamada brea. A pesar de su homonimia, la brea de los odres no tenía relación con el alquitrán ni el asfalto mineral; provenía de una planta llamada brea, muy abundante en el Corregimiento de Coquimbo y el Partido de Copiapó, la cual producía “gran cantidad de resina”; la sociedad hispanocriolla utilizó esta brea para reemplazar la pez mineral; la demanda de la industria vitivinícola fue tan intensa que la brea se convirtió en uno de los ramos notables del comercio de Copiapó; el movimiento comercial de este artículo era entonces de 50.000 kilos por año, al precio de 16 a 20 pesos los 100 kilos[79]. Desde su lugar de origen, en el norte de Chile, la brea vegetal se distribuía por la zona central para asegurar el tratamiento de los odres de todo el país. En la década de 1820 un viajero europeo lo pudo comprobar en la bodega de la hacienda San Isidro, donde halló odres “confeccionados con cueros de cabras y revestidos al interior con brea vegetal, en que se transporta el vino[80]. El tratamiento con brea vegetal permitía “curar” los odres, y permitía disponer de recipientes impermeables, sin alterar las cualidades de vinos y destilados.

El odre fue el recipiente por excelencia para el transporte de vinos y aguardientes en los accidentados caminos de herradura de la mitad occidental del Cono Sur de América. La parte Este, en cambio, al disponer de las suaves planicies del espacio rioplatense-pampeano, el recipiente estrella era la botija de dos arrobas llevada en carretas. Cada carreta que servía la Carrera de Cuyo, viajaba hasta Buenos Aires con veinte botijas de vino o aguardiente. En cambio, los caminos de montaña a través de la Cordillera de los Andes, o a lo largo de la accidentada geografía chilena, no eran aptos para carretas ni otro vehículo con ruedas. Solo podían transportar cargas los arrieros con sus mulas y en esos casos, el envase ideal era el odre de cuero.

 

Cueros para minería y transporte a granel

 

La actividad minera fue una de las ramas de la economía colonial que más utilizó recipientes de cobre para sus faenas en el Cono Sur. En líneas generales, los yacimientos eran trabajados por pirquineros con escasas herramientas y tecnología. Predominaba el esfuerzo físico, la intuición y los implementos rudimentarios. Los recipientes se utilizaban para dos actividades fundamentales: retirar el material removido y desagotar las minas en caso de inundación. En ambos casos se usaron recipientes de cuero.

El contenedor de cuero más usado en minería era el capacho. Este era un balde de cuero, que en España se usaba en albañilería[81]. Pero en el Cono Sur, era el típico contenedor de cuero; se llamaba así el “estribo de cuero que cubre el pie[82], o bien, la “bolsa de cuero para transportar minerales[83]. Lo interesante en este caso, es que el concepto “capacho”, aplicado en minería, se usaba también como sinónimo de zurrón. Así lo detectó un cronista en el siglo XVIII: “utilizan el zurrón, junto con el capacho, para retirar el mineral y el metal de la faena minera[84]. Ochenta años más tarde, otro testimonio confirmó la persistencia de esta costumbre[85]. Los pirquineros del Perú también usaban el zurrón para retirar mineral del yacimiento[86]. El uso del capacho como recipiente por excelencia utilizado en la minería artesanal en los siglos XVIII y XIX, perdió vigencia con el advenimiento de las grandes faenas mineras del siglo XX, con la incorporación de maquinaria pesada y alta tecnología. Pero la tradición del capacho quedó viva en los imaginarios de los mineros y pirquineros. La literatura chilena ha conservado el recuerdo de estos recipientes “Al principio se hizo la extracción por medio de capachos de cuero, más luego fue preciso instalar vagonetas, cuyos rieles se tragaba la cueva[87].

El uso del zurrón en minería era parte de un proceso mayor, caracterizado por la cultura del empleo de recipientes de cuero en esta actividad, lo cual incluía también al odre. Para desagotar las minas inundadas se utilizaban odres de cuero. Esta fue una función propia del odre en las minas artesanales del Cono Sur y llamaba la atención de los observadores extranjeros. Aún hoy (1834) se agota el agua de algunas minas, transportándola en odres de cuero a hombro de peones[88]. Previendo este tipo de situaciones, los mineros tenían la costumbre de criar cabras, precisamente, para disponer de cueros para fabricar odres destinados a este uso. “En Chile los han empleado siempre en las minas inundadas para hacer odres capaces de resistir mejor a la acción de las aguas, sirviendo de barriles[89].

Los envases de cuero sirvieron para transportar a largas distancias dos tipos de productos: los productos primarios, de bajo valor agregado, a granel; los productos manufacturados, de valor intermedio; y los productos típicos, de alto valor añadido. Según la naturaleza, calidad y valor de cada producto, se usaban los envases más adecuados. Por lo general, el contenedor más utilizado para productos primarios a granel fue el zurrón.

Los productos primarios remitidos a larga distancia en envases de cuero eran principalmente seis: cacao, azúcar, tabaco, yerba mate y sebo. En todos los casos, el contenedor regularmente utilizado era el zurrón de cuero. Estos productos viajaban en el sistema multimodal de transportes regionales, que incluía medios marítimos, fluviales, carreteros y de herradura.

Los productos primarios de zonas tropicales viajaban en dirección norte-sur. Cacao, azúcar y tabaco zarpaban desde los puertos de Guayaquil y El Callao, e ingresaban a Chile a través de Coquimbo, Valparaíso y Talcahuano. Por ejemplo, el 31 de marzo de 1779 ingresó a Valparaíso, procedente de Guayaquil, el barco Gran Poder de Dios, con 270 zurrones de cacao, conteniendo 591 cargas de $5 cada una; posteriormente, el 12 de octubre de 1835 arribó a Valparaíso el mercante Elisa, con 9 zurrones con 29 @ de azúcar de Lima. Una vez dentro del territorio, dentro del territorio, estos productos eran transportados a lomo de mula; un comerciante alemán observó tropas de mulas cargadas con zurrones de tabaco[90]. A la inversa, en el Cono Sur se originaban otros productos primarios, que circulaban hacia el norte, como el sebo y la yerba mate.

La yerba mate era la principal infusión del Cono Sur de América. Se producía en el Paraguay, y desde allí se remitía a Buenos Aires por la hidrovía del Paraná. En la capital del Plata se cargaba en las carretas, tanto rumbo a Salta (Carrera del Norte) como rumbo al oeste (Carrera de Cuyo). Posteriormente se realizaba el transbordo a las tropas de mulas, para continuar camino al Alto Perú y Chile respectivamente. En este activo comercio, el zurrón tuvo un papel fundamental.

Los registros de 1778 daban cuenta de la relevancia de estos rubros. Ese año, Chile importó 81.930 arrobas de yerba mate del Paraguay en 14.000 zurrones, de las cuales re-exportó hacia el Perú 4.190 arrobas, es decir, el 5%. También exportó 22.367 quintales de sebo, todo ello envasado en zurrones[91]. Cada año llegaban a Mendoza 600 carretas con dos toneladas de yerba mate del Paraguay, con escala en Buenos Aires. Una vez en Mendoza, se realizaba el transbordo de las carretas a las mulas; estas cargaban la yerba mate envasada en zurrones, para llevarlos a Chile, a través de la Cordillera de los Andes. Cada mula transportaba dos zurrones de 8 arrobas de pesa cada uno (92 kg). En 1784 la aduana de Los Andes anotó el ingreso de 5.733 zurrones de yerba mate del Paraguay, transportados por los arrieros en sus mulas[92]. Poco después, en 1788, se remitieron 10.875 zurrones.[93] De este modo se realizaba una doble exportación: la yerba mate del Paraguay y los zurrones de cuero labrado.

Junto con el comercio terrestre, también se remitieron zurrones de yerba mate por vía marítima, sobre todo después de la apertura del puerto de Buenos Aires (1778). Los barcos mercantes debían realizar un peligroso viaje por el Estrecho de Magallanes para llegar a Chile; a pesar de todo, la ruta se abrió y logró ampliar el volumen del comercio regional. Y dentro de estos flujos, la yerba mate ocupaba un lugar central, envasada siempre en zurrones. En las primeras décadas del siglo XIX estas tendencias se ampliaron. En 1817 ingresó en Valparaíso una fragata procedente de Buenos Aires con 2.175 zurrones de yerba mate[94]. En 1823, la fragata Panter llevó de Buenos Aires a Valparaíso una partida de 1.128 zurrones con 5.558 arrobas de yerba mate[95]. De este modo se completaba el doble flujo de zurrones desde Argentina hacia Chile, por vía terrestre y por mar.

 Una vez en Chile, los arrieros se ocupaban de la distribución de sus cargas. Primero iban a Los Andes y San Felipe, en las faldas cordilleranas occidentales. De allí continuaba una ruta hacia Valparaíso, donde se remitían al Perú anualmente 2.000 arrobas de yerba mate (250 zurrones). La ruta principal iba a Santiago, donde abastecían las pulperías locales. Posteriormente, recorrían el Camino Real, hasta Concepción, tocando San Fernando, Talca, Cauquenes, Chillán, Concepción y otras ciudades. En cada pueblo entregaban la preciada yerba mate. Algunos pulperías y haciendas grandes compraban el zurrón completo, y se quedaban con el contenido y el contenedor.

Después de la yerba mate, el producto primario más relevante en el transporte comercial de larga distancia fue el sebo. La sociedad hispanocriolla encontró en el zurrón el envase más adecuado para transportar el sebo. En 1648 el administrador de la chacra Quiloacán (La Serena), Hernando Bolado, remitió al puerto de El Callao 18 zurrones con 25 quintales de sebo[96]. En 1681 el capitán Domingo de Arriaga, en su hacienda de Colchagua, envasó 216 quintales de sebo en 135 zurrones. En el siglo XVIII aumentó la producción, el comercio y las exportaciones. Los registros de fines de la década de 1730, correspondientes a las exportaciones de las haciendas jesuitas del obispado de Concepción, reflejaron el constante incremento de las remesas de sebo de Chile al Perú, todo ello en los respectivos zurrones de cuero. El cuadro II entrega más detalles de estos flujos:

 

Cuadro II: Exportación de sebo de las haciendas jesuitas del obispado de Concepción al Perú (1737-1740)

N° zurrones

Contenido neto de sebo

Barco

Año

340

775 ½ quintales

s/d

1737

90

145 quintales

La Soledad de Pressa

1738

48

74 quintales 80 libras: $ 7 y 6 R

San Francisco

1737

76

127 quintales 77 libras a $7

Las Caldas

1737

106

179 quintales 39 libras

La Soledad de Pressa

1737

110

187 quintales 7 libras a $6 y 6 R

La Soledad de Pressa

1740

68

114 quintales 22 libras a $8

La Soledad de Pressa

1740

838

1.603 quintales 25 libras

s/d

 

Fuente: Elaboración propia a partir de datos publicados originalmente por Sánchez Andaur (2006), Ob. Cit.

 

 

La expansión de las exportaciones de sebo enzurronado detectada en los libros de Cargo y Data de los jesuitas, era sólo parte de un proceso mayor, que comprendía el conjunto del Reino de Chile. Dentro de los productos derivados de la ganadería, el sebo fue el rubro más dinámico del comercio exterior chileno del siglo XVIII. En 1791 Chile exportó al Perú 21.500 quintales de sebo, superando todos los otros productos menos el trigo[97]. Precisamente, para transportar el sebo, el envase usualmente utilizado era el zurrón. 

 

Cueros labrados para Productos Típicos y objetos personales

 

La sociedad hispanocriolla elaboraba diversos productos típicos, diferenciados por su lugar de origen. Sus hacedores se esforzaron por lograr mayor calidad, lo cual permitió conquistar la fama en los mercados. Estos productos se destacaron por su reputación y precios superiores. Algunos de ellos han persistido hasta la actualidad, y son reconocidos como parte del patrimonio latinoamericano, como el queso de Tafí del Valle (Argentina), el sombrero de Jipijapa (Ecuador) y la langosta de Juan Fernández (Chile), los dos últimos reconocidos como Indicación Geográfica en 2007 y 2011 respectivamente. Otros tuvieron gran reputación continental durante varias centurias, pero a fines del siglo XIX desaparecieron, como los cobres labrados de Coquimbo y el jabón de Mendoza; en un tercer grupo se encuentran los que todavía sobreviven, pero sin la proyección internacional alcanzada en su ciclo de auge, como el queso de Chanco y las pasas de moscatel de Mendoza

El sombrero de Jipijapa llegaba con frecuencia desde Guayaquil a los puertos de Perú y Chile. Por ejemplo, El 20 de julio de 1838 llegó al puerto de Coquimbo el barco Napoleón, con un zurrón con 600 sombreros de Jipijapa, procedentes de Guayaquil. Dentro de los productos típicos latinoamericanos, el sombrero de Jipijapa no fue el único transportado en zurrones. La langosta de Juan Fernández también utilizó este envase para sus viajes en barco diversos puertos del continente. Entre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX se produjo el despertar de este producto. Con frecuencia, los barcos mercantes y militares que recorrían las aguas del Pacífico Sur, entre la zona insular y el continente, se interesaban en cargar este preciado alimento. Y por lo general, la langosta se envasaba en zurrones de cuero. En 1792 la fragata Santa Bárbara llevó dos zurrones de langosta, con 12 @ y 20 libras, desde la isla de Juan Fernández hasta Valparaíso. Ese mismo año, el buque Misericordia llevó una carga similar entre ambos puertos. En otro viaje realizado en 1792, la Santa Bárbara cargó un zurrón de langosta, de 6 @ y 2 libras. Dos años más tarde, este barco volvió a servir esa ruta y al zarpar de Juan Fernández, declaró 3 zurrones para rancho durante la travesía. Esta práctica tuvo éxito en la tripulación y pronto se estandarizó. En viajes realizados entre Valparaíso y El Callao, en marzo y diciembre de 1796, la Santa Bárbara volvió a declarar que llevaba tres zurrones de langosta seca en calidad de “rancho”. De este modo, los zurrones contribuyeron al proceso de difusión y visibilización de la langosta de Juan Fernández, más allá de su lugar de origen, lo cual le facilitó la construcción de su fama y reputación en los mercados nacionales e internacionales.

Junto con el zurrón, la petaca fue el otro contenedor de cuero estrella para transportar productos típicos de alto valor añadido. Entre los productos típicos transportados en petacas para el comercio de exportación figuran los siguientes: el queso de Chanco; el jabón de Mendoza; los cobres labrados de Coquimbo y las pasas de uva moscatel de Mendoza. En menor pedida aparecieron también pasas del valle del Huasco.

El Reino de Chile operaba como un gran centro logístico de distribución del comercio regional. Era muy activo el comercio trasandino y a la vez, el intercambio hacia el norte, hacia los puertos de El Callao y Guayaquil. Ambos circuitos estaban estrechamente vinculados y tuvieron a la petaca como contenedor importante. Dentro del comercio trasandino, la petaca se utilizó como envase para llevar cargas en ambas direcciones. Desde Chile hacia Cuyo, las petacas llevaban principalmente cobres labrados de Coquimbo, sobre todo alambiques y artefactos utilitarios para uso doméstico. En el viaje de vuelta, de Cuyo hacia Chile, las petacas se cargaban con pasas de uva moscatel y jabón de Mendoza. El Cuadro III entrega algunos antecedentes.

 

Cuadro III. Uso de la petaca como contenedor para exportación productos típicos - Camino Real de Cordillera (Cuyo-Chile 1796-1819)

Petacas

Producto

Fecha

Origen

Destino

2

Pasas moscatel

6-2-1796

San Juan

Santiago

2

Jabón de Mendoza

1-5-1796

Mendoza

Santiago

2

Jabón de Mendoza

2-5-1796

Mendoza

Santiago

42

Pasas moscatel: 242 @

27-5-1796

Mendoza

Lima

144

Pasas: 100 @

7-12-1796

San Juan

Lima

4

Pasas moscatel

17-12-1796

Mendoza

Santiago

1

1

Pasas moscatel

Jabón de Mendoza

17-12-1796

Mendoza

Santiago

6

2

Pasas moscatel

Jabón de Mendoza

30-12-1796

Mendoza

Santiago

6

Jabón de Mendoza: $80

16-2-1818

Mendoza

Coquimbo

12

Pasas Moscatel

17-12-1819

Mendoza

Coquimbo

 

Fuente: Aduanas del Camino Real de Cordillera. AHN, Fondo Contaduría Mayor,Serie 1.

 

El cuadro muestra únicamente los registros de productos típicos transportados en petacas. Se han omitido otras cargas transportadas en petacas, sobre todo ropa. Este contenedor se usaba normalmente para trasladar los objetos más preciados, los que tenían mayor valor agregado. La petaca de cuero protegía los productos del frío y la nieve de la cordillera de los Andes. Era un contenedor más caro que las alternativas (como por ejemplo el zurrón). Pero ofrecía mayores garantías para el transporte y conservación de bienes más valiosos (Gráfico 11).

 

 

Gráfico 11: Petacas para guardar objetos de valor. Cuadro de Enrique Serra.

Fuente: La Ilustración Artística (4-11-1907).

 

 

Los productos exportados de Cuyo a Chile tenían dos destinos. Una parte se destinaba al mercado interno, y se distribuía a lo largo de todo el reino, a través de las tropas de arrieros. Otra parte iba en tránsito hacia el puerto, para reembarcarse con destino a la exportación. En las bodegas de Valparaíso y Copiapó se acopiaban las petacas de jabón de Mendoza y pasas de uva de Cuyo, con los productos típicos chilenos destinados a los mercados de Perú y Ecuador: quesos de Chanco y cobres labrados de Coquimbo, embalados también en petacas. Luego, los barcos llevaban hacia El Callao, Guayaquil y otros puertos de ultramar, las petacas con estos cuatro productos típicos regionales. Aprovechando el comercio circular de ida y vuelta, se reutilizaban contenedores venidos de fuera, como las petacas de totora, empleadas para exportar cobres labrados de Coquimbo. El cuadro IV entrega más detalles de este comercio.

 

Cuadro IV Uso de la petaca como contenedor para exportación productos típicos hacia los puertos de ultramar (Chile 1780-1815)

Petacas

Producto

Fecha

Barco

Origen

Destino

1

4 quesos de Chanco

20-10-1780

El Aguila

Valparaíso

varios

1

Achote 133 @

1786

El Socorro

El Callao

Valparaíso

26

Pasas moscatel: 156 @

1786

Valdiviano

Valparaíso

El Callao

46

Quesillos Mazos orejones

10-1-1787

N.S.del Socorro

Valparaíso

El Callao

1

Dos alambiques cobre

14-11-1788

El Águila

Coquimbo

El Callao Guayaquil

16

Pasas: 108 @

2-9-1795

Begoña

Valparaíso

El Callao

42

Pasas moscatel: 287 @

10-12-1796

N.S. del Carmen

Valparaíso

El Callao

19

Pasa moscatel: 151 @

14-12-1796

N.S. del Carmen

Valparaíso

El Callao

1

Aguardiente (rancho)

21-6-1799

El Diamante

Valparaíso

Callao

7

Quesos: 12 qq 25 £

10-2-1807

 

Valparaíso

Callao-Guayaquil

10

Jabón: $ 150

17-2-1807

Las Sibeles

Valparaíso

Callao

1

Cobres labrados: 103 £

6-3-1809

San Antonio

Coquimbo

Callao

Guayaquil

1

Cobres labrados: 100 £

9-1-1810

Los Cantabros

Coquimbo

Callao e Intermedios

831

Pasas Moscatel: $16

Pasas Moscatel: $47

13-2-1812

Limeña

Valparaíso

Callao

22

Cobres labrados: 500 £

Cobres labrados

12-9-1815

Margarita

Coquimbo

Lima

Nota: Unidades de medida: libra (£); quintal (qq); arroba (@); pesos de ocho reales ($)

Fuente: Elaboración propia a partir de Registros de Aduana. AHN, Fondo Contaduría Mayor, Serie 1.

 

 

La literatura especializada ya ha demostrado el proceso histórico de estos productos. El queso de Chanco, elaborado con leche de oveja y sal de Cáhuil, en la mitad sur del Valle Central de Chile, se exportaba a Buenos Aires, Lima, Guayaquil y California durante la fiebre del oro. Similares alcances de mercado desarrollaron el jabón de Mendoza y las pasas de moscatel de esa localidad. Por su parte, los cobres labrados de Coquimbo circulaban por todo Chile, Cuyo, Salta, Tucumán, Alto Perú, Perú y Guayaquil. Estos productos, elaborados en sus lugares de origen, se destacaron por su calidad y adquirieron fama en los mercados. Las últimas investigaciones, ya citadas, han dado cuenta de esos procesos. Lo que hasta ahora no se sabía era el papel de los contenedores de cuero y su relevante papel como facilitador del comercio y el transporte.

Los cueros labrados fueron también muy apreciados para uso personal, sobre todo en funciones particularmente delicadas, como mejorar las condiciones del viajero durante sus traslados, como para cuidar su patrimonio y sus bienes más preciados. En un contexto pre-industrial, signado por el riesgo y la incomodidad que representaban los viajes de larga distancia, los recipientes de cuero ofrecían una solución para el transporte del equipaje. Además, en la incertidumbre del mundo de la frontera, las petacas de cuero ofrecían algo de seguridad para cuidar los objetos de valor.

En sus largos viajes por las montañas, el arriero llevaba habitualmente consigo el zurrón con “una mezcla de cebollas cortadas, harina tostada de trigo, ají y charqui tostado y enseguida molido entre dos piedras. Algunas cucharadas cocidas en agua suministran una porción suficiente de un alimento tan nutritivo como sano[98]. Este plato se llamaba “valdiviano” y era la base fundamental de la alimentación del arriero[99]. Por su parte, los fumadores también se valían de un zurrón “para guardar el tabaco, el pedernal, eslabón y el yesquero, hecho de la punta de un cuero de vaca, que llenan con yesca, de hongos secos[100].

El zurrón servía para transportar el rancho del viaje, no solo para los arrieros, sino también, cuando se trasladaban grandes grupos, incluyo, para llevar esclavos. En el verano 1796-1797 se trasladó un contingente 146 esclavos desde Buenos Aires hasta Lima. Para alimentarlos llevaron “quince zurrones de biscocho, charqui, aguardiente, vino y otros comestibles para dichos negros[101]. Los traficantes de esclavos consideraron oportuno utilizar el zurrón como el envase más adecuado para asegurar las provisiones necesarias para llegar con su carga humana al mercado peruano.

La petaca servía también para transportar ropa. Cuando las personas se trasladaban de un lugar a otro, en largas distancias, transportaban su ropa y libros en petacas[102]. Las órdenes religiosas tenían protocolos para organizar los desplazamientos de los frailes, en los cuales se incluían las petacas de ropa[103]. Los comerciantes, hacendados, funcionarios, cronistas y científicos que viajaban, también llevaban su indumentaria en petacas. En el resguardo de la Aduana de Los Andes, lugar de ingreso a Chile desde Cuyo, en los registros de 1784, se anotaron 51 petacas de ropa[104]. En algunos casos se aclaraba que la vestimenta era parte del ajuar personal del viajero, indicando el registro de “una petaca con ropa de uso”.

Además de servir en producción, transporte y comercialización de bienes, los recipientes de cuero se usaron también para reservar y transportar valores, incluyendo documentos valiosos y dinero. En los viajes, los zurrones servían para llevar monedas de oro, mientras que las petacas funcionaban como auténticas cajas de seguridad.

El zurrón se usaba como la pequeña bolsa de cuero en la cual se llevaban bienes sensibles; ya se ha mencionado su función para llevar el tabaco de los fumadores y el charqui y harina tostada de los arrieros. A ello se sumaba su papel de monedero.  En un viaje de Luján a Buenos Aires, se produjo el robo de un zurrón con $3.200 doblones en plata[105]. En Coquimbo, Antonio Gómez guardaba $5.000 “en dos zurrones forrados de cuero de vaca”[106]. Para indicar la prosperidad de un territorio, a fines del siglo XVIII se acuñó la expresión “muchos zurrones de plata entran en las ciudades[107]. Este tipo de diseño representaba una renovación de la antigua costumbre árabe, de guardar las monedas de oro en un pequeño zurrón de cuero.

La petaca se utilizó como caja de seguridad para atesorar objetos de valor. Por un lado, las autoridades españolas usaban petacas para conservar y transportar los documentos oficiales. Surgió así el “Cajón del Rey”, petaca de cuero en que se remitía a la España la correspondencia particular y de oficio”[108]. La petaca también se utilizó para guardar dinero y otros objetos de valor[109]. La petaca era el objeto de máxima seguridad en las tropas de mulas y carretas, tanto civiles como militares, porque “en ellas se guardaba dinero, correspondencia y para llevar la paga de los soldados y oficiales[110]. Dentro de los distintos baúles y petacas que se cargaban en carretas y tropas de mulas, las petacas de seguridad se destacaban, precisamente, por sus cerraduras y candados[111]. Las caravanas de mulas o carretas llevaban en lugar vigilado la “petaca del capataz”[112]. La carreta o mula que llevaba esta pateca se confiaba al picador de mayor confianza de la caravana. El administrador debía fiarle “las llaves de sus petacas donde traía plata y otros efectos de valor”. Esta era una práctica común en la época porque “los dueños de carretas siempre buscan el peón más leal y de confianza para la carreta o carretón donde vienen las petacas y cosas de más valor[113]. En cierta forma, alrededor de las petacas de valores se organizaban las jerarquías profesionales dentro de las tropas o caravanas de carretas que atravesaban las pampas rioplatenses.

La costumbre de situar los objetos de valor dentro de las petacas, y éstas dentro de la carreta guía de cada tropa, estas se convirtieron en objetivo de robos y hurtos. En tal caso, el encargado de la carreta era sometido a azotes para confesar el delito y revelar el paradero del dinero, como ocurrió a la tropa de Eusebio Rodríguez en 1768[114]. El uso de castigos corporales por abrir petacas ajenas no se restringía al dinero; también se usaba para otras especies, como el tabaco, tal como ocurrió al esclavo Vicente en 1782[115]. Los expedientes judiciales incluían recurrentes casos de petacas “hechas pedazos” para robar dinero; en una tienda cuyana robaron $1.400 en oro y plata en 1806[116]. El patrón de estos casos muestra que las petacas como caja de seguridad se utilizaban en carretas, tiendas y casas. Se trataban de asegurar con candados y cerraduras; pero los bandidos se las ingeniaban para romper las petacas y extraer los valores.

 

Conclusión: la edad del cuero labrado

 

La presente investigación contribuye a comprender el sistema de transporte del Cono Sur de América entre los siglos XVII y XIX, en la era preindustrial, a partir del aporte que significó el envase de cuero. La disponibilidad de cuero por la abundancia de ganado en la región, y la destreza técnica de los talabarteros generaron una relevante producción de envases que facilitaron el transporte regional de corta, mediana y larga distancia. Por lo tanto, los talabarteros contribuyeron sustancialmente para que los arrieros y troperos pudieran asegurar el servicio regular de transporte terrestre que se extendía desde el Paraguay hasta Chile, y desde el Atlántico hasta el Pacífico.

El presente estudio ha permitido detectar el volumen notable de producción que alcanzaron las manufacturas en cuero y su relevancia para aportar contenedores para elaborar productos, transportarlos y comercializarlos.  El cuero formó parte importante en la economía del Cono Sur, particularmente en Chile y Cuyo, por su constante presencia en la economía y la vida social. Los utensilios y envases de cuero se utilizaron en la producción, el transporte, la comercialización y la vida cotidiana. En minería y vitivinicultura se utilizaban regularmente contenedores de cuero (noques, capachos, lagares). El transporte se realizaba con contenedores de cuero (zurrones, petacas, odres), lo mismo que el comercio y la vida cotidiana. Había una constante demanda de cueros labrados para múltiples usos, lo cual permitió consolidar una rama de la economía manufacturera de singular relevancia. La sociedad hispanocriolla se apoyó constantemente en los objetos de cuero labrado para la vida económica, social y personal. Hubo un constante abastecimiento de estos recipientes y utensilios, generados por artesanos especializados en el trabajo del cuero, que se han mantenido en buena medida invisibilizados por la historiografía.

La manufactura en cuero floreció en el marco del paradigma artesanal que se extendió a lo largo de los tres siglos del periodo colonial. Pero, entró en crisis cuando se produjo la transición del paradigma artesanal al paradigma industrial, cuando las máquinas podían producir grandes cantidades de bienes a bajo precio. Ese fue el contexto en el cual se plantearon los debates de liberalismo y proteccionismo del siglo XIX. Los artesanos perdieron mercado, pero sus conocimientos y tradiciones trataron de mantenerse como legado cultural.

 



[1] Asociación Interamericana de la Propiedad Intelectual (ASIPI), Siglo XXI. El Despertar de las Indicaciones Geográficas en América, Colombia, Preprensa Editorial, 2012.

[2] Contreras Hernández, Jesús y Gracia Armaíz, Mabel, Alimentación y cultura. Perspectivas Antropológicas, Barcelona, Ariel, 2005.

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[5] Palomeque, Silvia, “Circuitos mercantiles de San Juan, Mendoza y San Luis. Relaciones con el ‘interior argentino’, Chile y el Pacífico Sur”,  Anuario IEHS,   21, 2006, p. 272.

[6] Zum Felde, Alberto, Proceso histórico del Uruguay, Montevideo, Biblioteca de Autores Uruguayos, 1999. Assuncao, Fernando, Historia del gaucho: ser y quehacer, Buenos Aires, Claridad, 1999.

[7] Gascón, Margarita, 2000, Ob. Cit., p. 442.

[8] Garavaglia, Juan Carlos, “Los mercados para los productos pecuarios (Buenos Aires y su campaña, 1700-1825)”, Anuario IEHS,  9, 1994, p. 66.

[9] Miller, J.R. Arte de trabajar el cuero, Buenos Aires, Editorial Lavalle, 1975.   

[10] Censo de 1813. Levantado por don Juan Egaña, de orden de la Junta de Gobierno, Santiago de Chile, Imprenta Chile, 1953.

[11] Assadourian, Carlos y Palomeque, Silvia, “Los circuitos mercantiles del ‘interior argentino’ y sus transformaciones durante la guerra de la independencia (1810-1825), Cuadernos de Historia, Vol. 14, Nº 1, 2015, pp. 37-58; Palomeque, Silvia, 2006, Ob. Cit. 2006; Lacoste Adunka, Michelle, Lacoste, Pablo y Mujica Fernando, “Jabón de Mendoza. Aporte para el estudio del comercio trasandino (1697-1870)”, Iberoamericana, Vol. XIX, Nº 70, 2019, pp. 133-155. Lacoste Adunka, Michelle y Lacoste, Pablo, “Chamantos, Ponchos y Balandres en Colchagua y Rancagua (siglos XVII-XIX)”, Estudios Atacameños, Vol. 57, Nº 1, 2018, pp. 97-118. Lacoste Adunka, Michelle y Lacoste, Pablo, “Desmontando el común: la disputa entre pescadores artesanales y hacendados. Boca de Rapel (Chile), 1769-1877”, Historia Agraria, Vol. 75 Nº 2, 2017, pp. 141-165.  Lacoste Adunka, Michelle y Lacoste, Pablo, “Sal de Cáhuil, cordero de secano y queso de Chanco: aportes para el estudio de patrimonio gastronómico y cultural de Chile”, Idesia Vol. 35, Nº 2, 2017, pp.17-26. Aguilera, Paulette, “El queso de Chanco: un producto típico de la industria popular de Chile (Siglos XVIII y XIX)”, Rivar, Vol. 3, Nº 8, 2016, pp. 41-63. Brown, Kendall, Borbones y aguardiente. La reforma imperial en el sur peruano: Arequipa en vísperas de la independencia, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2008. Castro San Carlos, Amalia, Mujica, Fernando y Cussen, Felipe, “Chamantos y mantas corraleras de Doñihue: ascenso y consolidación de un textil con DO (1917-2016)”, Rivar, Vol. 4, Nº 11, 2017, pp. 4-30. Ibárcena, José, Tradiciones moqueguanas, Moquegua, Editorial Baluarte, 2018. Mujica, Fernando et al., Jamón de Chiloé: auge y declinación de un producto típico del sur de América (siglos XVIII y XIX)”, Cuadernos de Historia Vol. 46, Nº 1, 2017, pp. 55-82. Lacoste, Pablo, Jimenez, Diego y Soto, Natalia, "Genesis and identity of Chanco cheese (Chile 1750-1860) Contribution to the study of Appellations of Origin in Latin America", Cien. Inv. Agr. Vol. 41, Nº 3, 2014, pp. 317-325. Lacoste, Pablo et al.,The rise and fall of Chanco cheese in Chile (1860-1930)”, Cien. Inv. Agr. Vol. 42, Nº 1, 2015, pp. 85-96. Lacoste, Pablo, “El queso de Tafí del Valle y el despertar de la cultura del queso en Argentina”, Idesia, Vol. 35,  Nº 1, 2017, pp.87-95.

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[13] Lacoste, Pablo, El pisco nació en Chile, Santiago de Chile,  RIL, 2016, pp. 143-158.

[14] Brown, Kendall, 2008, Ob. Cit. Ibárcena, José, 2018, Ob. Cit.

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[17] Cubillos, Adela, Comercio y sociedad en los orígenes de la Villa Santa Rosa de Los Andes 1785-1824, Los Andes, Ediciones Junta de Adelanto de Los Andes, 1992.

[18] Pounds, Norman, La vida cotidiana. Historia de la cultura material, Barcelona, Crítica, 1999, p. 405.

[19] Acosta, José de, S.I., Historia natural y moral de las Indias, Buenos Aires, Editorial El Cardo. Lizárraga, Reginaldo O.P. 2006, [1605], Descripción breve del reino del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile, Buenos Aires, Editorial El Cardo, 2003, [1589]. Garcilaso de la Vega, Inca,  Comentarios Reales de los Incas, México, Porrúa, 2013, [1609].

[20] De Bibar, Gerónimo, Crónica y relación copiosa y verdadera de los Reinos de Chile, Santiago de Chile, Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, tomo II, 1966, [1558], pp. 10-11. Acosta, José, 1589, Ob. Cit. Lizárraga, Reginaldo, 1605, Ob. Cit.

[21] Páez, Roberto, “Balsas de cuero de lobo en Chañaral de Aceitunas (Norte Chico): un antiguo constructo revisitado”, I Congreso Chileno de Antropología, Santiago de Chile, 1985.

[22] Poepping, Eduard, Un testigo de la alborada de Chile (1836-1829), Santiago de Chile, Zigzag, 1960, [1835], p. 308. Lacoste Adunka, Michelle y Lacoste Pablo, 2017, Ob. Cit.

[23] Zum Felde, Alberto, 1919, Ob. Cit. Assuncao, Fernando, 1999, Ob. Cit. Lacoste, Pablo, Aranda, Marcela et al., “Pisada de la uva y lagar tradicional en Chile y Argentina (1550-1850)”, Atenea, Nº 502, 2011, pp. 39-81. Lacoste, Pablo, Premat, Estela et al., “Agroindustria e integración social: lagares de cuero en Chile y Argentina (1740-1850)”, I Congresso Internacional Vinhas e Vinhos, Associaçao Portuguesa da História da Vinha e do Vinho, Porto, APHVIN, 2012, pp. 423-435.

[24] De Covarrubias, Sebastián, Tesoro de la lengua castellana o española, Madrid, Editorial Castalia, 1995 [1611], p. 785.

[25] La Academia Española, Diccionario de la Lengua Castellana, Madrid, Imprenta Nacional, (1852), p. 485.

[26] Bibar, Gerónimo, 1558, Ob. Cit.

[27] Medina, José Toribio, Chilenismos. Apuntes lexicográficos, Santiago de Chile, Imprenta Universo,  1928, p. 256.

[28] Archivo del Poder Judicial de San Juan (en adelante APJSJ), Protocolo (en adelanta Prot.) 1785-86, Inventario de bienes de Juan de Castro, San Juan, 30 de junio de 1785, Fs. 73.

[29] APJSJ, Prot. 1785-86, Inventario de bienes de Domingo Matías Frías, San Juan, 23 de agosto de 1785, Fs. 141v.

[30] APJSJ, Prot. 1774, Inventario de bienes de José Chegaray, San Juan, 8 de noviembre de 1774, Fs. 189v.

[31] Archivo General de la Provincia de Mendoza (en adelante AGPM), Tasación de bienes de Ignacio Moyano y Antonia de Coria, Mendoza, 10 de diciembre de 1765, Carp. 239, Documento 11, Fs.16v. Esta propiedad incluía una viña de 2500 cepas y bodega con 200 arrobas de vasija.

[32] Covarrubias, Sebastián de, 1611, Ob. Cit., p. 989.

[33] Diccionario de Autoridades,  Madrid, Gredos,  Volumen III, 2002 [1737], p. 577.

[34] La Academia Española, 1852, Ob. Cit., p. 730.

[35] Mil y Una Noches, Nº 794.

[36] León Morales, Yoana, “Los últimos artesanos del zurrón”, El Pajar: Cuaderno de Etnografía Canaria, Nº 6, 1999, pp. 187-89.

[37] Sánchez Hernández, Sara, “Sayo, zurrón y cayado: vestimenta y atrezo en el teatro de Juan de Encina”, Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica,  Vol. 33, 2015, pp. 235-249.

[38] Declaración de Pedro García, cautivo, Mendoza, 10 de agosto de 1658. “Invasión de indios a algunas estancias australes de la jurisdicción de Mendoza. Año 1658”, Revista de la Universidad de Córdoba, 16, 1929, p. 5.

[39]  Witt, Heinrich, The Diary of Heinrich Witt. Edited by Ulrich Mücke. Leiden/Boston, I, 2015, p. 476.

[40] “Documentos para la historia de la sublevación de José Gabriel de Tupac Amaru”, en De Angelis, Pedro Colección de Obras y Documentos, Tomo VII, 1° edición, Buenos Aires, Imprenta del Estado; edición moderna consultada, Buenos Aires, Plus Ultra, 1971, [1836], pp. 440-441.

[41] Aguilera, Carmen, 1985, Ob. Cit., p. 21.

[42] La Academia Española, 1852, Ob. Cit, p. 534.

[43] Concolorcorvo, El lazarillo de los ciegos caminantes desde Buenos Aires hasta Lima, Buenos Aires, El Cardo, 2006, p. 36.

[44] Medina, José Toribio, 1928, Ob. Cit., p. 283. Coluccio, Félix (1964) Diccionario folklórico argentino, Buenos Aires, Luis Lasserre y Cía., Editores, p. 369.

[45] Poepping, Eduard, 1835, Ob. Cit., p. 176. Plath, Oreste 2014, [1981], Folclor lingüístico chileno, .Santiago de Chile, Edición corregida y anotada por Karen Muller Turina, FCE, p. 26.

[46] Concolorcorvo, 1773, Ob. Cit., p. 36.

[47] Maurín Navarro, Emilio, Contribución al estudio de la historia de la vitivinicultura argentina, Mendoza, INV, 1967, p. 59.

[48] Sánchez Andaur, Raúl, La empresa económica jesuita en el obispado de Concepción (Chile): 1610-1767, Universidad de Chile, Tesis Doctoral, 2006, p. 162.

[49] APJSJ, Prot. 1785-86, Inventario de bienes de Domingo Matías Frías, San Juan, 23 de agosto de 1785. Fs. 140.

[50] Sánchez Andaur, Raúl, 2006, Ob. Cit., p. 162.

[51] Graham, María, Diario de su residencia en Chile, Santiago de Chile, Editorial del Pacífico, 1956, [1822], p. 106.

[52] Creus, Angels y Fuente, Félix, 2016, Ob. Cit. 

[53] Castelló Iturbide, Teresa, “Mueble popular”, en VVAA, El mueble mexicano. Historia, evolución e influencias, México, Fomento Cultural BANAMEX, 1985, pp. 103-114.

[54] Guibovich Pérez, Pedro, “Los espacios para los libros en el Perú colonial”, Lexis, Nº 27, 2003, pp. 179-190.

[55] Assuncao, Fernando, 1999, Ob. Cit., p. 184.

[56] Concolorcorvo, 1773, Ob. Cit., p. 58.

[57] Poepping, Eduard, 1835, Ob. Cit., p. 174.

[58] Gatica, María Delia, Diccionario de regionalismos de la provincia de San Luis. San Luis, Fondo Editorial Sanluiseño, 1995, p. 243.

[59] APJSJ, Prot. 1775, Inventario de bienes de Toribio de Santibáñez, San Juan, 12 de setiembre de 1775. Fs. 147.

[60] Aranda, Marcela, 2011, Ob. Cit. Premat, Estela, et al., 2012, Ob. Cit.

[61] Brown, Kendall, 2008, Ob. Cit, p. 71.  Ibárcena, José, 2018, Ob. Cit., p. 216.

[62] Bibar, Gerónimo, 1558, Ob. Cit., p. 9.

[63] Stewart, Daniel, “Las viñas de Concepción: distribución, tamaño y comercialización de su producción durante el siglo XVII”, Rivar, Vol. 2, Nº 4, 2015, p. 119.

[64] ANH, FRA, Vol. 587, Declaración de Hernando Bolado, La Serena, 5 de junio de 1649, Fs. 62.

[65] ANH, Fondo Notariales de La Serena, Vol. 8, Contrato de compra-venta de aguardiente. La Serena, 12 de enero de 1711. Fs. 307.

[66] Stewart, Daniel, 2015, Ob. Cit., p. 221.

[67] ANH, Fondo Judiciales de San Felipe (en adelante FJSFpe), Leg. 21, Pieza 25, Inventario de bienes de Margarita Camus, Los Andes, 10 de noviembre de 1845. Fs. 17v.

[68] ANH, Fondo Judiciales de Santiago, Vol. 320, Inventario de bienes de la hacienda Larmagüe, Santiago-Pichidegua-San Fernando, 15 de setiembre de 1798. Pieza 2, Fs. 7.

[69]AHN, Fondo Judiciales de San Fernando, Leg. 24, Pieza 2, Inventario de bienes de Pedro José Núñez de Guzmán, Estancia San Juan de la Sierra, Colchagua, 9 de noviembre de 1787, Fs. 47.

[70] ANH, FJSFpe, Leg. 21, Pieza 25, Inventario de bienes de Margarita Camus, Los Andes, 10 de noviembre de 1845. Fs. 17v.

[71] ANH, Fondo Jesuitas de Chile (en adelante FJCH), Volumen 10, Pieza 5, Inventario de bienes de la Hacienda Chacabuco, 22 de noviembre de 1767, Fs. 65.

[72] ANH, FJCH, Vol. 10, Pieza 5, Inventario de bienes de la Hacienda Chacabuco, 22 de noviembre de 1767, Fs. 66.

[73] ANH, FJCH, Vol. 13, Pieza 4, Inventario de bienes de la Hacienda La Calera, 1767, Fs. 51v.

[74] ANH, FJCH, Vol. 2, Pieza 4, Inventario de bienes de la Hacienda La Punta, Renca, 26 de agosto de 1767, Fs. 144.

[75] Sánchez Andaur, 2006, Ob. Cit., p. 98-101.

[76] Morales, Manuel, 1940 [1787], Descripción de la provincia de Cuyo, Mendoza, Junta de Estudios Históricos, p. 120.

[77] Concolorcorvo, 1773, Ob. Cit., p. 34.

[78] Archivo General de la Provincia de San Juan, Prot. 1769-70, Testamento de Pascual Morales, San Juan, 11 de mayo de 1774, Fs.54-55.

[79] Pérez Rosales, Vicente, 1857, Ob. Cit., p. 234.

[80] Poepping, Eduard, 1835. Ob. Cit., p. 117.

[81] Diccionario de Autoridades, 1737, Ob. Cit., tomo II p.138.

[82] Academia Argentina de Letras, Diccionario del habla de los argentinos, Buenos Aires, Espasa, 2003, p. 176.

[83] Ozán, María Fanny y Pérez Sáez, Vicente, Diccionario de Americanismos en Salta y Jujuy, Salta, Arco/Libros, 2006, p. 184.

[84] Concolorcorvo, 1773, Ob. Cit., p. 109.

[85] Pérez Rosales, Vicente, Ensayo sobre Chile, Santiago de Chile, PUC-CCHC, 2010 [1857], p. 234.

[86] Witt, Heinrich, 2015, Ob. Cit., p. 497.

[87] Castro, Oscar, Llampo de Sangre, Santiago de Chile, Editorial del Pacífico, 1954, p. 150.

[88] Darwin, Charles, Viaje de un naturalista alrededor del mundo, Buenos Aires, El Ateneo, 1945 [1834], p. 316.

[89] Gay, Claudio, 1855, Ob. Cit., tomo I p. 473.

[90] Witt, Heinrich, 2015 p. 476.

[91] Espinoza, José y Bauzá, Felipe, “Descripción del obispado de Santiago”, en Sagredo, Rafael y González Leiva, José Ignacio, La Expedición Malaspina en la frontera austral del imperio español, Santiago de Chile, Editorial Universitaria,  2004 [1797], pp.  520-522.

[92] Cubillos, Adela, 1992, Ob. Cit.

[93] Coria, Luis, 1988, Ob. Cit., p. 211.

[94] Gaceta de Buenos Aires, 1 de marzo de 1817.

[95] El Liberal, Santiago, 16 de diciembre de 1823.

[96] Archivo Nacional Histórico de Chile (en adelante ANH), Fondo Real Audiencia (en adelante FRA), Vol. 587, Revisión del arrendamiento de la chacra de Quilacán, Fs. 68.

[97] Coria, Luis, 1988, Ob. Cit., p. 193.

[98] Poepping, Eduard, 1835, Ob. Cit, p.177.

[99] Pérez Rosales, Vicente, 1857, Ob. Cit.

[100] Memorias de un oficial de marina inglés al servicio de Chile durante los años 1821-1829, Imprenta Universitaria, Santiago, traducción de José Toribio Medina, 1923, p. 264

[101] ANH, Fondo Contaduría Mayor, Serie 1, Vol. 2359, Partida de comercio, Camino Real de Cordillera, 17 de diciembre de 1796, Fs. 382.

[102] Poepping, Eduard, 1835, Ob. Cit, p. 174.

[103] Sánchez Andaur, 2006, Ob. Cit., p.158. 

[104] Cubillos, Adela, Ob. Cit.

[105] Concolorcorvo, 1773, Ob. Cit., pp. 78-79.

[106] AN, Fondo Notarios de La Serena, Vol. 14, Inventario de bienes de Antonio Gómez de Galleguillos, hacienda Pachingo, La Serena, 24 de abril de 1695, Fs. 216.

[107] Concolorcorvo, 1773, Ob. Cit., p. 98.

[108] Plath, Oreste, 1981, Ob. Cit., pág. 26.

[109] Ozán María; Pérez, Vicente, 2006, Ob. Cit., p. 634.

[110] Coluccio, Félix, 1964, Ob. Cit., p. 369.

[111] APJSJ, Prot. 1775, Inventario de bienes de Toribio de Santibáñez, San Juan, 12 de setiembre de 1775, Fs. 147.

[112] Concolorcorvo, 1773, Ob. Cit., p. 88.

[113] AGPM, Carp. 213, Documento n° 12, Declaración del tropero Isidro Atencio, Mendoza, 25 de enero de 1769, Fs. 25

[114] El Alguacil Mayor para que nombre comisionado que aprehenda al negro Lorenzo Carrillo, fugado de la Cárcel. AGPM, Carp. 214, Documento 29, Mendoza, 22 de mayo de 1769

[115] AGPM, Documento 25, Joaquín Rull contra negro Vicente, por robo. Mendoza, 3 de febrero de 1782. – 8 fojas sin Nº, 8 Fs.

[116] AGPM, Documento 23, Juicio criminal seguido por Francisco Fernández, contra Sebastiana Zeballos (mulata) por robo. Mendoza, 2 de junio de 1806, Fs 1-12.