ARISTÓTELES EN MACONDO

 

 

Atilio A. Borón

Edit. Espartaco, Córdoba, 2009.

 

 

Ya desde el título este libro invita a sumergirse en la máxima metáfora de América Latina. Lo hacemos sin la presunción de acceder a García Márquez porque Borón supone otras competencias, y obviamente Aristóteles convoca reflexiones propias de los antecedentes de Atilio Borón en el rubro de la política, más que de la Poética.

 

Desde el prólogo[1], el autor devela su preocupación por la morfología de las democracias actuales en América Latina y el Caribe: “democracias que explotan, excluyen, empobrecen y marginan a las clases y estratos populares mientras contribuyen al desenfrenado enriquecimiento de las minorías adineradas” (p. 11). Tal como lo propone el editor en el Prólogo I, el libro es lo suficientemente didáctico como para creer que ha sido pensado para jóvenes, de allí que Atilio Borón sea explícito y claro al anticipar el contenido de los dos momentos en que se divide el objeto de esta reseña.

 

Aristóteles en Macondo: notas sobre el fetichismo democrático en América Latina” juega el recurso imaginario de un retorno de Aristóteles al seno de las discusiones de Filosofía Política, ámbito donde se lo interrogaría sobre la situación actual de las democracias. La respuesta lapidaria del maestro, discípulo a su vez de Platón, autor de República, responde: “…veo con mucha desilusión que lo que parecía ser una desgracia del mundo griego reaparece con rasgos aún más acusados y escandalosos, en la sociedad actual, llegando a extremos jamás vistos en mi época”(p. 21)

 

Inútiles los argumentos del cenáculo contemporáneo (a la sazón el claustro de CLACSO) que esgrime varemos tales como elecciones periódicas y sufragio universal, frente a lo cual Aristóteles respondería que no hay correspondencia entre esencia y apariencia. Si la esencia de la democracia es el gobierno de los más en provecho de los pobres, y esto no ocurre, todos los otros rasgos constituyen la apariencia, especialmente en el “Capitalismo”, en tanto fetichismo de las mercancías.

 

Puesto que todo hoy, incluidos los valores religiosos, deviene mercancías, la democracia ingresa al mundo “capitalista”, ámbito en el cual “Las mercancías aparecen como verdaderos agentes de la vida social” (p. 23) cuando son apenas manifestaciones de hechos sociales no negociables. En la ficción planteada por Atilio Borón, Aristóteles avanza en el tiempo apelando a la Utopía de Tomás Moro, atraviesa las concepciones posmodernas de Habermas y Lipovetsky para denostarlas, con lo cual parece coincidir con el pensamiento marxista. Dicho así estoy incurriendo en una enunciación contra fáctica (cosa posible ya que de ficción se trata). Sin embargo, lo que la escritura de Borón discurre es inverso: sugiere en los dichos imaginarios de Aristóteles que el pensamiento de Marx, aún no siendo filósofo, un marcado acuerdo con aquello que el maestro estagirita legara a la humanidad: “Si en mi Ëtica a Nicómaco y en Política digo que la crematística [acumulación ilimitada de riqueza] parece tener por objeto la inagotable acumulación de dinero, Marx diría, un par de milenios más tarde, que la ley absoluta del modo de producción capitalista es la ilimitada producción de plusvalía” (p. 26)

 

Al autor no se le escapa la interpolación de recursos retóricos como la pregunta- afirmación de un académico que reconoce en el “actual” discurso aristotélico, el razonamiento del propio Marx. Lo que Aristóteles contesta es contundente: las llamadas “democracias latinoamericanas son ´plutocracias´, ´regímenes posdictatoriales´ porque lo que han hecho es ahondar el foso que divide a ricos y pobres” (p. 27).

 

Antes de referirse a la plutocracia como sistema, el texto evoca las representaciones de Pluto en la mitología griega, para rematar con la aseveración: “Pluto era riquísimo pero infeliz” (p. 28) frase que le da pie para volver a cargar sobre el objetivo de su visita a Macondo “(…) los oligarcas latinoamericanos se adornan con los vistosos ropajes de la democracia…” (p. 29), a renglón seguido enuncia todos los rasgos de la política como inherentes a la democracia: libertad de prensa, elecciones, derechos humanos, garantías constitucionales, etc. Cuando alude al ideal que es el gobierno de las mayorías, pero en beneficio de todos, hace la salvedad de que tampoco es en desmedro de las minorías. Esa politeia tan inalcanzable, es aún más esquiva en América Latina, en tanto prevalece el poder de los mercados.

 

Escindido de la voz aristotélica, el autor empírico retoma el enunciado sujeto a datos de la realidad: las formas estatales de gobierno en América Latina no son democracias, fundamentalmente por el sistema electoral consistente en competencia multipartidaria. Por supuesto que en este punto aparece la mención política del caso Cuba, a lo que el libro contrapone el estereotipo Estados Unidos, de conformación institucional tan dudosa, dado su accionar de violación de las reglas del Consejo de Seguridad de la ONU. El autor recurre a datos provenientes de encuestas del año 2006 para demostrar que hay dominancia de gobiernos “democráticos” que ejercen a favor de los ricos. Es obvio que una glosa no puede reproducir estadísticas, baste con traducir el dato de que el porcentaje de encuestados satisfechos con sus respectivas democracias no coincide con los países avalados por Washington (caso Colombia).

 

Lo esperable en las conclusiones de este capítulo es que apareciera el concepto de “neo-colonias” en total coherencia con la ya anticipada definición de plutocracia. Veamos:

 

Lo que Latinoamérica ha estado obteniendo en las década de su “democratización” ha sido más capitalismo y no verdaderamente más democracia- y es precisamente en contra de esto que los pueblos de la región se están revelando. (p. 47)

 

Lo que sigue es una apretada síntesis del lento proceso democrático de nuestros países. A la medular cuestión de “¿Será posible ´democratizar la democracia´ dentro del capitalismo (…)?” (p. 53), interrogante que es profundizado con otro “¿no será necesario que antes se produzca una revolución?” (p. 55). Pregunta que se complementa con aquella referida a la sociedad post-capitalista, en tanto condición para llegar a una democracia post-liberal. La respuesta ejemplifica con los casos de Gran Bretaña, Francia y EE.UU. que experimentaron revoluciones capaces de abrir un derrotero de cambios sistémicos. En síntesis, la democracia (por fallida que esta sea) es un mal necesario para sostener la economía de mercado.

 

El análisis de Borón remite a Boaventura de Sousa Santos entre otros autores que coinciden en la necesidad de un paradigma consistente en la “democratización de la democracia” por cuanto la mayoría de las vigentes son “democracias de baja intensidad”. La superación según Boaventura ocurriría conforme a tres ejes: 1) “Demodiversidad”; 2) Articulación contra-hegemónica entre lo local y lo global; 3) Ampliación del espectro participativo dando ingreso a los más diversos grupos étnicos. Este ideal se ejemplifica con Brasil como el que constituye una contradicción flagrante habida cuenta de los renuncios del Presidente Lula, “su más ardiente propagandista”, allá cuando se pusiera en acto en Porto Alegre. La evaluación autoral referida a la experiencia gaúcha, si bien resuma cierta ironía, es objeto de enmienda por parte de Atilio Borón quien reconoce que la experiencia fue válida, pero insuficiente, puesto que una democratización debe trascender lo presupuestario.

 

Conviene aclarar que este capítulo 2 aporta ejemplos en cifras, concernientes a los intentos de aproximación a democracias participativas en América Latina, análisis que culmina con una reflexión de Fernández Liria y Alegre Zahonero: “Si la democracia significa que la sociedad está dispuesta a ensayar lo que en la década de los sesentas y setentas se denominaba ´vía no-capitalista´ la respuesta disciplinadora más probable es un baño de sangre” (p. 61).

 

Un proyecto sobre democratizar la democracia en nuestros contextos resulta subversivo para la derecha y desencadena respuestas represivas. Antes de las conclusiones el autor de este opúsculo dedica algunas páginas a los movimientos sociales, descritos con los frecuentes clichés de “país real” versus “país legal”. Los casos de Ecuador del 2000 y 2005 y de Bolivia de 2003 y 2005 son citados como ejemplificadores de la importancia de la multitud en las calles. La mentas al Perú de Fujimori y a la Argentina del 2001 devienen corolario que apunta a reconocer que los malos gobiernos neoliberales crearon las condiciones para las grandes movilizaciones de las sociedades latinoamericanas en defensa de recursos naturales o empresas tradicionalmente estatales.

 

La conclusión es que a la luz del fracaso de los intentos de “centro izquierda” como los de Lula, Kirchner y Bachelet, ocurre que los movimientos sociales cumplieron sólo una parte del mandato de la historia, por cuanto derrocaron gobiernos neolibeales para dar paso a otros iguales. Aquí se exceptúan los casos de Bolivia y de Ecuador, con Evo Morales y con Correa, respectivamente.

 

A esta altura justo es decir que lo que Borón designa como fracasos fueron avalados por reelección en Argentina (nótese que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner es una continuidad de la gestión de su esposo), y por un cierre de mandato con alto grado de popularidad como son los casos de Chile y de Uruguay (en reciente relevo por elecciones democráticas). Hechos que hablan de una franca diferencia entre lo que juzga el electorado versus lo que interpretan las ciencias sociales. Con todo podemos coincidir con Borón en que el aprendizaje callejero respecto de sus potencialidades transformadoras es directamente proporcional al aprendizaje de los partidos de derecha, frente a casos tan prometedores como los de Bolivia, Venezuela y Ecuador, sociedades que combinan la lucha en las calles con los procesos instituidos por el voto.

 

El libro de Atilio Borón es un apretado resumen, tendencioso diría un lector prevenido, alberga, sin embargo la magia de un discurso que entrama la dialéctica seria con la fluidez de una exposición en público. Las remisiones a otros autores permitirían enriquecer lo expuesto, tanto en el plano de lo conceptual, como de los análisis puntuales, siempre en el marco de los estudios socio-políticos comparados. Con el uso retórico que Borón hace de Aristóteles, y de Macondo, como metonimia de América Latina, sea la política o su mímesis, descansan en paz, que no significa que estén muertas, sino que tuvieron muy buen tratamiento.

 

 

Amelia Royo

Universidad Nacional de Salta



[1] Nótese que este pequeño libro cuenta con un prólogo del autor (Prólogo II, pg. 11) y uno del editor.