Revista Andes, Antropología e Historia
Vol. 1, Nº 31, Enero-Junio de 2020
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ISSN Nº 1668-8090
LAS
ESCRITURAS FEMENINAS Y EL DESAFÍO DE TOMAR LA PALABRA
EN EL
TUCUMÁN CULTURAL DE ENTRESIGLOS
THE FEMININE
WRITING AND THE CHALLENGE OF TAKING THE WORD IN THE CULTURAL TUCUMAN OF THE
EARLY 20th CENTURY
Marcela Vignoli
Instituto Superior de Estudios Sociales (ISES)
UNT-CONICET
Tucumán-Argentina
vigmarce@gmail.com
Fecha de ingreso: 17/08/18
Fecha de aceptación: 20/12/18
Resumen
A
fines del siglo XIX las mujeres instruidas de Tucumán –en particular las
egresadas de la Escuela Normal de maestras que había sido creada en 1888–
comenzaron a publicar ensayos en revistas literarias, opiniones en la prensa,
así como también fueron oradoras en festejos patrios o reuniones que organizaba
el Círculo del Magisterio, creado en 1905. Los tópicos sobre los que
escribieron o disertaron estaban estrechamente vinculados a su capacidad
intelectual y al rol como educadoras y al modo de mejorar esa tarea así como el
desempeño de los alumnos.
Esta
escritura y oratoria novedosas, en tanto estaban pensadas para ser compartidas
por otros en el espacio público, coexistió junto con otros modos de expresarse
más vinculados con la intimidad de las mujeres, pero que también comenzaban a
estrechar lazos fuera del espacio privado.
El
objetivo de este trabajo es analizar los diferentes escritos de un grupo de
mujeres que circularon en el Tucumán de entresiglos considerando que en este
período las mujeres asumen y llevan adelante el desafío de tomar la palabra.
Palabras
claves: Sociabilidad, Cultura, Género, Escritura, Magisterio
Abstract
At the end of the
nineteenth century, some educated women of Tucumán -particularly graduates from
the Escuela Normal de Maestras that
had been created in 1888- began to publish essays in literary magazines,
opinions in the press, as well as to lecture in national festivities or
meetings organized by the Círculo del
Magisterio, created in 1905. The topics on which they wrote or lectured
were closely related to their intellectual capacity and role as educators and
how to improve that task as well as the performance of students.
This novel writing and
oratory, insofar as they were intended to be shared by others in the public
space, coexisted along with other ways of expressing themselves more linked to
the intimacy of women, but which also began to strengthen ties outside the
private space.
The aim of this article
is to analyze the different writings of a group of women who circulated in the
Tucumán in early 20th century, considering that in this period women
assume and carry out the challenge of speak with their own voice.
Keywords: Sociability, Culture, Gender,
Writing, School teaching
Introducción
El
acceso de las mujeres al mundo de la lectura y la escritura ha concitado la
atención de escritoras/es e historiadoras/es que en diferentes períodos han
estado atentos a describir, analizar y comparar las dificultades que
encontraron las mujeres a la hora de acceder a prácticas que por lo general
habían estado vinculadas a un mundo masculino, en definitiva fueron los varones
quienes primero accedieron a la educación y a las herramientas necesarias para
desarrollar destrezas intelectuales y de conocimiento en general. La metáfora
utilizada por Virginia Woolf, de la hermana de Shakespeare, pone en el centro
de la cuestión la tensión entre capacidades y
posibilidades[1], pero va
más allá al describir un mundo privado complejo, “un cuarto propio” en el caso
que las mujeres pudieran contar con este espacio, constituía un lugar en el que
también había restricciones para desarrollar ciertas tareas. De modo que las
pocas mujeres escritoras en la época de Shakespeare, habrían batallado contra
un espacio público que cuestionaba estas tareas y un espacio privado en que
tampoco encontraban demasiada libertad de acción para desarrollarlas.
Ambas
restricciones explican entre otras cosas el uso de seudónimo, la aparición de
escritos anónimos que posteriormente se adjudicaron a algunas mujeres, e
incluso la depresión y suicidio de algunas de ellas que intentaron dedicarse a
la escritura sin éxito.
Si
bien los casos que refiere Woolf están enmarcados en la Inglaterra de los
siglos XVI y XVII, sus agudos análisis, -vinculados a la dificultad de contar
con tiempo y lugar para llevar a cabo la escritura o la lectura, o la pregunta
por la ausencia de nombres de mujeres entre los escritores durante el período
abordado, y a la relación de las mujeres con el dinero y la posibilidad de vivir de una profesión -, nos permiten
pensar en las posibilidades que en otro tiempo y lugar tuvieron algunas mujeres
instruidas que quisieron dedicarse a la escritura.
En
el espacio rioplatense, sabemos que desde las primeras décadas del siglo XIX, hubo
un incipiente periodismo femenino que la literatura ocupada sobre el tema ha
ubicado principalmente en Buenos Aires. Para el período 1890 a 1930 aparecieron
una serie de periódicos escritos por mujeres vinculados al socialismo y al movimiento
anarquista: La
Voz de la Mujer (1896), Nosotras (1901), Unión y Labor (1909-1913), Tribuna
Femenina (1915-1916), Nuestra Causa (1919) y Nuestra Tribuna (1925-1927)[2].
Una autora que ha vuelto la mirada hacia estos
temas enfocando desde distintos ángulos la historia de mujeres es Asunción
Lavrín. Además de sus investigaciones comparativas sobre diferentes países de
América Latina abarcando la circulación del feminismo, el acceso de las mujeres
al mercado laboral y el marco normativo existente en estos países, la autora ha
reducido la escala de observación interesándose en escritos de mujeres que
fueron pensados por sus autoras para permanecer como memorias de las guerras de
Independencia en esta parte del continente[3].
Específicamente el artículo se centra en los escritos de dos mujeres, una de
ellas María Martínez quien actuó en la etapa republicana de Colombia, y, la
otra, Agustina Palacio de Libarona quien actuó en Santiago del Estero
(Argentina) durante las décadas posteriores a las guerras de Independencia. El
artículo de referencia nos ayuda a pensar otros aspectos de esta escritura
femenina. Uno de ellos muy importante es el impacto de la alfabetización para
mujeres de sectores medios en ascenso. En efecto, el acceso a la educación en
una sociedad en que la mayoría de la población era analfabeta, otorgaba a estos
sectores y en particular a las mujeres, un lugar de distinción tal como lo
indica Lavrín. Esta “decisión liberal”, que en definitiva recaía en los padres
en estos años previos a la obligatoriedad de educación, dio un nuevo carácter
al siglo XIX. Aún mas, para la autora este acceso permitió en algunos casos que
las mujeres se comprometieran con actividades públicas de tipo cívico-político.
En este sentido, la autora remarca que esta experiencia demuestra que aun en
pequeños pueblos las mujeres educadas pudieron, más allá de sus vidas
convencionales, entender e involucrarse en asuntos públicos[4].
A pesar que las mujeres no eran ciudadanas con
derecho pleno, la autora considera que hubo muchas vías de comportamiento que
se abrieron para las mujeres durante estos años, presagiando quizás cambios
futuros[5].
Nuestro
interés es analizar el ingreso y circulación de un público femenino en un
ambiente literario-cultural predominantemente masculino que se había
configurado a fines del siglo XIX en la ciudad de Tucumán[6].
Intentaremos desentrañar cuáles
fueron las problemáticas concretas, los debates, las polémicas, las censuras
que debieron enfrentar las escritoras para ser legitimadas y cuáles fueron sus
estrategias o sus tácticas para conseguirlo[7].
En los
márgenes de ese mundo literario, algunas mujeres instruidas
comenzaron a publicar opiniones, ensayos y poemas, así como también se
destacaron en los festejos patrios como oradoras. Esta escritura y oratoria
novedosas, en tanto estaban pensadas para ser compartidas por otros, es decir
un público, coexistió junto con otros modos de expresarse más vinculados con la
intimidad, por medio de correspondencia, diarios y álbumes escritos y compartidos
entre su círculo más acotado.
No
obstante, más allá del público al que estuviera dirigido o de la circulación de
los escritos, es posible advertir en registros diversos un mismo deseo de
asumir y tomar la palabra para debatir sobre el alcance de la educación femenina
y las posibilidades de extenderla considerando la capacidad intelectual de las
mujeres; el rol que tuvieron como educadoras, y los modo de mejorar esa tarea.
Además hemos encontrado referencias a las destrezas artísticas y las
posibilidades de asumir esta tarea de modo profesional. Evidentemente, algunas
de estas mujeres no sólo se dedicaron a describir el mundo en el que vivían
sino que utilizaron la escritura para reflexionar sobre la ausencia de
libertades en esa sociedad de fin de siglo y denunciar las limitaciones del
sistema educativo diseñado para una enseñanza femenina. Aunque no aparezcan
referencias directas a la batería de ideas provenientes del feminismo, es
posible considerar a algunas de estas mujeres dentro de esta ideología dado que
cuestionaban su rol en la sociedad y tenían consciencia de que constituían un
grupo oprimido, más allá de los destinatarios de sus palabras[8].
El
artículo se estructura en torno a diferentes escritos de mujeres que entre 1882
y 1906, circularon en torno al mundo de sociabilidad (y sus márgenes)
estructurado a partir de la creación de establecimientos educativos nacionales
y asociaciones de índole cultural-educativa y bibliotecas populares.
A
través de las primeras huellas de esta escritura femenina uno de los propósitos de este trabajo
es poner en tensión algunas nociones respecto de la “exclusión” de las mujeres
del mundo de la cultura, tanto en la esfera de creación como de la difusión de
saberes[9]. En este sentido a través
de este trabajo se intenta proponer una mirada cercana a la que Gloria Espigado y Nerea Aresti
plantearon recientemente al analizar la participación de mujeres en el ámbito
de la cultura durante el siglo XIX. Para las autoras “sería una estéril simplificación reducir la relación de las mujeres
con la cultura a un fenómeno de segregación, ausencia o enajenación”[10].
En primer lugar describiremos el proceso de
creación de un ambiente cultural en Tucumán a fines del siglo XIX para entender
cuáles fueron las primeras tramas culturales del Estado que, en conjunto con iniciativas
de la sociedad civil, fomentaron la participación femenina en la literatura, el
arte y la cultura con fines educativos.
Luego, se analizarán ensayos y
opiniones publicados en las revistas literarias que la Sociedad Sarmiento editó
entre 1882 y 1896 (El Porvenir y El Tucumán Literario). La característica
de estos escritos fue que la mayoría se publicó solamente con el nombre de
pila, bajo seudónimo o como anónimo, y, en los casos que fueron firmados, las
escritoras (que eran maestras) refirieron a la educación de las mujeres,
criticando las materias y los modos de enseñanza. En los casos analizados se
advierte la dificultad para expresar sus opiniones, o bien la autocensura a la
hora de denunciar las prácticas de la sociedad tucumana.
El
segundo apartado analiza un álbum personal (escrito entre 1898 y 1901) de una
maestra interesada en el arte, la filosofía, la historia y la literatura quien
también se desempeñó como ayudante de Laboratorio de química del Dr. Miguel
Lillo[11]. Se trata
de Cornelia Montero quien escribió y dibujó en su álbum, y en el que también
invitó a colegas y amigos a colaborar. Estos escritos, hacen las veces de correspondencia,
porque están dedicados a Cornelia, refieren a su personalidad, belleza y
destrezas en relación a la pintura, la música y la cultura en general, así como
también cuentan novedades o comentan acontecimientos importantes. En este
sentido, coincidimos con Paula Caldo y Sandra Fernández cuando refieren a las
cartas como “incandescentes puntos de
contacto en las formas del vínculo social establecido por fuera de las formas
institucionalizadas o formalizadas como redes familiares, empresariales,
políticas, entre otras”[12].
Este
segundo corpus, es diferente del anterior en varios sentidos. La escritura
intimista y confidente de muchas de las colaboradoras y colaboradores,
acompañada por una sensación de libertad para escribir nos invitan a pensar que
junto con ámbitos formales como las asociaciones culturales de fin de siglo,
existieron circuitos más reducidos donde también se discutía sobre cultura,
literatura y arte, en los que las mujeres no estaban en los márgenes, sino que
ocupaban el centro y desde allí podían expresarse, sugerir modos de
comportamiento e incluso se proponían moldear comportamientos de otras
mujeres. En definitiva la práctica del
diario íntimo o el álbum, junto con las cartas personales constituyeron “uno de los espacios permitidos para la
escritura femenina”[13].
El
último apartado analiza los discursos publicados de algunas mujeres que fueron
oradoras en los festejos patrios. En efecto, además de la experiencia de hablar
en público, la prensa comenzó a publicar sus disertaciones dando continuidad a
una práctica que desde fines del siglo XIX permitía a figuras que se destacaban
en alguna rama del saber ocupar columnas en los periódicos.
Más
allá de las diferencias respecto del público que imaginaba cada una de las
autoras de estos escritos, las tres experiencias evidencian el desafío que significó
para las mujeres instruidas tomar la palabra por sí mismas en un mundo de
sociabilidad cultural predominantemente masculino.
La configuración de un ambiente cultural en el
Tucumán de fin-de-siglo
Durante la segunda mitad
del siglo XIX el Estado provincial adquiere rasgos modernos, lo que se
evidencia en la injerencia en ámbitos en los que hasta ese momento había estado
ausente. Aunque todavía no existe un área que podríamos denominar cultura en el
sentido que estuviera diferenciada de la órbita de la educación por ejemplo (ni
en los distintos ámbitos del gobierno provincial ni en el presupuesto oficial),
es posible observar una tendencia a diversificar el dinero público hacia este
área. Durante
los primeros años de la década de 1850, comienzan a figurar en los presupuestos
oficiales partidas destinadas a músicos de las bandas oficiales. Aparecen también gastos previstos para festividades cívicas
y patrióticas. Otro de los rubros favorecidos serán las artes plásticas, en las
que se autorizaron partidas destinadas a aulas de arte y, en 1866, una academia
de música y dibujo gratuita, era proyectada como una inversión de vital
importancia para la formación de los jóvenes. Sin embargo, en la década de
1860, la evidencia de una voluntad política predispuesta al fomento del arte y
la cultura no sólo se ve reflejada en los presupuestos provinciales sino
también en los debates parlamentarios. En 1860, por la Ley N° 158, la
legislatura autorizó al Poder Ejecutivo a inaugurar un aula de dibujo lineal
con aplicación a las artes. Unas décadas después, dando un paso más importante, el gobierno provincial
compró la galería de los gobernadores que realizó la artista Lola Mora, y luego
le encargó la estatua a Juan B. Alberdi así como el resto de las obras de la
artista que se emplazaron durante los primeros años del siglo XX.
A
lo largo del período bajo estudio las distintas administraciones provinciales
consideraron importante continuar sosteniendo la Banda de música de la
Provincia (sueldos de director y músicos, arreglo y compra de instrumentos y
trajes y alquiler de local), además la inversión se extendió también a dos
bandas de música del interior, como fueron las localidades de Monteros y
Concepción. Estas inversiones estuvieron apuntaladas con la creación de
conservatorios, como el Alberdi que se creó en 1903 y el conservatorio Mozart
que en 1906 abrió sus puertas. Los festejos cívicos y patrióticos continuaron
representando una parte importante del presupuesto provincial. Aparecen además
subsidios a bibliotecas de la ciudad de Tucumán (Sarmiento, Amigos de la
Educación, Alberdi, Círculo del Magisterio)
pero también del interior, como fue la Biblioteca Mitre de Monteros. Algunos
artistas plásticos continuaron obteniendo subvenciones para continuar
desempeñando su carrera en el exterior, por ejemplo en 1907 el gobierno de Luis
F. Nougués subvencionó a dos artistas más, Julio Oliva y Pompilio Villarrubia
Norry. Una de las creaciones importantes en materia de cultura fue la Escuela
de Bellas Artes en 1912.
Evidentemente,
detrás de las figuras más reconocidas del mundo del arte y de las inversiones
en cultura de los presupuestos oficiales, se puede inferir que existía un amplio
sector que trabajaban en esta esfera así como de comercios que se instalaban
para abastecerlos. Esto pudimos constatarlo en la consulta de los censos
nacionales y municipales del período 1895-1914.
De
acuerdo al censo nacional de 1895, entre las profesiones vinculadas a la
cultura, los músicos eran mayoría en todo el territorio de la provincia de
Tucumán, había 98 músicos, mientras que había 13 artistas y siete fotógrafos.
Solamente se registraron cuatro artistas mujeres en ese año[14]. Por su parte, el censo
nacional de 1914, muestra que estos profesionales se habían duplicado, al
tiempo que nuevas actividades vinculadas a lo cultural comenzaban a
diversificarse, como por ejemplo aparecerían los profesores de dibujo y música[15]. El
censo Municipal de 1913, complementa estos datos con información detallada
respecto de los locales comerciales así como de las “industrias de la capital”
vinculados a prácticas culturales. Había tres talleres de pintura, uno de
escultura y un taller de cuadros, mientras que se contaban seis casas de
fotografía y once imprentas en la ciudad de Tucumán[16].
La
injerencia del Esto provincial en la cultura se observa también en lo
discursivo y en las prácticas que comienzan a ser internalizadas en conjunto
con inquietudes de la sociedad civil. Es interesante pensar cómo el lento
proceso de institucionalización de la cultura dentro de la órbita estatal fue
producto de múltiples esfuerzos, por una parte el Estado, por otra las
iniciativas de tipo individuales y por último las gestiones asociativas.
Quizás
uno de los casos más exitosos del período en los que se observa esta
confluencia de “voluntades” (Individual, asociativa y estatal) sea el proceso
de establecimiento de bibliotecas populares y asociaciones culturales.
El crecimiento
urbano y la complejización de la sociedad tucumana fueron consecuencia de la
notable expansión económica centrada en la producción de azúcar de caña que
ocurrió a fines del siglo XIX en la provincia. Esto que convirtió a la capital
tucumana en la ciudad y centro cultural más importante de una vasta región,
incentivó la difusión de casi 90 experiencias asociativas de diverso tipo que
se expandieron por toda la provincia entre la década de 1880 y 1915:
asociaciones de inmigrantes, sociedades de trabajadores y gremios, centros
sociales, espacios culturales que podían perseguir fines patrióticos y/o
educativos y que contaban en algunos casos con bibliotecas populares y clubes
de deportes. Estos ámbitos convivieron con los tradicionales clubes de
elite y la exclusiva Sociedad de beneficencia de Tucumán que desde la década de
1850 nucleaban a hombres y mujeres que hacían valer su preeminencia económica y
social en el espacio público.
En este contexto durante las últimas décadas del
siglo XIX todavía se podía percibir la primacía de una sociabilidad literaria predominantemente
masculina en la provincia: la Sociedad
Sarmiento (1882), la Sociedad
Científica (1885), la Sociedad Amigos
de la educación (1884), la Biblioteca
Avellaneda (1895); el Centro patriótico de concepción (1894);
De este modo a principios del siglo XX, en el marco
de un proceso de expansión de las prácticas asociativas de diverso tipo en la
provincia de Tucumán se dio un cambio fundamental en los patrones de
sociabilidad decimonónicos que habían mostrado el predominio de una
sociabilidad literaria-cultural excluyentemente masculina[17].
En torno a la Sociedad
Sarmiento que había sido creada en 1882 por alumnos, egresados y maestros de la
escuela normal y el colegio nacional se configuró un ambiente de sociabilidad
cultural que en principio respondía a inquietudes literarias y educativas de
sus socios[18]. El rasgo común de muchas de las asociaciones de índole cultural de fin
de siglo es que apelaban formalmente a la participación femenina a través de
sus estatutos, pero estaban integradas exclusivamente por hombres en lo que
concierne a los registros de reuniones, a las elecciones y sus comisiones
directivas. Aparentemente, y ateniéndonos a un uso estricto de la categoría de
sociabilidad formal, las mujeres habrían estado ausentes de gran parte de este
mundo asociativo cultural, por lo menos hasta los primeros años del siglo XX[19].
Por
ejemplo, la Biblioteca Alberdi, creada en 1903, aunque en sus
estatutos expresaban que “No reconoce
privilegios de sexos, de nacionalidades ni de religiones. […] abre sus puertas
á (sic) toda persona instruida y á (sic) la que desee instruirse”, no contó
con presencia femenina en su comisión directiva, ni en la membrecía que asistía
a las reuniones[20].
A
pesar de la ausencia de nombres de
mujeres en los libros de actas de estas asociaciones, sería inexacto excluirlas completamente del
mapa de la cultura de fines de siglo. Es muy probable que consultaran libros en
las bibliotecas, así como que participaran en charlas y conferencias que las
asociaciones dictaban regularmente y que estaban destinadas a público en
general en el que participaban familias.
Algunos análisis sobre las prácticas de sociabilidad nos invitan a pensar en
que el acercamiento de las mujeres instruidas a las asociaciones formales
vinculadas al mundo de la cultura en el Tucumán de fin de siglo, podría ser pensado
también como una experiencia
que sirvió de ensayo para que las mujeres desplegaran prácticas que luego
consolidarían en otros ámbitos. Como dijo Danielle Genevois, las
investigaciones sobre la sociabilidad femenina deben intentar “apreciar la dosis de espontaneidad que
puede, a la larga, desembocar en una asociación formal”[21]. Consideramos que estas primeras
experiencias, si bien se llevaron a cabo desde fuera de los ámbitos de la
cultura institucionalizados, les permitieron expresarse, denunciar situaciones
desventajosas y también llevar a cabo una práctica que hasta ese momento era
predominantemente masculina.
Las mujeres en los márgenes
y la escritura entre cuatro paredes: entre el seudónimo, el anonimato y la denuncia
Al analizar las prácticas femeninas de lectura
decimonónicas Graciela Batticuore reparó en la temprana aparición de algunas
mujeres que durante la primera mitad del siglo XIX irrumpieron en revistas
editadas por varones como corresponsales de prensa. En algunos casos, lograron
plantear críticas a la ambigüedad con las que eran tratadas en estas
publicaciones, al incorporar al ideal de mujer además de la belleza, sus
obligaciones como madre que incluían la instrucción para lograr una mejor
educación de sus hijos[22].
A fines de 1882, una carta cuya autora prefirió
mantener su nombre en anonimato, denunciaba las dificultades que existían para
que las mujeres pudieran publicar sus escritos en el Tucumán de fin de siglo.
El lugar elegido para evidenciar “los
hábitos retrógados de esta sociedad” y expresar el anhelo de vivir en un
ambiente en el que “[…] saben sus miembros emitir su opinión y sus pensamientos
sin temor de ser denigrados por la voz pública”[23], era la revista cultural
que editaban los socios de la recientemente fundada Sociedad Sarmiento. Compuesta
por jóvenes alumnos, egresados y maestros de la Escuela Normal y el Colegio
Nacional de Tucumán, esta Asociación literaria era en efecto un ámbito predominantemente masculino, lo que
se reflejaba también en los autores de la publicación quincenal.
En efecto, a pesar de la posibilidad de escribir en
las páginas de la revista, la autora denunciaba,
Esa libertad de pensamiento que dice manifestarse
franco y desenvuelto de los harapos de las preocupaciones rutinarias no existe
acá, Ud. mismo los experimenta, yo en este momento estoy encerrada entre cuatro
paredes y a puertas cerradas para escribir estas líneas[24].
Durante un buen tiempo, las mujeres que escribieron
en esta revista cultural, lo hicieron bajo seudónimo. Recién a mediados de la
década de 1890, otra publicación editada por la misma Asociación, contó
con una sección que llevó por nombre
“Colaboración del Bello sexo”.
A
pesar que el nombre de la sección, las habilitaba de alguna forma para firmar
sus trabajos, se inauguró con un escrito que solo llevaba un nombre como firma.
Aunque al inicio del texto la autora considera que la instrucción recibida debe
cumplir una función tradicional en tanto la mujer “no necesita hacer gala
pública de su ilustración […] debe hacerla práctica en el silencio del hogar,
en las aulas de la escuela que es donde tiene bajo su dirección corazones que
recién comienzan a vivir”, va complejizando su argumento al incorporar la posibilidad
novedosa que les otorgaba la revista literaria,
se ha incorporado a la mujer al gran movimiento
intelectual […] proporcionándole la ocasión de hacer uso de sus facultades, que
comenzadas a desarrollar con la educación primaria quedaba en suspenso ¿Por
qué? Por la falta de un medio práctico para ejercitar esos primeros
conocimientos que son el fundamento de su ilustración. Pero hoy tenemos el medio que nos faltaba,
pues una sociedad literaria, que siente bullir en su seno el espíritu del
progreso, ofrece galantemente al sexo débil las columnas del periódico que sirva
de órganos a sus intereses[25].
Este
tipo de reflexiones, que aludían a una educación femenina defectuosa o
insuficiente, fueron habituales en las páginas del Tucumán Literario. Por
ejemplo una autora, también bajo seudónimo, enfocaba su crítica en el exceso de
materias y prácticas religiosas y la ausencia de otro tipo de conocimientos que
podría haber despertado intereses o inquietudes intelectuales,
Muy niña de 6 años ingresé a una escuela, donde
cuatro años más tarde conseguí que me dijeran que sabía leer, por más se lo
aseguro que ignoraba, pues nada de ello entendía, aunque podía repetir
automáticamente sonidos que debieron sonar bien ante mis pacientes maestros que
con frecuencia me felicitaban. Creo inútil decirle que en materia de reso yo
era fuerte porque mi buena mamá en casa nunca olvidó sus deberes religiosos, y
en la escuela, la mitad del tiempo el horario indicaba recitaciones y prácticas
de idénticos preceptos[26].
Estas denuncias no sólo describían la situación,
sino que fueron más allá al comparar las capacidades intelectuales entre alumnos
de distinto sexo. Este fue el caso de la colaboración de la maestra Caridad
Jayme en el Tucumán Literario que desató una polémica con un socio de la
Sociedad Sarmiento quien reaccionó frente a la sugerencia que las niñas estaban
más capacitadas que los niños para la educación “vemos que poseen ambos iguales facultades, superiores, si se quiere en
la mujer, pues esta desde niña discurre, piensa, reflexiona y comprende más
pronto una explicación cualquiera que no un niño”. Por lo tanto, la autora
consideraba que era necesario que “su
educación llegase al mayor grado de perfección porque de ella depende en gran
parte la civilización y progreso de los pueblos”[27].
A pesar que el acceso de las mujeres a la
instrucción de un modo sostenido era muy reciente (por ejemplo la Escuela
normal de maestras se creó en 1888 y la Escuela Profesional Sarmiento, cuyo
propósito era preparar maestras para la campaña tucumana, se fundaría en 1904),
tal como ocurría en el resto del país se venía dando un incremento notorio de
alumnas, pero especialmente de maestras al frente de las aulas en el transcurso
del siglo XIX al XX[28]. De modo que por estos años, un aspecto de
esta feminización de la docencia fue la reflexión sobre planes de estudio o
condiciones desventajosas en el sistema de educación respecto de los varones[29].
Graciela Batticuore
considera que los fantasmas de la
autoría femenina -es decir, las dificultades para llevarla a cabo, los temores,
las censuras y autocensuras que afrontan las primeras literatas- puede ser
conceptualizado en las modalidades de la “autoría escondida”, o “intervenida”[30]. En las
firmas incompletas o seudónimos de las autoras de las revistas literarias
encontramos que ese pudor para firmar las notas también podría vincularse con
las dificultades para manifestar críticas muy puntuales y tal vez un especie de
desconcierto sobre cuáles eran los límites de esta práctica literaria.
La escritura para el
círculo íntimo: de los márgenes al centro
Al caracterizar a estas mujeres en los márgenes de
ese ambiente cultural que se venía configurando desde fines del siglo XIX en
Tucumán, pensamos, a partir de la propuesta de Natalie Zemon Davies en “un espacio fronterizo entre los depósitos
culturales que permitía nuevos crecimientos e híbridos sorprendentes”. De
acuerdo a esta perspectiva, alguna de estas mujeres hubieran podido “adoptar un
lugar marginal y reconstituirlo como centro definido localmente”[31].
El álbum de Cornelia Montero[32], cuenta con escritos suyos
que denomina “juicios críticos”. Son textos elaborados a propósito de muestras
de arte y de reflexiones sobre la disciplina de la historia. Además, el álbum
cuenta con colaboraciones de varones y mujeres vinculados al magisterio, la
literatura y la ciencia en Tucumán[33]. Constituye, por lo
tanto, una fuente interesante en tanto permite adentrarnos en las redes de
sociabilidad informales, aquellas relaciones que por fuera de espacios
asociativos o de instituciones educativas tenían lugar en el período bajo
estudio, además nos da pistas sobre los tópicos de conversación entre estos
jóvenes de fin de siglo, sus preocupaciones, inquietudes y sueños.
Imagen 1: Fotografía de la Srta. Cornelia Montero
Fuente: Laboratorio de digitalización ISES (En adelante LADI)
Si bien el álbum de Cornelia merece ser estudiado
con mayor profundidad, en este caso nos vamos a concentrar en tres de sus escritos:
un análisis sobre el estudio y la enseñanza de la historia; una reflexión sobre
las preocupaciones del fin de siglo, y, por último una crítica de arte que
lleva a cabo con motivo de la exposición artística que se realizó en Tucumán en
1899. Creemos que estos escritos reflejan inquietudes de la autora que nos
permiten analizar sus conocimientos sobre determinados aspectos, y en algunos
casos inferir lecturas[34].
Como dijimos hay dos cuestiones que parecen haber
formado parte importante de sus intereses, constituyendo uno de ellas además,
su trabajo, y por lo tanto su medio de vida. Como vimos, en 1900 Cornelia era
profesora de Historia y geografía en la Escuela Normal de Maestras, esta
“pericia” está presente en los dos textos que abordan esta cuestión[35]
La historia tiene
por objeto no sólo hacer resaltar la trascendental importancia de los acontecimientos de la humanidad sino
también trazar cuadros fieles de como acontecieron, comparando su utilidad con
el desarrollo […] de un pueblo, de una raza, los hechos políticos, sociales,
las costumbres, las ideas, el arte […] Destinada así la historia a vulgarizar
el conocimiento de la marcha seguida por la humanidad […] Es hoy una ciencia
experimentada […] se convierte así en la primera de las ciencias, porque es la
síntesis de todas las demás […]Las ciencias que cultivamos nos enseñan a
descifrar un cuerpo, una planta […] la historia nos enseña a descifrar la
humanidad permitiendo no solamente comprenderla, sino comparándola con sus adelantos,
apreciando los beneficios y los daños causados por los acontecimientos, y así
juzgando y apreciando[36].
Este escrito nos permite conocer varios aspectos
importantes del desempeño laboral de Cornelia, en primer lugar podemos inferir
que estaba al tanto de los adelantos que venían ocurriendo en la disciplina
desde la segunda mitad del siglo XIX con el desarrollo de la Escuela Histórica
Alemana y el logro del estatuto científico para la histórica. La referencia a
los tópicos de interés, destacando los “hechos políticos” refuerza la idea
anterior dado el énfasis que puso esta escuela en la política. Por último, la
autora emparenta el estudio de las plantas y la materia con el estudio de la
humanidad en un intento por homologar la ciencia histórica con la biología o la
física, en ese momento consideradas sin duda disciplinas científicas
prestigiosas y señeras. En general, todos estos saberes vinculados a la
historia nos hablan de que Cornelia estaba al tanto de las novedades vinculadas
a su trabajo, que reflexionaba sobre ellas, e incluso, aplicó esta perspectiva
de la historia en un análisis sobre el legado de Grecia para la humanidad[37].
Otra “pericia” con la que contaba Cornelia era el
arte. Particularmente interesante resulta analizar la participación femenina en
el mundo del arte. En torno de algunos talleres de maestros extranjeros que
habían llegado a la provincia en la década de 1880 (Santiago Falcucci, Pascual
Farina) y las muestras artísticas que organizaban sociedades de beneficencia y
caridad para recaudar fondos, se fue conformando un ambiente en el que las
mujeres participaban con asiduidad.
En el fin-de-siglo, las exposiciones artísticas
fueron habituales en Buenos Aires. Georgina Gluzman ha estudiado en particular
las que se llevaron a cabo en la asociación “El Ateneo”, que reunió alrededor
de 80 artistas mujeres. Lejos de considerar estas prácticas “una exhibición de
adornos” la autora problematiza la mirada respecto del conocimiento que sobre
el arte habrían tenido quienes participaron en estas exposiciones y considera
que “la calidad de sus trabajos, sus
ansias de ser exhibidas de modo sostenido, la posesión de un espacio propio de
trabajo y su sólida formación artística expresan sus deseos de ser vistas como
mujeres comprometidas fuertemente con el desarrollo del arte en Buenos Aires”[38].
Volviendo al análisis del álbum personal de
Cornelia Montero, pudimos tener acceso a las impresiones que dejaba ese mundo
artístico de la última década del siglo XIX en las jóvenes tucumanas.
En su álbum muchos trabajos de amigos o colegas
habían referido a este tópico aludiendo a los saberes artísticos de Cornelia.
Por ejemplo, la maestra Enriqueta L. Lucero, escribe una larga carta en su
álbum en la que refiere de un modo irónico a las contradicciones de una mujer
que se dedicara al arte
La obra de arte surge de la espontaneidad y
naturalidad, cualidades vedadas a la mujer porque tiene el deber y el deseo de
agradar […] El estilo, en fin, que es el producto de cristalizado de un largo
trabajo, pesa tal vez demasiado para sus débiles manos […] La mujer se expone a
grandes peligros en la senda escabrosa del arte sino es suficientemente fuerte
para desafiar los prejuicios o suficientemente sabia para triunfar de ellos[39].
Como
era costumbre, luego de este escrito Cornelia realizó un dibujo alusivo:
Imagen 2: Dibujo realizado
por Cornelia al pie del escrito de Enriqueta L. Lucero
Álbum, 12.1898
Fuente: Laboratorio de digitalización ISES
Sobre este tópico, Cornelia, escribió una crítica
luego de visitar la exposición de Bellas Artes que en 1899 organizó la Sociedad
San Vicente de Paul, y que ella definió como un “verdadero acontecimiento
artístico-social”. Anticipaba en primer lugar que su crítica era justa,
“criticaré las obras sin tener presente los nombres, ni las condiciones
sociales de tal o cual”. Comenzó por referirse a las “obras pictóricas”
realizadas por los varones que participaron en la muestra. A excepción de un
retrato realizado por una “mano maestra
y maestro también de la mayoría de las compositoras; pero por ser maestro no
hubiera debido estar en medio de las obras de sus discípulas”, no encontró
obras que le interesaran demasiado en este sector. Luego de hacer referencia a
algunos trabajos de los varones, pasó a referir las obras de las mujeres que
participaban en la misma muestra. Según Cornelia “las expositoras en esta honrosa lid del arte le llevan la palma al
sexo fuerte, pues le ganan en buen gusto, elegancia, argumentos, ejecución y
coloridos”[40].
Analiza alrededor de 12 obras, una de las cuales
demuestra “una inteligencia superior, una
disposición para el arte sin límites, demostrado por sus variadísimas acuarelas”[41]. Frente a esta obra que
ella considera es la mejor lograda, refiere
después de esto no
tengo valor para seguir adelante, pues aunque las demás expositoras no
desmerecen en la comparación con las otras, no sé qué decir más en favor de
ellas, que en algunas noto un empeño extraordinario en progresar, en las demás, una dejadez
imperdonable [42].
Esta crítica nos permite conocer además el mundo
del arte tucumano que durante la década de 1890 había sido muy intenso en
cuanto a exposiciones. En otro
trabajo demostramos como Lola Mora, alumna del taller del artista italiano
Santiago Falcucci afincado en la provincia hacia 1870, participó con asiduidad
de exposiciones que durante la década de 1890 estuvieron organizadas por
espacios asociativos con perfil benéfico[43].
Este fue el caso de la exposición que en 1894 las señoras de la Sociedad
de Beneficencia organizaron en la Escuela Normal de Maestras, en la que Lola
Mora presentó una serie de retratos de 20 gobernadores tucumanos (actualmente
conocida como La Galería de los Gobernadores de Tucumán). Esta exposición de dibujos
y pinturas fue reseñada por la revista “El Tucumán Literario” de la siguiente
manera,
El
amplio local de la Escuela Normal de Maestras, donde se abría al público la
Exposición artística que estaba organizada por las distinguidas damas de la
Sociedad de Beneficencia, con el doble fin de honrar a la patria y allegar
recursos para los necesitados […]. Queremos hacer mención especial del salón
que ostentaba los cuadros originales debido al lápiz o al pincel de
distinguidas aficionadas al hermoso arte de la pintura y el dibujo, los que
demostraban una vez más el talento y el buen gusto de las niñas tucumanas[44].
El último de los textos que
vamos a analizar es el que escribe Cornelia con la intención de reflexionar
sobre el fin de siglo[45]. Comienza refiriendo a
todos los posibles tópicos sobre los que podría escribir:
La política, el problema económico-social,
los robos a los bancos, el desarme de las potencias europeas, los preparativos
bélicos y audacia chilena, las alianzas, las grandes confraternidades entre las
naciones, los grandes inventos de locomoción, la electricidad, los adelantos,
filosóficos, fisiológicos y psicológicos, y por fin los elegantes sombreros
importados de París y Londres, son tan conocidos y discutidos que no es posible
contentar al público escribiendo sobre tales argumentos y con más razón si la
mayoría de este público pertenece al débil sexo, que es incontentable. Hay
fisiólogos que admitiendo la exquisitez de la sensibilidad y aceptando el
anhelo por el progreso, aseguran que las vibraciones cerebrales tienen una
acción debilitante sobre nuestro organismo que los conduce derecho a la
neurosis […] yo no creo pues la sensibilidad despierta el intelecto y las
vibraciones desarrollan y vigorizan y crean, la fuerza, el calor, la luz ¿no es
la neurosis una epidemia aristocrática, elegante de todos? La prueba tenemos
que una cantidad de hombres han sido contagiados por ella. Estos son los excéntricos
de nuestra época, son individuos especiales, seres superficiales y frívolos […]
Sin embargo el mal es contagioso y es necesario combatirlo. Quisiera alejar a
la mujer de la excentricidad morbosa y también del servilismo que hace de ella
una muñeca de lujo, quisiera la mujer culta según su condición civil, educada
según la propia voluntad, pero bajo un perfecto conocimiento de su propia
dignidad.
Imagen
3:
Dibujo realizado por Cornelia, Álbum, s/f.
Fuente: Laboratorio de digitalización ISES
A pesar que Cornelia
Montero no manifestó que su propósito al escribir el álbum fuera dejar un
registro para la posteridad, coincidimos con Asunción Lavrin para quien, “El
acto de escribir en sí mismo es la primera evidencia de una nueva consciencia
de que las experiencias personales tienen un valor que trascienden lo
individual”[46].
La escritura
para el público: representaciones de la Independencia en el fin de siglo
Las fechas pautadas por la liturgia patriótica
constituían instantes privilegiados para diferentes grupos que perseguían
alguna notoriedad en el espacio público. A lo largo de la última década del
siglo XIX y la primera del siguiente se desató una especie de entusiasmo
patriótico que contagió a diferentes asociaciones, y, entre estas, la Sociedad
de Beneficencia tuvo a su cargo la organización de Kermesses y otras actividades con motivo del festejo del IV
Centenario de la Conquista de América, que a su vez perseguía el objetivo de
recaudar fondos para los más necesitados de la provincia.
Estas actividades, al tiempo que le otorgaban
visibilidad como grupo, también constituían una excelente oportunidad para que
distintas mujeres, “niñas” o jóvenes, consiguieran notoriedad en la sociedad
tucumana. Ya fuera por su “belleza”, “dulzura”, “amabilidad”, pero también por
su talento o destreza en tareas vinculadas a lo artístico o literario, algunas
de estas mujeres comenzaban a ser conocidas y reconocidas en la sociedad
tucumana.
En otro artículo hemos reconstruido la participación
femenina para los festejos patrios del 9 de julio de 1902[47]. En
esa ocasión, la velada literario-musical planeada en los salones de la Sociedad
Sarmiento contaría con la presencia de Margarita
Todd quien leería un discurso alusivo a la fecha; Indalmira Cabot, por su
parte, estaría a cargo de una de las partes musicales del acto y Ángela Ugarte
recitaría el poema de Rafael Obligado “El hogar paterno”. En su edición posterior al
festejo El Orden publicaba un
elogioso comentario respecto de esta participación:
Merece la fiesta de anoche, el calificativo que le
hemos dado: fue espléndida en toda la extensión de la palabra. Ella abre para
la sociedad sarmiento una nueva era, que deseamos sea fecunda, pues incorpora
el concurso de la mujer a los torneos intelectuales de esa institución[48].
Además de hacer una crónica de lo sucedido en el
acto patrio, El Orden transcribió el discurso de Margarita Todd lo
cual no solo era inédito por tratarse de un escrito de una mujer, sino que
además, a lo largo del texto la autora repasa los significados que atribuía a
estos festejos pero desde la perspectiva del papel desempeñado por las mujeres
en el pasado provincial, argentino y latinoamericano. Creemos que merece la
pena detenernos en algunos pasajes ese relato histórico.
Todd comienza justificando su participación en el
festejo como parte de uno de los deberes cívicos de la mujer “inspirada como vosotros dejo sentir mi voz,
rompiendo acaso la armonía”[49]. Repasa la historia nacional y
provincial y propone, una mirada diferente de la fecha, sin dejar de hacer
referencia al lugar tradicional que habrían ocupado las mujeres en los tiempos
de la independencia:
el ideal de esposo y madre, era el amor por la
patria que les viera nacer […] ¡Qué esposas y qué madres aquellas! Que con
tanto arrojo y desprendimiento ofrecían el sacrificio de los suyos por causa
tan justa […] demostrasteis de una manera digna el patriotismo de las
espartanas… Haciendo generosa entrega de los vuestros…cooperasteis en la gran
causa[50].
Al iniciar su discurso no hay referencias a las
mujeres que participaron en las batallas pero sí a la situación de
desprotección en la que quedaban las mujeres luego que sus maridos e hijos
participaran en las batallas.
A medida que avanza la exposición, exalta la idea
del progreso material y habla de la necesidad de reemplazar “los aceros bélicos por el arado y la hoz
del labrador, y el humo de la pelea por el del ingenio y la locomotora que
lleva la civilización y el progreso a sus más apartadas regiones”[51]. Estas inequívocas referencias a la industria azucarera aparecen
junto al acceso a la educación y el desarrollo de las comunicaciones como las
tareas de la hora. “No, no son las luchas
de la espada las que deben hoy conmover y asaltar la tranquilidad del pueblo
–decía–, […] son las luchas del trabajo y de la industria [las] que brindan la
felicidad y ahuyentan la miseria”[52].
Al finalizar sí refiere a las mujeres excepcionales
que participaron en diferentes combates de principios del siglo XIX:
Y si alguna vez la ambición de otros quisiera
turbar la paz, nunca con sangre fratricida empañe el brillo de sus espadas, la
tierra de San Martín, Bustamante y Aráoz, de las oromi (sic.), la escalada y
muchas otras que como Marina Céspedes, se conquistó el grado de mayora de ejército
libertador[53].
Esta mirada que rescataba a las mujeres destacadas,
era habitual hasta que se comenzaron a elaborar algunos avances respecto de la
participación de las mujeres durante el proceso de militarización y como parte
integrante de los ejércitos constituidos en la etapa revolucionaria y
republicana. Como ha destacado Marisa Davio aunque son escasas las fuentes
sobre las mujeres en estos procesos, en los últimos años algunos investigadores
se han interesado por casos nacionales a fin de complejizar y desmitificar la
visión de las mujeres en ese contexto. Según la autora se trata de “rescatar de la historia a aquellas mujeres
que actuaron directa o indirectamente en las guerras, es decir, combatiendo al
lado del varón, sufriendo males y enfermedades, muriendo por la causa
revolucionaria, o contribuyendo con víveres y vestimentas para oficiales y
tropas”[54].
Margarita Todd no sólo había obtenido un lugar de
notoriedad en un ámbito que hasta ese momento era predominantemente masculino,
sino que además había logrado incorporar un tópico de alguna manera inédito en
estos festejos: a la par del rol tradicional reservado a las mujeres durante la
guerra como era el de madres o esposas abnegadas que esperaban el regreso de
los suyos, hablaba de las mujeres excepcionales que participaron en los
combates, e iba más allá en el deseo de reemplazar las luchas y combates por el
acceso a la educación y al mundo del trabajo.
Su lectura fue tan importante que el principal
periódico tucumano, El Orden, decidió
su publicación.
La notoriedad obtenida por la maestra Margarita Todd en los primeros años del
siglo XX, no debe opacar un proceso que estaba ocurriendo en Tucumán a
principios de siglo y que fue la progresiva
incorporación de algunas mujeres instruidas a un ambiente de sociabilidad que
hasta fines del siglo XIX se había mantenido exclusivamente masculino.
En efecto, en
agosto de 1902 cuando la Sociedad Sarmiento decidió abrir su membrecía al sexo
femenino, incorporando formalmente a las mujeres en calidad de socias, ese
mundo masculino entraba en su ocaso[55].
Las nuevas socias podían participar de las reuniones y asambleas. No obstante,
no podían votar ni ser elegidas para los cargos de la comisión directiva ni
podían participar de la toma de decisiones. De todos modos, aunque el real
alcance de sus posibilidades de participación haya estado restringido a
determinadas áreas, no carece de importancia la irrupción de las mujeres en un
espacio hasta ese momento reservado al universo masculino.
Considero que fue en el camino de lograr acceso a
estos importantes servicios culturales, que definitivamente permitían a las
mujeres instruidas capacitarse de mejor manera para su desempeño laboral, donde
comenzó a gestarse la inquietud de contar con un espacio en el que compartieran
sus experiencias con otros maestros, sus pares, y de ese modo acotar las
inquietudes al mundo del magisterio.
En este sentido coincidimos con Asunción Lavrín en que la
participación femenina en asociaciones constituyó un engranaje clave en el
cambio de mentalidad respecto del papel de la mujer en algunos países del
Conosur durante las primeras décadas del siglo XX. En efecto, para la autora “la sociabilidad fue imprescindible para […]
superar el problema de la comunicación de ideas, intereses y estrategias como
grupo, constreñidas como estaban por las restricciones en su movimiento fuera
de la casa”[56].
Al respecto retomamos la hipótesis que planteamos
en otra investigación en la que abordábamos la irrupción femenina en este
ámbito de sociabilidad exclusivamente masculino. En ese trabajo considerábamos
que aun cuando la participación femenina estaba limitada a determinadas áreas y
no ocupaban roles desde los cuales pudieran tomar decisiones de carácter
societario “no dejaba de ser un gran
avance su incorporación al principal ámbito cultural de la provincia, hasta
entonces totalmente masculinizado y que a partir de ese momento se convertía en
un espacio de intercambio y circulación de varones y mujeres”[57].
Consideraciones finales
A
lo largo de este trabajo, en que nuestro propósito fue analizar el ingreso y
circulación de un público femenino en un ambiente literario predominantemente
masculino que se había configurado a fines del siglo XIX en la ciudad de
Tucumán, hemos podido constatar que en los márgenes de ese mundo
literario-cultural, algunas mujeres instruidas
comenzaron a publicar opiniones, ensayos y poemas, así como también se
destacaron en los festejos patrios como oradoras. Esta escritura y oratoria
novedosas, en tanto estaban pensadas para ser compartidas por otros en el
espacio público, coexistió junto con otros modos de expresarse más vinculados
con la intimidad, por medio de correspondencia, diarios y álbumes escritos y
compartidos entre su círculo más íntimo.
En efecto, la notoriedad obtenida por la maestra
Margarita Todd en el ámbito público, o el lugar de “experta” en diversos temas
en su grupo de amigos y colegas que seguramente logró Cornelia Montero, así
como la experiencia obtenida por parte de aquellas temerosas pioneras en las
revistas literarias de fines del siglo XIX en Tucumán, no constituyen historias
que se puedan contar solamente en singular, destacando la excepcionalidad de
estas mujeres, o la presión que ellas ejercieron para que situaciones que las
desfavorecían se modificaran. A través de la denuncia o la ironía, mostrando
las contradicciones de la sociedad tucumana, en la educación, el arte y las
costumbres, expresaron su malestar.
Sin embargo este fenómeno no debe opacar un proceso
que estaba ocurriendo en Tucumán a principios de siglo XX y que alcanzaba a un
público femenino mayor: la progresiva
incorporación de mujeres instruidas en un ambiente de sociabilidad de índole
cultural que hasta ese momento se había mantenido exclusivamente masculino. La
transición hacia un ambiente de sociabilidad en el que varones y mujeres
compartieron la membrecía en algunos espacios, es un proceso palpable ya a
principios del siglo XX.
[1] En Un cuarto propio, la autora refiere a que si Shakespeare hubiera
tenido una hermana de gran talento no hubiera podido desarrollarlo “[…] Era tan aventurera, tan imaginativa,
estaba tan ansiosa por ver el mundo como él. Pero a ella no le enviaron a la
escuela, no tuvo la oportunidad de aprender gramática ni lógica, y mucho menos
de leer a Horacio y Virgilio”. Woolf, Virginia, Una habitación propia, Barcelona, Seix Barral, 2008, pp. 35-36.
[2] Belluci, Mabel, “De la pluma a la imprenta”, en
Fletcher, Lea
(Comp.), Mujeres y cultura
en la Argentina del siglo XIX, Buenos Aires, Feminaria, 1994.
[3] Lavrin, Asunción,
“Spanish American Women, 1790-1850: The challenge of remembering”, en Hispanic Research Journal, vol. 7, Nº 1,
2006, pp. 71-84.
[4] Lavrin, Asunción, 2006,
Ob. Cit., pp. 74-75.
[5] Lavrin, Asunción, 2006,
Ob. Cit., p. 82.
[6] Otras
investigaciones han dado cuenta de la aparición de una revista escrita por
mujeres en el período previo al analizado en este artículo. Se trató de “La
Mariposa” publicada en 1870 en Tucumán que ha sido analizada por Lucrecia Johansson como el
“primer periódico feminista de Tucumán”. Johansson, Lucrecia, “Efecto Mariposa en la prensa tucumana: mujeres
redactoras en 1870”, en Vignoli, Marcela y Reyes de Deu, Lucía (Coords.), Género, cultura y sociabilidad en el espacio
rioplatense 1860-1930, Rosario, Prohistoria, 2018, p. 35.
[7] Batticuore Graciela, La mujer romántica. Lectoras, autoras y
escritoras en la Argentina: 1830- 1870, Buenos Aires, Edhasa, 2005.
[8] Conscientes
del ingreso del término feminismo recién a mediados de la década de 1890 en el
espacio rioplatense, en este trabajo referimos a prensa feminista a la que circuló con anterioridad a
esa década en el sentido planteado por Dora Barrancos sobre la existencia
previa de “sentimientos y conductas que abogaron por los derechos
femeninos con anterioridad [y que] exhiben
ya ideaciones consonantes con el término feminismo”. Barrancos, Dora,
“Primera recepción del término “feminismo” en la Argentina”, en Labrys: estudos feministas, Brasil, 2005, [en línea] https: //www.labrys.net.br/labrys8/principal/dora.htm [consulta: 8 de diciembre de 2018]. Para un
análisis pormenorizado del ingreso de feminismo en América Latina y las
distintas corrientes se sugiere la consulta de Lavrin, Asunción, Mujeres, feminismo y cambio social en Argentina,
Chile y Uruguay, 1890-1940, Chile, Dirección de Bibliotecas, Archivos y
Museos, 2005.
[9] La división tajante entre
espacio público y privado y la relación con la normativa proveniente del Código
civil de 1869, ya ha sido matizada por Barrancos, Dora, “Inferioridad jurídica
y encierro doméstico”, en Gil Lozano, et. al., Historia de las mujeres en Argentina, T.
I, Buenos Aires, Taurus, 2000.
[10] Espigado, Gloria y Aresti, Nerea, “Presentación” Dossier,
“Espacios de acceso y difusión de la cultura para las mujeres (siglos XVIII,
XIX y XX)”, Historia Social, N° 82, Valencia, 2015, pp. 93-96.
[11] Miguel Lillo
fue un naturalista nacido en Tucumán a principios de la década de 1860. Fue
alumno del Colegio nacional y su maestro Federico Schickendantz, (profesor de química
y director de la Quinta Normal de Agricultura), fue quien descubrió en él
condiciones para la investigación científica. En 1888, publicó su primer ensayo
sobre la flora tucumana, luego se interesó por enriquecer su biblioteca, hacer
colecciones, cultivar especies críticas y comunicarse con colegas del país y
del extranjero. Recibió honores de las corporaciones e instituciones
científicas del país y del extranjero. El Museo de La Plata lo designó Doctor
Honoris Causa en 1914. Y en 1928 le otorgaron el premio “Francisco P. Moreno”.
[12] Caldo, Paula y Fernández, Sandra, “Por los senderos del
epistolario: las huellas de la sociabilidad”, Antíteses, Vol. 2, Nº 4, Brasil
2009, pp.
11-12.
[13] Caldo,
Paula y Fernández, Sandra, 2009, Ob. Cit.,
pp. 11-12.
[14] Segundo censo
de la república argentina, 1895, Taller Tipográfico de la Penitenciaría
Nacional, Buenos Aires, 1898; Segundo censo nacional de
la población, 1895, Argentina (Segunda edición) 1897, Tomo I.
[15] Tercer censo de la república argentina, 1914, Tomo I: Antecedentes y comentarios, Talleres Gráficos de L.
J. Rosso y Cía., Buenos Aires, 1916.
[16] Rodríguez Marquina, Paulino, Censo de la
capital de Tucumán 1913,
Compañía Sudamericana de billetes de Banco, Buenos Aires,
1914.
[17] Vignoli, Marcela, Sociabilidad y
cultura política. La Sociedad Sarmiento de Tucumán, 1880-1914, Rosario, Prohistoria,
2015.
[18] Los primeros esfuerzos
evidenciaron estas preocupaciones al concentrarse en la edición de dos
publicaciones El Porvenir y El Tucumán Literario, la fundación de una biblioteca que se
transformó en pública en 1884 y el dictado de conferencias y disertaciones
públicas. Además, los concursos literarios constituyeron importantes eventos
anuales que dieron a conocer las actividades de la Asociación más allá de las
fronteras provinciales.
[19] Incluso durante las
primeras décadas del siglo XX, otras investigaciones han dado cuenta del
predominio de un ambiente cultural masculino, por ejemplo en torno del grupo
creado por el intelectual y político Juan B. Terán en torno a emprendimientos
editoriales como la Revista de Letras y Ciencias Sociales y posteriores. Cfr. Martínez Zuccardi, Soledad, Literatura, vida intelectual y revistas
culturales en Tucumán (1904-1944), Buenos Aires, Corregidor, 2012.
[20] Archivo Biblioteca
Alberdi, Libro de Actas de La Biblioteca
Alberdi, 30/06/1903, p. 7.
[21] La autora considera que resulta interesante examinar el aporte de la tesis de
Agulhon al conocimiento de colectivos femeninos, es decir si la sociabilidad
funciona como categoría renovadora para los estudios de género. Genevois, Danielle, “Por
una historia de la sociabilidad femenina: algunas reflexiones”, Hispania, Vol. 63, Nº 214, España, 2003,
p. 617.
[22] Batticuore,
Graciela, Lectoras del siglo XIX.
Imaginarios y prácticas en la Argentina, Buenos Aires, Ampesand, 2017.
[23] Hemeroteca de la Facultad
de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán (En adelante HFFyL),
Revista El Porvenir, 15/10/1882, p. 71.
[24] HFFyL, Revista El Porvenir, 15/10/1882, p. 71
[25] HFFyL, Revista
El Tucumán literario, 21/5/1893, p.
580.
[26] HFFyL, “Carta Abierta”, Revista El
Tucumán Literario,
6/8/1894, p. 831.
[27] HFFyL,
Revista El Tucumán Literario,
4/6/1893, p. 595. A su vez, el socio Ignacio López
Arriaga, en clara referencia a la carta de la educadora Caridad Jaime,
manifestaba “Si
la mujer va a la universidad, al congreso, etc. ¿El hombre amamantará nuestros
hijos, los educará? La misión de la mujer es una y la educación de la
sociabilidad moderna no es suficiente para trocar ese principio nacido con ella”. HFFyL, Revista El
Tucumán Literario,
30/7/1893, p. 607.
[28] En 1895, se habían inscrito
8.502 varones y 7.618 niñas en los establecimientos de la provincia, mientras
que con respecto al personal docente había 135 varones y 230 mujeres. Una
década después, los alumnos inscritos en toda la provincia se dividían en
17.523 varones y 15.813 mujeres. Con respecto al personal docente existían en
toda la provincia 138 varones y 434 mujeres que ocupaban diversos cargos en el
área educativa. Anuario Estadístico de la
Provincia de Tucumán, años 1884-1910, Edición oficial.
[29] Para
el análisis de este tema a nivel nacional se ha consultado Lionetti,
Lucía, “Las no ciudadanas en la plaza pública. Voces y acciones de educadoras,
escritoras y militantes”, en Pérez Cantó, Pilar y Bandieri, Susana, Educación,
género y ciudadanía. Las mujeres argentinas: 1700-1943, Buenos Aires, Miño
y Dávila, 2005.
Yannoulas, Silvia, Educar: ¿una
profesión de mujeres? La feminización del normalismo y la docencia 1870-1930,
Buenos Aires, Kapelusz, 1996. Di Liscia, María. y Maristany, José (Eds.), Mujeres
y Estado en la argentina. Educación, salud y beneficencia, Buenos Aires, Biblos,
1996. Para el caso de Tucumán, sabemos que en
1895, se habían inscripto 8.502 varones y 7.618 niñas en los establecimientos
educativos de la provincia, mientras que con respecto al personal docente había
135 varones y 230 mujeres. Una década después, los alumnos inscriptos en toda
la provincia se dividían en 17.523 varones y 15.813 mujeres. Con respecto al
personal docente existían en toda la provincia 138 varones y 434 mujeres que
ocupaban diversos cargos en el área educativa. Anuario Estadístico de la Provincia
de Tucumán, años
1884-1910, Edición oficial.
[30] Batticuore,
Graciela, 2005, Ob. Cit.
[31] Zemon Davies, Natalie, Mujeres en los márgenes. Tres vidas del siglo XVII, Madrid, Cátedra, 1999, p. 267.
[32] Cornelia Montero se había desempeñado como ayudante de laboratorio del Dr. Miguel Lillo durante
la década de 1890, llegó a ser secretaría de la Escuela Normal de Maestras antes
de desempeñarse como profesora de Historia y Geografía de la misma institución
en 1900. Unos años después junto con un grupo de mujeres ingresó a la membrecía
de la Sociedad Sarmiento y en 1905 integró la membrecía del Círculo del
Magisterio. Biblioteca
Ana Garmendia de Frías, Libro de Actas del Círculo del Magisterio (1905-1908),
Tucumán.
[33] Es importante mencionar
que el Álbum de Cornelia Montero fue cedido al Laboratorio de digitalización
del ISES para ser digitalizado por la Familia Leme. Algunos
de los nombres de los colaboradores en el
álbum son: Záida Constanti; Damián P. Garat; Pastora Sibilat; Toledo
Pimentel; Lola Córdoba Alaiz; Delfina Valladares; Enriqueta L. Lucero; Eugenio
Tornow; Miguel Lillo; Petronia Silvia Bores; Teodelinda Salas; María E. Terán;
Borja Espejo; Diego Aráoz; García Hamilton; Amancio Correa; Adela Melgar;
Virginia Hugeaot; Manuel Pérez; Pedro Berretta. Laboratorio de digitalización ISES (En
adelante LADI), Cornelia Montero, Álbum,
1898-1901, Tucumán.
[34] Recordamos en este caso
también al concepto de “pericia segura” que según Natalie Zemon Davies habrían
tenido las mujeres que estudia en su libro. “podían
hablar de una buena joya
[…] un buen espécimen de insecto, entre
otras opiniones. Eran rápidas en pasar a la acción, en recurrir a las aptitudes precisas ante las necesidades
del momento”. Zemon Davies, Natalie, 1997,
Ob. Cit.,
pp. 259-260.
[35] “Grecia: papel que
ha desempeñado en la Historia” y “La Historia: su importancia”.
[36] LADI, Cornelia
Montero, Álbum, 11/1896.
[37] En ese ensayo
comienza refiriendo a la importancia, política, pasa a explicar la legislación
griega para referirse a la filosofía y
por último al arte. LADI, Cornelia Montero, Álbum,
12/1898.
[38] Gluzman, Georgina Trazos invisibles. Mujeres artistas en
Buenos Aires (1890-1923), Buenos Aires, Biblos, 2016, p. 83.
[39] LADI, Cornelia Montero, Álbum, 12/1898, s/f
[40] LADI, Cornelia Montero, Álbum, 7/1899, s/f.
[41] LADI, Cornelia
Montero, Álbum, 7/1899, s/f.
[42] LADI, Cornelia
Montero, Album, 7/1899, s/f.
[43] Vignoli, Marcela, “Lola Mora no pintaba mariposas: una
estrategia femenina para la conquista del espacio público”, en Páginas Dossier temático: Por una
historia con mujeres, vol. 3, núm. 5, Rosario, 2011.Al respecto disentimos con Georgina
Gluzman, quien afirma que Lola Mora nunca participó de exposiciones, como
sí lo hicieron otras artistas de la época, Gluzman, Georgina, 2016, Ob. Cit., p.
82. En la década de 1890 Lola Mora, que vivía en Tucumán, si participaba
de exposiciones y estaba vinculada al ambiente artístico cultural del
período. Consideramos que aún los trabajos más críticos sobre Lola Mora, su
proyección pública y el impacto que tuvo respecto de la consideración de otras
artistas de la época, parten de un profundo desconocimiento del contexto
artístico, cultural y social en el que transcurrieron esos primeros 30 años de
su vida, así como de los vínculos que fue entablando con otros actores de la
época y las estrategias que le permitieron obtener una beca para perfeccionar
sus conocimientos artísticos en Europa. Estos orígenes están muy
vinculados a la dinámica cultural tucumana del período y son menos glamorosos
que lo que las biografías, muchas de las cuales son relatos novelados, han
construido. Es cierto que no hay un archivo personal de Lola Mora, pero la
reconstrucción histórica de esos años sí es posible a través de la consulta de diferentes repositorios
documentales.
[44] HFFyL, Revista El Tucumán Literario, 22.07.1894
[45] LADI, Cornelia
Montero, Álbum, 9/1900, s/f.
[46] Lavrin, Asunción,
“Spanish American Women, 1790-1850: The challenge of remembering”, Hispanic
Research Journal, Vol. 7, Nº 1, 2006, p. 74.
[47] Vignoli,
Marcela, “Trayectoria educativa y prácticas asociativas de una tucumana de
entre siglos: Margarita Todd, maestra normalista”, Historia y memoria, Nº 11, Colombia, 2015.
[48] Archivo Histórico de Tucumán (En
adelante AHT), El Orden, 5/07/1902.
[49] AHT, El Orden, 8/07/1902.
[50] AHT, El Orden, 8/07/1902.
[51] AHT, El Orden, 8/07/1902.
[52] AHT, El Orden, 8/07/1902.
[53] AHT, El Orden, 8/07/1902.
[54] Davio, Marisa, “Mujeres militarizadas: en
torno a la búsqueda de fuentes para el análisis de la participación de las
mujeres en Tucumán durante la primera mitad del siglo XIX”, Revista
electrónica de fuentes y archivos, Nº 5, 2014, p.
85.
[55] La lista de ingresantes incluía
a 37 mujeres, la mayoría de las cuales eran alumnas, egresadas y maestras de la
Escuela Normal de Maestras, que había sido creada en 1888 en Tucumán. AHT, El Orden, Agosto de 1902.
[56] Lavrín,
Asunción, “Cambiando actitudes sobre el rol de la mujer: experiencia en los
países del Cono sur a principios de siglo”, European review of Latin
American and Caribbean studies, Nº 62, Ámsterdam, 1997, p. 80.
[57] Vignoli, Marcela,
“Educadoras, lectoras y socias. La irrupción de las mujeres en un espacio de
sociabilidad masculino. La Sociedad Sarmiento de Tucumán (Argentina) entre 1882
y 1902”, Secuencia, Nº 80, 2011. P
14.